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sexta-feira, 14 de janeiro de 2011

LO QUE SE DICE POR AHÍ


JUEVES 13 DE ENERO DE 2011 - 16:05 H - ESCRITO POR CARLOS VÁZQUEZ IRUZUBIETA

Ambientes bibliotecales

Leyendo el artículo del señor Luis Caro Figueroa acerca del uso indebido de un vocablo (currícula), que al parecer se utiliza con reiteración insobornable en los ambientes áulicos, no he podido menos que traer a colación el hábito intelectualmente indecente de los políticos-legisladores como creadores y los Jueces y Magistrados como acompañantes devotos del entretenimiento de desfigurar el rostro del idioma castellano que, como los docentes de la “currícula”, comen y gastan dinero gracias a los salarios que perciben trabajando a diario con el uso del lenguaje.
Lo que lamento es no haber tenido la ocurrencia de recopilar mucho antes los vocablos insólitos que inventan los ignorantes. No obstante, con algunos ejemplos daré eficaces pinceladas, creo yo, para deleite del lector que no podrá dar crédito a lo que irá leyendo. Ignoro si en Argentina las cosas se asemejan a lo que acontece a este respecto en España, dado que hace varias décadas que dejé mi trabajo judicial en Salta. En todo caso, nunca está demás un poco de diversión.

Los neologismos que daré a conocer están estampados en textos legales y repetidos en sentencias incluso, del Tribunal Supremo y el Constitucional, y me hago cargo sin justificarlo, que acabar la carrera de Derecho y llegar al pináculo de los estrados judiciales no exige a sus Señorías el conocer en profundidad no sólo el Derecho (es un decir) y por añadidura, adquirir conocimientos siquiera suficientes del idioma que utiliza diariamente en su profesión. De los políticos es mejor no hablar. Bueno,... hablaré brevemente con un ejemplo: le decía un amigo a otro “Estoy muy preocupado porque si me madre se entera que me he dedicado a la política, puede sufrir un ataque al corazón; ella cree que sigo trabajando de pianista en un local de putas”.

Se ha convertido en lugar común en textos legales y sentencias, vocablos como tratamentales para referirse a los programas de reinserción social de los penados que, cuando son trasladados de un centro penitenciario a otro, deben ser sometidos a regímenes custodiales, para evitar fugas. Los regímenes son regimentales cuando se hace referencia al carácter de sus normas, como cuando se hace referencia a las normas propias de la ocupación de los presos que son, claro está, ocupacionales, y los informes no se reciben de unas autoridades a otras, sino que se recepcionan por quienes ostentan facultades competenciales. La facultad de los Jueces es sancionatoria y lo que sustituye es sustitutorio, lo oneroso, que es un adjetivo, ha hecho travestismo idiomático para presentarse como el sustantivo onerosidad. Lo escindible tiene un poder adecuado para cambiar de forma y asumir la apariencia de la escindibilidad, que merece recabar la necesaria atendibilidad.

Stendhal dedicaba un pequeña parte de su tiempo diario a leer el Código Napoleón para mejorar su estilo literario, lo recuerda el jurista español Luis Diez-Picazo y Ponce de León, en sus líneas con las que prologó mi obra “Doctrina y Jurisprudencia del Código Civil” (español, claro), allá por el lejano 1984. Esta anécdota es algo impensable en estos días porque si se piensa en leer los textos legales para reforzar el conocimiento del idioma, lo que se consigue es una sensación de iniquidad impune. No sólo son palabras sueltas inventadas por quienes asumen tal prepotencia en razón de los cargos públicos que ostentan quienes, ante la duda, no consultan libros sino que cometen ciegamente el crimen idiomático. En el Código “de la democracia” que se dio España en el año 1995, se utilizan expresiones como importados del extranjero que contiene el art. 274, o utilizar docente y educador, como si fueran vocablos de significado diferente.

Se ha puesto de moda en las tertulias de los expertos en política y asuntos económicos expresiones divertidas como yo personalmente pienso, como si fuera posible pensar con una cabeza ajena; a propósito, sigo esperando que alguien tenga la feliz ocurrencia de introducir una expresión semejante para que el pueblo soberano aprenda desde la televisión a decir me marcho personalmente. Ha desaparecido del idioma castellano el adverbio “muy”; ahora todo se reduce a super (super bueno, super fuerte...). Y se han apropiado de la palabra nivel y ya no se usa para significar lo que se mide como el nivel del agua de una presa, o el nivel de colesterol en la sangre, no. Todo pasa por el nivel de los necios: a nivel de amigos, a nivel de estudios, a nivel de pintura, a nivel de ajos de la comida... También ha nacido puntualmente; ya no se trata de lo que cumple un horario (el tren que llega con puntualidad) sino que ha sustituido a la palabra concretamente, y así, “lo ocurrido ayer en Madrid es algo puntual, para nada habitual”.

Como dice el señor Luis Caro Figueroa, yo también estoy empeñado en “hacer amigos” porque lo que acabo de reprochar en este artículo que más parece de humor que de reproche, lo tengo escrito en los últimos libros de Derecho que voy publicando actualmente en la editorial La Ley.

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