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terça-feira, 13 de setembro de 2011

EL ESPAÑOL EN LOS MEDIOS...


ERRORES Y HORRORES DE AGOSTO
Aumentan las quejas por errores y faltas de ortografía, especialmente frecuentes en la edición digital. Los lectores piden una mayor exigencia en el uso del lenguaje

Un minuto. Eso es lo que me pedía Josep Belda, lector de Barcelona para quien «EL PAÍS ha sido y sigue siendo una referencia cultural e informativa»; un minuto de atención al artículo que en ese momento figuraba en la edición digital con el título «Una estrella que nunca debió existir»: había encontrado «no menos de 10 errores gramaticales, ortográficos y tipográficos, amén de una regular traducción del idioma en el que originalmente debió escribirse».
El artículo se corrigió en una versión posterior, pero el daño ya estaba hecho, pues los primeros lectores interesados por la noticia ya se habían llevado una pésima impresión del diario. Y algunos tal vez habían hecho como Anahí Serí, de Valencia, que a la vista de los errores de los primeros párrafos ya no tuvo interés en llegar al final. Y además se sintió menospreciada como lectora, según me explica en su carta.

En los últimos meses ha aumentado el número de quejas por errores. Algunos lectores lamentan que, junto a textos de gran calidad, aparezcan también piezas muy descuidadas. Es el caso de Julián Sánchez Bravo, profesor de español que, como otros muchos docentes, utiliza los artículos de EL PAÍS como material de estudio.

Los errores que más enfadan a los lectores son los ortográficos, y con razón, pues significa que descuidamos precisamente aquello en lo que deberíamos demostrar más competencia, el uso del lenguaje. El domingo 24 de julio, por ejemplo, una entrevista a Baudilio Tomé aparecía con el titular «No preveemos recortes masivos de empleo público». Muchos lectores protestaron por esta falta. Uno de ellos, Jorge Martínez Ara, se molestó en buscar además cuántas veces habíamos cometido el mismo error y lo encontró en 12 noticias publicadas desde 2010.

El 10 de agosto, Alfonso Susanna escribió a la Defensora para advertir de que «por segundo día consecutivo» figuraba en una crónica sobre los disturbios de Londres la siguiente frase: «Cameron ha presidido (...) una reunión (...) para evaluar la respuesta a los saqueos y disturbios que han llevado en 4 días ha practicar 768 detenciones». Ese horrible ha practicar fue corregido, pero una búsqueda en Internet me ha permitido observar que el error sigue vivo en al menos 11 textos de diferentes publicaciones y blogs. Curiosamente, esos textos reproducen la frase con la falta de ortografía, pero la agencia de la que bebieron sale indemne porque nadie la cita.

En la entrevista al actor Jason Momoa, publicada en El País Semanal del domingo 14, escribimos «a elegido usted», en lugar de «ha elegido usted», y en la crónica bursátil del día 10 podía leerse que «también hacabó el día en rojo el español Ibex 35». Horrible.«Si los redactores no tienen formación precisa para escribir en su periódico, alguien debería revisar los textos antes de ser publicados o, al menos, usar el corrector ortográfico automático», afirma Jaime Beruete. Lo peor es que ese hacabó pasó todos los controles y allí seguía cuando revisé el artículo a la vuelta de vacaciones.

También abundan los errores en datos y contenidos. Josep Manuel Sabater escribía el 15 de agosto: «Realmente el nivel de la enseñanza española debe ser muy bajo cuando en el periódico más solvente del país se confunde algoritmo por logaritmo». La confusión se producía, por dos veces, en la crónica «El cámping de Els Alfacs demanda a Google para que retire enlaces sobre la tragedia de 1978». Manuel Campíñez, médico de familia de Vallcarca, encontró otro error en la noticia «El Gobierno prevé ahorrar 2.400 millones con los medicamentos». En ella se decía: «La propuesta de recetar por principio activo (omeprazol en vez de losartán, por ejemplo)». Pues no era un buen ejemplo, porque se trata de dos medicamentos diferentes y, por tanto, no son sustituibles. El omeprazol es un protector estomacal y el losartán un antihipertensivo. Sustituir uno por otro sería una barbaridad. El ejemplo correcto hubiera sido, según el doctor Campíñez, «sustituir la marca Emeproton por el genérico omeprazol, o Cozaar por losartán». Este tipo de errores causan un gran daño al prestigio del diario, pues el lector experto en esa materia puede preguntarse, con razón, cuántos errores habrá en los temas que no domina.

Hay errores que desafían toda lógica, lo cual indica que son fruto de la dejadez o el descuido. En la crónica «Los túneles secretos del coronel» se dijo que «el líder libio puso en marcha en 1984 la construcción de cientos de miles de kilómetros de túneles». Teniendo en cuenta que, como señala Juan Luis Corcobado, «la red entera de carreteras de España está formada por unos 163.000 kilómetros», la longitud de los túneles de Gadafi resultaba a todas luces excesiva. Y, sin embargo, a nadie le chocó.

Ese mismo día, 25 de agosto, Alfonso Ormaetxea encontró otro error también muy frecuente: «Confundir el billion de Estados Unidos, es decir, mil millones, con nuestro billón, que es un millón de millones». El error resultaba especialmente grosero, dado el contexto de crisis, pues decíamos que el magnate que ha contratado al jugador de fútbol Eto'o, Suleiman Kerimov, «tiene un patrimonio de 7,8 billones de dólares, el mismo que Berlusconi y su familia». Tan sorprendente era que la fortuna del magnate ruso fuera de billones de dólares como que la mujer más rica de Francia, la propietaria de L'Oréal, Liliane Bettencourt, hubiera acumulado solo 16 millones de euros, como se decía el día anterior en otra crónica. En ese texto se atribuía también a Stephane Richard una fortuna de 1,7 millones de euros, cuando, según el lector Juan M. Moral, «ese fue su sueldo del año pasado como directivo de France Telecom». «Un poco de lógica y una búsqueda en Internet deberían ser suficientes para evitar estos errores», señala el lector.

Hay titulares que, además de descuido, demuestran ignorancia. «El joven asesinado por la policía en Londres murió por una única bala». Este titular, como certeramente señala Pau Segrelles, de Valencia, revela que quien puso la noticia en página ignora los tiempos del procedimiento judicial, la diferencia entre homicidio y asesinato y el concepto de dolo. Asesinar es 'matar con premeditación y alevosía', algo que en la fase en que se encuentra el proceso está aún por determinar.

Durante este mes de agosto hemos titulado, para disgusto de Rafael García, «El escasez de agua y alimentos atenaza Trípoli». Y también que «Salgado niega que las comunidades autónomas estén en riesgo de colapsar». ¿De colapsar qué?, pregunta Alberto Sanjuan. Un mismo nombre, Otxandiano, ha aparecido hasta de tres formas diferentes en el mismo texto y hemos denominado hastados a los toros que José Tomás toreó en Huelva.

Es una muestra de los horrores de agosto. Puestas una detrás de otra, las quejas por errores conforman la radiografía de nuestras carencias. Y son muchas. Demasiadas para los estándares de calidad a los que aspira este periódico. Los responsables del diario son plenamente conscientes del problema. En una reunión celebrada el pasado lunes, el director de EL PAÍS, Javier Moreno, hizo un severo reproche a toda la redacción por la gran cantidad de errores que se cometen. «El error más pequeño resulta intolerable, porque causa un grave daño a la imagen del diario», dijo.

Cuando un error llega al lector significa que han fallado todos los mecanismos de seguridad. El primer responsable, señala el subdirector Carlos Yárnoz, es el redactor que lo introduce. Y después, toda la cadena de supervisión. «Somos los primeros en lamentar estos errores. Son nuestra obsesión, y sin embargo no conseguimos reducirlos como querríamos», confiesa Yárnoz. Urge un diagnóstico sobre las causas de este deterioro. La edición digital aparece como la más vulnerable. Todo apunta a que hay un problema de exigencia individual, un problema de supervisión y también un problema de formación.

Publicado 12/09/2011
Milagros Pérez Oliva
www,elpais.com
Domingo, 11 de septiembre del 2011

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lamento de o lamento por, pero no lamento contra

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