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quinta-feira, 13 de outubro de 2011

Abu Bakr Muhammad bn´Ali Ibn Arabi,


El Destino y el Hombre Perfecto, en el siglo XXI
Por Daniel Medvedov

¿Qué valor puede tener el destino en la cabeza de un lector de hoy, imbuido de tonterías políticas, novelas recién publicadas, pagos mensuales de sus deudas, o presiones subliminales de la publicidad televisiva?



¿Tú crees en eso? —me preguntan, a veces, cuando pronuncio la palabra mágica “destino”. Mi hijo tampoco presta atención al tema, y seguramente piensa que su padre es un chiflado. No obstante, lo más cercano al tema es el código genético. En el momento preciso, ni antes, ni después, los procesos fisiológicos que “estaban escritos” en los genes, se desencadenan para llevar a cabo un programa previamente grabado. Pero estamos hablando del destino del Ser, no solamente de su cuerpo físico. Junto a un destino intelectual, paralelo al destino físico, hay también un destino sentimental, afectivo, anímico.
El destino afecta a la vida en familia, la salud, el dinero, el estudio. la vida sexual, el trabajo, la recreación, el juego, el arte y la creatividad. He aquí, repetidas, las palabras de Aben Arabi ( Abu Bakr Muhammad bn´Ali Ibn Arabi), escritas hace más de mil setecientos años. Nacido en Murcia, lo tomo como español. No me importa su origen.
Si un hombre llega a obtener el verdadero conocimiento del destino, dicho conocimiento le proporciona una perfecta paz interior, infligiéndole, al mismo tiempo, un insoportable dolor. La excepcional paz de su corazón surge de la consciencia de que todo, en el mundo, se produce según ha sido determinado desde lo eterno. Y, no importa lo que suceda a este hombre o a otros, siempre se sentirá perfectamente satisfecho de ello. En vez de luchar en vano para obtener lo que se encuentra fuera de su alcance y capacidad, estará feliz con lo que le sea dado. Por otra parte, se verá atormentado por el intenso dolor que le causara la visión de todas las cosas que se consideran “injusticias”, “males” y “sufrimientos” que proliferan a su alrededor, siendo totalmente consciente de que no forma parte de su “preparación” el erradicarlos del mundo. Ningún ser recibe nada más que lo que ha sido determinado por su propio arquetipo. Sucede pues que las gentes son, en su mayoría, ignorantes en lo que respecta a los arquetipos, y, en consecuencia, al destino. No saben nada de la fuerza determinante de los arquetipos, ni, por tanto, de la importancia del destino. Debido a esta ignorancia, imploran a Dios que haga por ellos esto, o lo otro. Creen ingenuamente que, gracias al poder de sus plegarias, pueden cambiar el curso predestinado de los acontecimientos. Una vez que el hombre conoce su propio destino, se halla en situación de contemplar toda la esfera de los acontecimientos, y ya nada de lo que reciba, o lo que le suceda, le resultara desconocido. Si lo expresamos de otro modo, es amo de su propio destino. Cada cosa en el mundo está permanentemente determinada, o actualmente predeterminada, por su propio arquetipo. Sin embargo, la estructura interna o el contenido actualizado de dicho arquetipo constituye un misterio impenetrable, porque forma parte de la Consciencia de lo Sublime. Pero hay un pequeño resquicio, para decirlo de algún modo, a través del cual el hombre puede atisbar este inescrutable misterio. Dicho resquicio es la autoconsciencia del hombre de conocimiento. Un hombre a quien le está permitido captar la profundidad del destino mediante el “saber inmediato” y la “revelación”, ya sea su percepción parcial, o total y absoluta, no es un hombre corriente. Nos encontramos ante un Hombre Perfecto. Algunos de los pensadores cuyo intelecto es débil, extraviados por la convicción de que Dios es capaz de hacer todo cuanto desea, han llegado a declarar que para Dios es posible hacer incluso cosas que contradicen manifiestamente la Sabiduría y el estado real de las cosas. Dios ofrece dones gratuitos a todos, tanto si le son solicitados, como si no. Desde la perspectiva del sentido común, por lo general, Dios otorga un don cuando alguien Se lo pide. Sin embargo, cuando un hombre pide algo a Dios, se encuentra completamente bajo el dominio de su propio destino. Lo que obtiene como resultado de su petición está determinado por su “preparación”. Incluso, el propio hecho de que solicite algo, está predeterminado por su propio destino. Si todo está predeterminado de este modo, si nada puede producirse más que lo que ha sido predeterminado, ¿por qué los hombres piden cosas a Dios?
Cada cosa, cada acontecimiento en el mundo se produce de acuerdo con lo que ha sido determinado en forma de arquetipo o arquetipos. El “conocedor” sabe que dicha determinación ontológica no puede cambiar. A los ojos de un hombre que ha penetrado en las profundidades de la estructura del Ser, todo sigue la pauta fijada por la naturaleza misma del Ser, y nada puede desviarse de ella. Según esa premisa, hasta un hombre que desobedece a Dios camina por la senda determinada por Dios. Y no está en su poder, como hombre de conocimiento, el devolver a un hombre así a la vía “recta”, puesto que ya se encuentra en la “vía recta”. Eso es puro Zen.
El estado ideal del Hombre Perfecto es de una paz espiritual y una quietud inconmensurables. Es un hombre tranquilo, satisfecho, con una calma por la que pone todo, incluido a sí mismo, a disposición de Dios. El Hombre perfecto es el que, poseyendo un tremendo poder espiritual y el mayor conocimiento del Ser, da la impresión de ser un mar profundo y tranquilo. Es así porque constituye la imagen más completa, bajo una forma concreta e individual, del Hombre Perfecto Cósmico, que abarca y actualiza todos los Nombres y atributos de lo Absoluto”.
De cuando en cuando, es bueno repetir estas palabras de Aben Arabi, para oído de los interesados. Para muchos, sin embargo, en este nuevo siglo, son palabras inoportunas…

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