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sexta-feira, 16 de novembro de 2012

¿MERCOSUR O HISPANOAMÉRICA?


por Carlos Leáñez Aristimuño
Profesor de la Universidad Simón Bolívar

El mundo unipolar de los noventa ha desaparecido. Vamos hacia grandes y múltiples polos actuando en marcos multilaterales. Quien se halle articulado a un polo falto de organicidad no tendrá consistencia ni pegada. Quien se encuentre desarticulado tendrá que correr los riesgos que implica ser un enano en medio de gigantes. Quien esté adscrito a un polo adecuado a su cuerpo histórico-cultural encontrará la fortaleza necesaria para un intercambio óptimo con el mundo.
¿Cuál será el polo de los hispanoamericanos? ¿Uno que gravite en torno a los Estados Unidos? Aunque en plena mutación, todavía difieren demasiado de nosotros. ¿Más bien en torno a Brasil? No parecería óptimo: tiene otra historia, otra lengua, otros intereses. Dicho crudamente: ya juega en el patio de los grandes, donde los pequeños no deben aventurarse sin haberse previamente reagrupado para dar la talla. Sin embargo, con la salida de Venezuela de la Comunidad Andina de Naciones y su entrada al Mercosur, pareciera no irse hacia el reagrupamiento de los semejantes, sino hacia una hegemonía brasileña en América del Sur. Errado camino. Debemos insistir en la creación de nuestro propio polo.
Las bases del polo hispanoamericano
Cultura y lengua comunes son las bases de nuestro polo. Dos descodificadores esenciales de sentido, dos generadores de cohesión, pertinentes, en lo que nos ocupa, por ser las bases de la especificidad y la escala suficientes. La puesta en sinergia de sus elementos obrará maravillas. En efecto, en nuestra actual condición de archipiélago, la economía hispanoamericana es la quinta mundial… ¿qué lugar ocuparía dispuesta en un todo orgánico constituido por 360 millones de personas asentados sobre un vastísimo y contiguo territorio −prácticamente 12 millones de kilómetros cuadrados− con todo tipo de climas y recursos, distribuido en pocos husos horarios y que, por sus amplísimas fachadas, tanto al Atlántico como al Pacífico, se abre al mundo a plenitud a la par que limita con dos polos fundamentales, Brasil y EE. UU. ? ¿Qué potencial reservaría este mercado interno para fortalecernos hacia adentro y catalpultarnos hacia el orbe entero?
Pensemos en cómo la base lingüística hispanohablante ha sido clave para que nuestra literatura sea una de rango mundial. Imaginemos entonces esa base operando en todos los órdenes.
¿Cuántos frutos plenos nos depararía, cuántas razones tangibles de orgullo pondría ante nosotros? Entraríamos en una fase de círculos virtuosos, de plenitud, de confianza en nosotros mismos.
Los obstáculos al polo hispanoamericano
¿Por qué no ha surgido este polo? Ocurre que han prevalecido los grupos dirigentes locales que se sienten muy cómodos con esta situación. Poseen en el archipiélago actual amplia capacidad de incidir fuertemente en la formación de las reglas de juego y en el imaginario de cada uno de sus pequeños − ¡veinte!− países. Exacerban el relato identitario de nuestras actuales repúblicas y logran así, invocando la patria, exponerse al mínimo cotejo posible y conservar privilegios. Incluso, si los tamaños existentes no les convienen, alegando endebles consideraciones geográficas, culturales, históricas, económicas o étnicas proceden a secesiones: harina al molino centrifugador. Y estos grupos locales no actúan solos, se hallan en asociación con polos fuertes externos ya constituidos. Éstos reconocen y halagan los micronacionalismos, los legitiman internacionalmente, los equipan tecnológicamente, los vuelven planetas dispersos de su sistema solar.
Small is beautiful, no cabe duda. Más claro aún: divide y reinarás. Es fácil negociar con enanos dispersos. Los soles del sistema asignan las funciones que cumplir y los planetas desperdigados, subordinados, quedan en órbitas periféricas desde las que resulta difícil añadir verdadero valor: van cereales, vienen aviones; maquila por aquí, alta tecnología por allá. No.
Debemos ser el centro de nuestro propio sistema.
Los EE. UU. surgieron como polo desde un principio por no subordinarse a la agenda de la entonces hegemónica Europa.
Como otro obstáculo a la constitución de nuestro polo debemos sumar una lamentable «confusión» cartográfica: en un empeño por incluir un polo ya constituido —Brasil— e incluso a pueblos alófonos del Caribe, nos hemos distraído en mapas desatinados para la cabal gestión de nuestros intereses: Latinoamérica, Latinoamérica y el Caribe, Iberoamérica, Suramérica. Esto nos lleva a dispersión y subordinación.
Sólo Hispanoamérica abarca nítidamente los factores que nos dan especificidad y escala adecuadas frente a las potencias constituidas.
Lo anterior, por supuesto, no implica el desatender las mencionadas cartografías: son parte de nuestro contexto inmediato y merecen todo nuestro cuidado e incluso simpatía. Pero primero lo primero: Hispanoamérica. Es nuestra base de partida, nuestro mapa irrenunciable, nuestro trampolín hacia otra etapa histórica.
Hoy es el tiempo para Hispanoamérica
¿Por qué surgiría este polo ahora? Porque hoy es un imperativo impostergable y viable, no una mera elaboración utópica y voluntarista cabalgando sobre geografías insalvables y pueblos débilmente comunicados entre sí, con ínfima conciencia de su posición en el mundo. En efecto, hoy los medios de transporte modernos saltan las inmensas selvas y cordilleras. Pero, más aún, internet, así como los medios tradicionales de comunicación de masas, nos permiten a todos, desde el río Grande hasta la Patagonia, un tangible intercambio, con frecuencia en tiempo real.
Y el intercambio vendrá aligerado y fortalecido por un factor clave de valor político inconmensurable: la lengua común, primera lengua de la América toda, segunda lengua internacional del mundo. Ya en 1847, Andrés Bello sostuvo que la lengua española era «un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español». Hoy lo es más que nunca: 96,6 % de quienes viven en estas tierras la poseen como hablantes nativos y casi todos ellos como lengua materna. En ella realizamos los intercambios prácticos de la cotidianidad, amamos, reconocemos nuestros más íntimos anhelos, expresamos a plenitud nuestro ser. Tal como la vio Bello, es nuestra lengua comunicación y fraternidad. Es ella lazo práctico, afectivo e identitario. Es la herramienta imprescindible de la opinión pública hispanoamericana que nos llevará a la ciudadanía común. Es el cemento firme y expedito para levantar nuestra casa grande, nuestra casa fuerte: Hispanoamérica.
La mesa está servida: la necesidad de pasar a otra escala, los medios tecnológicos para recorrer el camino y los códigos culturales para lograrlo ya están allí… ¿cómo acelerar el proceso, cómo concertar fuerzas, cómo precipitar coyunturas propicias? Pasando de lo que es hoy un fondo difuso, pero real, a un primer plano nítido perceptible por todos. Hispanoamérica debe cesar de ser una vaga sensación que se activa en fiestas patrias o coyunturas deportivas, guerreras o literarias. No debe aparecernos como un gigante semidormido, oculto tras los árboles de las veinte repúblicas en las que solemos consumir nuestra cotidianidad. Al contrario: debe erigirse como cima prominente, apetecible para todos, punto a partir del cual nuestra contribución a la humanidad será plena. Para lo anterior es imprescindible el aprovechamiento de los medios ya disponibles a fin de forjar una opinión pública hispanoamericana que, debatiendo cotidianamente todos los aspectos del polo en gestación, sea catalizadora de nuevas estructuras jurídico-políticas. Discutiendo la nueva geografía, planteándonos los nuevos retos, imaginando las nuevas y anchas avenidas, percibiremos cada vez más el absurdo de la situación actual e iremos creando la presión política necesaria para salir de las modorras parroquiales presentes y pasar a las vibrantes coordenadas mundiales.
La incorporación de Venezuela al Mercosur, con la cual este bloque llega hasta el Caribe –mas sin acceso al Pacífico− da la ocasión de abrir un debate vital para Hispanoamérica.
¿Es Mercosur el esbozo de nuestra casa grande o un mero intento de hegemonía brasileña? ¿Se puede en el seno de este mecanismo contrarrestar al gigante amazónico o debe más bien optarse por un esquema sin Brasil? ¿Dónde quedan países clave como México y Colombia? Responder estas preguntas es vital para encontrar nuestro sitio en un mundo cuyos grandes reacomodos retan la imaginación política. Nuestra convicción es que la amplia base lingüístico-cultural hispanoamericana, por su especificidad y talla, es el punto de apoyo adecuado para negociar en forma óptima nuestro lugar en este siglo.
Sin temor a la insignificancia, aportemos al mundo desde Hispanoamérica. Y desde allí, sin miedo a ser arrollados, abramos a la humanidad, con orgullo tan pleno como sereno, puertas y ventanas.

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