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sexta-feira, 21 de dezembro de 2012

WILBUR SMITH





Wilbur Smith o el sincericidio de un autor de bestsellers
Por Maximiliano Tomas | Para LA NACION

El proceso de creación de un libro es más largo y complejo de lo que se supone. Entre el autor original y el objeto final que se imprime, se distribuye y se vende en las librerías puede haber una cantidad variable de intermediarios: son los oficios que componen el entramado de la industria editorial.
El proceso de creación de un libro es más largo y complejo de lo que se supone
Generalmente el autor hace llegar por su cuenta (o a través de su agente o representante) a la editorial un original impreso, que es recibido por el editor. El editor puede leerlo o encargar un informe a distintas personas (estudiantes de Letras, lectores calificados, otros escritores) que se ocupan de evaluar su publicación. Si el texto recibe luz verde, el editor lo contrata (previa discusión con gerentes comerciales o directores editoriales) y puede decidir si trabajarlo directamente o pagar un servicio de editing, a cargo de un corrector o de un editor externo.
Una o dos correcciones después, el editor trabaja junto a un equipo de diseñadores para darle al libro su continente: diseño de interior, de tapa y contratapa, elaboración de paratextos (solapa, contratapa, blurbs, fajas). Recién entonces el libro está listo para ser impreso. Pero la cadena apenas comienza.
La distribución de los ejemplares es fundamental. Una parte pequeña es enviada a la prensa para ser leída, criticada y difundida por los suplementos culturales. Por otro lado, se negocia con las librerías un lugar visible de los volúmenes en las mesas y vidrieras, lo que muchas veces resulta determinante para las ventas, ya que la cantidad de novedades que aparecen todos los meses obligan a una rotación frenética. La recomendación de los libreros y su disposición para hacer circular entre los clientes los títulos es otro detalle a tener en cuenta.
Finalmente llega el momento decisivo, del cual toda la cadena anterior depende: cuando el lector o el comprador se enfrenta a un ejemplar y decide llevarlo o no. Es el instante en el que el proceso entero se cierra. O al menos es lo que sucedía hasta ahora, cuando el libro electrónico promete modificar todo este andamiaje, y establecer un vínculo directo entre productores y consumidores.
Pero hay casos en que aparece otra clase de intermediarios. La figura del "negro literario" oghostwriter es de las menos conocidas por el público, pero existe desde hace siglos, cuando la figura del escritor se profesionalizó. Se trata de un secreto a voces: siempre habrá políticos, empresarios, figuras del espectáculo y hasta periodistas que contraten, por una suma determinada, el servicio de escribas que le den forma a libros que se ofrecerán en el mercado llevando su firma. Porque muchas veces lo que vende es el nombre que figura en la tapa, más allá de quién sea el que realmente haga el trabajo.
La figura del "negro literario" o ghostwriter existe desde hace siglos, cuando la figura del escritor se profesionalizó
También existieron conocidos autores literarios que produjeron una cantidad abrumadora de obras seriadas con la ayuda de trabajadores anónimos: Alejandro Dumas dependía de los escritos de Auguste Maquet para la elaboración de Los tres mosqueteros, y se cuenta que Balzac tenía decenas de ayudantes con los que logró dar forma a los ochenta y cinco tomos deLa comedia humana . Pero no era algo de lo que nadie fuera a jactarse.
En la actualidad hasta eso está cambiando: después de firmar un contrato de 18 millones de euros por seis nuevas novelas, el autor de bestsellers Wilbur Smith confesó abiertamente que escribiría esos libros "con la ayuda de autores cuidadosamente seleccionados". "Mis fans han dejado en claro que les gustaría leer mis novelas y revisitar mis personajes con una rapidez que no soy capaz de ofrecerles. Por ellos estoy dispuesto a cambiar mi método de trabajo para que las historias que tengo en la cabeza se plasmen en la página con más frecuencia", dijo, echando abajo uno de los últimos tabúes de la industria editorial.
¿Qué habrá llevado a Smith a hacer una declaración por el estilo? ¿Despejar las dudas de que pudiera honrar un nuevo contrato (está por cumplir 80 años) y llevarle tranquilidad a sus editores y lectores? ¿Un extraño remordimiento de conciencia? ¿O fue el hecho de haber vendido millones de ejemplares lo que le hizo decir que, más allá de lo que haya entre tapa y contratapa, lo único que importa es que su nombre figure en la portada y poco más? ¿Seguirán los lectores comprando esos libros, aún sabiendo que lo más probable es que Smith no los haya escrito?
Más allá de una que otra voz discordante en la prensa inglesa o francesa, hasta ahora nadie creyó necesario salir a dicutir la validez de la estrategia de Smith. ¿Será porque la práctica de utilizar escritores fantasma está más difundida y aceptada de lo que realmente se cree? ¿O es que el mercado, a esta altura, ya no necesitara siquiera ofrecer el simulacro de que lo que entrega a sus consumidores son productos singulares, únicos, distintos o auténticos? Roland Barthes no estaba pensando en esto cuando escribió acerca de la muerte del autor. Pero de una u otra manera, ya vemos, su profecía acabaría por cumplirse..

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