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sexta-feira, 26 de outubro de 2012

ESCRITORES ARGENTINOS


Algunos nuevos escritores argentinos que usted no conoce (y debería conocer)
Por Maximiliano Tomas | Para LA NACION
¿Qué pasó en la literatura argentina en la primera década larga del nuevo siglo? ¿Hay alguna manera de señalarlo sin ser injusto o trazar un mapa incompleto? Cualquier voluntad totalizadora podría sonar temeraria, pero se pueden marcar algunos movimientos que atravesaron el campo literario argentino entre 2000 y 2012.
Lo primero que habría que decir es que en estos años la literatura argentina se vio favorecida frente a otras producciones del continente. Por diversas razones, la crítica y el mundo editorial extranjero la puso por encima de la de los países vecinos.
Al mismo tiempo se impuso un canon no muy distinto al que en 2004 Damián Tabarovsky señalaba en su ensayo Literatura de izquierda: César Aira, Osvaldo Lamborghini, Rodolfo Fogwill y Héctor Libertella son hoy nombres centrales, mucho más conocidos, leídos y difundidos de lo que eran diez años atrás. Junto a Juan José Saer y Ricardo Piglia conforman la comunidad de autores más importantes de la literatura argentina contemporánea.
Fogwill es tal vez el autor más citado como influencia por los autores más jóvenes; Piglia estableció nuevos modos de leer y sus ensayos son obras de referencia; y Aira es el único escritor local que ha logrado traspasar las férreas fronteras del mercado estadounidense. Para muchos, si Borges fue el apellido que marcó el siglo XX literario argentino, Aira lo será en el XXI.
La generación de autores nacidos entre los años 50 y 60 (Sergio Bizzio, Martín Kohan, Alan Pauls, Daniel Guebel, Martín Caparrós, Luis Chitarroni, Carlos Gamerro, Fabián Casas y Leopoldo Brizuela, por citar sólo a algunos) se vio legitimada por una doble vía, tanto en el mercado interno como en el español: la de la edición (muchos de ellos fueron contratados por editoriales transnacionales y publicados del otro lado del Atlántico) y la de los premios (algunos de ellos ganaron el Anagrama, el Alfaguara e incluso el Anna Seghers alemán).
A mediados de la década de 2000 afloró, de manera paulatina pero sin pausa, la generación de los autores nacidos en los años 70. Rotulados como la "Nueva narrativa argentina" (de Patricio Pron a Félix Bruzzone, pasando por Juan Terranova, Iosi Havilio, Natalia Moret, Pedro Mairal, Washington Cucurto, Samanta Schweblin, Oliverio Coelho, Mariana Enriquez, Leonardo Oyola, Hernán Ronsino y Federico Falco), estos autores obtuvieron una visibilidad inédita y sus libros empezaron a ser publicados de manera sostenida. Es la generación que está siendo estudiada y analizada hoy mismo: Elsa Drucaroff le dedicó parte de su ensayo Los prisioneros de la torre y en menos de dos semanas aparecerá una recopilación de artículos de Beatriz Sarlo, la crítica más importante de las últimas décadas, que pone el foco en la obra de muchos de ellos. El libro aparecerá a mediados de noviembre y se llamará Ficciones argentinas. 33 ensayos. El surgimiento de esta nueva generación (aunque el término generación sea resistido) no habría sido posible sin el desarrollo de las nuevas tecnologías, que los acercó e hizo que sus obras circularan de otra manera, sin la proliferación de las lecturas públicas y encuentros de escritores que se sucedieron en Buenos Aires desde 2005, y sobre todo sin el surgimiento de una cantidad de editoriales independientes que posibilitaron diferentes alternativas de publicación.
¿Y después de ellos? Algo así como la "novísima literatura argentina". Son los libros aparecidos en el último año, que de a poco van diseñando un nuevo mapa de autores. Acá están algunos de esos nombres:
• Sebastián Robles (Buenos Aires, 1979) construye en Los años felices la que tal vez sea la primera novela generacional sobre la década del 90. Poniendo en primer plano la tensión entre amor y odio que experimentaron quienes ingresaron a la adultez durante esos años, Robles despliega en esta historia, con una evidente capacidad narrativa, la educación sentimental de un grupo de amigos (los recitales a los que asisten, la ropa que compran, la búsqueda de trabajo, la vivencia de la desocupación, el despertar sexual, los primeros amores), cruzada por las referencias culturales más importantes de aquellos años.
• Selva Almada (Entre Ríos, 1973) ya había publicado algunos libros pero fue con El viento que arrasa, breve y contundente novela de comienzos de 2012, que terminó de llamar la atención de los lectores y la crítica especializada. Apenas cuatro personajes (un reverendo y su hija, un mecánico de autos y su hijo), inmersos en un paisaje rural y rodeados de tormentas, calor, perros hambrientos y chatarra, le alcanzan para construir una atmósfera agobiante que disparará una creciente tensión y un final inesperado. Una historia sintonizada por momentos con los climas de algunas novelas de Juan José Saer.
• Luciano Lamberti (Córdoba, 1978) había mostrado su talento con los cuentos de El asesino de chanchos. Dos años después sube la apuesta con un volumen mínimo, de apenas seis relatos, titulado El loro que podía adivinar el futuro. Más allá de la potencia de un cuento de terror clásico como "La canción que cantábamos todos los días", Lamberti deja atrás el realismo asfixiante de sus relatos previos y entrega un libro que desborda fantasía e imaginación (e incluso, si es posible decirlo sin cierto pudor, originalidad). Si existen vías de renovación para el cuento en la nueva literatura argentina, la inaugurada por Lamberti es una de las más promisorias.
• Leonardo Sabbatella (Buenos Aires, 1986) publicó algunos meses atrás una novela que asombra por su madurez y por el dominio de la experimentación y la tensión argumental que demuestra: El modelo aéreo. En la senda multiplicadora de tramas y biografías de La vida. Instrucciones de uso de Georges Perec, Sabbatella describe un mapa de vidas privadas unidas por los hilos más o menos invisibles del suicidio de un profesor universitario y el asesinato de un pintor. Un primer libro que tiene la densidad y la sofisticación de la obra de un escritor ya consolidado.
• Nicolás Mavrakis (Buenos Aires, 1982) se dedicaba al periodismo y al ensayo hasta debutar literariamente con los relatos de No alimenten al troll. Este libro, también de apenas seis cuentos, condensa toda la paranoia y la desconfianza que las nuevas tecnologías parecen haber traído a los seres humanos de una vez y para siempre. Con un tono potente y veloz emparentado en más de un momento con la narrativa de tintes ensayísticos que suelen desplegar el estadounidense Chuck Palahniuk y el francés Michel Houellebecq, los momentos más altos están en el cuento titulado "Hay que matar a Tinelli" y en el que cierra el volumen, "Yo también soy un pájaro enfermo", una historia alucinada y perversa.
• J. P. Zooey (Buenos Aires, 1973) es en verdad el seudónimo de un autor que se resiste a fotografiarse y ha concedido contadas entrevistas, y cuyo verdadero nombre se desconoce. Va por su segunda novela, Los electrocutados, que fue publicada antes en España que en la Argentina. Su notable libro debut, Sol artificial, es una suerte de novela integrada por relatos, ensayos y entrevistas imaginarias cuyo personaje central es, precisamente, J.P. Zooey. En sus novelas, de un humor crepuscular, Zooey le imagina distintos orígenes a nuestro mundo pero un solo destino: la extinción en manos de la tecnología, que acabará con todo. Zooey toma de Salinger la idea de fundar su propio universo y, aún más, su propia mitología. Sus libros son complejos y herméticos, inteligentes y sensibles, y es uno de los pocos autores al que uno puede imaginarle una secta de lectores fanáticos.
A ellos podrían sumarse los nombres de Pablo Farrés, Ariel Idez, Carlos Godoy, Ramiro Quintana o Damián Huergo. La actualización es permanente. Como se ve, si alguien todavía creía que la literatura argentina se limitaba a las obras de Arlt, Borges, Bioy Casares y Cortázar, no podía estar más equivocado. Existe una larga lista de universos narrativos por descubrir..

A TRABAJAR...




Gazapos y tropezones

Manuel Corrales Pascual
Academia Ecuatoriana de la Lengua

El asunto lo he tratado ya en varias ocasiones. Pero vuelven a consultarme sobre él porque vuelven a repetirse las mismas incorrecciones. No todas las frases en las que interviene la preposición A seguida de un INFINITIVO son incorrectas. Por ejemplo, son correctas, correctísimas, estas: "Vamos a trabajar", "Venimos a estudiar", "Estaba decidido a sacrificarlo todo", etc. También son correctas frases imperativas como "¡Vamos a trabajar!" O, más escuetamente, "¡A trabajar!" Pero me encuentro en muchísimas invitaciones algo como esto: "Conferencia A realizarse", "Acto A realizarse". O también en ciertos escritos: "Estos son vicios A extinguir". ¿También son correctas estas construcciones? ¿Qué nos dicen las autoridades idiomáticas sobre ellas?

Vamos primero al Diccionario panhispánico de dudas (DPD). Trata el problema en el largo y sustancioso artículo dedicado a la preposición A, en el epígrafe n.º 3 titulado "sustantivo + a + infinitivo: temas a tratar, problemas a resolver, etc. Y nos dice lo siguiente: "Estas estructuras sintácticas son calcos del francés y su empleo en español comenzó a propagarse en el segundo tercio del siglo XIX". Dicho en otras palabras: se trata de un GALICISMO; es decir, de una palabra o estructura sintáctica de la lengua francesa usada en otra lengua; en este caso, en la nuestra. "Calcos del francés" nos dice el DPD. E incluso nos da una referencia histórica: comenzó a usarse y a propagarse en nuestra lengua hacia los años treinta del siglo XIX. Observa el DPD que "en el ámbito de la economía están ya consolidadas expresiones como cantidad a ingresar, cantidad a deducir, que permiten, incluso, la omisión del sustantivo: A ingresar: 25 euros". Observa también que "son frecuentes en el terreno administrativo y periodístico expresiones idénticas a las anteriores, como temas a tratar, problemas a resolver, ejemplo a seguir, etc.
Pero … ¿son admisibles estas construcciones? Lo veremos en siguiente entrega. mcorrlaes@puce.edu.ec


EL IDIOMA ESPAÑOL


La corrección del lenguaje
Amando de Miguel
La idea de que debe haber unas normas académicas (no jurídicas) para hablar y escribir bien el idioma español no debe discutirse mucho, si bien algunos la discuten. El argumento definitivo para el mantenimiento de esas normas es que, en la era informática, tenemos que leer muchos textos, muchos más que en la era de la imprenta. Es ahora cuando se precisan más esas reglas. En la época anterior a la imprenta los textos manuscritos al alcance de los lectores eran muy pocos. Por tanto no eran precisas las reglas ortográficas o sintácticas. La contradicción está en que ahora el sistema educativo es menos exigente que nunca sobre esas y otras normas. Aquí me he referido al mito de "la generación más preparada de la Historia", la de los jóvenes actuales. Mario Mendoza me da la razón. Él dimitió de su puesto de profesor de Arquitectura ante la presión de las autoridades académicas para "aprobar a los alumnos que no se lo merecían". Soy testigo de que esa presión existe. En cuyo caso resulta aún más irritante el dato de la alta tasa de abandono escolar.
La moda de "habla y escribe como quieras" es consonante con la moda en el atuendo. Viene a ser "viste como quieras". José A. Martínez Pons compara la vulgaridad en el habla con la moda de los pantalones remendados o rotos. Hay una parecida, la de los llamados "pantalones cagaos", esos que se llevan muy por debajo de la cintura. Mi interpretación es que procede de los hábitos carcelarios, puesto que en las prisiones no se permiten los cinturones ni los tirantes por razones de seguridad. Es un caso curioso en el que la moda imperante imita a los de abajo, los marginados. En el habla sucede a veces lo mismo. No es el único caso de degradación de las costumbres.
Aurora protesta contra la arbitrariedad ortográfica, tan común en los textos internéticos. Por ejemplo, la confusión entre a ver y haber, entre si no y sino, entre sobre todo y sobretodo. Certifico que es así, aun en textos de universitarios. Doña Aurora observa que la expresión hacer un flaco favor la hacen equivaler algunas personas ahacer un gran favor. Por lo mismo, muchos prefieren la forma absurda de antidiluviano, que sería algo así como oponerse al diluvio. Es evidente que no es lo mismo que antediluviano, la época anterior al diluvio universal según la tradición bíblica. Otra locución divertida es la de expresos políticos, que no son trenes sino antiguos presos por razones políticas. Estoy de acuerdo con las quejas dichas. Sin embargo, disiento de la ultracorrección de doña Aurora al acentuar el adverbio solo o los pronombres demostrativos. Entiendo que la ortografía es cosa viva, como la lengua. Es mejor atenerse a la regla general de que no se acentúan las palabras graves terminadas en vocal, como solo o este. El principio se irá aplicando a otros ejemplos.
Maribel Torbeck se asombra ante un título como el de Asociación Española de Bebidas Espirituosas. Su idea es que eso de spirits (= licores o destilados) es algo netamente inglés. No estoy de acuerdo. En el primer diccionario de nuestra lengua (de 1732) se contenía la acepción de espíritu como vapor invisible o sustancia que se desprende de la destilación. En latín spiritus era ya aliento, vapor sutil o corporal. El problema es que esa palabra quedó tocada del sentido religioso, pero no está mal recobrar ese otro significado material. Se entiende muy bien lo de una "bebida espirituosa". Además, está en los diccionarios.
Doña Maribel se confunde con mi modo de transcribir el nombre de Tchaikosky. La verdad es que tengo mis dudas. Esa combinación tchprocede del francés. En español tendríamos que decir Chaikovski, que supongo que es lo más cercano a la pronunciación auténtica del genial músico. No está resuelto el asunto de la transcripción de nombres extranjeros. Lo mejor es atenerse a la costumbre. Por otra parte, el hecho de que haya dudas o ambivalencias en el habla o en la escritura no es algo que deba alarmarnos mucho. Los médicos no se sienten alarmados por las enfermedades.

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Recomendación del día


los futbolistas hacen circular el balón, no lo circulan

El verbo circular, en su acepción de 'correr o pasar una cosa de unas personas a otras', es intransitivo (se construye sin complemento directo), tal como señala el Diccionario académico, por lo que es inapropiado decir que alguien circula algo.

En noticias del ámbito deportivo, sin embargo, es frecuente encontrarse oraciones como «Los jugadores circulan el balón a dos o tres toques» o «No tuvieron un juego fluido, no circularon el balón con rapidez», en las que lo aconsejable habría sido decir «Los jugadores hacen circular el balón a dos o tres toques» o «No tuvieron un juego fluido, el balón no circuló con rapidez».

Aunque se reconocen algunos usos transitivos de circular, sobre todo en diccionarios de americanismos, se recomienda utilizar este verbo sin complemento directo en sus acepciones de ‘ir y venir’ y ‘correr o pasar de unas personas a otras’.

Además, se recuerda que también pueden emplearse, entre otras opciones, giros como mover, tocar o desplazar el balón.

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