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segunda-feira, 14 de janeiro de 2013

Cinco décadas de literatura








En “El amante uruguayo”, Santiago Roncagliolo narra parte del siglo XX desde la obsesión por García Lorca.
POR JULIAN GORODISCHER

El historiador que se identifica con la posición enunciativa del cronista logra hacer presente el pasado: en este caso, además de construir una trama intemporal, vigente, sinuosa, densamente argumental sobre la base de hechos reales, el peruano Santiago Roncagliolo –autor de La cuarta espada y Abril rojo , jurado del premio Clarín de Novela en 2012– acota su punto de vista a un margen para narrar el centro de la cultura hispanoamericana de los años ‘20 a los ‘60; encuentra la impostura de las grandes firmas de la literatura y la plástica de Europa y América Latina del mismo modo en que el semiólogo italiano Carlo Ginzburg recomendaba detectar una falsificación de La Gioconda : menos por el trazo de la emblemática sonrisa que por el pliegue descuidado del lóbulo de una oreja. ¡En el margen, el borde, el revés de la trama! El uruguayo Enrique Amorim es el lado B de Federico García Lorca: su amante, su fanático, su impostor, un pliegue, un episodio banal que no afectará el mármol; ahí instruye Roncagliolo a leer la primera mitad del siglo XX, en el millonario latinoamericano adorador de estrellas, mimético, voluble, acomodaticio, motivado a perpetuos golpes de efecto, rebelde, inconformista, encantador de serpientes, creativo artífice de una vida literaria que incluyó amistades con Jorge Luis Borges y Pablo Picasso, más creyente en el batacazo como salto a la estridencia que en el salvataje económico a la arltiana que jamás necesitó, tan incongruente como su doble adhesión a los fastos y los lujos de la más rancia oligarquía rioplatense y a las grandes ligas del Partido Comunista en el que militó para sentirse más cerca de su héroe y amor máximo. Participar sin pertenecer, adorar sin retribución, amar sin ser correspondido: Roncagliolo apuesta a encontrar en Amorim un mito esencialmente latinoamericano: su perfil no es anécdotico ni pintoresco; todo lo contrario, es expansivo, representativo, un desheredado castigado aún en la abundancia, devoto de una Europa por la que vive, ama y pontifica, la misma que lo expulsa cuando su faceta de extranjero excéntrico vira a la de sospechoso agente rojo. Amorim es el síntoma de un ser múltiple en cuanto a sus identificaciones, que, cual absorbido por un zahir poderoso –sus monstruos contemporáneos–, olvida el signo que le es propio en favor del brillo ajeno.
El amante uruguayo fue escrito con la inventiva y el alto vuelo de las mejores no ficciones mexicanas de la segunda mitad del siglo XX (de Monsiváis, Villoro, Poniatowska), así de polifónico como para dar cuerpo colectivo a un texto que sabe entrecruzar las historias de Salvador Dalí a Pablo Neruda con un marco que despliega con equivalente espesura el acontecimiento trágico masivo –la Guerra Civil Española–, un triángulo sentimental con Oliverio Girondo y Jorge Luis Borges o el devenir trágico de Horacio Quiroga, respaldados por una ambición por la reconstrucción total del período abordado. La biografía de Amorim demuestra que la realidad provee más texturas que la ficción, y es aún más sinuosa, pero para eso se necesita un realista militante que pretenda abarcar el magma total de significaciones, invirtiendo el valor de centro y periferia para asignar complejidad y suspicacia a las causalidades. Para conseguir su novela total sobre las décadas de las que se ocupa, Roncagliolo apela al rigor verificador del periodismo anglosajón en el que suele publicar sus trabajos –en Vogue, Vanity Fair y National Geographic– y reproduce anexos de fuentes, bibliografía y el entero proceso de la pesquisa biográfica de Amorim, dándole al conjunto de lo narrado el carácter de herramienta precisa y confiable para reconocer el pasado.

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