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quarta-feira, 6 de março de 2013

Cierto día que Cervantes lloró


Don Miguel vive ahora en Sevilla, y lleva muchos días tratando de escribir la historia del hombre al que se le secó el cerebro, y que ya se llama Don Quijote de la Mancha que al publicarse después se convertiría en la máxima expresión de nuestra lengua. Metido entre sus libros, como nunca antes vive el fervor de las palabras que le brindan sus personajes, diciendo que engrandecen la vida y el mundo, y hablan de Dios y sus maravillas. Esta vez a mediodía al fin pudo redactar el gran comienzo de su famosa novela que dice: En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiere acordarme... Y así se dijo que no olvidaría nunca ese día y esa hora de nuestro Señor para que la humanidad entera se acordara de ella. Ahora siente el idioma que ama y con el que trabaja aprendiendo a nombrar cuanto lo rodea, y sabe que es la misma grandeza de España que crece en este instante con tantos hombres que van por mares y cordilleras al oriente y occidente, a la conquista de muchas naciones.
Después de una larga jornada de trabajo, camina en silencio por una calle, y delira con el fantasma de su personaje que parece llevarlo de la mano. En algún momento, mirando hacia el suelo, encuentra al lado del andén una hoja arrugada, manchada y sucia porque las letras de la pluma de ganso, semejan ya raíces oscuras y fatídicas igual que cosa de diablo. Entonces, tembloroso se inclina para recogerla y la abre. Primero la lleva unos cuantos pasos apretada en su puño como sin saber qué hacer, y luego la guarda en el bolsillo. Pero una furtiva lágrima salta por sus párpados. Por su contenido, es una carta para alguien pidiendo un favor, y arrojada por la persona que ha preferido no entregarla y olvidar dicha solicitud. Al genio español le duele muchísimo el estado espantoso en el que están allí las bellas palabras, en su más dolorosa condición de frágiles y vanas en medio del papel.
▬¡El gran idioma no merece este destino!▬ dice con tono golpeante que resuena pero que nadie oye▬ Él debe ir en cubierta segura, en labios nobles que hablen de la bondad del corazón, y en medio de manos limpias para ser la voz de lo que la gente debe decir a diario aquí y acullá. Sabe que para él escribir es pensar en su propia vida y en los años adoloridos por la cárcel y la lucha con sus enemigos que nunca le perdonaron haber sido Comisario de Cereales y de Impuestos, y lo obligaban en forma constante a ir a dar nuevas aclaraciones ante el Tribunal de Cuentas de Madrid como parte de la mezquindad que lo persiguió sin tregua siempre. Precisamente para él poder concretarse en estos días al trabajo de su novela, ha logrado que un amigo lo remplace en una nueva citación.
▬¿Don Miguel, por qué llora?▬le pregunta alguien.
▬¡No es nada!▬Entonces se limpia las lágrimas, y asevera para sí, que tristemente, el gran idioma representa también la presencia de la infamia porque las palabras van por escaleras invisibles de diferentes almas, hacia abajo y hacia arriba, entre la mirada de gloria y la altivez de los príncipes y nobles, y la maldición y el sarro de los bandidos y los mendigos. ▬¡Don Miguel, los poetas lloran con facilidad!▬insiste otro transeúnte.
▬¡Ya dije que no es nada! Todos tienen la costumbre de hablar sin saber lo que dicen.
▬¡Los verdaderos poetas son los más valientes! Y no lo digo por mí sino por el gran Garcilaso de la Vega que debemos honrar por haber sido un gran guerrero, y eso lo llevó a ser el primer lírico de nuestra nuestra lengua. Pero yo estoy manco, encorvado y enfermo a causa de las heridas de las batallas en las que aprendí a sentir y cantar el mundo y la vida.
▬Y no es que ya me proponga ser un cascarrabias pero parece sano para la razón de los humanos hacer las aclaraciones necesarias a fin de enderezar el juicio de los demás▬afirma y quisiera agregar que la gente no entiende estos asuntos. Por lo anterior, varios historiadores y biógrafos hablan del día que don Miguel lloró. Que eso lo lleve a cabo una persona, constituye desde siempre una circunstancia normal y corriente. Pero que lo hiciera Cervantes, el padre del idioma español, es un hecho significativo. Además, no eran las lágrimas del guerrero de antes que se enorgullecía de sus heridas por su vida y por su patria, y de las que pudo tener muchas de las no que se tiene noticia, sino las del cultor del buen decir que ha aprendido a vivir la dignidad que él mismo ya sentía en las palabras. Sabía que ésta se funda en las manos y la inteligencia de los que luchan por engrandecerlas, como en las de quienes se empeñan en mostrar sus rencores, miserias y demás dolores. De tal forma concluye cuales son los dos extremos que debe reunir en su obra, y que definen la humanidad y el tamaño de dichas aventuras porque el mal también forma parte de la obra de Dios. Entonces, Cervantes esa tarde supo que se habían acabado los tropiezos en la escritura de su novela, y esta ahora saldría a borbotones, y por tanto podía pensar en terminarla pronto, lejos ya de todos los dolores que le había producido este personaje que ya le parecía de carne y hueso.

ALONSO ARISTIZÁBAL
Publicación
eltiempo.com

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