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segunda-feira, 15 de abril de 2013

UN DIA ES UN DIA


Prólogo
Empecé a escribir relatos a mediados de la década de 1950, mucho antes de cumplir los veinte años. En esa época yo todavía iba
a eso que los canadienses llaman high school. Aunque en el instituto no escribíamos poesía ni relatos de fi cción, los estudiábamos a
fondo y los comentábamos por escrito. Tuve además la fortuna de pertenecer a una familia que adoraba leer y contar historias, y
siempre había libros en casa.
Al comenzar a escribir me dediqué a los géneros que todavía practico: poesía, narrativa y ensayo. No intenté pergeñar una novela hasta los veintitrés años, pero escribí muchos relatos con anterioridad y los publiqué en revistas universitarias y después en
revistas literarias. Mi primer contacto con un editor fue a raíz de un relato publicado en una revista llamada Alphabet. Otros de mis
relatos se difundieron a través de la radio, en un programa crucial llamado Anthology.
¡Qué emocionantes fueron esas primeras publicaciones! ¡Y qué laboriosa la escritura de los relatos! Escribía a mano y después
mecanografiaba el texto con una máquina de escribir mecánica tecleando con cuatro dedos. Como no era una buena mecanógrafa, corregía mis frecuentes errores con una sustancia blanca que aplicaba en la página con un pequeño pincel. La fotocopiadora no
era todavía de uso común, de modo que sacaba copias con papel carbón. Luego revisaba y volvía a revisar. Después enviaba los relatos, junto con un sobre franqueado en el que figuraba mi nombre y mi dirección, y me ponía a esperar…
En esa época, la llegada del correo era una experiencia que desataba la adrenalina. ¿Sí o no? Si era que sí, me alegraba. Si era
que no, me lamentaba. Luego enviaba el relato a otro sitio.¿De dónde sacaba las ideas para mis relatos y a qué debían parecerse? Las sacaba de otros escritores. A algunos los había leído en el colegio, a otros en recopilaciones de relatos de distintos autores —incluso había un canadiense, una rareza en la época— y a otros en recopilaciones de relatos de un solo autor. Hemingway
era lo suficientemente importante para tener un libro así. Katherine Mansfield. Somerset Maugham. Robert Louis Stevenson.
Maupassant. Ray Bradbury. Conan Doyle. Mis lecturas no se limitaban a un género en particular, sino que engullía felizmente
todo lo que caía en mis manos, y sigo haciéndolo todavía.
Repasando los relatos aquí reunidos, observo que todos datan de un período muy posterior a la década de 1950 e incluso
de la de 1960. Fueron publicados en los años setenta y ochenta.
Aunque solo podemos escribir sobre el pasado, sea ese un pasado remoto o el pasado más inmediato, los períodos de tiempo
en los que están ambientados estos relatos son a menudo muy anteriores.
«Betty» está básicamente ambientado en la década de 1940 y «El huracán Hazel», a mediados de los años cincuenta, cuando el
huracán de ese nombre —poco habitual en la época— barrió la ciudad de Toronto. «Auténtica basura» data de finales de los años
cincuenta, «Isis en la oscuridad», de principios de los sesenta, la era de las canciones folk y las lecturas poéticas en las cafeterías, y
«La tumba del famoso poeta» de principios de los años setenta. La mayor parte de los restantes relatos son más tardíos, aunque no
mucho. Todos son anteriores a la aparición del ordenador, cuando la comunicación se realizaba por carta o por teléfono —ni siquiera por fax— y cuando las relaciones a larga distancia podían verse interrumpidas por largos períodos de silencio.
En sendos extremos de esta colección hay dos relatos sobre mis padres, mis padres auténticos, o al menos todo lo auténtico
que se puede llegar a ser en la ficción. En «Momentos signifi cativos de la vida de mi madre» ella continúa haciendo lo que hacía a
menudo: contar historias que tenían que ver con su vida y la de la gente que conocía. Era una persona audaz y muy canadiense: adoraba la naturaleza y las actividades físicas como el piragüismo, y detestaba el confinamiento y cosas como las reuniones para tomar el té. «Un hallazgo extraordinario» habla de mis padres en su propio entorno: mientras les fue posible, siguieron yendo al norte de Canadá, y este relato está ambientado en una época en que todavía podían seguir con gran parte de su vida habitual.
La temática de estos relatos es sobre todo doméstica. Tratan de la gente y de sus relaciones en momentos determinados, de niveles sociales específicos y de lugares determinados. La cara más salvaje de mi escritura no está representada aquí. No hay guerras,
salvo entre bastidores; no existen los asesinatos como tales; no hay hombres lobo ni insectos hablantes. No hay futuros distópicos.
Pero sí hay personas, y al fin y al cabo de eso hablan todas mis historias: de seres humanos que hacen cosas que hacen los seres
humanos. Todos pertenecemos a algún lugar, todos queremos a alguien. Y con el tiempo, quizá, amemos a otra persona. Y todos
tenemos guardadas distintas versiones de nuestras vidas, aunque nos las contemos solo a nosotros mismos, en silencio. Y las corregimos a medida que avanzamos.En lo que a mí respecta, sigo escribiendo, aunque ahora con un portátil.
La palabra escrita es el mecanismo más asombroso para viajar por el tiempo. Heme aquí, dirigiéndome a ustedes desde estas pá-
ginas, en este momento. Aunque cuando lean estas líneas, quién sabe dónde y cuándo estaré.

Margaret Atwood,
Amsterdam,diciembre de 2012
Fuente: El País - España

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