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segunda-feira, 24 de junho de 2013

COMUNICACIÓN

No siempre decimos lo que queremos decir
Por Graciela Melgarejo | LA NACION
Twitter: @gramelgar | Mail: lineadirecta@lanacion.com.ar |

Amedida que el lenguaje cotidiano se adelgaza -los más optimistas calculan en 600 la cantidad total de palabras con las que nos manejamos a diario; para los más escépticos son solo 200-, se produce el fenómeno contrario: la multiplicación exacerbada de palabras para no decir nada.

En la página de Opinión del 4/6 del diario español El País, el humorista Forges dibuja una viñeta en la que se muestra a un político que hace declaraciones a los medios. Primero les dice: "Para aclarar taxativamente mis declaraciones interpretadas torticeramente por algunos interesados en sembrar la confusión, solo diré que nos estamos forrando con la crisis", y a continuación les pide: "Apelo a su profesionalidad para una exacta transcripción de mis palabras".

Con humor del bueno y su habitual ironía filosa, Forges da testimonio de una realidad cada vez más frecuente. Tan frecuente, que el director de la Real Academia Española, José Manuel Blecua, se lamentaba -por supuesto, también él en declaraciones a la agencia española de noticias EFE- de que "engañar a través del lenguaje produce réditos políticos", para agregar: "En el fondo, es la teoría del eufemismo; no son más que búsquedas léxicas que realizan normalmente los políticos y quienes los rodean a la hora de construir los mensajes, lo que llaman ahora «los ejemplarios» que reciben por las mañanas los miembros de los partidos, con esas maneras de suavizar o de «engañar»".

En medio de estas contradicciones, no siempre protagonizadas por los políticos y tampoco siempre intencionadas, se producen otros fenómenos. La semana pasada, una funcionaria se refería a la "convivencia" entre los dirigentes del fútbol y los barrabravas, aunque todo el contexto de su discurso indicaba que quería decir "connivencia"; en tanto, en un muro de Facebook, alguien escribía: "Hay que abstenerse a las consecuencias" por "hay que atenerse a las consecuencias". No extraña, entonces, que Fundéu haya recordado, días atrás, que permisividad y permisibilidad no son lo mismo: " Permisividad significa ?tolerancia excesiva' o ?condición de permisivo' (?que permite o consiente'), mientras que permisibilidad es la ?cualidad de permisible' (?posibilidad de ser permitido'), tal como recoge el Diccionario panhispánico de dudas ".

"No hay peor potro que la lengua", dice el refrán, y para sortear esas trampas lingüísticas en las que caemos sin ayuda, los expertos en educación insisten en que leer, y leer mucho, es una buena estrategia que enriquece el lenguaje y el pensamiento. Por eso, una recomendación para las próximas vacaciones de invierno: el Refranero de uso argentino (Emecé), de Pedro Luis Barcia y Gabriela Pauer, una selección que reúne "más de ocho mil refranes recogidos en compilaciones provinciales y nacionales". Sus autores lo llaman de "uso argentino", porque muchos refranes han sido adoptados, y también adaptados, de una abundante herencia española, y otros son de creación genuinamente argentina. Caracterizado por su brevedad y atemporalidad (y universalidad, muchas veces), aunque exceda los 140 caracteres, el refrán bien puede ser considerado un "tuit de la sabiduría popular".

© LA NACION.

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