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segunda-feira, 10 de junho de 2013

Tangentes de la lengua


No es menor el peso del material reunido en el último libro de Juan Gelman: 287 poemas en prosa que bajo el título general de Hoy ofrendan una densidad lírica que, en esta ocasión, se conjuga con una inquietante mirada sobre la actualidad del panorama mundial. Porque el mismo mundo que contiene caballos y jabalíes, o el de la inquietud por el destino de la poesía, es el mundo del olvido, la nostalgia y el espanto.

Por Daniel Freidemberg

Como el momento o el lugar donde lo vivido viene a amontonarse, igual que en el poema de César Vallejo (“todo lo vivido se empoza,/ como charco de culpa, en la mirada”): eso sería el “hoy”, tal vez, al que alude el título. Algo hay empozado, aunque no quieto, en el mundo que arman los poemas del más reciente libro de Juan Gelman, y aunque no es solamente culpa lo que palpita ahí, la coloración sombría de esa palabra, “culpa”, lo que tiene de inapelable y doloroso, impregna los aires de ese “hoy”: “a esto llegamos”, parece anunciar el título, “así están las cosas”. ¿Cómo? En lo que del “hoy” correspondería al “mundo en que vivimos”, está claro, porque, además de mencionar a Irak, Pakistán, Afganistán o Somalia, de hablar de tortura y balazos, de víctimas y de verdugos, hay un poema, el XXII, que se ocupa del capitalismo, y el CCIII constata que “Capas de la neblina, una a una, protegen el can-can del oro, es moda firmar contratos con la ceguera, la mudez, el tapadón de la nariz, no ver hambre en la calle”. Aunque, en el mismo texto, al final –y de virajes inesperados como ese está hecho el libro entero– irrumpe otra cosa, como advertencia tal vez, o contrapunto, o para indicar que las realidades no tienen un solo costado: “Tangentes de la lengua trabajan para no dormir”.

Ante la índole criminal de la época, efectivamente, trabajan tangentes de la lengua, en contra del sueño que no permite ver. Más que la lengua misma, con lo que tiene de orden y sistema, sus tangentes: es a lo que parece apostar esta escritura, en su intento de abrirse a un hoy al que no accedería de otro modo, ya que los reconocibles aspectos del mundo en que vivimos son sólo algunos de los que la vigilia pone ante los ojos, o ante los sentidos, o ante el pensamiento o la memoria, obligados a hacerse cargo de aquello con lo que ni el lenguaje ni el pensamiento saben bien qué hacer, porque nada en el hoy se rinde así nomás. “Dios”, “el deseo”, “la nada”, “lenguaje”, “ausencia”, “olvido”, “nostalgia”, “espanto”, “amor” y, por supuesto, “poesía”, son menciones frecuentes, y hasta por ahí aparecen términos como deconstrucción, semiótica, hermenéutica, estética y proceso simbólico, pero también caballos, tórtolas o jabalíes que quién sabe si aluden literalmente a caballos, tórtolas o jabalíes, a lo largo de textos que, en tiempo presente y en tercera persona, con un tono de impasibilidad y de descripción objetiva, tienden a simular anotaciones, más aún porque están escritos en prosa.

Sería una suerte de registro de lo que en el hoy irrumpe, implacable, como implacable es la decisión de asumirlo, guste o no, y llevarlo como se pueda a las palabras.

Lo que es, porque es, precisamente, es implacable. No hay sosiego en esta vigilia y en cambio hay preguntas, las más de las veces tácitas. No es sólo que el pasado ya pasó (aunque no deja de retornar como ráfagas de vislumbres, a veces cálidos, a veces terribles, siempre temblorosos), es que nada de lo que era, sometido a la interrogación del presente, sigue siendo lo mismo. No esperen certezas, parece decir el hoy: “El deseo es y para ser, no es. Somos lo que no somos en sábanas oscuras. La llanura de la lengua tiene caballos ciegos, galopan su dimensión cualunque sin otra esperanza que la nada, el único lugar donde la unión es posible”. Se asiste a un mundo en el que cayeron todas las explicaciones (de ahí las ironías hacia la hermenéutica o la semiótica), y tampoco la poesía queda a salvo de ese tembladeral de sentidos. “¿Y?” es el único de los poemas que no está titulado con un número, y es el que cierra el libro: “si la poesía fuera un olvido del perro que te mordió la sangre/ una delicia falsa/ una fuga en mí mayor/ un invento de lo que nunca se podrá decir? ¿Y si fuera la negación de la calle/la bosta de un caballo/ el suicidio de los ojos agudos? ¿Y si fuera lo que es en cualquier parte y nunca avisa? ¿Y si fuera?”.

Volver a plantear qué es o qué puede ser la poesía tiene que ver, seguramente, con el desafío al que responden estos textos. En la línea que en la obra de Gelman inicia Valer la pena (2001), fragmentos secos, ásperos, se suceden, extraños entre sí, aparentemente desconectados muchas veces, como si la cuestión ahora fuera arrancar palabras del sólido muro de lo indecible, cada vez más prepotente en su avance. No es con oraciones, como en Citas y comentarios, que ahora se enfrenta la indecibilidad, sino con frases que parecen rescatadas abruptamente de la nada, como disputándolas a la mudez del mundo. Si, como se sabe, del horror no hay cómo hablar, algo de esa experiencia parece encontrar esta escritura en el hoy, y ahí es que libra su batalla. Vale decir, busca su propia organización, no para transmitir eso que se le presenta, sino para que salga algo de lo que ocurre cuando las palabras se animan a encararlo, y que algo les pase a las palabras.

Situar a Gelman en el escenario de lo que ahora se escribe y se lee, visto desde ese lugar, no sirve de mucho. La costumbre de leer a la luz de la historia de la poesía, de las herencias, las luchas de tendencias y los cuadros de situación, puede contribuir, seguramente, a algunas discusiones, pero no parece que tenga importancia si pensamos en este libro como un reto y lo aceptamos. No suele ocurrir que quienes emprenden tentativas así se anden fijando en qué podría decirse de ellas o cómo las van a clasificar, y al fin y al cabo hasta que se las considere poesía o no es irrelevante: la cuestión es lo que ocurre a partir de que se entra en el juego, y esto, tanto o más que para quienes escriben libros como Hoy, vale para quienes los leen.

Si de lo que se trata, es, en serio, de leer, más vale estar listo para un trabajo, con todo lo que eso implica, y no fácil ni rápido: algo se pone entonces en movimiento en la mente, junto con el placer del encuentro con ciertas palabras y ciertas imágenes, algunos relámpagos de revelación, pero que nadie espere estar seguro de saber bien qué se dice ni de arribar a nada. Nada hay que esperar: hay que hacerse cargo. Hacerse sabio, en cierto modo, estar disponible y dispuesto a que, lo que es, sea.

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