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quinta-feira, 19 de setembro de 2013

ESPANGLISH






Sobre el espanglish y otras hierbas

GERARDO PIÑA-ROSALES (AGENCIA EFE)
Hay en los Estados Unidos quienes consideran que el futuro del español en este país está en el espanglish, esa modalidad del habla de algunos grupos hispanos de los Estados Unidos, en la que se mezclan préstamos y calcos del español y del inglés y/o las dos lenguas alternan en el mismo enunciado o pasaje discursivo, sin que necesariamente se deforme ninguna de ellas.


Entre esos espanglichistas de pro destaca un profesor —de cuyo nombre no quiero acordarme— que ha hecho de este asunto su caballo de batalla.

El hombre —hispanista de cierto prestigio—, con esa balumba de ideas iconoclastas (al menos eso se creerá él), se ha convertido en el niño mimado de ciertas universidades e instituciones culturales, que lo invitan a pronunciar conferencias plenarias, a participar en mesas redondas y cuadradas, y, en fin, en todo sarao que sobre nuestra lengua española se celebre aquende y allende los mares.

Este sesudo catedrático —que, por cierto, y aquí entre nosotros, parla y escribe un español impecable—, más versado en literatura que en lingüística, piensa que no solo es imperdonable menospreciar el espanglish (él escribe Spanglish) sino que hay que defenderlo y, sobre todo, difundirlo.

A mí, que estoy muy lejos de menospreciar ni el espanglish ni nada, pero que ni lo defiendo ni se me pasa por el magín ponerme a difundirlo, este señor me tilda de elitista.

No sabía yo que ahora se le llamara elitista a quien lo único que desea es que los hispanounidenses (no sé si a él le gustará el recién acuñado palabro) hablen un español correcto, sujeto a las normas de lo que consideramos una lengua culta. ¡A lo mejor hasta me acusa de imperialista! Parece mentira que este señor no sé dé cuenta de que se trata de todo lo contrario.

Una postura elitista sería la del individuo que, por un retorcido y tergiversado prurito izquierdoso o por cualquiera otra razón de ese jaez, prefiriese que algunos hispanos de este país siguieran utilizando un español empedrado de anglicismos de toda laya, con el cual se comunicarán perfectamente en su pequeña comunidad, con familiares y amigos, pero que es totalmente inapropiado si ha de desenvolverse en ámbitos profesionales.

El colega (pues lo somos) ha descubierto que el espanglish posee, con sus alternancias de códigos lingüísticos y su cáfila de voquibles anglicados, unas posibilidades estéticas extraordinarias.

Supongo que se referirá, por ejemplo, a algunos poetastros de origen hispano, si bien anglodominantes, que en sus «creaciones» mezclan ambas lenguas para reflejar a cabalidad —dicen ellos— el entorno esquizoide en el que viven. O puede que este crítico a la violeta piense en varios novelistas de semejante pelaje, dados a salpicar sus libros de palabras y expresiones en español. ¡Que Dios nos coja confesados!

También me echa en cara este señor el que yo sea académico de la lengua, porque, claro está, los académicos, esos fosilizados señores, atalayados en sus olímpicas alcándaras, vivimos ajenos a realidad, y, por ende, somos incapaces de comprender esa maravilla de ductilidad y galanura que es el espanglish. ¡Cosas peores se oyen!

En la ANLE (Academia Norteamericana de la Lengua Española) —donde trabajan (con denuedo y sin remuneración alguna) dos comisiones sobre el español en/de Estados Unidos— aspiramos a que los hispanounidenses hablen y escriban un español estándar, universal; y, huelga decir, un inglés esmerado, pues, nos guste o no, esta es la lengua dominante en estos predios del Tío Sam.

- Gerardo Piña-Rosales es director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Correspondiente de la Real Academia Española.

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