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quarta-feira, 18 de setembro de 2013

FELIPE II, UN REY PRUDENTE





En el aniversario de la muerte de Felipe II
JOSÉ ANTONIO ALCAIDE YEBRA

Tal día como el 13 de septiembre de 1598 fallecía en el Escorial un rey que por su propia virtud, permitió ser descalificado por sus enemigos.


Felipe II, en la inmensidad de su poder, es el primer rey que posee dominios en los cinco continentes, acuñándose para esto la frase de que en sus dominios no se ponía el sol. Es, sin embargo, un gran desconocido.
Felipe II se caracterizo por ser un hombre tímido y reservado,¡ que creó un halo de seriedad que le retrataba como frio e insensible, cuando nada más lejos estaba este diagnostico de un hombre sensible y con un profundo sentido artístico y místico.
Por desgracia, en su intento por hacer pasar su verdadera personalidad a escondidas de la Historia, ordenó destruir cualquier documento privado que ayudase a construir una biografía fidedigna, incluida la copiosa correspondencia con los pocos amigos que tenia y con sus virreyes y representantes en los amplios dominios hispánicos.
Tan solo algunas cartas, las correspondientes a su relación con el Almirante Andrea Doria y con su sobrino Giovanni, han sobrevivido, y por lo que se deduce de ellas en muchos momentos, el príncipe estaba más preocupado por la calidad y conservación de las obras de arte, que de las campañas guerreras o las intrigas entre estados en el Mediterráneo.
Su apariencia en los cuadros, quizás resaltada por los pinceles de Tiziano, le retrata como un hombre bajo de estatura, pero muy proporcionado y casi un canon de la belleza para su época. Llamó poderosamente la atención de las damas en la Corte Inglesa. Cuando acudió a ella, ya era viudo de su primera mujer (Maria Manuela de Portugal) y padre del príncipe Carlos, y lo hizo para contraer matrimonio con su tía Maria I Tudor, con la que no tendría descendencia y con la que reinaría poco más de cuatro años.
De esta época se le atribuyen varias conquistas platónicas, entre ellas la de la futura “reina virgen” que despechada por no querer casarse con ella por motivos religiosos le juró odio eterno, odio que perduro por los siglos en las pésimas relaciones entre Inglaterra y España.
Felipe se casaría otras dos veces, tendría cuatro hijos y tres hijas más, y durante ese tiempo iría acrecentando su corona: a España se añadiría Portugal, los Países Bajos, Nápoles, Milán, Borgoña y Charoláis en Europa y todas las colonias en los demás continentes que se irían creando, según portugueses y españoles descubrían y colonizaban nuevos territorios.
Pero la decadencia de un Imperio, en una época como esta en la que las comunicaciones eran lentas y difíciles, tenía en su propia gran extensión su más gran enemigo, por lo cual en el siglo siguiente, en que todo el mundo quería un trozo del pastel y España debía luchar en demasiados frentes, comenzó su ocaso.
Era el hombre más poderoso del mundo y, además, el más vilipendiado por sus enemigos: protestantes, británicos, holandeses, etc.…, que le calificaron de despótico, criminal e imperialista, magnificando sus derrotas y ocultando sus triunfos, creando su “leyenda negra”, en la que precisamente ellos se verán mejor retratados durante los siglos siguientes. También fue traicionado por los propios que le rodeaban y así su hombre de confianza, Antonio Perez, lanzó a su propio primogénito contra él en la más vil de las traiciones, obligando al padre a ser antes príncipe que progenitor.
Todo lo anterior, mas una salud muy ajustada y una medicina muy atrasada, más cercana a la brujería que a la ciencia, le llevaron por una cuesta sin fin hacia unos padecimientos de salud que en sus últimos diez años llegaron a postrarle e incapacitarle físicamente, mientras una lucidez, cada vez mayor, le hacía ver la dificultad de mantener unido su imperio.
Desde Madrid y desde el palacio de El Escorial, trató de organizar administrativamente, ordenó nuevas expediciones descubridoras y tuvo que mantener a raya a insurrectos de todo pelaje y condición en cualquier parte del mundo, auxiliado por aquella máquina de guerra copiada de las Legiones Romanas que eran los Tercios. Para ello, contó con un excelente plantel de políticos, entregados a la causa de su Dios, su Rey y de España, que le ayudaron sobremanera.
Pero el declive de su salud, cuyo principal problema era la gota, así como otra docena de graves enfermedades en aquellos momentos, mantuvieron su agonía por 51 días, lo que llevó a incluso prohibirle que comulgara, pues temían que la comunión pudiese atragantársele y asfixiarle. Era el 8 de septiembre. Cinco días después, el 13 de septiembre, murió a los 71 años.

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