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terça-feira, 24 de setembro de 2013

PABLO GARCÍA BAENA







"No hay que dejar atrás el sonido de las palabras"

Cosmopoética, 10 años en verso

Joaquín PÉREZ AZAUSTRE | Publicado el 20/09/2013

A partir de este lunes y hasta el próximo 6 de octubre, la poesía vuelve a inundar las calles de Córdoba con recitales, talleres, conciertos y jornadas dedicadas a Cernuda y Kavafis: el 23 comienza la X edición de Cosmopoética, que este año rinde homenaje a ese hombre bueno y excelente poeta que es Pablo García Baena (1923), fundador del mítico grupo 'Cántico' y premio Príncipe de Asturias en 1984, que lo toma “como el abrazo de un amigo”. Joaquín Pérez Azaústre, coordinador literario del festival, habla con él, de poeta a poeta. Celebran juntos la heroicidad de “pensar aún en la poesía con todos los problemas que nos rodean”, recuerdan aquella Córdoba de 'Cántico', y concluyen que “la vida es leer”. Después, ocho poetas que participan en Cosmopoética, algunos consagrados, como José Luis Rey, y otros emergentes, como Guillermo Morales, nos brindan sus últimos poemas inéditos.


-Desde la perspectiva de hoy, ¿cómo te llevas con aquel Antiguo muchacho [1950]?
-Perfectamente. Siempre aprendo algo de la juventud. Antiguo muchacho es un personaje que vive conmigo. Seguramente ya no soy el poeta de finales de los 40, pero apenas noto la diferencia. Quizá mi poesía no ha cambiado mucho: algunos dicen que ahí estaba todo Pablo, y que lo demás ha sido volver a aquel tiempo. La memoria es la madre de la poesía, y Antiguo muchacho es un huésped muy querido en mi casa.

-Háblame del descubrimiento de tu vocación.
-Encontré unas cuartillas con algunos de los poemas del Romancero gitano. Aquello me fascinó. Lorca me mostró otros mundos, fuera del localismo cordobés.

-Por aquellos días, ¿qué lecturas te impresionaron más?
-Aparte del andador que pone Lorca en mis manos, el poeta que más me entusiasmó, entonces y ahora, es Juan Ramón Jiménez. Aprendí mucho del teatro: Shakespeare, Ibsen y, por supuesto, los rusos.

-¿Y Gabriel Miró?
-El conocimiento de Gabriel Miró es posterior. Es uno de los que más influyen en mi concepción del lenguaje, con todo ese mundo en torno al clero que yo identificaba con la Córdoba de aquel tiempo.

-¿Quiénes influyeron en tu formación?
-En mi casa se leía. Antonio, mi hermano mayor, dibujaba muy bien y me amparaba. Me prestaba novelas: yo leí muy joven las Sonatas de Valle-Inclán o Rojo y negro de Stendhal. Devoré las Memorias de un hombre de acción y la obra completa de Baroja. Cuando conozco a los demás poetas de Cántico, especialmente Ricardo Molina y Juan Bernier, aparecen los románticos y los novelistas franceses. Bernier era mucho de Balzac. Ricardo era amplio como unas alas enormes de sabiduría que nos protegían y nos enseñaban, era el sabio de la reunión: su dominio del francés le permitía leer el idioma. La otra pasión de Bernier era Proust. Yo me hice proustiano también.

La Córdoba de Cántico

-¿Cómo era aquella Córdoba de Cántico?
-Nos criamos en una libertad ilimitada por la amistad que nos unía. Sentíamos a nuestro alrededor la pobreza y la muerte, pero queríamos inventarnos una ciudad poética. Y lo conseguimos: teníamos nuestra riquísima vida interior, la nocturnidad en las tabernas y en los cabarets, los lupanares de Cercadilla y de otros sitios más o menos nefandos de la Córdoba severa.

-Y después, el silencio.
-Por la decepción ante la falta de entendimiento de aquella poesía, que no tenía nada que ver con la que se hacía entonces, aunque tuviéramos el apoyo de Vicente Aleixandre, con esa carta admirable, de Dámaso Alonso y de Gerardo Diego; pero el ambiente de la poesía de la época era totalmente hostil, porque les parecíamos unos antiguos. Todos rompimos con la poesía, en una especie de diáspora: Julio Aumente a Madrid, Mario López en su pueblo. Y a Ricardo ya sólo le interesaba el flamenco; aunque él, en el secreto de su habitación en la calle Lineros, siempre escribió poesía. La decepción vino por el poco caso que se le hizo a Cántico.

-Pero llegaron los novísimos.
-Cuando ellos descubren a esos poetas lujosos y envenenados por la luna, les encantan porque conectan con lo que ellos pensaban de la poesía. Todo empezó con la visita de Guillermo Carnero a la tienda que yo tenía en Torremolinos con José de Miguel. Si no hubiera sido por ese reconocimiento, con el entusiasmo de Luis Antonio de Villena, seguramente yo habría callado para siempre. Y empiezan los homenajes. Los poetas jóvenes de Málaga y la patriarcal amistad de Bernabé Fernández Canivell, tan amigo del 27, hace que volvamos a esa dama tan vulnerable que es la poesía.

-Hablando de damas vulnerables, pienso en tu veneración por Marlene Dietrich.
-¡Tenía que aparecer Marlene! Entre el humo y las plumas, me produce ternura, risa y admiración. Una mujer que hace de su figura un arte nuevo. Esa mujer que se pinta los labios antes de ser fusilada es un síntoma y un signo para todo Cántico.

-Un consejo para cualquier poeta incipiente.
-El único camino es leer. Sin interrupción, noche y día. Y leer no solo poesía. Porque si no lees más que poesía se te indigesta. Hay que leer prosa, novela, actualidad, la hojita parroquial, lo que te den en la calle anunciando un menú barato. La vida es leer.

El sonido de las palabras

-¿Y el discurso de la sencillez? ¿Ha de sacrificarse la riqueza para facilitar la comprensión?
-Hay que compaginar las dos cosas. Hay algo que no podemos dejar atrás: el sonido de las palabras. Un poema es música, y en aras de la sencillez no podemos decir las palabras más toscas; pero indudablemente, lo que tenemos que representar en el poema es lo sencillo dicho de manera deslumbrante. Debe buscarse la palabra más real y verdadera, pero también la que suene mejor y sea más rica.

-¿Qué momentos pueden determinar tu escritura?
-Soy un poeta visual y cordial, en el sentido de contar cosas que siento. Toda mi poesía es vital: la verdad, con el artificio del arte, y volvemos a la Dietrich. Los poemas son momentos importantes de la vida. Lo que he hecho es un diario, no del todo verdadero, con el lujo y el artificio de lo irreal.

Color de mar

-¿Cómo afrontas, hoy, la escritura de un poema?
-Siento algo de pronto -en la calle o en mi casa-, pienso un verso completo que ya no voy a mover, porque es la semilla, el germen del poema que vendrá, y a raíz de eso escribo. Pero siempre hay alguien que te dice algo al oído, que te susurra en el aire.

-¿Has escrito este verano?
-Confiaba en que sí, porque el mar siempre me impresiona y me anega, y en las olas siempre hay algo poético que me llega hasta la voz, hasta la garganta, para poder decir algo nuevo. Me he bañado al anochecer y he bajado a la playa silencioso, cuando el sol ya ha desaparecido y el sol tiene ya color de mar, no argentado de púrpura ni de nada, sino mar, simple mar, porque es el momento en el que la poesía se te entrega.

-¿La poesía salvaría al mundo?
-El ser humano tiene que tender hacia lo celestial, y no hacia la fiera de colmillos terribles de este mundo espantoso. Cuando todo se arregle, intervendrá la poesía.

ARAUCARIA

Sabes que te pintó Leonardo
y por eso levantas, gallardía
de tu batea última de ramas
hundiéndose en las nubes.
Las aves cenicientas apenas si se atreven
a posarse en tu alto palacio vegetal,
alzado a los plumajes suntuosos,
al flamear de alada pedrería cegadora.
Y sin embargo eres
una mano que asciende hasta los cielos
¿qué imploras o qué intentas evitar o decir?
Oigo tu voz crujiendo
como la sonrisa del valle cuando desgarra
su ropaje de hielo,
tu voz húmeda o llanto,
pequeñas joyas líquidas sobre el musgo de tu arboladura,
signos remotos que el viento descifra,
lee y deshace en la arcilla del tiempo.

Bosques, creced en la agonía del mundo.
Ellos desaparecerán,
y quede la crueldad como fábula antigua,
la sangre enmoheciendo el filo de las hachas,
duerman, de nuevo juntos, el corzo y el leopardo.

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