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sexta-feira, 6 de setembro de 2013

SOBRE LA PREPOTENCIA

Según el diccionario, la palabra prepotencia significa tener más fuerza o más poder que otros. Pero el empleo común de ese vocablo alude en cambio a su segunda acepción, que apunta al alarde de esa superioridad sobre los demás, con lo cual su uso habitual refiere casi siempre al abuso de una capacidad y no simplemente a su manifestación.

TEMAS - Editorial del diario El País - Uruguay
prepotencia - convivencia social - manifestación callejera


El prepotente, en la comprensión popular, es quien se jacta de su poder y no quien se limita a ejercitarlo, con lo cual ese individuo no obtiene la estima sino el rechazo social, porque se excede en su privilegio. Los ejemplos al respecto son múltiples, como el de un empleado que recibe un ascenso y a partir de entonces comienza a aplicar una suerte de despotismo sobre sus subordinados.

Cuando la luz roja de un semáforo detiene la marcha de un automóvil, algunos conductores se paran sobre la senda destinada a los peatones. Ocasionalmente, uno de esos transeúntes puede hacerle una observación sobre ese comportamiento incorrecto, y en Montevideo es frecuente que el automovilista responda con una frase violenta, cuando no con un insulto, mostrando uno de los múltiples ejemplos de prepotencia que puede exhibir esta sociedad. La resistencia a admitir un error propio ante un reparo ajeno, es otra de las exhibiciones de prepotencia que no es difícil encontrar diariamente en la calle.

La prepotencia es un rasgo emparentado con la intolerancia, la de no aceptar puntos de vista opuestos a los propios, ideas contrarias a las que profesa uno o fanatismos (deportivos, políticos) que no coinciden con los del prepotente. Sin darse cuenta, los uruguayos practican una intolerancia bastante más aguda de la que creen tener, ejercitando así un hábito de prepotencia que parece complacerlos, a juzgar por la sonrisa de satisfacción y el gesto de dominio con que acompañan sus desplantes.

A veces un usuario se dirige al empleado que atiende un servicio y puede quejarse de una omisión o una falta de la entidad a la que concurre, y recibe repentinamente una respuesta del dependiente que se parece más a una declaración de guerra que a una aclaración sobre sus dudas. Entonces el usuario tiene derecho a pensar que ese empleado ha sido entrenado para mostrar una hostilidad que se contradice con la función que desempeña -la de informar y servir, no la de combatir o desdeñar-, datos que incorporan a ese ejemplar al catálogo de los prepotentes criollos.

La mala educación, una formación familiar precaria, unas costumbres rudimentarias y el recuerdo de haber sido tratado desde la niñez con más violencia que afecto, inciden en la formación de un prepotente, que en lugar de saber escuchar, saber comprender las razones del otro, saber argumentar verbalmente con sensatez o inteligencia, reacciona con rudeza, con más gritos que palabras, pretendiendo aplastar al interlocutor, en lugar de convencerlo. La gradual desculturización de buena parte de esta comunidad, donde la gente cada vez lee menos, sabe menos y olvida paso a paso el arte del diálogo y de la persuasión, no es ajena a la fabricación de prepotentes, que se caracterizan por la jactancia, la pedantería, la falta de lucidez, el estrépito verbal y la broma de brocha gorda para descalificar a su oponente. Aunque los prepotentes no se den cuenta, el espectáculo que ofrecen al prójimo es desairado y vergonzoso, pero ese sesgo de su conducta forma parte inseparable de su escaso desarrollo intelectual, un campo donde la mentalidad cerril va desalojando el manejo de las ideas.

Las formas adecuadas de convivencia, los caminos para afianzar la paz social, los métodos para entenderse debidamente con los demás, las vías de la cordialidad o el buen humor que hacen la vida colectiva más grata, son reflejos de un control, una mesura, una buena voluntad, un sosiego y un respeto por los congéneres que resultan enemigos de la prepotencia, esa inclinación que puede llevar a extremos dramáticos, como en algunos episodios de sangre a la salida de un estadio deportivo, algunos estallidos de bestialidad entre grupos infiltrados en una manifestación callejera, algunos casos de violencia doméstica donde un conflicto hogareño se resuelve a través de un castigo físico o una muerte. La prepotencia, es decir el abuso de poder sobre los demás, o el alarde de la fuerza que se tiene y se emplea de la peor manera, está vinculada a toda esa tristeza.

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