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quinta-feira, 5 de dezembro de 2013

LA LENGUA VIVA




Vuelta la burra al trigo
Amando de Miguel

El carácter interactivo de esta seccioncilla obliga a recibir todo tipo de recriminaciones. Vaya por Dios. Las acepto con humildad. A veces me hacen pensar e investigar.

Francisco Moreno Doncel confiesa: "A veces me cuesta entenderlo a usted". Todo es porque dudo de la verosimilitud de la leyenda que originó la expresión coloquial de "echar un polvo". (Se refiere al polvo de rapé). Mayor sustancia tiene su crítica sobre mi falta de disciplina al rechazar (a veces) la autoridad de la RAE. Pero esa institución no impone, sino que recomienda unos usos de la lengua que emplean los escritores de libros. Pero esos mismos escritores suelen favorecer muchas palabras extraídas del común. Se me ocurre el ejemplo de Juan Marsé, uno de mis autores favoritos. Pues el hombre no tiene empacho en escribir "andara" (por "anduviera") en Últimas tardes con Teresa. De esa forma el autor se mete en el personaje de su inmortal Pijoaparte. Además, Marsé es laísta cuando quiere, como leístas son algunos escritores castellanos y loístas algunos hispanoamericanos. Insisto en que tengo derecho a discrepar de la RAE y del Tribunal Supremo. Y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.

Guillermo Cuevas nos propone una nueva versión de la expresión "echar un polvo". Se trata de un polvo al que se reduce la cantárida machacada (un insecto de color verde) y que sirve como afrodisiaco. Por lo visto, Fernando el Católico esnifó ese polvo para lograr que Germana de Foix le diera un hijo. No surtió efecto, seguramente porque don Fernando había agotado ya su depósito de testosterona. Añado que el polvo de cantárida era un remedio muy conocido en la farmacopea tradicional. En Castilla la cantárida recibía el nombre de abadejo. Se decía que "irritaba a lujuria" (Covarrubias). Son muchos los productos tenidos por afrodisiacos. Solo son eficaces con dos condiciones: que el sujeto crea firmemente en ellos y que tenga suficiente provisión de testosterona.

El eruditísimo A. Rodríguez insiste en que Estadística procede de Estado, en el sentido del Estado nacional contemporáneo. Como es sólito en él (o en ella, pues no desvela el significado de la A), aduce distintas fuentes en varios idiomas para demostrar mi ignorancia. Pues no. Antes de que existieran los Estados nacionales contemporáneos ya circulaba la voz estado para referirse a la disposición ordenada de cifras sobre un papel. Lo hacían sobre todo los contables. En el Ejército se conserva la palabra estadillo para ese mismo fin. En el siglo XVIII un tal Achewal propuso la "ciencia de los estados" o "Estadística". Esos estados son para nosotros ahora las tablas o cuadros. Mi oficio me ha permitido consultar muchas estadísticas antiguas en las que se emplea ese término de estados.

Pedro Manuel Araúz me dice que en Google está la explicación de la frase coloquial "que si quieres arroz, Catalina". Con todos los respetos por Mrs. Google, no creo que esa buena señora sea una fuente decisiva de nada. Cierto es que recoge mucha información útil, pero también todo tipo de errores, leyendas y supercherías. Esa de que la Catalina de la frase fue un personaje histórico me da que es una invención. Yo también tengo derecho a especular. Hay muchos dichos populares y refranes en los que se emplea un nombre propio. Suele ser algo aleatorio. Se concede así una pizca de gracia. Recordemos: "Más listo que Cardona", "más tonto que Pichote", "más feo que Picio", "el coño de la Bernarda”, “más hambre que Carracuca”. A veces se puede rastrear un origen histórico, como “tener más cuento que Calleja” (una editorial muy famosa), “quedar como Cagancho en Almagro” (una mala faena del torero famoso) o “ser más malo que Barrabás”.

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