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domingo, 5 de maio de 2013

PALABRAS


Las palabras que la crisis trajo a nuestras vidas

JAVIER LASCURAIN. AGENCIA EFE

Austericidio, escrache, prima de riesgo, indignados, hombres de negro, recesión, crecimiento negativo, quita o miniempleos son palabras, expresiones y términos que han entrado en nuestras vidas diarias con la fuerza de un ciclón, con la fuerza de la crisis.


¿Cómo influye la situación que vivimos desde hace años en el modo en que hablamos? ¿Y cómo influye nuestra manera de hablar, de contar y de contarnos la crisis, en el modo en que la vivimos?

Sobre esas dos preguntas girará este año el Seminario Internacional de Lengua y Periodismo, que organizan la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA) y la Fundación San Millán los días 16 y 17 de mayo.

El seminario, que será inaugurado por la princesa de Asturias y cuya lección inaugural correrá a cargo del catedrático de Metafísica y exministro de Educación Ángel Gabilondo, reunirá a lingüistas, periodistas y economistas para debatir sobre aspectos como el uso de las metáforas y los eufemismos a la hora de hablar de la crisis o la creatividad del lenguaje de la contestación.

Los problemas para explicar una realidad compleja a un público heterogéneo y el dilema entre el catastrofismo y la corrección política serán otros de los asuntos sobre los que se hablará en San Millán.

Salvador Gutiérrez, catedrático de Lingüística General de la Universidad de León y miembro de la Real Academia Española, señala que «las crisis no solo constituyen un fértil humus para la filosofía, sino también para la lengua. Surgen nuevas realidades, problemas con diferente fisonomía, circunstancias que aportan angustia, reacciones no conocidas…».

«Ante estas situaciones, el hombre, que es ante todo hablante, necesita nuevas denominaciones para nombrar y comprender mejor lo que está viviendo».

En la misma línea, el catedrático de Lingüística General de la Universidad de Valencia, Ricardo Morant, subraya que «la crisis es una buena oportunidad para demostrar que el lenguaje no es ajeno a la realidad de los que lo emplean, sino que está en constante ebullición y se adapta a las necesidades expresivas de sus hablantes».

Y pone ejemplos concretos: «La situación económica actual ha comportado la introducción de términos como precariado, minijob, austericidio o ha incrementado el uso de adjetivos como anticrisis».

Del lenguaje económico a la vida cotidiana
A menudo, los términos que ahora afloran en las conversaciones cotidianas habían estado escondidos para el gran público en el lenguaje especializado, en la economía o el derecho (dación en pago, prima de riesgo, deuda soberana, rating, recesión…).

Otros son creaciones de origen más o menos actual como mileurista o precariado. Y formados con mayor o menor fortuna, como austericidio, que se emplea para hacer referencia a la ‘muerte por austeridad’, cuando en realidad significa ‘muerte de la austeridad’.

Algunos términos han ampliado su significado original, como desahucio, que inicialmente hacía referencia solo a los casos de desalojo de un inquilino y no al de un propietario en apuros.

Otros han pasado, en ciertos contextos, a tener significados muy concretos (indignados, como nombre de un colectivo y un movimiento; marea, para referirse a cierto tipo de protesta, o acampada, que ya no remite solo a una actividad de ocio).

Y no faltan los que han viajado desde lejos para sembrar la polémica, como escrache, una palabra usual en el español de la Argentina y Uruguay y cuyo desembarco en España, de la mano de los activistas contra los desahucios, ha sido y es objeto de discusiones que van más allá de lo lingüístico.

Una lengua viva
Muchas de estas palabras pasarán, como tantas otras, y no serán sino una moda. Otras habrán llegado para quedarse, habrán ampliado sus significados o habrán recuperado los que tuvieron y se habían olvidado.

¿Preocupa eso a la Real Academia Española, la encargada de velar por la pureza del español?

En absoluto. Salvador Gutiérrez, que ocupa el sillón S de esa institución, lo tiene claro: «Todo lo contrario: es síntoma de que la lengua sigue viva, de que se renueva y se enriquece».

Ya lo decía Horacio, apunta Gutiérrez: «Renacerán muchas palabras que ya habían muerto, perecerán otras que hoy gozan de prestigio, si así lo decide el uso, del que dependen la ley, el arbitrio y la norma del habla».

Eufemismos para disimular
Las metáforas como modo de explicar mejor una realidad compleja y los eufemismos que tratan de suavizar o disimular la realidad son dos de las figuras que encuentran su máxima expresión en momentos de crisis.

Para Elena Gómez, coordinadora del VIII Seminario Internacional de Lengua y Periodismo, que organizan la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA) y la Fundación San Millán, «el uso de los sustitutos eufemísticos en el terreno económico puede contribuir a que determinadas decisiones, difíciles de justificar, queden disimuladas».

«De este modo, los daños que esas decisiones pudieran causar —añade— a la imagen de sus promotores quedan también minimizados».

Gómez, profesora de Redacción Periodística de la Universidad Europea de Madrid, explica que uno de los procedimientos más utilizados es «el uso de unos términos más genéricos que otros, a los que sustituyen, pues esto contribuye a disminuir su concreción y, por tanto, su claridad».

Es el caso de reformas o ajustes en lugar de recortes; planes de saneamiento y viabilidad o redimensionamiento de la red para obviar despidos o reducción de plantilla; devaluación competitiva de los salarios por bajadas salariales; crecimiento negativo por recesión, o ticket moderador del gasto en vez de copago o repago.

Pero si hay un término que los políticos evitan cuidadosamente y para el que buscan sin descanso alternativas menos dolorosas es subida de impuestos. Recargo temporal de la solidaridad, modulación del esfuerzo fiscal, novedad tributaria y cambios en la ponderación fiscal son solo algunas de las que han podido escucharse en los últimos tiempos.

Metáforas para entender
Si los eufemismos tratan de disimular la realidad, las metáforas intentan explicarla.

Como señala Carmen Llamas, profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, «el funcionamiento de la economía y, por ello, la crisis económica, no son realidades fáciles de entender, por lo que se explican por medio de la metáfora, un procedimiento que tiene como base la analogía, esto es, la semejanza que nuestra mente percibe entre dos realidades».

«Ahora bien —aclara—, las metáforas interpretan la realidad desde una determinada perspectiva, y ahí reside su poder. Quien las emplea puede tener la intención de explicar mejor la crisis, pero también puede ofrecer intencionadamente una determinada visión».

Las metáforas sobre la crisis recurren a todo tipo de imágenes. Así, la crisis es una fuerza natural (una tormenta, un tsunami financiero…), un ser vivo (la crisis amenaza, sigue un proceso, crece…), un espacio cerrado (del que se entra y del que se espera salir), una enfermedad (que se diagnostica y para la que se aplican remedios).

O hasta un animal bravo frente al que otros nos ayudan («Alemania echa un capote a España ante la crisis de deuda»).

¿Quién asesinó al diccionario?



Una tras otra van cayendo las ediciones en papel de los grandes diccionarios y enciclopedias. Las obras de referencia son ahora digitales. En caso de cataclismo –¡toquemos madera!– buena parte de nuestra cultura se perderá.

Antes que nada, una pinceladas de historia. En 1985, Grolier, una de las más importantes editoras mundiales de enciclopedias, publicaba la primera obra de consulta en CD-ROM. Solo ofrecía el texto reducido de la Academic American Encyclopaedia, con unas 30.000 entradas, pero supuso una revolución.

Cuatro años después, en 1989, Comptons desarrolló la primera enciclopedia multimedia –con gráficos e imágenes–, en colaboración con la Encyclopaedia Britannica, un referente internacional desde el siglo XVIII. Microsoft presentó en 1993 su propia enciclopedia en CD-ROM, la popular Encarta, que dejó de fabricarse en 2009.

Hacia 1980, la Encyclopaedia Britannica rechazó una oferta de Microsoft para desarrollar la primera enciclopedia multimedia
Abro un paréntesis. Un chascarrillo empresarial. No es un muy conocido que, a principios de la década de 1980, Bill Gates se dirigió a los responsables de la Britannica para ofrecerles su colaboración. Los ingleses arrugaron la nariz y rechazaron la oferta del advenedizo norteamericano. ¿Una enciclopedia en disco? ¡Por Dios!

¿Quién podía imaginarse entonces el desarrollo posterior de las obras de consulta digitales? La versión inglesa de la Wikipedia incluye hoy más de cuatro millones de artículos y la española pronto llegará al millón. La Gran Enciclopedia Planeta, la última gran obra de referencia impresa en castellano, ofrece 145.000 entradas. Un abismo.

Adiós, papel, adiós

Puestos en la Gran Enciclopedia Planeta –heredera de la famosa Larousse–, Editorial Planeta Grandes Publicaciones ha dejado de imprimirla. En 2014 publicará el último volumen de su actualización anual en papel. Mientras tanto, ha facilitado a sus clientes el acceso a una enciclopedia online. La próxima semana, el presidente del Grupo Planeta, José Manuel Lara, presentará un nuevo megaproyecto digital que, aseguran, puede dar un vuelco al mercado español de obras educativas. Veremos. Hay nervios en la competencia.

Las enciclopedias Planeta y Británica y los diccionarios Oxford y MacMillan han dejado de editarse en papel. ¿Qué pasará con el de la Real Academia?
El caso de Planeta no es único. Los directivos de la Encyclopaedia Britannica han anunciado que su edición de 2010 sería la última en papel, tras más de 240 años de historia. En 2005, protagonizaron un desagradable intercambio de acusaciones con la revista Nature, que evaluó artículos científicos de la Britannica y de la Wikipedia sin hallar excesivas diferencias entre ambas. Un golpe mortal para una obra que se vendía a unos 2.000 euros.

El acceso libre a diccionarios online muy completos ha dinamitado el sector. MacMillan, uno de los mayores grupos editoriales del mundo, también ha anunciado que, desde este año, dejará de imprimir sus famosos diccionarios de inglés y desarrollará sus productos en red.

"El formato de libro tradicional limita las obras de referencia", asegura Michael Rundell, su editor jefe. "Los libros quedan desactualizados en cuanto se imprimen y las limitaciones de espacio ponen en riesgo nuestros objetivos de claridad y exhaustividad”.

Los responsables de diccionario Oxford, considerado con sus 600.000 entradas el más completo del mundo, tampoco piensan en el papel para su próxima edición, prevista para esta década.

En España, en 2014 se publicará la 24.ª edición del Diccionario de la Real Academia con la que se conmemorará, de paso, el 250.º aniversario de la institución. ¿Será también la última en papel? Probablemente.

Hace dos años se celebró en Eslovenia el eLEX –una bienal sobre lexicografía electrónica– cuyo tema central fue un debate sobre el futuro de las enciclopedias y de los diccionarios. Se habló, sobre todo, de las herramientas de referencia en línea y de los llamados UGC –por el nombre en inglés de Contenidos Generados por los Usuarios–.

Las herramientas de referencia online son cada vez más completas y perfectas. Acompañan al usuario cuando escribe, corrigen sus errores, proponen alternativas y ya hay programas en fase experimental que son capaces de detectar la mala colocación de una palabra en su contexto. Además, los sistemas aprenden de lo que los usuarios hacen y escriben.

Las obras de consulta más potentes están realizadas por los propios usuarios con la supervisión de un equipo de editores
Usuarios. Esa es la palabra mágica. Los usuarios van construyendo las nuevas obras de referencia. Basta con un equipo de editores para supervisar el trabajo de esos voluntarios. Wikipedia es el ejemplo más conocido pero hay muchos más. Wordnik, por citar uno, es un potente diccionario online construido, en buena parte, por los propios usuarios; ofrece casi mil millones de ejemplos de frases y siete millones de definiciones. Pagar ese trabajo a expertos lexicógrafos supondría un dineral al que muchas editoriales no podrían hacer frente.

Sin una supervisión científica, ¿quién puede garantizar la calidad de una obra?
La viabilidad económica de estas nuevas obras de consulta es harina de otro costal. La publicidad, las donaciones y las suscripciones Premium son, de momento, las salidas más socorridas. Tampoco está muy claro qué pasará en unos años, cuando el furor del voluntarismo mengüe y haya menos gente dispuesta a trabajar por la cara o disminuya la calidad de sus aportaciones.

¿Qué dejaremos a nuestros descendientes?

El hecho de que las obras de referencia más importantes dejen la imprenta y se estén pasando a Internet plantea dilemas cuanto menos interesantes. Acongojantes –por ser fino–, si nos ponemos en plan apocalíptico.

Umberto Eco, pensador y escritor italiano de prestigio mundial, fue quién levantó la perdiz con la publicación de No esperéis libraros de los libros.

¿Qué pasaría con toda la información digital en caso de cataclismo?
"Desde luego", comentó Eco en una entrevista, "si tuviera que dejar un mensaje de futuro para la humanidad, lo haría en un libro en papel y no en un disquete electrónico. He visitado la Biblioteca Nacional y he visto libros que tienen 500 años de antigüedad. Si además considero los manuscritos, he contemplado ejemplares escritos hace 1.000 años. Ahora bien, no sabemos cuánto puede durar un disquete de ordenador. Los llamados discos flexibles han muerto antes de agotar su capacidad de almacenamiento de datos.”

Si en un futuro más o menos lejano un cataclismo –¡toquemos madera!– limitara o impidiera el acceso a los datos colgados en la nube, buena parte de los conocimientos actuales se perderá para siempre. Nuestro presente se quedaría en el limbo. Digital, eso sí










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