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sábado, 6 de julho de 2013

LA LENGUA VIVA


Politiqués avanzado
Amando de Miguel

Me parece que, a lo largo de esta seccioncilla, han quedado expuestos los rudimentos del politiqués, el dialecto de los hombres públicos (y para el caso de las mujeres, públicas). Como tengo muchos alumnos, conviene que pasen a segundo curso, es decir, a completar el aprendizaje con algunas normas algo más sutiles. (En politiqués se diría "sofisticadas").

La adopción de neologismos es un proceso que no tiene fin, casi por definición. Se aceptan para presumir, para no herir susceptibilidades. Por ejemplo, no está bien que en la parla politiquesa se refiera uno a los "pobres". Queda mejor hablar de los "empobrecidos".

La jerga de los hombres públicos cuida mucho las metáforas. Una particularmente feliz en los últimos tiempos es suponer que las cosas, los conceptos, las instituciones, los razonamientos tienen "patas". Queda muy anticuado decir que tienen facetas o aspectos. Lo de "la primera pata", "la segunda pata”, etc., deja embobado al auditorio. Son argumentos “multipódicos”, si se puede decir así.

Otro hallazgo de la nueva lengua (al estilo de la acuñada por George Orwell) es el circunloquio. Hay términos que pueden resultar ofensivos, hirientes, tabúes. En su lugar se da un rodeo para decir lo mismo con más palabras. Por ejemplo, hace pocos días destituyeron a la directora de la Agencia Tributaria por un lamentable error que podía afectar a una infanta. Pero la voz destituir ha sido proscrita del diccionario politiqués. Ni siquiera se recurrió a la palabra dimisión, tan digna. Se habló con naturalidad de que se había realizado un "relevo a petición propia" de la citada directora, sin siquiera aducir sus causas. Los más viejos recordamos que, durante la larga cuarentena franquista, se recurría igualmente a ese circunloquio del "relevo a petición propia" para ocultar la indigna destitución. Es un rasgo autoritario que pervive en nuestra cultura democrática. Lo de relevo tiene un aire entre militar y deportivo que lo hace más digno.

El politiqués gusta de periodos ampulosos, frases largas y muletillas que hagan las frases más redondas. Para ello se necesitan algunas fórmulas de entrada. Por ejemplo, "yo suelo decir…", "yo soy de los que dicen…" (o peor, “yo soy de los que digo…”), “estamos hablando de…”. Queda muy bien iniciar un argumento con “en primer lugar”, aunque ya no haya más lugares. Ese tipo de introducciones dialécticas vienen muy bien a una variedad del politiqués, que es el tertulianés, sea de radio o de televisión.

No se olvide el hombre público, sea o no tertuliano, que lo "transparente" es siempre mucho mejor que lo "opaco", lo "profundo" mejor que lo "superficial", lo "global" mejor que lo "particular". No hay ninguna razón lógica para que eso sea así, pero la convención funciona. La acción de profundizar da mucho prestigio; no tanto la de levantar, erigir. Diríase que estamos en una cultura troglodítica. La crisis económica va a resolverse porque "hemos tocado fondo". Claro que no se dice que es el momento de empezar a escarbar.

Montañas de libros y un dedo sin nombre


El mercado editorial vive la consolidación de los grandes grupos de los países emergentes
Predominio de la publicación de libros educativos y profesionales

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO en El País - España.
ILUSTRACIÓN DE MAX.

Publicada la nueva y más fiable clasificación de la edición mundial, realizada a partir de los datos de la consultora Rüdiger Wischenbart. En 2012, 59 grandes grupos de 16 países alcanzaron un volumen de negocio de 57 millardos de euros, lo que no está nada mal en estos tiempos. Las novedades se centran en la aparición y consolidación de grandes grupos editoriales de las naciones emergentes —China, Rusia, Brasil, India, Indonesia, Sudáfrica— y en el evidente predominio de la edición educativa y profesional. El primer puesto del ranking lo sigue ostentando la británica Pearson (6.913 millones de euros), cada vez más centrada en el negocio educativo. Random House (2.142 millones de euros y más de 10.000 títulos publicados), la filial de Bertelsmann, asciende de la 8ª a la 5ª posición del palmarés, favorecida por el éxito global de la serie Cincuenta sombras de Grey y por el control de la mayoría de Penguin (cedida por Pearson). Planeta (1.675 millones de euros), el primer grupo editorial español, desciende de la 6ª a la 8ª posición a consecuencia de la contracción del mercado interior y de la restricción a las importaciones de libros en Argentina, pero sigue presente en 25 países con más de un centenar de marcas diferentes. El segundo —y último— grupo español en la lista de oro es Santillana (734 millones de euros), la división editorial de Prisa, que ocupa el puesto 25º (el 24º en 2011) y logra bandear la crisis del mercado interno con un aumento estratégico de su penetración en Latinoamérica. En general, los megagrupos de los países más afectados por la crisis (España, Japón) son los que pierden posiciones respecto al año pasado, aunque la mayor movilidad se registra en la segunda mitad de la tabla, en la que abundan las editoriales de los países emergentes. Por lo demás, y según datos proporcionados por la Agencia Española del ISBN, la edición en nuestro país sigue adoleciendo de cierto minifundismo: el año pasado 21 sellos (el 0,6% del total), que publican más de quinientos títulos anuales, fueron responsables del 20% de todos los publicados; mientras que, en el extremo opuesto, otros 1.562 (el 47% del total), con un ritmo de publicación menor de 5 libros/año, totalizaron el 3% de los títulos.

Joyceana

Conmoción en el ultraconservador y cerradísimo gremio de los eruditos joyceanos por la reciente publicación por la editorial irlandesa Ithys Press de un “inédito” del autor de Ulysses (1922), quien afirmó haber introducido en su obra maestra suficientes “enigmas y misterios” como para mantener a los profesores ocupados durante siglos. El pequeño volumen, que se publica en edición de lujo de tan sólo 180 ejemplares (10 de ellos, diseñados por el artista sevillano especialista en “marmolado” Antonio Vélez Celemín, se venden a 2.500 libras), se titula Finn’s Hotel y reúne un conjunto de prosas a las que Joyce llamó irónicamente epicletos (“pequeñas épicas”). Se trata de breves viñetas o cuadros narrativos de carácter serio-cómico que tratan diversos aspectos del modo de ser y de la historia de los irlandeses, y que fueron compuestos en 1923, quizás como distracción o descanso de la ingente dedicación al Ulises. Aunque algunas ya habían sido publicadas, ahora aparecen todas juntas y con el título unitario que, al parecer, les destinaba Joyce. Algunos eruditos creen ver en ellas esbozos o esquemas para Finnegans Wake (1938), aunque otros tienden a pensar que se trata de una obra distinta que fue rápidamente abandonada por el autor. El paso a derecho público de las obras de Joyce en 2011, cuyos herederos ejercían un riguroso control sobre los textos (recuérdese que Cátedra tuvo que retirar de las librerías su edición de Ulises), ha provocado una pequeña avalancha de reediciones y nuevos comentarios. En España acaba de aparecer Sobre la escritura (Alba), una breve antología de textos joyceanos sobre el proceso creativo y sus aledaños en la que también se incluyen algunos fragmentos autobiográficos.

Accidente

Se habla a menudo de la RAE, pero rara vez para encomiar su decisiva contribución a la salud colectiva (y no me refiero a la intelectual). Lo cierto es que desde que la docta, longeva y todavía falócrata institución pusiera su diccionario en Internet y en abierto ha descendido ostensiblemente el número de accidentes laborales en el gremio de los escribidores y, en general, entre todos los interesados por la lengua común de casi quinientos millones de hispanohablantes. La última edición en papel y encuadernación de lujo (otro chollo para Espasa) fue la 22ª, publicada en octubre de 2001: su tamaño y volumen la hacían difícilmente manejable, y su peso (3,5 kilos) la convertía en un arma temible, sobre todo cuando se deslizaba por accidente de las manos o el atril y se estrellaba contra los sufridos dedos de los pies del usuario, causándoles todo tipo de moratones y estropicios. La última vez que sufrí uno de esos percances fue la semana pasada, cuando una interrupción del servicio de mi proveedor de Internet me llevó a consultar el ya arqueológico tomo, que guardo como reliquia en la estantería de los libros de consulta, muy cerca del imprescindible y (doblemente) voluminoso Diccionario del español actual (Aguilar), de mi admirado Manuel Seco y sus colaboradores, y de una vetusta edición del Dictionary of Modern Phrase and Fable, de Brewer’s. Un tonto descuido provocó la caída del mamotreto y el consiguiente aplastamiento del cuarto dedo de mi pinrel izquierdo, causándome un considerable dolor que me suscitó un exabrupto casi tangente a la blasfemia, previo a que el apéndice (antes) articulado adquiriera un color cárdeno formado por una ilimitada gama de tonos entre el carmín y el azul índigo. Desde entonces mi susodicho dedo permanece enfundado en una férula protectora que impide su roce con el calzado, por lo que me siento algo más aliviado, gracias. Y, además, ya vuelvo a disponer de Internet, con lo que se aleja el peligro de una repetición del accidente. La paradoja es que recurrí al diccionario porque siempre me ha extrañado la inexistencia (o quizás desuso) de un término castellano que designe precisamente los dedos de los pies. Los ingleses tienen sus toes, los franceses sus orteils y los alemanes sus zehen, pero nosotros debemos conformarnos con el casi perifrástico “dedos de los pies”. Lo mejor de todo es que, con el regreso de Internet pude enterarme de que, además de los médicos, que lo utilizan frecuentemente, al menos en México y en Chile los lugareños que desean más precisión se refieren a los delicados apéndices como “ortejos”, sin duda un derivado de la misma raíz latina que orteil. El DRAE no recoge dicha palabra, lo que no deja de sorprender en un diccionario que se quiere panhispánico. Quizás fuera a cuenta de esa ausencia por lo que ayer tuve un extraño sueño en el que todas mis extremidades eran de palmípedo, incluyendo una coquetona membrana interdigital como la que luce con orgullo Leni, la amante de Josef K en El proceso (1925), tan bien interpretada por Romy Schneider en la peli (1962) de Orson Welles.

¿Beijing o Pekín?




Una ciudad en la encrucijada
De los callejones mal iluminados de Pekín al resplandeciente Beijing de los shoppings, nombrar a la ciudad de una u otra manera implica dónde se posa la mirada en una metrópolis en permanente cambio, entre souvenirs nostálgicos y la reconstrucción.

POR MIGUEL ANGEL PETRECCA en Revista Ñ - Clarín.



Beijing o Pekín: la ciudad se presenta ya de entrada, desde su nombre mismo, inserta en una suerte encrucijada. Tan diferentes suenan estos dos nombres que parece como si se refirieran a dos ciudades, o como si al elegir uno u otro para nombrarla le eligiéramos también destinos distintos. Y sin embargo, ambos nombres son la transliteración de los mismos dos caracteres (北京), cuyo significado literal es “capital del norte”. “Pekín” es la transliteración de acuerdo con un antiguo sistema de romanización. “Beijing”, en cambio, surge del “pinyin”, el sistema de romanización adoptado oficialmente por China a mediados del siglo XX. Cada vez más, desde hace algunos años, en las noticias que se escriben sobre China Beijing viene ganando terreno sobre Pekín. Acá utilizaré alternativamente Pekín o Beijing, porque ambos nombres me parecen reflejar caras contradictorias pero auténticas de la ciudad.

El avance del nombre Beijing a costa de Pekín puede verse, tal vez, como un paralelo de la relación entre la ciudad vieja y la ciudad moderna. Con frecuencia el viajero que llega a Beijing se instala en alguno de los distritos de los alrededores, como Chaoyang y Haidian, que en parte eran hasta hace pocos años zonas rurales o semi rurales y hoy se encuentran cubiertas de rascacielos y abundantemente pobladas. Pueden pasar unos días hasta que, atravesando las sucesivas capas urbanas se encuentre, de golpe, con un paisaje totalmente diferente: ahí, en el corazón de la ciudad, está el viejo Pekín, cuya trama de angostos callejones que corren de este-oeste (los “hutong”) permaneció esencialmente invariable durante siglos. La ciudad alta, colorida y brillantemente iluminada se vuelve baja, casi aldeana, con sus casas de ladrillos y techos de tejas grises, sus callejones pobres pero seductoramente iluminados, y sus viejos que juegan ajedrez chino en la calle, practican caligrafía o simplemente caminan en pijama.

En el pasado, el contorno de esta ciudad antigua estaba señalado por una larga e imponente muralla de nueve puertas. La muralla no sobrevivió a las turbulencias de la política maoísta: fue demolida en 1965 para la construcción de una línea de subte y hoy solamente quedan en pie un pequeño tramo y un par de las puertas. También se demolió el muro rojo que delimitaba, en la ciudad antigua, el contorno de la Ciudad Imperial, dentro de la cual, a su vez, se encuentra la Ciudad Prohibida, residencia del emperador y su corte durante la época imperial.

Además de la demolición de la muralla, el rediseño de la ciudad antigua durante la etapa maoísta incluyó la construcción de la plaza Tian’anmen y de una serie de edificios de gobierno, de los cuales el más notorio tal vez sea el Gran Salón del Pueblo, sede de la Asamblea Popular Nacional. Se trataba, naturalmente, de ocupar y refundar de acuerdo con los presupuestos de una nueva nación, lo que durante siglos había representado en el imaginario chino el lugar mismo del poder. No es extraño que de la puerta norte de la Ciudad Prohibida cuelgue el retrato de Mao en gigantografía, un detalle que sugiere la costumbre de colocar, en una zona de la casa dedicada al culto familiar, los retratos de los antepasados.

Fuera de esta redefinición de los espacios simbólicos, y del saldo de destrucción que la década de la Revolución Cultural significó para muchos templos y sitios históricos, la mayor parte del viejo Pekín, el Pekín de los hutong, con sus tradicionales siheyuan (casas construidas en torno a un patio central) y sus costumbres relajadas, permaneció casi intacto. El giro decisivo se produjo con la apertura económica iniciada a finales de los 70, y especialmente a partir de su profundización en los 90. Desde entonces, el cambio se ha acelerado vertiginosamente. Zonas enteras son asignadas, cada tanto, para la reconstrucción. Reconstrucción significa, primero, relocalizar los viejos residentes en otra zona de la ciudad, demoler las viejas casas tradicionales y construir en su lugar, en el mejor de los casos, una imitación destinada al comercio y al turismo.

De esta progresiva desaparición del viejo Pekín habla, en parte, Gouzi, seudónimo de Gu Xinxu, un narrador nacido en Pekín en 1966 y autor de la novela Confesiones de un tomador de cerveza. En el cuento “Ah Peng”, Gouzi cuenta sus encuentros con su amigo Ah Peng, otro escritor de una generación anterior, que obtuvo cierto nombre por su participación en los acontecimientos de la plaza Tian’anmen de 1976, cuando una multitud se reunió para Qingming jie (el día de culto a los muertos, literalmente: “Fiesta de la Claridad Pura”) en esa plaza con la excusa de homenajear al recién fallecido primer ministro Zhou Enlai. El verdadero objetivo era manifestar contra la Banda de los Cuatro, un grupo de altos dirigentes, representantes de la tendencia más radicalmente maoísta, contraria a toda reforma. En el cuento, los dos amigos se juntan casi diariamente en el restaurante Tianchuan del Xi Cheng (la zona oeste de la vieja ciudad) a tomar cerveza y conversar con amigos. Cuando se emborracha, Ah Peng se pone a revolver en los baldíos vecinos, de donde vuelve con tejas y ladrillos de las viejas casas demolidas, que regala a sus amigos. Hacia el final del cuento la inminente demolición y redefinición de la zona los obliga a buscar otro lugar para sus reuniones.

Aunque el cuento parece destilar nostalgia por la desaparición del viejo Pekín, cuando le pregunto a Gouzi al respecto me responde que, personalmente, no siente ninguna nostalgia. La precariedad de las condiciones de vida en los hutong –hacinamiento, falta de calefacción adecuada y baños públicos y poco higiénicos– implica que para los pobladores la relocalización significa, en general, una mejora. Otra es la opinión de la dueña de un café moderno del Xi Cheng, que después de señalarnos a través de la ventana unas dos manzanas valladas y en plena obra, nos dice: “Eran viejos hutong. Una verdadera lástima.”

Mientras el viejo Pekín desaparece o es reemplazado por una imagen for export de sí mismo, convertido en objeto de marketing turístico y reproducido hasta el hartazgo en infinidad de souvenirs (naipes, postales, cuadros, etc.), el nuevo se sigue expandiendo con velocidad hacia las afueras. En los numerosos shoppings que se repiten por toda la ciudad, la Navidad parece no haber terminado. Los negocios están repletos de gente que a pesar de los más de diez grados bajo cero viene a aprovechar las liquidaciones de fin de año. La ciudad está iluminada en forma exquisita, pero no hay que esperar demasiados festejos para año nuevo. El gobierno de Beijing prohíbe el uso de pirotecnia dentro de la mayor parte de la zona urbana. Tal vez para compensar esta prohibición que a muchos les resulta irritante, se organiza una instalación lumínica. Una potente columna de luz de 5000 metros altura, diseñada por el artista Wang Jianwei, se proyecta en cielo al llegar la hora cero.

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