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sábado, 27 de julho de 2013

LA LENGUA VIVA


Errores, precisiones y aprendizaje
Amando de Miguel en Libertad Digital - España


No dejamos nunca de aprender nuevas palabras o nuevos sentidos de las ya conocidas. Los libertarios curiosos (que no descansan ni en verano) me sorprenden todos los días con renovados hallazgos. Paso a exponer sintéticamente algunas muestras.

Francisco Moreno Doncel recuerda que José María Pemán explicaba la diferencia entre "honrado" y "honesto". Ser honrado equivalía a procurar la limpieza del cuerpo del ombligo para arriba. Ser honesto era algo parecido, pero del ombligo para abajo. Me parece una distinción un tanto zafia, inverosímil en un señor tan fino como el gaditano. Yo la veo más bien apoyada en la lectura de los mandamientos de Moisés, el código más antiguo del mundo (lleva vigente más de 3.000 años). Ser honrado es el que cumple los mandamientos 7º (no robar), 8º (no mentir) y 10º (no codiciar los bienes ajenos). Ser honesto equivale a cumplir los mandamientos 6º (no fornicar ilegítimamente) y 9º (no tener pensamientos impuros). Por eso, al hablar de corrupción política, diremos mejor "honradez”.

Jorge González y Argüelles de Miranda recuerda la chanza de Pío Baroja sobre si se debía decir "bajar con zapatillas, de zapatillas o en zapatillas". Yo alcancé a visitar a don Pío en su caserío hace 60 años. El hombre iba en zapatillas. Don Jorge se plantea el origen de la expresión "ni oxte ni moxte" (= no decir ni pío, ni una palabra). No me convence la interpretación que aduce sobre esas dos interjecciones para ahuyentar a las aves. Me suena más otra interpretación, la de que se trata de reducciones de "oiga usted” y “mire usted” con la que se empiezan muchas frases. Otra duda de don Jorge es si se debe decir “con referencia a" o bien "en referencia a". Mejor la primera.

Martín Pruna matiza que en Sevilla el "guiri" es un turista extranjero con apariencia de tal. Lo que no queda claro es en qué consiste esa apariencia.

Miguel Rosellón me aclara el misterio de los "puntos básicos". Un punto básico es la centésima parte del 1%. Entendido. Pero entonces no sé por qué no se llaman "centesimales” y no “básicos”. Otra aclaración que me hace don Miguel es que en las finanzas el “corto plazo" es un año o dos; el "medio” es alrededor de cinco y lo que supera ese plazo es “largo”. No me parece muy precisa la cosa.

El sindicato EPS (Espacio de Participación Social) me pide una rectificación sobre mi comentario a la ligera sobre la inanidad de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. Rectifico con mucho gusto, pues ignoraba que la tal fábrica imprimiera billetes y otros impresos oficiales, aparte de exportar papel especial para esos menesteres. Pido perdón si mi nesciencia ha podido ofender a alguien, en este caso a un sindicato con tan donoso nombre como Espacio de Participación Social. Suena a una especie de club para personas mayores.

José Bolívar Cimadevilla sostiene que "utopía" es lo que no existe y puede existir, mientras que "quimera" es lo que no es posible que exista. Por lo visto, la distinción la hace Gustavo Bueno (padre). Razón de más para admitirla. Otra buena corrección. En este rincón siempre se aprende algo.

Maribel Torbeck se queja de la expresión "es una persona muy humana". Pues me parece correcta. Hay conductas inhumanas, aunque emanen de personas. “Humano" es también "persona benévola, generosa y comprensiva con el prójimo o con los animales”. En cuyo caso bien podríamos afirmar que una gran parte de las personas son poco humanas. Por tanto, es un elogio bien merecido observar que algunas personas, excepcionalmente, son muy humanas.

EL IDIOMA ESPAÑOL

Wert aboga por crear un mercado común cultural del idioma español

26/07/2013 | AGENCIA EFE

El ministro de Educación, Cultura y Deportes, José Ignacio Wert, ha abogado hoy en Mérida, en la clausura de la Reunión Anual de Directores del Instituto Cervantes, por crear un mercado común cultural del idioma español, como en cierta forma ocurre con el inglés, ya que su potencial es enorme.

El ministro de Educación, Cultura y Deportes, José Ignacio Wert, ha abogado hoy en Mérida, en la clausura de la Reunión Anual de Directores del Instituto Cervantes, por crear un mercado común cultural del idioma español, como en cierta forma ocurre con el inglés, ya que su potencial es enorme.

«El consumo de productos británicos y americanos por ingleses y norteamericanos es prácticamente indistinto, nosotros todavía no estamos así de cerca y eso que la lengua -española- tiene un nivel de convergencia en todos sus ámbitos probablemente superior al del inglés», ha indicado Wert en su discurso.

Ante los más de 70 directivos del Instituto Cervantes, el ministro ha considerado que el español es un motor de «desarrollo inteligente» y una de las fortalezas mayores del país y de Iberoamérica.

Wert ha subrayado que es la segunda lengua del mundo en hablantes, en comercio y en estudiantes, y la tercera en Internet.

El ministro ha abogado por «poner precio a lo que no tiene precio» y ha apuntado que la riqueza que el español genera puede suponer el 11 por ciento del PIB del país.

En su intervención, ha apostado por poner en valor el español en el ámbito científico y tecnológico y en Internet.

Se ha sumado a la idea de la iberoamericanización del Cervantes, como hizo este martes el Príncipe, que asistió a una sesión de trabajo, y ha resaltado la importancia de la promoción en México, «primer nicho de mercado del español» y en EE. UU., donde unos 50 millones de personas lo hablan.

El ministro también ha llamado a intensificar la relación entre el Ministerio de Educación y el Instituto Cervantes, ya que hay en el extranjero 105.000 alumnos del sistema educativo español.

A los directivos les ha emplazado a reforzar su «papel diplomático» de la cultura española, y como «guardianes» del castellano.

El secretario general del Instituto Cervantes, Rafael Rodríguez-Ponga, ha indicado en la rueda de prensa posterior a la clausura del evento que el auge del español en el mundo ofrece nuevas posibilidades de empleo cualificado dentro y fuera de España.

Ha recordado que cada año vienen al país 250.000 estudiantes extranjeros a estudiar español y ha destacado la presencia de esta lengua en Estados Unidos, donde ha crecido el número de hablantes y también su prestigio, presencia social, peso cultural y valor económico.

Rodríguez-Ponga ha planteado como retos la presencia del Instituto Cervantes en el mundo árabe y el sudeste asiático y, en este sentido, ha abogado por potenciar esta institución en Manila (Filipinas), como cabecera de la zona, al tiempo que ha avanzado que va a haber un congreso de profesores de español en esta ciudad.

Esta reunión va a hacer historia en la entidad, en su opinión, porque va a condicionar su futuro.

(Agencia EFE)

GLOSARIO

Multiculturalismo. Refiere a comunidades con diferentes culturas. En términos descriptivos, significa que demográficamente existe diversidad cultural en áreas territorialmente delimitadas, como barrios, escuelas, ciudades o naciones; en términos normativos, se refiere a las políticas y corrientes de pensamiento que promueven la institucionalización de esta diversidad. El multiculturalismo suele contrastarse con el concepto de asimilación cultural; a la par, se lo vincula con expresiones metafóricas como mosaico cultural y ensaladera (salad bowl).

Diversidad cultural. El grado de variedad de culturas autónomas en relación a una monocultura o a una tendencia homogeneizadora de la cultura. La diversidad se considera un atributo positivo.

Asimilación cultural. Se denomina de esta forma el proceso mediante el cual una persona o un grupo de personas se incorporan ¿o son incorporadas? a una cultura que a priori les resulta ajena. Se relaciona con expresiones como crisol de razas y se diferencia de otras como mosaico cultural y ensaladera (salad bowl).

Crisol de razas. Es una expresión retórica para referirse a una sociedad culturalmente heterogénea que se vuelve homogénea a través de un proceso de asimilación cultural. Difiere pues del multiculturalismo.

Mosaico cultural. Esta locución alude a la coexistencia en una sociedad de diversas etnias, idiomas y culturas. Asume una versión ideal del multiculturalismo, en abierta discrepancia con la asimilación cultural del crisol de razas.

Ensaladera (salad bowl). Sugiere que la integración cultural es como una ensalada, en que los elementos se combinan, pero sin disolverse, como en el crisol de razas.

Pluralismo cultural. La capacidad de pequeños grupos de mantener su identidad y valores culturales que son aceptados por la sociedad mayor. Se diferencia del multiculturalismo, ya que éste no requiere una cultura dominante.

Interculturalidad. Es un término normativo que apoya la comunicación intercultural y combate la autosegregación entre culturas. Indica las propuestas que trascienden la mera aceptación de la diversidad cultural e incentiva la interacción entre ellas. La expresión se emplea como crítica al multiculturalismo y su falta de políticas inclusivas.

Pluriculturalismo. Enfatiza la noción de que un individuo está atravesado por diversas culturas que crean múltiples identificaciones. La identidad individual y social es entonces el producto de múltiples experiencias culturales. Se aleja pues del multiculturalismo.

Razas humanas. Sistema de clasificación para categorizar humanos en grandes grupos según afiliaciones anatómicas, lingüísticas, culturales, geográficas, étnicas, religiosas, genéticas, históricas y sociales. Primero sugirió afiliaciones nacionales; a partir del siglo XVII utilizó elementos físicos para jerarquizar a los grupos étnicos; desde el siglo XIX, ya en un sentido taxonómico, categorizó a los humanos según patrones genéticos fenotípicos. Luego de la experiencia del siglo XX, el término está perimido en la mayoría de los contextos académicos y públicos.

EL MATE



10 mitos y verdades sobre el mate

Es una infusión tan instalada en nuestra vida, que arrastra falsas creencias difundidas de generación en generación. Para desterrarlas, buscamos la opinión de varios especialistas.
Vanesa López
valopez@agea.com.ar / t: @vanelop


1) “El mate es solo una 'compañía', no sirve como alimento”

FALSO. Tiene más aportes nutricionales de los que imaginamos. “Los beneficios y aspectos terapéuticos de la yerba mate fueron confirmados por numerosos estudios científicos”, asegura la licenciada Valeria Cerquetti, nutricionista y autora de Adelgazarsepuede. “Es similar al té verde, aunque más nutritiva: aporta vitaminas B1, B2, más de diez tipos de aminoácidos, hierro, magnesio, sodio y potasio. Además, estudios realizados en Estados Unidos le otorgan la capacidad de incrementar los niveles de colesterol bueno (HDL) en sangre y elevar a nivel sanguíneo una enzima (paraoxonasa-1) que ejerce un factor cardioprotector”, agrega.



2) “Sirve para adelgazar”

FALSO. “No sirve específicamente para adelgazar”, responde la doctora Sonia Spiner, médica especialista en nutrición y miembro de la Sociedad Argentina de Nutrición. Pero se puede incluir en los planes de descenso de peso. En esos casos, “es útil para incluirlo como infusión que forme parte del desayuno, de la merienda o de la colación”, cuenta la experta. Para que no sume calorías, se recomienda no agregarle azúcar.



3) “Para el desayuno, con unos matecitos alcanza”

FALSO. “Desayunar es algo más que tomar un té, café o mate”, alerta el doctor Adrián Cormillot en su libro "La comida no engorda, ¿por qué engordamos nosotros?" (editorial Planeta). “Idealmente, el desayuno debe incluir alimentos de al menos cuatro de los grupos básicos: lácteos, cereales, frutas, azúcares y grasas, pero eso puede ser difícil de lograr en una cultura como la nuestra. Lácteos y cereales – como el pan – no pueden faltar”, detalla.



4) “Sirve para alcanzar los dos litros de agua que tenemos que tomar por día”

FALSO. “No sirve para alcanzar los dos litros de agua que tenemos que tomar por día porque el mate tiene un efecto diurético”, responde la doctora Spiner. Esto quiere decir que favorece la eliminación de líquidos. Por su parte, no se puede sustituir al agua pura, ya que cumple objetivos específicos: “tiene una función metabólica e ingresa en diferentes células y tejidos u órganos, como el riñón, el intestino, la piel y las mucosas, entre otros”, agrega.



5) “No hay que tomarlo a la noche”

FALSO. Muchas personas evitan tomar mate por las noches para que no interfiera con el proceso de dormir. “Es importante aclarar que si bien la mateína posee propiedades similares a la cafeína (ambos son promotores de la actividad mental, incrementan la energía, la capacidad de concentración y la resistencia a la fatiga física), el mate NO interfiere de manera directa con los procesos de sueño”, responde Cerquetti.



6) “Puede generar celulitis”

FALSO. Para evitar la aparición de piel de naranja se recomienda reducir el consumo de café, pero esta alerta no se extiende a otras infusiones, como el mate. “Lo que genera la celulitis son los malos hábitos alimentarios, el sedentarismo, los cambios hormonales y la genética”, señala la doctora Spiner.



7) “Se puede tomar en grandes cantidades"

FALSO. “Su consumo continuo puede inflamar el hígado y el bazo. Asimismo, no es aconsejable en caso de problemas articulares, como artritis, artrosis, dolores óseos o reuma. Tal vez deberíamos recordar su uso original, como bebida ceremonial en reuniones comunitarias, para así limitar su consumo”, alerta la nutricionista Susana Zurschmitten en su libro “La dieta inteligente” (de Grupal Distribuidora). “Se puede combinar la yerba con algunas hierbas medicinales para minimizar su efecto. Otra opción es elegir un momento del día para disfrutar plenamente de esta infusión y, así, moderar su consumo”, agrega la experta.



8) “Tiene efecto laxante”

VERDADERO. “El mate se utiliza en tratamientos agudos o crónicos de estreñimiento y trastornos asociados”, explica Cerquetti.



9) “Lo mejor es tomarlo amargo”

VERDADERO. “Lo ideal es tomarlo amargo o con edulcorante, para evitar el alto consumo de azúcar innecesario”, coincide la doctora Spiner. En caso de optar por un endulzante, muchos especialistas recomiendan la stevia como una opción natural.



10) “Puede producir acidez"

VERDADERO. “Como nutricionista recomiendo suspender su toma en caso de acidez gástrica o sensación de malestar digestivo”, alerta Cerquetti.

El balance de una vida bien vivida




El balance de una vida bien vivida
Por Veronica Chiaravalli | LA NACION

Hace algunas semanas, el espacio de esta columna estuvo dedicado a dos grandes escritores -Philip Roth y Alice Munro- que, sobre el filo de los 80 años, decían adiós a la literatura (a la propia, a la que ya no escribirían) para reorientar sus vidas en una nueva dirección. Hoy, esa especie de tríptico se cierra con el escritor y neurólogo británico Oliver Sacks, que aporta un matiz diferente.

Nacido el 9 de julio de 1933, autor de títulos clásicos de la literatura científica como El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Sacks ganó la mayor popularidad a comienzos de los años 90 cuando Robin Williams y Robert De Niro protagonizaron el film Despertares, basado en el libro homónimo del neurólogo. Pocos días atrás, a sus flamantes 80 años, Sacks hizo públicas una serie de consideraciones sobre esa edad, una especie de balance de su vida. A juzgar por sus palabras (reproducidas por El País de España), el saldo es altamente positivo. En primer lugar, se mantiene activo. El año pasado apareció su libro más reciente, Hallucinatios (Alucinaciones, que Anagrama tiene previsto publicar pronto en castellano), y sus editores afirman que está trabajando en una nueva obra que espera concluir en los próximos años. En segundo lugar, parece entusiasmado con la década que comienza. "Ama lo inevitable", ironiza un colega malicioso, pero lo cierto es que Sacks encara esta etapa con más curiosidad que melancolía.

Pocas cosas anota en la columna del debe: apenas algún remordimiento por haber "perdido el tiempo", no haber aprendido otros idiomas ni superado una timidez angustiosa, y por haber viajado poco. La columna del haber, en cambio, es exuberante: alegría de vivir, sentimientos de gratitud, sensación de que el horizonte intelectual se ensancha, acumulación de experiencias valiosas, conciencia de la historia, mayor sensibilidad hacia la belleza. Y lo que prometen los años por venir: ocio y libertad "para explorar lo que deseemos".

"Siento que debería estar intentando completar mi vida -reflexiona Sacks-, signifique lo que signifique eso de 'completar una vida'. Algunos de mis pacientes, con 90 o 100 años, entonan el nunc dimittis: 'He tenido una vida plena y ahora estoy listo para irme'. Para algunos de ellos, esto significa irse al cielo. Yo no tengo ninguna fe en (ni deseo de) una existencia post mortem , más allá de la que tendré en los recuerdos de mis amigos y en la esperanza de que algunos de mis libros sigan 'hablando' con la gente después de mi muerte."

Y concluye: "Tal vez con suerte, llegue más o menos intacto a cumplir algunos años más y se me conceda la libertad de amar y de trabajar, las dos cosas más importantes de la vida, como insistía Freud"..

Las clases magistrales de Cortázar















Un nuevo libro reúne las lecciones de literatura que el autor de Rayuela dictó en Berkeley, en 1980. Su pensamiento y la intimidad de sus elecciones artísticas, en un adelanto exclusivo

La Nación - Buenos Aires.

Primera clase. Los caminos de un escritor

Quisiera que quede bien claro que, aunque propongo primero los cuentos y en segundo lugar las novelas, esto no significa para mí una discriminación o un juicio de valor: soy autor y lector de cuentos y novelas con la misma dedicación y el mismo entusiasmo. Ustedes saben que son cosas muy diferentes, que trataremos de precisar mejor en algunos aspectos, pero el hecho de que haya propuesto que nos ocupemos primero de los cuentos es porque como tema son de un acceso más fácil; se dejan atrapar mejor, rodear mejor que una novela por razones obvias sobre las cuales no vale la pena que insista.

Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones. Para empezar a hablar del cuento como género y de mis cuentos como una continuación, estuve pensando en estos días que para que entremos con más provecho en el cuento latinoamericano sería tal vez útil una breve reseña de lo que en alguna charla ya muy vieja llamé una vez "Los caminos de un escritor"; es decir, la forma en que me fui moviendo dentro de la actividad literaria a lo largo de. desgraciadamente treinta años. El escritor no conoce esos caminos mientras los está franqueando -puesto que vive en un presente como todos nosotros- pero pasado el tiempo llega un día en que de golpe, frente a muchos libros que ha publicado y muchas críticas que ha recibido, tiene la suficiente perspectiva y el suficiente espacio crítico para verse a sí mismo con alguna lucidez. Hace algunos años me planteé el problema de cuál había sido finalmente mi camino dentro de la literatura (decir "literatura" y "vida" para mí es siempre lo mismo, pero en este caso nos estamos concentrando en la literatura). Puede ser útil que reseñe hoy brevemente ese camino o caminos de un escritor porque luego se verá que señalan algunas constantes, algunas tendencias que están marcando de una manera significativa y definitoria la literatura latinoamericana importante de nuestro tiempo.

Les pido que no se asusten por las tres palabras que voy a emplear a continuación porque en el fondo, una vez que se da a entender por qué se las está utilizando, son muy simples. Creo que a lo largo de mi camino de escritor he pasado por tres etapas bastante bien definidas: una primera etapa que llamaría estética (ésa es la primera palabra), una segunda etapa que llamaría metafísica y una tercera etapa, que llega hasta el día de hoy, que podría llamar histórica. En lo que voy a decir a continuación sobre esos tres momentos de mi trabajo de escritor va a surgir por qué utilizo estas palabras, que son para entendernos y que no hay que tomar con la gravedad que utiliza un filósofo cuando habla por ejemplo de metafísica.

Pertenezco a una generación de argentinos surgida casi en su totalidad de la clase media en Buenos Aires, la capital del país; una clase social que por estudios, orígenes y preferencias personales se entregó muy joven a una actividad literaria concentrada sobre todo en la literatura misma. Me acuerdo bien de las conversaciones con mis camaradas de estudios y con los que siguieron siendo amigos una vez que los terminé y todos comenzamos a escribir y algunos poco a poco también a publicar. Me acuerdo de mí mismo y de mis amigos, jóvenes argentinos (porteños, como les decimos a los de Buenos Aires) profundamente estetizantes, concentrados en la literatura por sus valores de tipo estético, poético, y por sus resonancias espirituales de todo tipo. No usábamos esas palabras y no sabíamos lo que eran, pero ahora me doy perfecta cuenta de que viví mis primeros años de lector y de escritor en una fase que tengo derecho a calificar de "estética", donde lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros en un ideal de perfección estilística profundamente refinada. Era una época en la que los jóvenes de mi edad no nos dábamos cuenta hasta qué punto estábamos al margen y ausentes de una historia particularmente dramática que se estaba cumpliendo en torno de nosotros, porque esa historia también la captábamos desde un punto de vista de lejanía, con distanciamiento espiritual.

Viví en Buenos Aires, desde lejos por supuesto, el transcurso de la guerra civil en que el pueblo de España luchó y se defendió contra el avance del franquismo que finalmente habría de aplastarlo. Viví la segunda guerra mundial, entre el año 39 y el año 45, también en Buenos Aires. ¿Cómo vivimos mis amigos y yo esas guerras? En el primer caso éramos profundos partidarios de la República española, profundamente antifranquistas; en el segundo, estábamos plenamente con los aliados y absolutamente en contra del nazismo. Pero en qué se traducían esas tomas de posición: en la lectura de los periódicos, en estar muy bien informados sobre lo que sucedía en los frentes de batalla; se convertían en charlas de café en las que defendíamos nuestros puntos de vista contra eventuales antagonistas, eventuales adversarios. A ese pequeño grupo del que formaba parte pero que a su vez era parte de muchos otros grupos, nunca se nos ocurrió que la guerra de España nos concernía directamente como argentinos y como individuos; nunca se nos ocurrió que la segunda guerra mundial nos concernía también aunque la Argentina fuera un país neutral. Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor que además es un hombre tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía por uno de los grupos combatientes. Esto, que supone una autocrítica muy cruel que soy capaz de hacerme a mí y a todos los de mi clase, determinó en gran medida la primera producción literaria de esa época: vivíamos en un mundo en el que la aparición de una novela o un libro de cuentos significativo de un autor europeo o argentino tenía una importancia capital para nosotros, un mundo en el que había que dar todo lo que se tuviera, todos los recursos y todos los conocimientos para tratar de alcanzar un nivel literario lo más alto posible. Era un planteo estético, una solución estética; la actividad literaria valía para nosotros por la literatura misma, por sus productos y de ninguna manera como uno de los muchos elementos que constituyen el contorno, como hubiera dicho Ortega y Gasset "la circunstancia", en que se mueve un ser humano, sea o no escritor.
De todas maneras, aun en ese momento en que mi participación y mi sentimiento histórico prácticamente no existían, algo me dijo muy tempranamente que la literatura -incluso la de tipo fantástico más imaginativa- no estaba únicamente en las lecturas, en las bibliotecas y en las charlas de café. Desde muy joven sentí en Buenos Aires el contacto con las cosas, con las calles, con todo lo que hace de una ciudad una especie de escenario continuo, variante y maravilloso para un escritor. Si por un lado las obras que en ese momento publicaba alguien como Jorge Luis Borges significaban para mí y para mis amigos una especie de cielo de la literatura, de máxima posibilidad en ese momento dentro de nuestra lengua, al mismo tiempo me había despertado ya muy temprano a otros escritores de los cuales citaré solamente uno, un novelista que se llamó Roberto Arlt y que desde luego es mucho menos conocido que Jorge Luis Borges porque murió muy joven y escribió una obra de difícil traducción y muy cerrada en el contorno de Buenos Aires. Al mismo tiempo que mi mundo estetizante me llevaba a la admiración por escritores como Borges, sabía abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle que circula en los cuentos y las novelas de Roberto Arlt. Es por eso que, cuando hablo de etapas en mi camino, no hay que entenderlas nunca de una manera excesivamente compartimentada: me estaba moviendo en esa época en un mundo estético y estetizante pero creo que ya tenía en las manos o en la imaginación elementos que venían de otros lados y que todavía necesitarían tiempo para dar sus frutos. Eso lo sentí en mí mismo poco a poco, cuando empecé a vivir en Europa.

Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana. En Europa continué escribiendo cuentos de tipo estetizante y muy imaginativos, prácticamente todos de tema fantástico. Sin darme cuenta, empecé a tratar temas que se separaron de ese primer momento de mi trabajo. En esos años escribí un cuento muy largo, quizá el más largo que he escrito, "El perseguidor", que en sí mismo no tiene nada de fantástico pero en cambio tiene algo que se convertía en importante para mí: una presencia humana, un personaje de carne y hueso, un músico de jazz que sufre, sueña, lucha por expresarse y sucumbe aplastado por una fatalidad que lo persiguió toda su vida. (Los que lo han leído saben que estoy hablando de Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Carter.) Cuando terminé ese cuento y fui su primer lector, advertí que de alguna manera había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra. Ahora el personaje se convertía en el centro de mi interés mientras que en los cuentos que había escrito en Buenos Aires los personajes estaban al servicio de lo fantástico como figuras para que lo fantástico pudiera irrumpir; aunque pudiera tener simpatía o cariño por determinados personajes de esos cuentos, era muy relativo: lo que verdaderamente me importaba era el mecanismo del cuento, sus elementos finalmente estéticos, su combinatoria literaria con todo lo que puede tener de hermoso, de maravilloso y de positivo. En la gran soledad en que vivía en París de golpe fue como estar empezando a descubrir a mi prójimo en la figura de Johnny Carter, ese músico negro perseguido por la desgracia cuyos balbuceos, monólogos y tentativas inventaba a lo largo de ese cuento.

Ese primer contacto con mi prójimo -creo que tengo derecho a utilizar el término-, ese primer puente tendido directamente de un hombre a otro, de un hombre a un conjunto de personajes, me llevó en esos años a interesarme cada vez más por los mecanismos psicológicos que se pueden dar en los cuentos y en las novelas, por explorar y avanzar en ese territorio -que es el más fascinante de la literatura al fin y al cabo- en que se combina la inteligencia con la sensibilidad de un ser humano y determina su conducta, todos sus juegos en la vida, todas sus relaciones y sus interrelaciones, sus dramas de vida, de amor, de muerte, su destino; su historia, en una palabra. Cada vez más deseoso de ahondar en ese campo de la psicología de los personajes que estaba imaginando, surgieron en mí una serie de preguntas que se tradujeron en dos novelas, porque los cuentos no son nunca o casi nunca problemáticos: para los problemas están las novelas, que los plantean y muchas veces intentan soluciones. La novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en que se debaten juegos capitales del destino humano, y si uso el término destino humano es porque en ese momento me di cuenta de que yo no había nacido para escribir novelas psicológicas o cuentos psicológicos como los hay y por cierto tan buenos. El solo hecho de manejar elementos en la vida de algunos personajes no me satisfacía lo suficiente. Ya en "El perseguidor", con toda su torpeza y su ignorancia, Johnny Carter se plantea problemas que podríamos llamar "últimos". Él no entiende la vida y tampoco entiende la muerte, no entiende por qué es un músico, quisiera saber por qué toca como toca, por qué le suceden las cosas que le suceden. Por ese camino entré en eso que con un poco de pedantería he calificado de etapa metafísica, es decir, una autoindagación lenta, difícil y muy primaria -porque yo no soy un filósofo ni estoy dotado para la filosofía- sobre el hombre, no como simple ser viviente y actuante sino como ser humano, como ser en el sentido filosófico, como destino, como camino dentro de un itinerario misterioso.

Esta etapa que llamo metafísica a falta de mejor nombre se fue cumpliendo sobre todo a lo largo de dos novelas. La primera, que se llama Los premios, es una especie de divertimento; la segunda quiso ser algo más que un divertimento y se llama Rayuela. En la primera intenté presentar, controlar, dirigir un grupo importante y variado de personajes. Tenía una preocupación técnica, porque un escritor de cuentos -como lectores de cuentos, ustedes lo saben bien- maneja un grupo de personajes lo más reducido posible por razones técnicas: no se puede escribir un cuento de ocho páginas en donde entren siete personas ya que llegamos al final de las ocho páginas sin saber nada de ninguna de las siete, y obligadamente hay una concentración de personajes como hay también una concentración de muchas otras cosas. La novela en cambio es realmente el juego abierto, y en Los premios me pregunté si dentro de un libro de las dimensiones habituales de una novela sería capaz de presentar y tener un poco las riendas mentales y sentimentales de un número de personajes que al final, cuando los conté, resultaron ser dieciocho. ¡Ya es algo! Fue, si ustedes quieren, un ejercicio de estilo, una manera de demostrarme a mí mismo si podía o no pasar a la novela como género. Bueno, me aprobé; con una nota no muy alta pero me aprobé en ese examen. Pensé que la novela tenía los suficientes elementos como para darle atracción y sentido, y allí, en muy pequeña escala todavía, ejercité esa nueva sed que se había posesionado de mí, esa sed de no quedarme solamente en la psicología exterior de la gente y de los personajes de los libros sino ir a una indagación más profunda del hombre como ser humano, como ente, como destino. En Los premios eso se esboza apenas en algunas reflexiones de uno o dos personajes.

A lo largo de unos cuantos años escribí Rayuela y en esa novela puse directamente todo lo que en ese momento podía poner en ese campo de búsqueda e interrogación. El personaje central es un hombre como cualquiera de todos nosotros, realmente un hombre muy común, no mediocre pero sin nada que lo destaque especialmente; sin embargo, ese hombre tiene -como ya había tenido Johnny Carter en "El perseguidor"- una especie de angustia permanente que lo obliga a interrogarse sobre algo más que su vida cotidiana y sus problemas cotidianos. Horacio Oliveira, el personaje de Rayuela, es un hombre que está asistiendo a la historia que lo rodea, a los fenómenos cotidianos de luchas políticas, guerras, injusticias, opresiones y quisiera llegar a conocer lo que llama a veces "la clave central", el centro que ya no sólo es histórico sino también filosófico, metafísico, y que ha llevado al ser humano por el camino de la historia que está atravesando, del cual nosotros somos el último y presente eslabón. Horacio Oliveira no tiene ninguna cultura filosófica -como su padre- y simplemente se hace las preguntas que nacen de lo más hondo de la angustia. Se pregunta muchas veces cómo es posible que el hombre como género, como especie, como conjunto de civilizaciones, haya llegado a los tiempos actuales siguiendo un camino que no le garantiza en absoluto el alcance definitivo de la paz, la justicia y la felicidad, por un camino lleno de azares, injusticias y catástrofes en que el hombre es el lobo del hombre, en que unos hombres atacan y destrozan a otros, en que justicia e injusticia se manejan muchas veces como cartas de póquer. Horacio Oliveira es el hombre preocupado por elementos ontológicos que tocan al ser profundo del hombre: ¿Por qué ese ser preparado teóricamente para crear sociedades positivas por su inteligencia, su capacidad, por todo lo que tiene de positivo, no lo consigue finalmente o lo consigue a medias, o avanza y luego retrocede? (Hay un momento en que la civilización progresa y luego cae bruscamente, y basta con hojear el Libro de la Historia para asistir a la decadencia y a la ruina de civilizaciones que fueron maravillosas en la Antigüedad.) Horacio Oliveira no se conforma con estar metido en un mundo que le ha sido dado prefabricado y condicionado; pone en tela de juicio cualquier cosa, no acepta las respuestas habitualmente dadas, las respuestas de la sociedad x o de la sociedad z, de la ideología a o de la ideología b.

Esa etapa histórica suponía romper el individualismo y el egoísmo que hay siempre en las investigaciones del tipo que hace Oliveira, ya que él se preocupa de pensar cuál es su propio destino en tanto destino del hombre pero todo se concentra en su propia persona, en su felicidad y su infelicidad. Había un paso que franquear: el de ver al prójimo no sólo como el individuo o los individuos que uno conoce sino también verlo como sociedades enteras, pueblos, civilizaciones, conjuntos humanos. Debo decir que llegué a esa etapa por caminos curiosos, extraños y a la vez un poco predestinados. Había seguido de cerca con mucho más interés que en mi juventud todo lo que sucedía en el campo de la política internacional en aquella época: estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial. (No tenía aún nombres precisos: a esa gente se los llamaba "los barbudos" y Batista era un nombre de dictador en un continente que ha tenido y tiene tantos.) Poco a poco, eso tomó para mí un sentido especial. Testimonios que recibí y textos que leí me llevaron a interesarme profundamente por ese proceso, y cuando la Revolución cubana triunfó a fines de 1959, sentí el deseo de ir. Pude ir -al principio no se podía- menos de dos años después. Fui a Cuba por primera vez en 1961 como miembro del jurado de la Casa de las Américas que se acababa de fundar. Fui a aportar la contribución del único tipo que podía dar, de tipo intelectual, y estuve allí dos meses viendo, viviendo, escuchando, aprobando y desaprobando según las circunstancias. Cuando volví a Francia traía conmigo una experiencia que me había sido totalmente ajena: durante casi dos meses no estuve metido con grupos de amigos o con cenáculos literarios; estuve mezclándome cotidianamente con un pueblo que en ese momento se debatía frente a las peores dificultades, al que le faltaba todo, que se veía preso en un bloqueo despiadado y sin embargo luchaba por llevar adelante esa autodefinición que se había dado a sí mismo por la vía de la revolución. Cuando volví a París eso hizo un lento pero seguro camino. Habían sido invitaciones de pasaporte para mí y nada más, señas de identidad y nada más. En ese momento, por una especie de brusca revelación -y la palabra no es exagerada-, sentí que no sólo era argentino: era latinoamericano, y ese fenómeno de tentativa de liberación y de conquista de una soberanía a la que acababa de asistir era el catalizador, lo que me había revelado y demostrado que no solamente yo era un latinoamericano que estaba viviendo eso de cerca sino que además me mostraba una obligación, un deber. Me di cuenta de que ser un escritor latinoamericano significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y la condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla también en el trabajo literario. Creo entonces que puedo utilizar el nombre de etapa histórica, o sea de ingreso en la historia, para describir este último jalón en mi camino de escritor.

Si han podido leer algunos libros míos que abarquen esos períodos, verán muy claramente reflejado lo que he tratado de explicar de una manera un poco primaria y autobiográfica, verán cómo se pasa del culto de la literatura por la literatura misma al culto de la literatura como indagación del destino humano y luego a la literatura como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada uno de nosotros nos concierne en su país. Si les he contado esto -e insisto en que he hecho un poco de autobiografía, cosa que siempre me avergüenza- es porque creo que ese camino que seguí es extrapolable en gran medida al conjunto de la actual literatura latinoamericana que podemos considerar significativa. En el curso de las últimas tres décadas la literatura de tipo cerradamente individual que naturalmente se mantiene y se mantendrá y que da productos indudablemente hermosos e indiscutibles, esa literatura por el arte y la literatura misma ha cedido terreno frente a una nueva generación de escritores mucho más implicados en los procesos de combate, de lucha, de discusión, de crisis de su propio pueblo y de los pueblos en conjunto. La literatura que constituía una actividad fundamentalmente elitista y que se autoconsideraba privilegiada (todavía lo hacen muchos en muchos casos) fue cediendo terreno a una literatura que en sus mejores exponentes nunca ha bajado la puntería ni ha tratado de volverse popular o populachera llenándose con todo el contenido que nace de los procesos del pueblo de donde pertenece el autor. Estoy hablando de la literatura más alta de la que podemos hablar en estos momentos, la de Asturias, Vargas Llosa, García Márquez, cuyos libros han salido plenamente de ese criterio de trabajo solitario por el placer mismo del trabajo para intentar una búsqueda en profundidad en el destino, en la realidad, en la suerte de cada uno de sus pueblos. Por eso me parece que lo que me sucedió en el terreno individual y privado es un proceso que en conjunto se ha ido dando de la misma manera yendo de lo más (cómo decirlo, no me gusta la palabra elitista, pero en fin...), de lo más privilegiado, lo más refinado como actividad literaria, a una literatura que guardando todas sus calidades y todas sus fuerzas se dirige actualmente a un público de lectores que va mucho más allá que los lectores de la primera generación que eran sus propios grupos de clase, sus propias élites, aquellos que conocían los códigos y las claves y podían entrar en el secreto de esa literatura casi siempre admirable pero también casi siempre exquisita.

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Conviene hacer una cosa bastante elemental al principio que es preguntarse qué es un cuento, porque sucede que todos los leemos (es un género que creo que se vuelve cada día más popular; en algunos países lo ha sido siempre y en otros va ganando camino después de haber sido rechazado por motivos bastantes misteriosos que los críticos buscan deslindar) pero en definitiva es muy difícil intentar una definición de cuento. Hay cosas que se niegan a la definición; creo, y en este sentido me gusta extremar ciertos caminos mentales, que en el fondo nada se puede definir. El diccionario tiene una definición para cada cosa; cuando son cosas muy concretas, la definición es tal vez aceptable, pero muchas veces a lo que tomamos por definición yo lo llamaría una aproximación. La inteligencia se maneja con aproximaciones y establece relaciones y todo funciona muy bien, pero frente a ciertas cosas la definición se vuelve verdaderamente muy difícil. Es el caso muy conocido de la poesía. ¿Quién ha podido definir la poesía hasta hoy? Nadie. Hay dos mil definiciones que vienen desde los griegos que ya se preocupaban por el problema, y Aristóteles tiene nada menos que toda una Poética para eso, pero no hay una definición de la poesía que a mí me convenza y sobre todo que convenza a un poeta. En el fondo el único que tiene razón es ese humorista español -creo- que dijo que la poesía es eso que se queda afuera cuando hemos terminado de definir la poesía: se escapa y no está dentro de la definición. Con el cuento no pasa exactamente lo mismo pero tampoco es un género fácilmente definible. Lo mejor es acercarnos muy rápida e imperfectamente desde un punto de vista cronológico.

La narrativa del cuento, tal como se lo imaginó en otros tiempos y tal y como lo leemos y lo escribimos en la actualidad, es tan antigua como la humanidad. Supongo que en las cavernas las madres y los padres les contaban cuentos a los niños (cuentos de bisontes, probablemente). El cuento oral se da en todos los folclores. África es un continente maravilloso para los cuentos orales, los antropólogos no se cansan de reunir enormes volúmenes con miles y miles, algunos de una fantasía y una invención extraordinarias que se transmiten de padres a hijos. La Antigüedad conoce el cuento como género literario y la Edad Media le da una categoría estética y literaria bien definida, a veces en forma de apólogos destinados a ilustrar elementos religiosos, otras veces morales. Las fábulas, por ejemplo, nos vienen desde los griegos y son un mecanismo de pequeño cuento, un relato que se basta a sí mismo, algo que sucede entre dos o tres animales, que empieza, tiene su fin y su reflexión moralista. El cuento tal como lo entendemos ahora no aparece de hecho hasta el siglo XIX. Hay a lo largo de la historia elementos de cuentística verdaderamente maravillosos. Piensen ustedes en Las mil y una noches, una antología de cuentos, la mayoría de ellos anónimos, que un escriba persa recogió y les dio calidad estética; ahí hay cuentos con mecanismos sumamente complejos, muy modernos en ese sentido. En la Edad Media española hay un clásico, El Conde Lucanor del Infante Juan Manuel, que contiene algunos de antología. En el siglo XVIII se escriben cuentos en general sumamente largos, que divagan un poco en un territorio más de novela que de cuento; pienso por ejemplo en los de Voltaire: Zadig, Cándido, ¿son cuentos o pequeñas novelas? Suceden muchas cosas, hay un desarrollo que casi se podría dividir en capítulos y finalmente son novelitas más que cuentos largos. Cuando nos metemos en el siglo XIX el cuento adquiere de golpe su carta de ciudadanía, más o menos paralelamente en el mundo anglosajón y en el francés. En el mundo anglosajón surgen en la segunda mitad del siglo XIX escritores para quienes el cuento es un instrumento literario de primera línea que atacan y llevan a cabo con un rigor extraordinario. En Francia bastaría citar a Mérimée, a Villiers de l'Isle-Adam y tal vez por encima de todos ellos a Maupassant, para ver cómo el cuento se ha convertido en un género moderno. En nuestro siglo entra ya con todos los elementos, las condiciones y las exigencias por parte del escritor y del lector. Vivimos hoy en una época en la que no aceptamos que "nos hagan el cuento", como dirían los argentinos: aceptamos que nos den buenos cuentos, que es una cosa muy diferente.
Si a través de este paseo a vuelo de pájaro andamos buscando una aproximación, si no una definición del cuento, lo que vamos viendo es en general una especie de reducción: el cuento es una cosa muy vaga, muy esfumada, que abarca elementos de un desarrollo no siempre muy ceñido que a lo largo del siglo XIX y ahora en nuestro siglo adopta sus características que podemos considerar definitivas (en la medida en que puede haber algo definitivo en literatura, porque el cuento tiene una elasticidad equiparable a la de la novela en cierto sentido y, en manos de nuevos cuentistas que pueden estar trabajando en este mismo momento, puede dar un viraje y mostrarse desde otro ángulo y con otras posibilidades. Mientras eso no suceda, tenemos delante de nosotros una cantidad enorme de cuentistas mundiales y, en el caso que nos interesa especialmente, una cantidad muy grande y muy importante de cuentistas latinoamericanos).

¿Cuáles son las características en general del cuento, ya que decimos que no vamos a poder definirlo exactamente? Si hacemos el enfoque primario -o sea el fondo del cuento, su razón de ser, el tema, y la forma-, por lo que se refiere al tema la variedad del cuento moderno es infinita: puede ocuparse de temas absolutamente realistas, psicológicos, históricos, costumbristas, sociales... Su campo es perfectamente apto para hacer frente a cualquiera de estos temas, y pensando en el camino de la imaginación pura, se abre con toda libertad para la ficción total en los cuentos que llamamos fantásticos, los cuentos de lo sobrenatural donde la imaginación modifica las leyes naturales, las transforma y presenta el mundo de otra manera y bajo otra luz. La gama es inmensa incluso si nos situamos únicamente en el sector del cuento realista típico, clásico: por un lado podemos tener un cuento de D. H. Lawrence o de Katherine Mansfield, con sus delicadas aproximaciones psicológicas al destino de sus personajes; por otro lado podemos tener un cuento del uruguayo Juan Carlos Onetti que puede describir un momento perfectamente real -diría incluso realista- de una vida y que, siendo en el fondo una temática equivalente a la de Lawrence o a la de Katherine Mansfield, es totalmente distinto. Se abre así el abanico de su riqueza de posibilidades. Ya se dan cuenta ustedes de que por la temática no vamos a poder atrapar al cuento por la cola, porque cualquier cosa entra en el cuento: no hay temas buenos ni malos en el cuento. (No hay temas buenos ni malos en ninguna parte de la literatura, todo depende de quién y cómo lo trata. Alguien decía que se puede escribir sobre una piedra y hacer una cosa fascinante siempre que el que escriba se llame Kafka.)

Desde el punto de vista temático es difícil encontrar criterios para acercarnos a la noción de cuento, en cambio creo que vamos a estar más cerca porque ya se refiere un poco a nuestro trabajo futuro si buscamos por el lado de lo que se llama en general forma, aunque a mí me gustaría usar la palabra estructura, que no uso en el sentido del estructuralismo, o sea de ese sistema de crítica y de indagación con el cual tanto se trabaja en estos días y del cual yo no conozco nada. Hablo de estructura como podríamos decir la estructura de esta mesa o de esta taza; es una palabra que me parece un poco más rica y más amplia que la palabra forma porque estructura tiene además algo de intencional: la forma puede ser algo dado por la naturaleza y una estructura supone una inteligencia y una voluntad que organizan algo para articularlo y darle una estructura.

Por el lado de la estructura podemos acercarnos un poco más al cuento porque, si me permiten una comparación no demasiado brillante pero sumamente útil, podríamos establecer dos pares comparativos: por un lado tenemos la novela y por otro, el cuento. Grosso modo sabemos muy bien que la novela es un juego literario abierto que puede desarrollarse al infinito y que según las necesidades de la trama y la voluntad del escritor en un momento dado se termina, no tiene un límite preciso. Una novela puede ser muy corta o casi infinita, algunas novelas terminan y uno se queda con la impresión de que el autor podría haber continuado, y algunos continúan porque años después escriben una segunda parte. La novela es lo que Umberto Eco llama la "obra abierta": es realmente un juego abierto que deja entrar todo, lo admite, lo está llamando, está reclamando el juego abierto, los grandes espacios de la escritura y de la temática. El cuento es todo lo contrario: un orden cerrado. Para que nos deje la sensación de haber leído un cuento que va a quedar en nuestra memoria, que valía la pena leer, ese cuento será siempre uno que se cierra sobre sí mismo de una manera fatal.

Alguna vez he comparado el cuento con la noción de la esfera, la forma geométrica más perfecta en el sentido de que está totalmente cerrada en sí misma y cada uno de los infinitos puntos de su superficie son equidistantes del invisible punto central. Esa maravilla de perfección que es la esfera como figura geométrica es una imagen que me viene también cuando pienso en un cuento que me parece perfectamente logrado. Una novela no me dará jamás la idea de una esfera; me puede dar la idea de un poliedro, de una enorme estructura. En cambio el cuento tiende por autodefinición a la esfericidad, a cerrarse, y es aquí donde podemos hacer una doble comparación pensando también en el cine y en la fotografía: el cine sería la novela y la fotografía, el cuento. Una película es como una novela, un orden abierto, un juego donde la acción y la trama podrían o no prolongarse; el director de la película podría multiplicar incidentes sin malograrla, incluso acaso mejorándola; en cambio, la fotografía me hace pensar siempre en el cuento. Alguna vez hablando con fotógrafos profesionales he sentido hasta qué punto esa imagen es válida porque el gran fotógrafo es el hombre que hace esas fotografías que nunca olvidaremos -fotos de Stieglitz, por ejemplo, o de Cartier-Bresson- en que el encuadre tiene algo de fatal: ese hombre sacó esa fotografía colocando dentro de los cuatro lados de la foto un contenido perfectamente equilibrado, perfectamente arquitectado, perfectamente suficiente, que se basta a sí mismo pero que además -y eso es la maravilla del cuento y de la fotografía- proyecta una especie de aura fuera de sí misma y deja la inquietud de imaginar lo que había más allá, a la izquierda o a la derecha. Para mí las fotografías más reveladoras son aquellas en que por ejemplo hay dos personajes, el fondo de una casa y luego quizá a la izquierda, donde termina la foto, la sombra de un pie o de una pierna. Esa sombra corresponde a alguien que no está en la foto y al mismo tiempo la foto está haciendo una indicación llena de sugestiones, apelando a nuestra imaginación para decirnos: "¿Qué había allí después?". Hay una atmósfera que partiendo de la fotografía se proyecta fuera de ella y creo que es eso lo que les da la gran fuerza a esas fotos que no son siempre técnicamente muy buenas ni más memorables que otras; las hay muy espectaculares que no tienen esa aureola, esa aura de misterio. Como el cuento, son al mismo tiempo un extraño orden cerrado que está lanzando indicaciones que nuestra imaginación de espectadores o de lectores puede recoger y convertir en un enriquecimiento de la foto.

Ahora, por el hecho de que el cuento tiene la obligación interna, arquitectónica, de no quedar abierto sino de cerrarse como la esfera y guardar al mismo tiempo una especie de vibración que proyecta cosas fuera de él, ese elemento que vamos a llamar fotográfico nace de otras características que me parecen indispensables para el logro de un cuento memorable o perdurable. Es muy difícil definir esos elementos. Podría hablar, y lo he hecho ya alguna vez, de intensidad y de tensión. Son elementos que parecen caracterizar el trabajo del buen cuentista y hacen que haya cuentos absolutamente inolvidables como los mejores de Edgar Allan Poe. "El tonel de amontillado", por ejemplo, es una pequeña historia de apariencia común, un cuento que tiene menos de cuatro páginas en el que no hay ningún preámbulo, ningún rodeo. En la primera frase estamos metidos en el drama de una venganza que se va a cumplir fatalmente, con una tensión y una intensidad simultáneas porque se siente el lenguaje de Poe tendido como un arco: cada palabra, cada frase ha sido minuciosamente cuidada para que nada sobre, para que solamente quede lo esencial, y al mismo tiempo hay una intensidad de otra naturaleza: está tocando zonas profundas de nuestra psiquis, no solamente nuestra inteligencia sino también nuestro subconsciente, nuestro inconsciente, nuestra libido, todo lo que ahora se da en llamar "subliminal", los resortes más profundos de nuestra personalidad.

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