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domingo, 4 de maio de 2014

LA GENERACIÓN WHITMAN

ABC Cultural ha reunido a nueve poetas españoles -una nueva generación- a la sombra del bardo de West Hills y su «Canto a mí mismo», poemario del que se acaba de publicar una selección






«Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman, he dejado de ver tu barba llena de mariposas, ni tus hombros de pana gastados por la luna, ni tus muslos de Apolo virginal, ni tu voz como una columna de ceniza». Son los versos de Federico García Lorca (1898-1936) en su«Oda a Walt Whitman», el homenaje que el poeta de Fuente Vaqueros dedicó al bardo de West Hills en «Poeta en Nueva York».
Se trata de un canto al amor puro y sincero, sin complementos ni definiciones. Libre. Como la poesía de Whitman. Como el hombre al que Whitman amó y cantó. Como la vida de uno de los más grandes poetas de la historia. Esa historia que hoy, más de un siglo después de la muerte del autor de «Hojas de hierba», le hace justicia con tantos y tantos poetas que, sedientos de carnalidad y pasión, bebieron sus versos como sangre derramada del maestro. También en español, cómo no, lengua que acuna a grandes y grandiosos poetas. La tradición contempla al mencionado Lorca, pero también a León Felipe, Pablo García Baena, Ernesto Cardenal, Pablo NerudaJuan Ramón Jiménez, Vicente Núñez y a la esencia misma de la Generación del 27.
Pero, ¿qué hay de las nuevas generaciones, esas jóvenes voces llamadas a seguir cantando a Whitman? ABC Cultural ha reunido a nueve de estos poetas españoles para invocar el espíritu del bardo estadounidense: Antonio Lucas, Elena Medel, Manuel Vilas, Carmen Camacho, María Eloy-García, Juan Andrés García Román, Antonio Portela, Alberto Santamaría y Julieta Valero. Nueve pájaros flotando de nuevo en la inspiradora barba de Walt Whitman.
Un Whitman que para Antonio Lucas(Madrid, 1975), reciente premio Loewe de Poesía por «Los desengaños», es «una galaxia abrazadora, un ser titánico que canta la vida como se canta a sí mismo, aquel que quiso reunir en el poema las pulsiones del mundo, la majestad quebrada de los hombres». «Su lírica es un canto seminal y fecundador de un país que se está confeccionando. Y él se adelanta a darle forma escribiendo la gran epopeya americana».
Y es que, «ese rayo necesario de vigorosa poesía dentro de la ‘ordenadísima’ tradición norteamericana sólo puede venir de Walt Whitman», cuya obra es, a juicio del periodista y poeta, «uno de los cantos más anchos y universales de la poesía occidental». Esa poesía que a Lucas le «ancla mejor a la tierra, incluso a la más abstracta, me tiene sujeto al aquí y veo mejor». Porque puede que la poesía sea eso, «una actitud ante las cosas, ante el mundo».

Escapatorias

Aunque, para Elena Medel (Córdoba, 1985), último premio Loewe a la Creación Joven por «Chatterton», la poesía es más «un bálsamo y un hogar». Pero también «un guisante bajo el colchón y una alarma que no hay manera de callar». Por eso Medel defiende que «la poesía tiene que molestar, que señalar nuestras carencias y nuestros puntos débiles», para así «ayudarnos a encontrar escapatoria». Como a ella le ayudó Whitman, con esos «poderes mágicos» por los que «sabe qué me ha ocurrido y qué va a sucedernos», gracias a los que «conoce todas las palabras, incluso las que no existen».
Por algo el mundo que Whitman creó «suena futuro incluso hoy» y su poesía es «visionaria, luminosa», como «el ruido de un motor que se enciende para que todo marche, y a veces arde y a veces hiela, según le dé». Lo dice alguien que, siendo niña, soñaba convertirse en Federico García Lorca, Walt Whitman, William Blake, Luis de Góngora. Pura poesía en libertad.
Como libre (y hermosa) es la definición que hace Manuel Vilas(Barbastro, 1962) de la poesía de Whitman: «Es un imperio, la poesía de Whitman es más importante que el imperio romano, el imperio español, el imperio británico. Todos los imperios políticos son inferiores al imperio moral de Whitman». No obstante, es el poeta favorito del narrador aragonés. «Whitman es el esplendor infinito de la vida, es estar enamorado y bañarte desnudo en todos los ríos de la tierra. En mi vida y en mi obra es esencial. Me enseñó a no tenerle miedo a la verdad, a amar la vida sin estupideces ni ñoñerías ni cursilerías, a escribir como me diera la real gana, pasando de todos y de todo».
Ese todo que la andaluza Carmen Camacho(Alcaudete, 1976) ignoró un día de invierno de 1995 en la madrileña Plaza de Callao. La poeta abría entonces, por primera vez, las páginas de «Hojas de hierba». «Tan antiguo como un lagarto recién nacido, ese es Whitman», al que Camacho sitúa «junto a aquellas y aquellos poetas que siempre me acompañan, que tengo presentes porque me recuerdan qué cosa es y para qué sirve la poesía». Todos ellos (y ellas, como bien especifica Camacho) «son norte y me alumbran» para dar forma a la «palabra viva», al «verbo en ascuas», al «lenguaje que acontece», al «canto que convoca e invoca». Porque, para ser poeta, «hay que tener hambre de forma, estar una que se muere por balbucear lo real, por tocar o contornear con las palabras eso que tal vez no tiene nombre ni falta que le hace».
Es cierto que, a veces, las definiciones se antojan absurdas, innecesarias, prescindibles. Sobre todo al hablar de poesía. Y es que, según María Eloy-García (Málaga, 1972), «ser poeta es lo inevitable». La autora malagueña llegó a la conclusión, gracias a su primera lectura de Whitman, de que «ni intelectualidad, ni filología, hacen al poema más puro, sino la vida latiendo intensamente». E intenso es el «chorro» de los versos de Whitman, «el primer poeta del que tuve conciencia que escribía a bocajarro, a manos llenas, a boca llena sin parar», una tras otra «metáforas inusitadas en cascada». El «amor por ese canturreo cerebral que todo poeta lleva dentro», en palabras de Eloy-García, permitió a Whitman crear ese «himno del hombre solo frente a todo, la poesía del que enfrenta con sus pequeñas fuerzas el todo cósmico».

Los cauces de la poesía

Un hombre solo y rebelde. Valiente y moderno. La esencia, en definitiva, de Walt Whitman y su poesía. Así lo ve, al menos, el granadino Juan Andrés García Román (Granada, 1979). «Whitmanhizo añicos los cauces formales e ideológicos de la poesía heredada con la intención de dar cabida al todo, al hombre moderno devenido en nuevo Dios» y «arrojó al río un estrecho chaqué polvoriento y lo cambió por un hermoso y amplio traje veraniego». Ese traje, el de poeta, que sin embargo no bastaba a García Román, quien siempre ha soñado «con Bizancio, con monjes, con cruzados, místicos, reyes…».
Bizancio no entraba en los planes de Antonio Portela (Huelva, 1978), pero sí ser Epicuro. «¿Cuenta como poeta, no?», pregunta el que fuera premio Andalucía Joven de poesía en 2002. «He soñado y sueño con ser cada uno de los poetas que leo. Cero ansiedad de la influencia», explica. También soñó Portela con ser Whitman, «un modo epicúreo de estar en el mundo» que «enseña que no hay separación entre lo maravilloso y la vida, es un átomo, no identificable con nadie por el modo en quecombina la absoluta soledad del poeta con el amor por la humanidad». El poeta que nos ocupa es, en definitiva, «el Francisco de Asís de Estados Unidos», porque «no oculta lo amargo de la vida, pero prefirió la celebración al lamento». Y es que «toda palabra que no limite con la vida no es poesía», que no es otra cosa (dándole la vuelta a la definición machadiana) que «tiempo en la palabra».
El tiempo aplicado a la palabra (y hecho verso) es también, segúnAlberto Santamaría (Torrelavega, 1976), «dopaje frente a lo real, un mecanismo de confusión». ¿Y ser poeta? El cántabro no lo tiene muy claro: «La acción de la escritura. Escribir poemas como descarga. Como filtración». Cuerpo. Lenguaje. Ritmo. Así procesa (y filtra) Santamaría la poesía de Whitman, al que considera responsable del «mayor acto de amor al lenguaje en su sentido carnal». Por algo le parece «muy difícil escribir poesía sin haber pasado y parado alguna vez en Walt Whitman», cuyos poemas son «grandes composiciones visuales que finalmente no podemos alcanzar o ver en su totalidad, siempre hay algo que se nos escapa en ellas, algo indefinido que es, precisamente, lo que nos atrapa».
Y es que, como defiende Julieta Valero(Madrid, 1971), a Whitman no hay que racionalizarlo. Es, sencillamente, «libertad, horizontalidad, anchos y magnéticos paisajes, envidiable errancia; generosidad, músculo vital y poético… una reconciliación con el cuerpo, con la existencia». De hecho, el «Canto a mí mismo» es el texto de referencia de la poeta madrileña, Premio Ausiàs March en 2010, y para la que Whitman es «un hombre y un poeta mesiánico pero por lo civil; radiantemente cercano».
Valero siempre ha admirado «su dignificación de la existencia humana en un sentido integral como génesis y materia de la poesía», pero también «su equilibrada actitud entre el compromiso personal con el tiempo histórico que le tocó vivir y a la vez la inteligencia panorámica, anticipatoria». Ese «renovado estupor ante la vida»como «antídoto» contra el «peligro de alinearse en las propias retóricas». Un recordatorio, al fin y al cabo, de que ninguna escritura «debe segregarse de la Vida, de que es una de sus funciones».
Ya lo dijo Whitman:
Como asombrosa es siempre la poesía, respuesta infinita al ansia de estar vivo. De ser Walt Whitman. O soñarlo.

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