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segunda-feira, 9 de junho de 2014

POR EL CUIDADO DEL IDIOMA



Día de la prensa

Por:  Olegario M. Moguel Bernal (*)
A Gabo, porque no se ha ido. Sigue en mi biblioteca

Nada tengo contra Querétaro. Al estado y ciudad del mismo nombre apenas los conozco. He estado ahí, sólo de paso, rumbo a Guanajuato, y admirado su acueducto, su mercado y su árbol de espinas en forma de crucifijo. He visto también su imponente estadio de fútbol, de triste memoria para quienes llevamos a la UNAM en el corazón.
Pero nada tengo contra Querétaro. Sí tengo que reclamar, en cambio, al Instituto Cervantes por nombrar a la palabra “Querétaro” como la más bella del idioma español. Quizás influyó que Gael García Bernal no sólo la propuso, sino hizo de ella una defensa poética e inteligente, en la que realizó una apología de la letra u: “Hay una palabra que me encanta, se llama Querétaro, es una ciudad de México. Siento que no existe palabra más bella en el español que Querétaro, además, escrita es preciosa, es larga y tiene esta mezcla de q, la u, la e. La u que es silenciosa, pero es necesario ese espacio si no querer no sería querer”.
Y, reitero, nada tengo contra Querétaro, ni siquiera contra la palabra, que, no niego, es bella. No sublime, sí bella. ¿Pero dónde quedan otras como la propia “sublime”, una delicada palabra llana que parece silbar como el viento, o la también mencionada “apología”, tímido intento de aguda donde el acento en la í rompe el diptongo y la convierte en grave, o “poética”, esa poderosa esdrújula ya mencionada que inevitablemente nos lleva a pensar en Lorca y Neruda declamando al alimón?
El propio poeta chileno hace apología de otra palabra sublime al escribir, en el poema 15, “.y te pareces a la palabra melancolía”. También está esa bella esdrújula que se dice y escribe “lánguida”, que lo mismo se refiere a una vida que a una mirada, a las hojas de un árbol que a una tarde de lluvia.
¿Por qué Querétaro? ¿Dónde quedaron en la selección del Instituto Cervantes aquellas palabras de filigrana que se seleccionan con el cuidado de un orfebre, entre las cuales se encuentran las propias “filigrana” y “orfebre”?
Traigo a colación este asunto queretano y cervantino, que ocurrió en el lejano 2011, para invitar a una reflexión hoy, con motivo del Día de la Libertad de Expresión, en el que se ha hecho costumbre reconocer a la prensa, hablar de ella y, en muchos casos, “maicearla” -palabra que, aunque reconocida por la Lengua Española, no aspiraría a ganar concurso alguno por su fealdad y mala fama-.
La reflexión va en el simple y llano sentido de que es importante escribir bien, aprovechando la belleza del idioma. La mejor guía para escribir en forma correcta es leer, y un excelente mentor es Gabriel García Márquez, quien deja “ver con claridad el trabajo primoroso que realiza hasta el último momento para dar con el término preciso, el mimo con que cuida la gramática y su esfuerzo por lograr la expresión más rica en sugerencias”. Esto escribe de él la Real Academia Española en el prólogo de la edición conmemorativa de “Cien años de soledad” que hizo en 2007.
Y al referirnos a escribir bien y hablar del día de la prensa, el principal llamado va a quienes aspiran a vivir de esto.
García Márquez nos señala, en un discurso sobre periodismo pronunciado ante la Sociedad Interamericana de Prensa, que “La mayoría de los graduados (de las escuelas de periodismo, ciencias de la comunicación y afines) llegan con deficiencias flagrantes (al campo laboral), tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos”.
Eso lo decía en 1996, hace casi veinte años. ¿Cómo estamos hoy? Me temo que no mejor.
No es mi afán señalar errores ni enlistar los que a diario se ven en las salas de redacción -no sólo de aprendices sino también de aquellos con la piel curtida-, sino aprovechar esta fecha relacionada con la prensa para emprender una cruzada a favor del idioma. Rescatemos la belleza del español y el interés por escribirlo en forma correcta.
No es necesario ser un orfebre de la palabra. Empecemos por sacudirnos esa indiferencia ante el error ortográfico, dejemos de ser indolentes frente a la redacción incoherente y entonces comenzaremos a indignarnos al detectar fallas obvias y errores insolentes.
Invito a los jóvenes en general y a los que estudian periodismo y carreras afines en particular, a preocuparse por este tema. Al intentar ingresar al campo laboral, créanme que un buen currículum en contenido puede ser gravemente manchado por la mala ortografía. y rechazado por esa razón.
García Márquez dijo años después que habría que acabar con la ortografía. No es comprensible que Gabo hubiera dicho eso si se le ve sólo como el orfebre que cincela cada palabra y frase hasta convertirlas en obras de arte, pero si se le ve como el novelista que debe captar la atención del lector o del auditorio, queda claro lo que Gabo intentó hacer.
No olvidemos que el escritor que más lo marcó fue Kafka, cuya conversión de Gregorio Samsa en un monstruoso insecto es, si se le ve fríamente, un disparate, pero literariamente es una obra maestra.- Mérida, Yucatán.
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*) Director de medios de Grupo Megamedia

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