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segunda-feira, 18 de agosto de 2014

BAUDELAIRE

Un vagabundo llamado Baudelaire

  • Un excepcional volumen recoge los apuntes y reflexiones que Walter Benjamin tomó sobre el poeta francés a partir de sus lecturas y traducciones


Si hay algo que ha marcado la creación literaria en la postmodernidad es sin duda la poética de lo fragmentario y lo inacabado. Hoy se pueden leer en esa clave estética los fragmentos de Safo, aunque puede que fuera Coleridge el primero en intuir la potencia estética de esa ruptura formal para la obra de arte. Pero el maestro que consagró las notas a vuelapluma del observador para la modernidad y el prestigio de lo fragmentario fue Walter Benjamin. Desde su singular y disperso estudio sobre Baudelaire a su monumental proyecto inacabado, «Das Passagen-Werk» (1927-1940), magno fresco de la metrópolis parisina del siglo XIX, la metáfora del paseo observador como proceso cognitivo y creativo en el que se va recopilando la colección de impresiones y percepciones marcan su propuesta. Frente a la estética tradicional o idealista, que tiende a la totalidad, la que inaugura Benjamin al hilo de Baudelaire se centra en lo fragmentado, la multitud desde su ruptura por el individuo observante. Su poética parece concretar la cita de Adorno de que «la totalidad es la mentira» y prefiere centrarse más bien en explicar la realidad, sea el imperio francés o el hecho literario, por sus partes: por sus fragmentos les conoceréis.

- Pasear por París

Así lo vemos en las páginas que Benjamin dedicó al poeta central de la modernidad (al que, por cierto, se le atribuye la invención del propio concepto de «modernité»), que permiten calibrar la relectura íntegra que sirvió para convertir a Baudelaire en la quintaesencia del artista moderno. París es, antes de la caída de Napoleón III en la Guerra Franco-Prusiana, el símbolo de la burguesía decimonónica. La proyección urbanística de ésta en la reforma de París por el Barón Haussmann es observada por el «paseante-demiurgo». La dialéctica de éste con la masa se convierte en definitoria de la ciudad moderna, gracias a la pasión del observador, que anida en el bullicio incesante de la metrópolis.
Tal es el paseante («flâneur») que callejea por París, por sus arcadas y pasajes, como cronista del capitalismo del XIX y de la corrupción que encarna de su orden moral. Este observador, como testigo de excepción de las nuevas corrientes creativas que surgen de la transformación de la sociedad, es el tipo literario clave en la poesía de Baudelaire. Y la delimitación conceptual de su «flânerie», esa observación poética y crítica de la multitud, queda definitivamente consagrada en estas páginas de Benjamin. Tenía que ser un filósofo alemán el que lograse la transición entre el errabundo romántico («Wanderer»), como el de la Winterreise de Schubert y Müller, y ese nuevo explorador urbano de Baudelaire, símbolo de un nuevo orden ético y estético (véase «El Paseo», de Robert Walser, en esa estela poética). La relectura benjaminiana explicita ante todo su testimonio de la degradación en la gran metrópoli del alto capitalismo a través de temas clave como el de la prostituta. Las calles de París son escenarios del vicio y la bohemia y, desde el marxismo de Benjamin, el poeta espectador critica magistralmente el efecto alienante que provoca la maquinaria urbana en el individuo («Verfremdungseffekt»).

- El papel del traductor

Esta excelente edición de J. M. Cuesta Abad, que acrece la meritoria labor de la editorial Abada en su publicación en curso de la obra completa de Benjamin, conforma un corpus benjaminiano de teoría y crítica literaria sobre Baudelaire a partir de ensayos preparatorios y de fragmentos de los «Pasajes». Pero, en tercer lugar, suma la labor que el propio filósofo realizó como traductor del poeta. Lo más apasionante de ésta es que, además de constituir un monumento literario en sí mismo, proporciona un armazón teórico muy interesante: a las poesías de los «Tableaux Parisiens» en francés de Baudelaire –que aparecen por primera vez en España en traducción alemana «a fronte» de Benjamin (y con traducción española a pie de página de Enrique López Castejón)–, los acompaña el célebre prólogo sobre «La tarea del traductor» que les puso Benjamin, oportunamente seguido de un epílogo de Juan Barja. No abundaremos en el valor de este texto de Benjamin, baste decir que, junto con «La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica»(1936) –que ha otorgado al filósofo un lugar de honor en la teoría estética, como recuerda Susan Sontag–, sus reflexiones sobre el papel del traductor, quizá inigualadas hasta George Steiner, le han convertido también en un clásico para cuantos ejercen el ingrato arte de Hermes. En definitiva, este libro que reseñamos es único y prodigioso: varios libros en uno, un libro en muchos. Hay que celebrar su edición cuidada y bien pensada, en honor al propio pensamiento y estilo denso de Benjamin, que presenta la fragmentariedad y la multiplicidad a la par: en fin, complacerá sobremanera la «flânerie» del curioso lector.


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