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segunda-feira, 29 de setembro de 2014

LA LENGUA VIVA




Reglas para comunicarse mejor


 en Libertad Digital - España


He aquí una nueva manía colectiva: abrir el correo electrónico, leerlo, contestarlo. La operación resulta tan cotidiana como lavarse los dientes. No hemos codificado bien cómo debe desarrollarse la operación internética. Por ejemplo, no dominamos la norma de qué correos deben contestarse y en qué plazo. La cortesía completa no puede mantenerse cuando la cascada de mensajes se hace incesante. Más gravoso resulta el compromiso de tener que contestar públicamente, como se hace en esta seccioncilla.
Rafael Martín Cantos me pide que dé "instrucciones de cómo escribir correos y mensajes internéticos" o similares. Ni yo ni nadie puede debe dar instrucciones para algo tan personal y libérrimo. Lo acaba decantando la costumbre, pero conviene acordar algunas convenciones. Se requiere un saludo personalizado, como "querido Pepe"; nada de "hola” o de “buenos días”. El texto debe ser breve. Las frases no deben superar las 30 palabras. Son preferibles los párrafos cortos y no separados por dos o tres espacios. La despedida debe ser personal. Húyase de formas cristalizadas, como “un cordial saludo”. Sería hoy el equivalente de “póngame a los pies de su señora” o “suyo afectísimo, seguro servidor, que estrecha su mano”. No estamos para ringorrangos pero tampoco para frialdades.
Una frustración continua se crea con la denominación de las señas internéticas, que nos marcan prescindir de las eñes o los acentos. Reconozco que no me acostumbro a esa imposición.
En la comunicación internética o telefónica continuamente los tenemos que referir a números de teléfono, de la cuenta bancaria, del DNI, etc. Cuando la comunicación se hace oralmente, el hecho resulta todavía más engorroso. Las cifras se deben espaciar de tres en tres o de dos en dos. Por ejemplo: 91-851-40-82. (Los guiones significan pausas de voz). Dado que el idioma español es fonéticamente muy claro, una situación confusa es la de tener que dar un número de teléfono al interlocutor. En ese caso la persona que emite el número lo da en la forma indicada: 91-851-40-82. Lo correcto es que, después de cada pausa, no responda "sí", sino que repita lo oído. De esa forma se evitan muchas confusiones. Desde luego, en inglés se hace siempre, dado que es un idioma menos claro. Recuérdese que, en las comunicaciones de la policía y similares, en lugar de decir "yes", se elige un polisílabo: “affirmative”. En castellano a veces se imita esa pauta y se dice “afirmativo” en lugar de “sí”, lo que parece una ridiculez.
La lengua viva
Cataluña, obsesión colectiva
Amando de Miguel
Llevamos más de una generación (30 años) con la práctica de que Cataluña o los catalanes son noticia de primera plana un día sí y otro también. El hecho no deja de ser notorio para una supuesta colonia que quiere separarse de la metrópoli. ¿No será más cierto que Cataluña ha sido la verdadera metrópoli económica de España? El problema es que ha dejado de serlo. Por eso sus clases dirigentes tienen que recurrir a la presión de ser continua noticia con la peregrina tesis de "España nos roba". Ahora sabemos que los ladrones estaban dentro de Cataluña. Como puede verse, todo es cuestión de dar la vuelta a los significados de las palabras. Más bien, a lo largo de más de un siglo, se ha producido el hecho del arancel, favorable a las empresas catalanas y costoso para el conjunto de los españoles. Habría que precisar quién roba a quién.
El nacionalismo respira por la herida egocéntrica de "nosotros solos" o "nosotros mismos". (Esa es la traducción del irlandés Sinn Féin). El equivalente catalán actual es la letanía del “derecho a decidir", como si los demás no contáramos. En efecto, vamos a suponer que hay cuatro millones de catalanes que imponen la pretensión de ser independientes. Pero hay 40 millones más de españoles no catalanes que también tendrían que opinar. La razón es clara: Cataluña es una parte de España, se quiera o no. La consecuencia de esa desproporción es que el estereotipo del prejuicio anticatalán empieza a ser verdad en toda España. Se lo han ganado a pulso los obcecados nacionalistas catalanes.
La polémica se centra ahora en si se permite o no una "consultasoberanista". Otra vez la confusión léxica. La expresión implica ya el resultado. Recuerda a los referendos de la época franquista: se suponía que eran siempre a favor de Franco, incluso en Cataluña. Añado mi opinión de que el referéndum es una institución escasamente democrática. Pero admito la tesis contraria según en qué casos.
Los árboles de la consulta soberanista o secesionista no nos dejan ver el bosque de la decadencia económica de Cataluña. Un dato: en lo que llevamos de año se ha desplomado la inversión extranjera en Cataluña. Es un desastre para todos los españoles, especialmente los que viven en Cataluña. A saber cómo será con una hipotética Catalonia independiente, sobre todo si se mantiene por un tiempo fuera de la Unión Europea.
La táctica inveterada del nacionalismo catalán ha sido la de quejarse para seguir obteniendo privilegios y favores económicos de "Madrit". Siguen en las mismas. La táctica se disfraza ahora con fórmulas eufemísticas, como "el hecho diferencial" o el "federalismo asimétrico". Curiosamente, no las promueve tanto la derecha como la izquierda. Precisamente, el problema actual es que la "diferencia" catalana ha llevado a muchos favores económicos. La asimetría federal supondría una desigualdad aún mayor. La gran masa de los españoles empezamos a estar hartos de tanta confusión. Las palabras con doble sentido acaban siendo graves injusticias. La hartura es mala cosa en la vida política.
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La lengua viva
La función social de la ignorancia
Amando de Miguel
¿Es mejor saber que no saber? No siempre. ¿Creemos que sabemos? No, ignoramos casi todo. El orden social se mantiene porque ignoramos el desorden que supone. Cada uno solo conoce una parcela del mismo. Es fácil que cada uno sepa mucho de la corrupción que existe en su respectivo municipio, su campo profesional. Sin embargo, desconoce si eso mismo existe fuera de su respectivo círculo. Eldesconocimiento de la realidad contribuye a la que la gente no se exalte, se mantenga en orden. La "paz social" se asegura todavía más con una buena ración diaria de fútbol.
Una forma muy socorrida de vencer la ignorancia consiste en presentar la realidad como datos, a poder ser, estadísticos. (Que conste que la palabra "estadística" no procede del "Estado" sino de los “estados” o cuadros numéricos). Es general el fetichismo de los números: creer que de esa forma todo es certero. Qué difícil se hace manejar los datos estadísticos con precisión.
Tomemos el ejemplo de las estadísticas laborales. Nos las sirven con un detalle decimal. Por ejemplo, "el paro va a bajar dos décimas este trimestre". No deja de ser una superchería estadística. Ni siquiera con cantidades redondeadas al entero más cercano, el dato sería de utilidad. Seguimos ignorando cuántos parados hay realmente en España. La razón es que son muchos más los parados oficiales que trabajan en la "economía sumergida". Sería mejor llamarla fiscalmente oculta u opaca.
Es conocida la crítica de los sindicalistas a las cifras oficiales de empleo: "Muchos empleos son contratos basura". Es parte de la verdad, pero también hay muchos nuevos contratos, por ejemplo, de 10 horas semanales con un sueldo de 400 eurillos o equivalente. Detrás de ellos está la realidad de que la carga de trabajo llega a las 50 horas semanales y el trabajador percibe un sobresueldo en "negro". Es una práctica cada vez más frecuente.
El peor desvío de las estadísticas laborales descansa en la creencia de que "el Gobierno (nacional o regional) crea equis puestos de trabajo". No es así. Los empleos se crean porque la sociedad se organiza bien y logra aumentar la productividad. Los Gobiernos pueden intervenir para facilitar ese proceso, pero también pueden obstaculizarlo.
El mayor obstáculo para la creación de empleos productivos (ahora se dice "sostenibles") es la fabulosa expansión en el número de controles, papeleos, regulaciones, inspecciones, etc. Ahí encontramos la definitiva causa de un paro tan elevado. Por ese lado, resulta más bien que el Estado impide la creación de empleos productivos.

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