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quinta-feira, 18 de dezembro de 2014

EMILIO J. SANCHEZ:




Enseñar español, una dispensa para el disparate





Mientras todos los países desarrollados miran hacia Finlandia como modelo educativo, parecería que Miami lo hace hacia otra parte, acaso en sentido contrario.
En Finlandia —paradigma mundial de la excelencia en la educación— los estudiantes pueden optar por hasta seis diferentes idiomas (inglés, alemán, francés, italiano, ruso y español) hasta completar el bachillerato. Además, más del 15 por ciento escoge el finés como segunda lengua, priorizando así el aprendizaje del sueco o el inglés. En la práctica, los finlandeses son bilingües. En Miami, puerta de las Américas, el pretendido bilingüismo está a punto de liquidarse.
La columna del periodista Daniel Shoer sobre el desastre de la enseñanza del español como segunda lengua (Extended Foreign Language, EFL) del 30 de noviembre ha provocado un intenso revuelo entre mis amigos maestros. No es para menos; Shoer habló de una “desastrosa política multicultural”, citó prolijamente ejemplos irrebatibles del dislate y responsabilizó a los funcionarios del sistema de escuelas del Condado y a la Junta Escolar por esta falacia con la que se busca confundir a maestros, padres y alumnos. Habitualmente Shoer apuntala sus trabajos con entrevistas, datos, pesquisas; no son comentarios al vuelo. Su columna ha estado circulando y encendiendo el debate en aulas y pasillos, pero los más preocupados son los funcionarios del Departamento de Educación Bilingüe.
Quince años atrás enseñar el español en Miami era difícil. Un tribunal de Tallahassee revisaba los diplomas y relación de notas, y dictaminaba si el interesado debía cursar asignaturas complementarias. Pese a estar graduado en una carrera de Letras de una universidad hispana tuve que tomar cursos de idioma español y Literatura Española. No bastaba con ser hispanohablante ni saber redactar: había que demostrarlo académicamente. Más adelante, para obtener el certificado oficial había que rendir un nuevo examen de la materia. Muchos maestros realizaron maestrías y doctorados en busca de la excelencia y de ascender en el escalafón.
Por entonces Miami se convirtió en una referencia obligada en el país en la enseñanza bilingüe. No hay que olvidar que el primer programa de ese tipo después de la II Guerra Mundial fue establecido en la escuela Coral Way Elementary en 1963, con el patrocinio de la Fundación Ford. Además, un extenso programa de Español atendía las necesidades de una población creciente, tanto de estudiantes inmigrantes como de la comunidad anglo y de otros países.
Hoy todo eso ha ido a parar al latón de basura. Las autoridades del Condado han creado una dispensa (waiver) para que maestros que no están preparados para enseñar el español puedan hacerlo. Por ahora, esos maestros de clases están inconformes, pues saben que unos talleres remediales no resolverán nada. Hablar un idioma, incluso bien (que no es el caso), no les prepara para enseñarlo. En cuanto a los maestros de español, esos que sí poseen todos los requisitos, se sienten frustrados: la asignatura a la que han dedicado parte de sus vidas ha sido descalificada y convertida en un simulacro.
Por cierto, me pregunto cómo reaccionarían los estadounidenses si se permite a maestros cuya lengua nativa no es el inglés enseñar ese idioma a sus hijos. Para aquellos que ignoran su gramática o carecen de un vocabulario culto, ¿habría también una dispensa?
Periodista, ex profesor universitario.

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