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segunda-feira, 13 de janeiro de 2014

LA PUNTA DE LA LENGUA



Las banderas no se ofenden
Un objeto no puede sentirse ofendido. Tampoco una idea

ÁLEX GRIJELMO en El País - España


Un objeto no puede sentirse ofendido. Tampoco una idea. Por mucho que lo intentemos, ni una mesa se dará por injuriada ni el concepto “libertad” creerá que lo hemos menospreciado.

“Ofender” se define en el Diccionario como “humillar o herir el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo en evidencia con palabras o con hechos”. “Ultrajar” equivale por su parte a “ajar” o “injuriar”, donde “ajar” se corresponde con la acepción de “tratar mal de palabra a alguien para humillarle”; y donde “injuriar” equivale a “ultrajar”; y “ultrajar”, a “despreciar o tratar con desvío a alguien”. Definiciones todas ellas en las que el indefinido “alguien” solo puede referirse a personas.

“España” es una palabra que representa una cosa o una idea: o bien un territorio físico o bien el concepto espiritual de una nación. “España” no tiene emociones, ni ojos, ni boca, ni brazos ni axilas, ni rodillas ni corvas. ¿Cómo se podría entonces ofender a España, según señala un proyecto de ley, si España no es “alguien”, sino “algo”? España o la bandera son algo que amamos, algo que nos une o nos separa, no son alguien que sufre, que hace o deshace (salvo en usos metafóricos que representen a unas personas; por ejemplo, si decimos: “España es alguien en el fútbol mundial”).

Algunos se molestan con facilidad, pero otros piensan que la palabra 'perro' nunca muerde
Los sentimientos de España, como el fútbol de España, solo se pueden residenciar en los españoles (y en los futbolistas españoles). Está claro que “España” somos los españoles. Pero los españoles mostramos gran variedad de pareceres tanto a la hora de pedir los cafés (“yo quiero un cortado descafeinado con leche fría, en vaso y con azúcar moreno”) como en todo lo que concierne a los asuntos públicos (“yo me siento más de mi región que de mi pueblo, pero más de mi pueblo que español, y un poco más español que de mi provincia”).

Entre esos tipos de españoles se encuentran los que se molestan con facilidad y también los que, por el contrario, piensan que la palabra perro nunca les muerde.

Entonces, ¿cómo se pueden regular las ofensas y los ultrajes a España, a la bandera, a las comunidades y, ya puestos, también a los ayuntamientos, las diputaciones, las comarcas, las vegas y los valles?

Malamente.

El filósofo británico John Austin (1911- 1960) nos enseñó que una cosa es decir palabras; otra hacer con palabras, y una tercera hacer al decir palabras.

En los tres casos decimos palabras, pero las consecuencias difieren. Si pronunciamos “te felicito”, hacemos con palabras, pues en la oración “te felicito” va el mismo acto de felicitar. Pero si nos dicen “te regalo este libro”, se precisan la palabra y el libro para hacer al decir, porque lo uno sin lo otro no completa la acción.

Así que no todas las palabras consiguen por sí mismas lo que se proponen. Puedo pronunciar “te doy las gracias”, y en ese momento estoy agradeciendo. Pero si digo “te persuado”, tal vez no esté logrando persuadir a nadie, porque para ello hace falta que el receptor dé sentido al verbo.

Está en marcha una ley que se prevé incluya palabras desviadas de su significado, como “ofender” o “ultrajar”; verbos que tampoco se realizan por sí mismos, sino que necesitan la contribución del complemento que recibe la acción. Y los complementos de esta ley no pueden contribuir a ello porque no son personas.

La bandera, la palabra “España” (o “Cataluña”, o “Galicia”) representan ideas, y como ideas reciben ataques que no son en sí mismos injuriosos contra nadie, no son personales. Quien se envuelva en la bandera se estará arrogando como ultraje personal lo que solamente se expresó como desacuerdo democrático, por desagradable que nos parezca. Pero esa futura ley no defiende la bandera ante las ofensas, sino más bien determinadas ideas ante las críticas.

Ni el término “gato” araña ni la palabra “hielo” enfría. Y quemar una bandera es quemar una bandera, no quemar a quienes amamos una bandera. Así es la libertad de expresión, así es la democracia, así es el lenguaje. Y si usted discrepa, queme este artículo. No será ninguna ofensa

LA ESQUINA DEL IDIOMA






Piedad Villavicencio Bellolio en El Universal
pvillavi@eluniverso.com


Viamão, Mineirão y otros nombres de Brasil van con virgulilla

En los textos referidos al Mundial Brasil 2014 se están publicando de manera simultánea dos grafías para mencionar algunos estadios y topónimos brasileños. Por ejemplo, se usa Viamão y Viamao.

Con respecto a esto, la Ortografía de la lengua española (2010) recomienda que se respeten los diacríticos y la acentuación original de los topónimos extranjeros. Para ser consecuentes con esta sugerencia, hay que usar el signo diacrítico o virgulilla, que en este caso consiste en un rasguillo ondulado que va encima de la vocal a la que afecta.

Pero si esto funciona así, ¿por qué no se usa el diacrítico en el nombre São Paulo? No suele emplearse porque el nombre Sao Paulo (sin el rasguillo acentual) es de uso común y su escritura se ha extendido de esa manera en algunos países hispanohablantes.

¿Qué diferencia semántica hay entre glacial y glaciar?

«Glacial» y «glaciar» tienen forma similar e, incluso, comparten un matiz, el de ‘helado o frío extremo’, pero no tienen uso equivalente.

«Glacial» es adjetivo y se refiere a lo que está helado o a un fenómeno del clima que puede hacer helar o congelar: Viento glacial.

«Glaciar» es sustantivo pero también funciona como adjetivo. Se emplea en alusión a una masa de hielo que se acumula en las zonas que están cercanas a los polos o en las áreas altas de las cordilleras: En Groenlandia hay enormes glaciares. Los circos glaciares tienen montañas en su derredor.

Capturaron a los ladrones, los mismos que asaltaron un bus...

En esa frase «los mismos» funciona como expresión anafórica y se refiere a «los ladrones» (los anafóricos repiten un elemento del discurso).

En la Nueva gramática de la lengua española (2009) se registra el uso anafórico de «el mismo» con las respectivas variaciones de género y número.

Pero en esa obra también se indica que en algunos contextos su empleo es innecesario pues no aporta ningún sentido a la frase. Así, el ejemplo del título queda mejor de esta manera: Capturaron a los ladrones que asaltaron un bus. (Algunas frases de este último segmento fueron reproducidas de La esquina del idioma del 29 de julio del 2012).



FUENTES:
Diccionario de la lengua española (2001), Diccionario panhispánico de dudas (2005), Ortografía de la lengua española (2010) y Nueva gramática de la lengua española (2009), de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española; La esquina del idioma (2012), de Piedad Villavicencio Bellolio.






Balón de Oro y balón de oro, diferencia

El Balón de Oro, con mayúsculas, es el nombre del premio, mientras que el balón de oro, con minúsculas, hace referencia tanto al ganador como al trofeo que este recoge, de acuerdo con los criterios de la Ortografía de la lengua española sobre la escritura de premios y condecoraciones.

En los medios de comunicación se encuentran muy a menudo frases como «Rosell acusó a la FIFA de ejercer presiones políticas para que Messi no sea Balón de Oro» o «Cristiano Ronaldo posa con el Balón de Oro que conquistó en 2008».

Dado que en el primer ejemplo balón de oro se refiere al futbolista ganador y en el segundo al trofeo en sí, lo apropiado habría sido escribir «Rosell acusó a la FIFA de ejercer presiones políticas para que Messi no sea balón de oro» y «Cristiano Ronaldo posa con el balón de oro que conquistó en 2008».

Ver premio nobel, en minúscula si designa al galardonado y los Óscar: mayúsculas y minúsculas.

FUNDÉU RECOMIENDA...

Recomendación del día:

bajar por debajo de, expresión redundante


La expresión bajar por debajo de, de fácil sustitución en nuestra lengua, resulta redundante en muchas situaciones.

En las informaciones meteorológicas y económicas es muy frecuente encontrar ejemplos como «Los termómetros han bajado por debajo de los diez grados esta madrugada» o «Las reservas han bajado por debajo de los 40.000 millones de dólares».

El Diccionario académico precisa que bajar significa ‘ir desde un lugar a otro que esté más bajo’ y la preposición de ya indica, precisamente, el lugar o referencia con respecto a la cual se baja.

Por tanto, en frases como estas se puede emplear la opción, más sencilla y menos reiterativa, han bajado de sin que el sentido de la oración cambie: «Los termómetros han bajado de los diez grados esta madrugada» o «Las reservas han bajado de los 40.000 millones de dólares».

Y en aquellos otros casos en los que se prefiera optar por una variante más extensa, por juzgar que puede aportar algún matiz o porque se quiera recurrir a una forma más enfática, siempre es preferible emplear algún verbo de significado similar a bajar, pero que evite la cacofonía bajar por debajo.

Así pues, resultan preferibles otras formulaciones, de mayor riqueza léxica y estilística, como se han situado por debajo de, han descendido por debajo de, han caído por debajo de, etc.


El desconocido origen español del nombre de ocho Estados de Norteamérica

BITACORAS.COM / MADRID




La huella de los conquistadores españoles ha quedado grabada en el nombre de muchas ciudades y hasta ocho Estados de Estados Unidos

El estado de Montana adoptó su nombre actual en 1864

El continente americano fue descubierto por conquistadores españoles y gran parte de sus territorios formaron en algún momento parte del territorio de la Corona de Castilla y, posteriormente, España. Aunque al hablar de la presencia española en América lo habitual es pensar en los países que se encuentran desde México hacia abajo, lo cierto es que gran parte del sur de Estados Unidos fue colonizado por españoles.

Prueba de ello son los topónimos de muchas de sus ciudades, algunas tan conocidas como San Antonio de Texas, Los Ángeles o Las Vegas. Sin embargo, esta influencia española se extendió mucho más, ya que, tal y como cuenta Guillermo Carvajal en el blog «La brújula verde», hasta ocho de los cincuenta estados que forman Estados Unidos conservan un nombre directamente heredado del español.

En algunos casos, el origen del nombre es evidente, pero en otros pasa más desapercibido. Por ello, algunos de los estados incluidos en la siguiente lista pueden resultar sorprendentes.

1.-California: El origen de este nombre es bastante curioso, ya que nace en la novela «Las sergas de Esplandián», escrita por Garci Rodríguez de Montalvo y publicada en 1510. En ese texto aparece un lugar imaginario e idílico llamado California. Al parecer, los descubridores de esta región pensaron que aquellas tierras se parecían mucho al paraíso y le pusieron el nombre inventado por Rodríguez de Montalvo.

2.-Colorado: En este caso, el estado toma su nombre del río Colorado, cuyo origen castellano es más que evidente.

3.-Florida: Aunque su origen es también más que evidente, la razón por la que fue escogido puede resultar engañosa. Así, aunque la lógica parezca dictar que se debe a la frondosidad de esta península del norte del Golfo de México, lo cierto es que el topónimo hace referencia a la Pascua Florida, llamada así quizá por su coincidencia con la primavera. Florida recibió ese nombre tras ser descubierta el día de Pascua de 1513.

4.-Montana: Este topónimo deriva de la palabra castellana montaña y fue propuesto como nombre del estado por el congresista por Ohio James H. Ashley en 1864.

5.-Nevada: Al igual que el anterior, este nombre de claro origen castellano, deriva de la cercana Sierra Nevada, que fue bautizada así en honor a la sierra granadina homónima.

6.-New Mexico: El nombre de este estado procede del castellano Nuevo México, que a su vez derivaba de la pronunciación española para la ciudad azteca de Mexihco.

7.-Texas: De la palabra en lengua Caddo, que era hablada por una tribu del este de Texas, «taysha», derivaba la pronunciación castellana «tejas», de la cual procede el actual nombre de Texas.

8.-Utah: Deriva de la pronunciación española de la palabra apache yudah, «alto», que en castellano se decía «yuta». Posteriormente los angloparlantes acabaron adaptándola como Utah.

LA LENGUA VIVA




Los ocultos significados de las cosas
Amando de Miguel

Son incesantes las polémicas sobre si una cosa están bien dicha o no, si significa esto o lo otro. Me entretengo en algunas ilustraciones que me envían los atentos libertarios. Esta es la academia real de la lengua.


G. Sánchez me critica mi empeño en decir "la internet" y no simplemente "internet", pues "solo es uno". No me parece un gran argumento. También es uno el teléfono, la televisión, la prensa, etc., y anteponemos bonitamente el artículo. Eso de eliminar el artículo es moda molesta. Por ejemplo, "bajar a fábrica", "subir a dirección", etc. Solo se justifica cuando se dice "el Rey recibe en Zarzuela” y expresiones similares. Por cierto, no solo antepongo el artículo a la internet, sino que le apeo la mayúscula inicial, como a la radio o a la televisión.

Damián Galmés nos enseña que las lenguas evolucionan y se complican para que sus hablantes se distingan de los vecinos y no digamos de los forasteros lejanos. A pesar de lo cual hay continuos trasvases de una lengua a otra. Señala, por ejemplo, don Damián que el topónimo Turca y derivados, que existe en varias partes de España, proviene del vasco Iturriaga (= lugar de manantiales). Añado (por discutir un poco) que el pretendido origen vasco de muchos topónimos esparcidos por la Península Ibérica no es tal. Muchos de ellos suenan a vasco, pero proceden de las antiguas lenguas ibéricas. Todas ellas desaparecieron; solo quedó el vasco. Demos gracias a Jaungoikoa.

Jorge González y Argüelles de Miranda señala la confusión histórica entre acumen (= agudeza, perspicacia, ingenio) y cacumen (= cumbre). No hay tal, creo yo. Las dos palabras son latinas y transmiten el mismo sentido que en español. Lo que pasa es que acumen ha quedado olvidada. Las cumbres suelen ser agudas y naturalmente elevadas. Desde lo alto parece que se otean mejor las cosas.

Ismael Medina-Rincón comenta la frecuente confusión en el letrero de algunas latas de conserva: "Contiene 6/8 piezas". Algunas personas creen que indica que contiene "seis u ocho piezas", cuando realmente quiere decir "seis, siete u ocho piezas". Otra confusión es entre bimestral (= cada dos meses) y bimensual (= dos veces al mes). Añado que una confusión similar es entre bianual (= dos veces al año) y bienal (= cada dos años). Me iba sin decir que el signo me resulta particularmente odioso, pues se interpreta de muchas formas.

José Luis García-Valdecantos disiente de la interpretación (irónica) de Maribel Torbeck sobre el anfitrión como cornudo. Don José Luis opina (seriamente) que no se debe interpretar así cuando el amante de la adúltera es Zeus. Aduce una analogía de tejas abajo. Una de las amantes de Alfonso XIII, Mme. Mélanie de Vilmorin, tuvo un hijo con el Rey. Después de muchos años, ya anciana, presumía de no haber engañado nunca a su marido porque, "naturalmente, los reyes no cuentan". Es inútil perderse en historias. Anfitrión es palabra digna y reconocida para designar al que invita, preferiblemente en su casa. Es lástima que se haya perdido la ambivalencia de la palabra huésped, que era tanto el que invita como el invitado.

De homenajes y popularidades repentinas









Por Graciela Melgarejo | LA NACION
Twitter: @gramelgar | Mail: lineadirecta@lanacion.com.ar |


Aveces, ciertos textos aparecidos en un medio de comunicación hacen un aporte curioso, ingenioso, a los temas sobre el lenguaje. En la carta de lectores titulada "Libertad gremial", del 10/01, el lector Fulgencio Héctor Torres, además de dar su opinión sobre algunos asuntos sindicales que contemplan tanto la Constitución Nacional como la Organización Internacional del Trabajo (OIT), advierte: "Entonces, el derecho de miles de «chichipíos» -término usado por [Antonio] Caló- está burlado, y ese derecho merece tanto respeto como el de cualquier trabajador".

Hermosa palabra, chichipío , que el secretario general de la CGT oficialista Antonio Caló imprevistamente ha rescatado de la noche de los tiempos y que llegó a provocar un pequeño debate en la redacción del diario, acerca de su verdadero significado. "¿Qué quiere decir?", preguntó uno de los redactores más jóvenes. Otro, con más años y además con buena memoria, recordó que formaba parte de la frase usada por el gran humorista Tato Bores para cerrar su programa: "Así que, mis queridos chichipíos, la neurona atenta, vermouth con papas fritas y ¡good show!"

En realidad, Tato estaba rindiendo así homenaje a un maestro: la expresión "Mis queridos chichipíos" pertenecía a los famosos monólogos políticos del cómico Pepe Arias. Este dato fue reconfirmado a Línea directa por el poeta, periodista y académico de la lengua Antonio Requeni quien tuvo, además, la oportunidad de asistir como espectador más de una vez a las revistas en las que actuaba Pepe Arias.

El Diccionario de americanismos no es demasiado acertado en su definición. Dice: " chichipío, -a. sust/adj. Ar. Persona ingenua y sin picardía. pop ^ fest.". En cambio, en su Diccionario de voces lunfardas y vulgares (Freeland, 1972), el profesor Fernando Casullo define sinonímicamente, pero da ejemplos: " chichipío/ pía. adj, Tonto, medio loco. «Pagué. El taximetrero, irónicamente, me tomaría por un chichipío .» (Renato Pellegrini, Siranger .) «Era un chichipío nuevo.» (Ramón Tristany, El lobo del hombre .)"

Por fin, en el Nuevo diccionario lunfardo de José Gobello ((Ediciones Corregidor, 1991), hay otro ejemplo que completa muy bien el sentido: " chichipío. Pop. Tonto («Pero la realidad es que cuando trincan un chichipío no lo sueltan hasta que le hacen bien la boleta». Bavio Esquiú, Miguel Ángel, Juan Mondiola )".

Es lógico que haya muchos jóvenes que ignoren el significado de una palabra que fue popular en los años cuarenta y cincuenta. La lengua es un organismo vivo, que va cambiando y renovándose de acuerdo con las necesidades de los hablantes. Por ejemplo, en una reciente entrevista, Salvador Gutiérrez Ordóñez, miembro de la RAE y uno de los que colaboró en la elaboración de la Nueva gramática de la lengua española y en el Diccionario panhispánico de dudas ,decía que"en el siglo IV, se recomendaba decir «mensa» y no «mesa», que era la palabra utilizada por la gente de la calle".

En la columna pasada se mencionaron las casualidades. Quizá sea simplemente una casualidad que los chichipíos hayan vuelto, por un momento, a la vida, y en boca de un dirigente sindical.

© LA NACION.

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