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quinta-feira, 10 de setembro de 2015

CARLOS, REY EMPERADOR

¿Hablaba algo de castellano Carlos I cuando llegó a España?

Lejos de la imagen dada por la nueva serie de TVE, la auténtica llegada del Rey a la península estuvo marcada por su nulo conocimiento del idioma. Su tía Margarita, en cuyo hogar de Flandes pasó la infancia, impidió que aprendiera la lengua

CÉSAR CERVERA   - http://laguiatv.abc.es/personajes/20150910/abci-carlos-hablaba-castellano-frances-201509091942.html


Para quienes esperaban un nivel de documentación histórica a la altura de la serie «Isabel» supuso un primer mazazo, en el estreno de «Carlos, Rey Emperador», el hecho de que el Príncipe de los reinos hispánicos -más tarde Emperador V de Alemania- hablara desde un primer momento un perfecto castellano sin el menor atisbo de acento. La realidad sobre su llegada a España fue mucho menos romántica. Carlos de Gante había recibido una educación estrictamente europea y apenas chapurreaba el castellano, lo cual causó malestar entre la nobleza española, que percibía como extranjero al nieto de los Reyes católicos.
En realidad, solo la casualidad había propiciado la llegada de los Habsburgo a España, que reinarían durante casi dos siglos sobre la unión de los dos principales reinos hispánicos. Así, cuando los Reyes Católicos decidieron casar al borgoñés Felipe de Habsburgo con su hija Juana «La Loca», ésta solo era la tercera en la línea de sucesión al trono. La muerte sin dejar descendencia de los hermanos mayores de Juana propició la llegada de Felipe «El Hermoso» al trono de Castilla. Más tarde, el hijo mayor del matrimonio, Carlos I, heredó ambas coronas, la de Castilla y la de Aragón, a consecuencia de la prematura muerte de su padre Felipe I, el fallecimiento sin herederos varones de Fernando «El Católico» -que hasta el último momento trató de engendrar un hijo con su segunda mujer- y la incapacidad para reinar de su madre. La educación que había recibido no estaba pensada para reinar en España, sino en los territorios europeos de los Habsburgo y de los Borgoña.

Una educación muy lejos de España

Felipe de Habsburgo, natural de Brujas e hijo de Maximiliano I -Sacro Emperador Romano-, quiso de esta forma que sus hijos nacieran y se criaran en los Países Bajos. A excepción del pequeño, Fernando de Habsburgo, que curiosamente acabaría gobernando fuera de España, todos los hijos de Felipe I y Juana se criaron allí. Ante la incapacidad de Juana para criar a sus propios hijos -presa de un amor obsesivo y tiránico-, en los primeros años de su vida Carlos y sus hermanas quedan confiados a la viuda de Carlos «El Temario»Margarita de York, que les enseñó a hablar francés, alemán (mal), inglés, flamenco, latín, pero no español. El resto de la educación del Príncipe continuó por la misma senda, sin que la historia o tradiciones españolas aparecieran entre las materias de sus estudios. No obstante, consciente de que Carlos podría ocupar algún día su trono,Fernando «El Católico» envió al humanista Luis Cabeza de Vaca a Flandes para que le enseñara castellano y las costumbres españolas, aunque a tenor de los resultados no debió cosechar mucho éxito. Buena culpa de ello la tuvo la tía de Carlos, Margarita, gobernadora de los Países Bajos, en cuyo hogar pasó toda la primera adolescencia, que se opuso a que aprendiera la lengua española.
Como le ocurriría a Felipe II cuando viajó a los Países Bajos a principios de su reinado sin saber apenas francés, Carlos I de España fue recibido con bastante recelo entre la nobleza castellana a causa de su incapacidad para expresarse en su idioma más allá del saludo protocolario. Carlos, que se había asegurado su posición como soberano de los reinos hispánicos gracias al reconocimiento del Papa León X, partió el 8 de septiembre de 1517 con su escuadra desde Flesinga rumbo a Santander, aunque finalmente una fuerte tormenta obligó a iniciar el desembarco ante la costa de Villaviciosa, donde los asturianos confundieron la expedición con un ataque turco o francés. Ya en Valladolid, recibió la noticia del fallecimiento del cardenal Cisneros, lo que le dejaba completamente allanado el gobierno de Castilla. Con el objetivo de ganarse a los españoles, durante cuatro meses se sucedieron fiestas, banquetes, desfiles, corridas de toros y justas, en las que el Rey se destacó como un excelente atleta.
Sin embargo, pese a sus esfuerzos, seguía mostrándose esquivo en el trato personal a causa de sus escasos conocimientos del idioma. Guillermo de Croy, señor de Chièvres, hacía las veces de interlocutor entre Carlos y la mayoría de nobles castellanos y aragoneses, que, a excepción de unos pocos como el marqués de Villena o el Obispo de Badajoz integrados en las filas flamencas, fueron apartados poco a poco de las esferas de poder. Chièvres, que apenas conocía el país, se dedicó a conceder una buena cantidad de beneficios a los nobles flamencos que le acompañaban y reservó para su sobrino, el cardenal Guillaume de Croy, que tenía 20 años, el principal de todos los cargos eclesiásticos: el arzobispado de Toledo. El asunto despertó una gran indignación entre la nobleza, que celebró por aquellas fechas unas cortes plagadas de desconfianza.
A principios de 1518, las Cortes de Castilla juraron fidelidad como Rey al extranjero Carlos, cuyo nombre incluso sonaba poco familiar a oídos locales. No en vano, entre las condiciones exigidas por las Cortes estaban la obligación de aprender a hablar castellano en el menor tiempo posible, el cese de nombramientos a extranjeros y un trato más respetuoso a su madre Juana, recluida en Tordesillas. La mayoría de estas peticiones nunca fueron satisfechas, lo que unido a la rápida salida de Carlos de Castilla con dirección a Aragón y luego a Alemania -donde acudió a reclamar el trono vacante de su abuelo Maximiliano I al frente del Sacro Imperio Romano Germánico- derivó en la conocida como Guerra de las Comunidades de Castilla, que precisamente reclamaba un mayor protagonismo castellano en el gobierno de estas tierras. Sin el apoyo de la alta nobleza, la rebelión duró poco tiempo y Carlos nunca vio peligrar realmente su corona en Castilla, aunque procuró rodearse a partir de entonces de más consejeros de esta región.

La españolización vino de manos femeninas

Con el paso de los años, las prestaciones de la infantería castellana -pronto conformada como tercios- y las grandes remesas de metales preciosos llegados de las Indias convencieron a Carlos I de España de la necesidad de dar preeminencia a este reino y a su nobleza dentro de la estructura imperial. La inclusión de castellanos entre sus hombres de confianza sucedió de forma natural y, en lo referido al idioma, su Cesárea Majestad consiguió aprender castellano en poco tiempo, pese a lo cual muchos de sus contemporáneos destacaron el marcado acento hasta sus últimos días de vida. Su esposa, Isabel de Portugal, tuvo buena parte de culpa de la españolización de Carlos; y el contacto reiterado con Garcilaso de la Vega, soldado y poeta, aceleró el aprendizaje de la lengua.
Años después, un incidente con el Papa da cuenta de la importancia que adquirió el castellano para el Monarca. Así, el aventurero y extravagante cronista Pierre de Bourdeille se refiere en su obra «Bravuconadas de los españoles» a que «estando Carlos en Roma habló delante del Papa, de los embajadores y de los cardenales bramando un tanto por arrogancia de su victoria en Túnez y La Goleta. Estaban presentes dos embajadores franceses y reconvinieron a su Cesárea Majestad por expresarse en español y no en otro idioma más inteligible. El Emperador dio la espalda a uno de los embajadores, el del Rey galo, y se dirigió al otro, el embajador francés ante su santidad: -Señor obispo, entiéndame si quiere; y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana».

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