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quarta-feira, 11 de março de 2015

ZOPENCO

 EL ORIGEN DE LAS OFENSAS MÁS POPULARES

¿Qué insulto humilla al 
«lisiado de pies y manos»?

El célebre Francisco de Quevedo le otorgó ese valor semántico. Hace referencia al individuo tonto y abrutado

ABC
El poeta Leandro Fernández de Moratín emplea el término a principios del siglo XIX



Con una jerga tan rica y variada cuando de insultar se trata, es común que algunas ofensas vayan perdiendo fuelle en favor de otras. Los tiempos cambian, las palabras también... pero las viejas costumbres son francamente inmortales. Por más años que pasen, las ganas de pelear siguen latentes en el seno de una sociedad demasiado estresada como para disfrutar de lo que tiene alrededor. Y eso, provoca que hoy brindemos un particular homenaje a uno de esos vocablos que nos retrotraen a épocas pretéritas.

Pancracio Celdrán establece en «El Gran Libro de los Insultos», publicado por la editorial La Esferan, que el zopenco es un «individuo necio y abrutado. Etimológicamente, tanto en italiano como en portugués zoupo, zopo equivale a tarado o lisiado, especialmente de los pies».

El autor apunta que los vocablos zopenco y zopo «connotan cojera» y explica que este sentido se lo otorga Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611), donde le asigna etimología latina «de suppus (que gatea)». Por su parte, el célebreFrancisco de Quevedo da al calificativo el significado de «lisiado de pies y manos».

En el Diccionario de Autoridades (1726), primer diccionario de la lengua castellana editado por la Real Academia Española, zopo equivale a sujeto sumamente desmañado, que se embaraza y tropieza con todo.

José Francisco de Isla, en su Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas (1758), emplea así la palabra:

Hasta ahora no encontré estudiante tan zopenco que de dicho método sacase la preocupación de persuadirse que la Escritura para nada sirve al teólogo...

Con el mismo valor semántico lo utiliza también a principios del siglo XIX el poeta Leandro Fernández de Moratín:

Seré mal poeta, seré zopenco, pero soy hombre de bien...

Celdrán apunta que el calificativo podría derivar del compuesto 'so penco', aunque tampoco puede demostrarlo. «El penco es un jamelgo, un caballo flaco y desgarbado, y no resultaría fácil casar este contenido semántico con el de zopenco, cuya base conceptual es la necedad y la tontería».

El escritor Vicente Blasco Ibáñez, en su traducción de Las mil y una noches (1916), emplea así el término:

Por eso, haga lo que haga, un sirio... será siempre un zopenco de sangre gorda , y su ingenio no se avivará nunca más ante el incentivo grosero de la ganancia y del tráfico.

Por último, tal y como viene siendo habitual en esta serie sobre el origen de los insultos, Celdrán hace un recorrido por el mapa de definiciones que abarca la geografía española. «En Andalucía: criatura tan desmañada que con todo tropieza, mientras que en Gran Canaria se predica del individuo de pocas luces. En la villa toledana de Cuevallaman así a quien es muy bruto; en la Alcarria conquense: lerdo, torpón; en puntos de Teruel: sujeto desmañado que además de bruto es bobo; en Cáceres: sujeto torpe, lento y bruto; en puntos deAsturias: pesado y torpón, sentido que también tiene en la provincia de Murcia».

PALABROTALOGÍA

Alfredo Valenzuela (Agencia Efe)

Sesenta maneras de decir puta

El español es rico en palabras soeces por venir de donde viene, del latín, una lengua que tenía algo más de sesenta términos distintos para decir puta, según ha dicho a Efe el filósofo, egiptólogo y editor Virgilio Ortega, que acaba de publicar una Etimología de las palabras soeces titulada Palabrotalogía.

El filósofo, egiptólogo y editor Virgilio Ortega, en Sevilla. Foto: ©Efe/ Raúl Caro
El filósofo, egiptólogo y editor Virgilio Ortega, en Sevilla. Foto: ©Efe/ Raúl Caro
Muchas palabras malsonantes se transforman en eufemismos y por eso se multiplican los significantes para un mismo significado, pero éste no es el caso de la palabra puta en la antigua Roma, donde la diversidad semántica se debía «a las muchas formas que había de ejercer la prostitución, a la diversidad de especialidades», según las investigación etimológica efectuada por Ortega.
La que ejercía «delante del prostíbulo, mostrándose sin moverse del sitio» se denominaba prostíbula, la que venía del fuera, sobre todo de Grecia o de la recién conquistada Jerusalén, se designaba peregrina, la que trabajaba de noche era noctiluca y la conocida como culibonia podía traducirse como ‘la de buen culo’.
Meretriz viene del verbo mereor, que significa ‘merecer’, o sea alguien ‘que se lo ha trabajado y se lo merece’, de ahí que Virgilio Ortega asegure que una vez que se conoce el significado profundo del término la palabra se pronuncie con más respeto.
En latín, puta también se decía puta —como se dice igual o muy parecido en italiano, francés, rumano y todas las lenguas que proceden de la misma raíz—, culiola si ofrecía el ano o ‘culeaba bien’, gaditana —por la sensualidad de los bailes de Gades, Cádiz—, y quadrantaria por ser barata y alquilarse por ‘la cuarta parte’.
Los arcos de la planta baja del Coliseo romano, denominados fornices son el origen etimológico del verbo fornicar, ya que bajo aquellos arcos cobraban por sus servicios las fornix o prostitutas que trabajaban en aquel transitado lugar.
Pese a esta riqueza de vocabulario, los romanos habían de andarse con cuidado para evitar equívocos, a juzgar por los consejos de Cicerón, quien en sus escritor aconsejaba no decir cum nobis (con nosotros) y emplear la preposición de forma enclítica, o sea nobis cum, ya que al oído cum nobis sonaba como cunnus bis, es decir ‘coño dos veces’.
Los estudios etimológicos de Ortega demuestran que las palabras guarras, malsonantes o soeces tienen un origen noble, clásico y que con ellas sucede como con aquella canción que hablaba de ‘alta cuna y baja cama’.
De hecho la mayor parte de las palabras que ha estudiado proceden del latín, y buen número de ellas se habían empleado en pintadas en Pompeya, donde se conservaron por la erupción del Vesubio, hasta 10 000 intactas, algunas tan explícitas que parecen contener un significado oculto, como: «Si le das por el culo al ujier de un magistrado te quemarás la polla».
El verbo follar, según Ortega, es «casi una onomatopeya del fuelle» y de ahí viene, no sólo por el ruido que hace el fuelle al hincharse y deshincharse rítmicamente, sino a la misma mecánica de trabajo de este instrumento en la fragua, ora sube ora baja.
En sus etimologías, Ortega también cita a numerosos autores del Siglo de Oro, centuria pródiga en culos, pedos, pollas y coños, así en prosa como en consonante, y de la lírica medieval, con ejemplos del Arcipreste de Hita, el cual, aun siendo arcipreste, parecía conocer de primera mano ciertas habilidades femeninas.
«La descripción del mejor coito se encuentra en La lozana andaluza», ha asegurado Ortega, quien ha atribuido al machismo del idioma que el español tenga muchos más términos para referirse a la polla que para designar el coño.
También es machismo, a su juicio, que una cosa aburrida y tediosa sea un coñazo y que una cosa estupenda y fenomenal sea ni más ni menos que cojonuda —cojonuda, que viene de cojones, palabra que tiene la misma raíz de coleóptero, del griego coleo, que significa estuche, caja, por la parte exterior que aloja los cojones y por las alas exteriores que alojan las más pequeñas de los coleópteros—.

PUNTO FINAL

Resultado de imagem para punto final  Cuánto cuesta ponerle el punto final a una historia

La literatura universal está llena de obras maestras que los lectores consideran perfectas, pero sus autores nunca dan por terminadas; casos que ilustran la máxima
Por   | El País - España
En el célebre arranque de su novela El final del romance, Graham Greene escribió: "Una historia no tiene ni principio ni final: uno escoge arbitrariamente el momento de la experiencia desde el que mira adelante o hacia atrás". Tal vez los novelistas puedan elegir el momento narrativo desde el que comienzan su relato, incluso aquel con el que lo acaban. Pero otra cosa muy diferente es cuándo terminan de escribir una obra, porque muchos autores sienten que no lo hacen nunca. "Borges decía que el concepto de «obra definitiva» es sólo fruto de la teología o del cansancio", recuerda Alberto Manguel, autor de Una historia de la lectura y lector del autor argentino cuando perdió la vista.
La relación de los escritores con sus obras es tan intensa como la relación con sus propias vidas: algunos prefieren no mirar atrás, otros no paran de hacerlo, algunos son perfeccionistas hasta el infinito, otros prefieren que las obras se queden como están. La mayoría de los autores, lo confiesen o no, no puede evitar observar por la cerradura su vida y, por lo tanto, de su escritura. Desde Marguerite Yourcenar hasta Juan Ramón Jiménez, Milan Kundera, Ludwig Wittgenstein, que rechazó las tesis de la obra que lo convirtió en un autor mundialmente famoso, El Tractacus lógico-philosophicus, o Kafka, que pidió la destrucción de todos sus libros, la literatura universal está llena de obras maestras, que los lectores consideran perfectas, pero cuyos autores nunca dieron por terminadas.
"La reescritura siempre ha sido para mí una norma de trabajo, un texto artístico se puede corregir interminablemente", explica el poeta y narrador José Manuel Caballero Bonald, premio Cervantes en 2012, cuyas poesías completas están reunidas en Somos el tiempo que nos queda. El novelista Juan Goytisolo, que el próximo recibirá el máximo galardón de las letras españolas, también es un inagotable corrector: "He suprimido páginas enteras de Juan sin Tierra y en otras obras no he tocado nada, más allá de alguna errata. Toco cuando encuentro que lo que escribo no se corresponde con lo que espero del libro. La obra que cuenta es la que decide el autor. El que tenga una edición antigua de Juan sin Tierra o de La saga de los Marx debe saber que existe una edición posterior. La última es la que cuenta". "En todos he cambiado cosas", confiesa, por su parte, Javier Cercas, que publicó a finales de 2014 El impostor y una reedición de El vientre de la ballena, su tercera novela, en la que introdujo notables cambios. "Le hice una auténtica liposucción, porque tenía la intuición de que la novela era celulítica y que dentro de ella había un buen libro; creo que la intuición era exacta", afirma el escritor, que antes había convertido su primera obra, el libro con cinco relatos El móvil, en una novela corta con uno de ellos. "Ahora estoy releyendo Soldados de Salamina porque se va a publicar en mayo una edición revisada. He corregido adjetivos, más de una frase de sintaxis pedregosa, incluso algún anacronismo. Los poemas no se acaban, decía Valéry, sólo se abandonan; con los libros pasa lo mismo."
 
Foto: Sebastián Dufour
Los ejemplos son infinitos. La narradora Marta Sanz reescribió su novela La lección de anatomía, publicada en 2008 y reeditada en 2014. "No sentí que traicionase a los lectores de la primera versión, al contrario, estoy muy agradecida de que me dieran la oportunidad de reescribir mi libro", explica. "Si el autor tiene sentido de la autocrítica, tiende a mejorar las cosas. Desengrasé el estilo. Es en realidad un libro nuevo porque incluí dos capítulos y parcelé de otra forma toda la narrativa. El bueno es el último porque reflejamos lo que aprendemos."
También están los escritores que, una vez terminado el libro, cuando éste ha empezado su vida propia, se dan cuenta de que existen historias que, como ramas, surgen de sus páginas. El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince -con su libro La Oculta de próxima aparición- explica cómo surgió una nueva obra de su novela más célebre, El olvido que seremos. Sin embargo, Abad Faciolince no es partidario de volver sobre lo escrito. "Creo que un libro es una especie de espejo de lo que uno era en el momento que lo escribió. Como uno deja de ser el que era, ya hay muchas cosas de los viejos libros que te suenan extrañas, ajenas, incluso malas, entonces uno tiene la tentación luciferina de cambiarlas. Pero al cambiarlas, el libro se vuelve un híbrido que ya no funciona, pues el escritor de hoy es distinto al de hace 20 años, y los libros corregidos por el mismo autor quedan raros, como si hubieran sido escritos a dos manos", explica.

HASTA EL INFINITO Y MÁS ALLÁ

Las obras literarias, el pensamiento filosófico, son cuerpos vivos que respiran a través de la relación que establecen con los lectores, pero también porque nunca acaban de separarse totalmente de sus autores. "El libro tiene una autoridad sobre uno que uno no tiene sobre él", asegura Rafael Chirbes. Sin embargo, los procesos de escritura pueden prolongarse hasta el infinito. Uno de los casos más extremos es el de la belga Marguerite Yourcenar (1903-1987): Opus Nigrum, una de sus grandes novelas, fue primero un libro de relatos, publicado en 1934, La mort conduit l'attelage (La muerte conduce la carroza), transformados luego en una novela, publicada en 1968. Juan Ramón Jiménez hacía tantos cambios en su obra que al final es imposible saber si es una sola obra o son varias: el libro/poema Espacio tiene una versión en prosa y otra en verso. También puede haber transformaciones pequeñas, pero cruciales. Alberto Manguel explica que "W. H. Auden cambió sus versos y eliminó varios, porque dijo que se daba cuenta de que no eran ciertos". Por ejemplo, el célebre verso We love one another or die ("Nos amamos el uno al otro o morimos") lo suprimió porque pensó que, aunque nos amemos o no, la muerte es inevitable".
El novelista y ensayista mexicano Álvaro Enrigue, ganador del Premio Herralde de novela conMuerte súbita, explica otra sutil, pero inmensa diferencia entre versiones: "Se dice que en el último manuscrito de Pedro Páramo, de Juan Rulfo [1917-1986], la primera frase era: «Fui a Comala» y que el «Fui» está tachado y encima dice «Vine». De ser cierta la leyenda, sería el tipo de corrección que cambia la historia". Este novelista y profesor de literatura relata otras historias de escritores obsesivos: "José Emilio Pacheco [1939-2014, otro Cervantes en 2009] no permitía que se reimprimieran sus libros porque le parecían llenos de torpezas, aunque eran de una precisión estilística admirable. Volvía locos a sus editores reteniendo las reimpresiones para leerlos y releerlos. Los ejemplares de sus libros en la biblioteca de la Universidad de Maryland, donde dio clases, están todos corregidos a lápiz por él mismo. Algunos tienen anotaciones sobre las correcciones". Pero él mismo tampoco es ajeno al veneno de la reescritura como narrador: de su novela La muerte de un instalador existen cuatro ediciones. "La última, que es la que circula en España, la reescribí de principio a fin, palabra por palabra", asegura Enrigue. Sin embargo, afirma que nunca ha podido regresar a Hipotermia, en el que relata una depresión, porque es un tiempo al que no puede, ni quiere, volver.
El madrileño Carlos Giménez volvió, en cambio, a los momentos más dolorosos de su vida para dibujar una de las obras maestras del cómic europeo, Paracuellos, en el que relata su infancia en un Auxilio Social de la posguerra. Fue reeditado en los últimos años, como casi toda su obra. Sin embargo, un dibujante se enfrenta a la enorme dificultad que encarna cambiar una plancha. "Cada vez que se reedita un trabajo mío en español, me obligo a leerlo para comprobar que está completo, que no están cortadas las viñetas y que no hay fallas de compaginación", relata Giménez.
La voluntad de cambiar, de revivir el texto, se remonta casi al principio de la creación literaria. El catedrático de la Universidad Complutense de Madrid Carlos García Gual, uno de los más respetados helenistas españoles, recuerda: "Hipólito, de Eurípides, y Las nubes, de Aristófanes, que leemos ahora son versiones corregidas por ellos de obras anteriores que no tuvieron éxito en su primera representación teatral. ¿Podemos ver en Las leyes, de Platón, una versión corregida de la utopía de La República? En ese largo diálogo de vejez, donde ya no sale Sócrates, Platón postula un consejo nocturno que en su afán inquisitorial habría condenado a muerte a su escéptico maestro. ¿El viejo y escarmentado Platón desconfiaba ya del libre examen y de los ideales políticos de antaño?".
Estos cambios sobre cambios, versiones, búsquedas infinitas de palabras y de frases, marchas hacia delante y hacia atrás hacen más difícil el trabajo de los filólogos, pero sin duda más apasionante. El catedrático italiano Pedro Álvarez de Miranda, miembro de la Real Academia Española, asegura: "Esos cambios son muy importantes para el filólogo, las modificaciones que el autor introduce en un texto siempre tienen interés. En el terreno de la lexicografía, y en particular para la elaboración de un diccionario histórico, es fundamental precisar la fecha de cada texto".
Cuando Philip Roth decidió dejar de escribir, se dedicó a releer las 31 novelas que había publicado entre 1959 y 2010. "Quería saber si no había perdido el tiempo -explicó el año pasado a The New York Times-. Mi conclusión, después de terminar, se parece a unas palabras que pronunció uno de mis héroes, el boxeador Joe Luis. Fue campeón del mundo de los pesos pesados. Había nacido en el Viejo Sur, fue un niño negro sin educación, parco en palabras. Cuando se retiró, dijo para resumir su carrera: «Lo he hecho lo mejor que podía con lo que tenía»."
El combate de los grandes escritores con las palabras no se acaba nunca. Sólo el tiempo es capaz de derrotar los inagotables cambios que impone la imaginación..

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Recomendación urgente del día
La voz inglesa cover, que se aplica al arreglo o interpretación que un artista hace de una canción de otro, puede reemplazarse a menudo porversión.
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La voz española versión puede aplicarse a cualquier arreglo, sea de una canción propia o de otro músico, y normalmente el contexto deja claro el autor o la procedencia de la obra original, como ocurre en los ejemplos anteriores, en los que resulta innecesario el uso del anglicismo.
Por ello, habría sido preferible escribir «Sobrecogió al público con su versión melancólica y magistral del canto popular americano» y «Este guitarrista hace una versión de la introducción de la serie al más puro estilo flamenco».
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