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sábado, 18 de junho de 2016

EN DEFENSA DEL IDIOMA


Es más sencillo decir 'ayer' que 'en el día de ayer'.




















Redundancias poco perceptibles


Los hallazgos encontrados son como las actividades

realizadas o los hechos ocurridos: redundancias.




Por: JAIRO VALDERRAMA

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El esnobismo parece romper cualquier límite, según lo demuestra quien desea presumir frente a sus amigos: “Asistí a un show espectacular”, sin tomar en cuenta que “show” (anglicismo) y “espectáculo” son sinónimos.Quizás, esta expresión corresponde a la misma persona que asistió a la “velada nocturna”

Para aludir a una situación obvia o a una expresión sobreentendida, es común escuchar la expresión “descubrió que el agua moja”. Casi nadie duda de la evidente redundancia que entraña esa idea. Sin embargo, los contagios de muchos usos del idioma, debido a su novedad y a la aparente elegancia, llevan a que hablantes y escribientes incurran en esos excesos de significado.


La preposición en (para citar otro caso) guarda el significado preciso que “denota en qué lugar, tiempo o modo se realiza lo expresado por el verbo a que se refiere” (www.rae.es). Por eso, “al interior de” aparece como un recurso muy retocado al hablar. Ejemplos hay muchos: “nos reunimos al interior del auditorio”, “al interior de la junta tomamos la decisión”. Y tal fácil que es decir “nos reunimos en el auditorio”, “en la junta tomamos la decisión”. Cuando se está en las afueras, a los lados o costados, sí es muy pertinente su uso: “Luego de conocer Cartagena, los turistas viajaron al interior del país”

A cientos de locutores radiales se les escapa “en el día de ayer regresamos de Guacamayas, en Boyacá”. Y tan sencillo que es “ayer regresamos de Guacamayas, en Boyacá”. Por eso se dice que la brevedad es virtud de pocos.

Alargar las expresiones sin añadir un sentido distinto parece ser el recurso de quienes no tienen mucho por decir. Con la reiteración y la redundancia, imaginan que impresionarán a sus interlocutores. Entonces, como “en el día de ayer”, empiezan a añadir las características evidentes de los sustantivos que mencionan: “en el mes de diciembre viajaremos al exterior”, “estuvimos en la ciudad de Bogotá”, “las actividades realizadas llamaron la atención del público”, “el partido jugado dejó un empate en el marcador”, “las personas que asistieron a la conferencia aplaudieron con mucho entusiasmo”.


De nuevo, aconsejamos la sencillez: “en diciembre viajaremos al exterior”, “estuvimos en Bogotá”. En serio: ¿Acaso en otras circunstancias decimos: “al ser humano Fabio lo nombraron director del noticiero”, “el país de Colombia cuenta con variados pisos térmicos”? Al hablar, somos directos: “Fabio fue nombrado director del noticiero”, sin pensar que ese director pueda pertenecer a otra especie viva. Y en el otro ejemplo, por el contexto, sabemos que Colombia es un país: “Colombia cuenta con variados pisos térmicos”.


Veamos las demás oraciones y acudamos a la lógica simple: “las actividades realizadas llamaron la atención del público” (¿existen actividades sin realizar?), “el partido jugado dejó un empate en el marcador” (¿cómo pudo empatarse en un partido si este no se jugó?), “las personas que asistieron a la conferencia aplaudieron con mucho entusiasmo” (¿habrá quienes aplaudan a distancia?). Noten las simpleza y la claridad de las ideas cuando evitamos empalagar con el lenguaje: “las actividades llamaron la atención del público”, “el partido dejó un empate (obvio: en el marcador)”, “en la conferencia, se aplaudió con mucho entusiasmo”.


Enumerar los pleonasmos (que son formas de redundancia) nos tomaría varios volúmenes. También se sabe que muchos se valen para enfatizar: “yo mismo, con mis propios ojos, observé cuando el funcionario recibía el dinero”. Por supuesto que en el habla coloquial y espontánea, ninguna objeción hay al respecto; eso conforma el dinamismo y la vitalidad de una lengua. La inquietud aparece porque son las personas que ofician como modelo del buen decir y escribir quienes cometen los desaciertos en esta materia: periodistas, políticos, publicistas, entre otras.


Sé que el siguiente ejemplo ya lo he citado muchas veces, pero, como sigo escuchando su afectado y equivocado uso, acudo a la reiteración: “Funcionario público”. Todo funcionario es, necesariamente, “público”. Por eso, unir las dos palabras es una redundancia. Basta con decir “funcionario”: ya se sabe que es empleado del sector público. Y por una simple inferencia, no hay “funcionarios” en el sector privado. Quizás, con ese uso afectado se quiere evitar el término “empleado” (suena a “usado"), pero se incurre en una impropiedad.


Aprovechando una época festiva, pero muy lluviosa, alguien se dirigió a uno de sus compañeros de trabajo para invitarlo a ver en la noche los “fuegos pirotécnicos” (piro = fuego). Entonces, el invitado quiso compensar a su invitador con un café, mientras cada uno abría su paraguas, y los dos recordaban cuán favorable era protegerse de “la lluvia húmeda de agua mojada”.
Con vuestro permiso.
JAIRO VALDERRAMA
Profesor de la Facultad de Comunicación
Universidad de La Sabana

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