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terça-feira, 3 de março de 2015

DON QUIJOTE DE LA MANCHA



El Quijote que viajó a América

ABC Madrid - Día 02/03/2015 - 09.54h

El reciente premio Primavera de Novela recrea cómo la obra, prohibida por la Inquisición, cruzó el charco

Es 21 de mayo de 1590. Tiene don Miguel de Cervantes cuarenta y tres años, pero a esa edad está bastante baqueteado por la vida. Ha sido soldado en Italia, ha combatido en Lepanto, donde recibió dos arcabuzazos (uno de los cuales lo dejó manco), ha sido esclavo en Argel, ha fracasado como autor de comedias, ha recorrido los caminos de Andalucía requisando víveres para la Armada Invencible, lo han encarcelado por deudas y por malentendidos legales… No puede decir que haya triunfado en la vida. Quizá si mudáramos al Nuevo Mundo, reflexiona...
Por eso se ha sentado en una mesa apartada, lejos del fragor de los arrieros que alborotan en el patio, y se esfuerza en redactar un memorial en el que expone al Presidente del Consejo de Indias sus servicios al rey por los que solicita la recompensa de un puesto en América: «Con qualquiera de estos officios que V. M. le haga merced, la resçivirá, porque es hombre avil y suffiçiente y benemérito para que V. M. le haga merced». El 6 de junio, el doctor Núñez Morquecho, relator del Consejo, rechaza la petición escribiendo al margen de la instancia: «Busque por acá en que se le haga merced».
Cervantes no irá a América y quizá a esa decisión del relator del Consejo debamos el Quijote. Sigue en España nuestro hombre ganándose la vida a salto de mata, sin dejar de escribir aunque el éxito no lo acompañe hasta que publica lo que en apariencia es una obrita menor, casi una novela ejemplar por su tamaño, que inmediatamente alcanza notoriedad y fama: «El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha». Cervantes no ha podido ir a América, pero su famoso hijo don Quijote no tarda en cruzar el charco para triunfar allí tánto como en España.
No existe seguridad absoluta en lo referente al primer ejemplar del Quijote llegado a tierras americanas. Quizá arribara en el equipaje de algunos de los viajeros que se proveían de libros con los que entretener el viaje, o quizá en algún lote de libros de los que enviaban los libreros españoles para su venta en América.
En marzo de 1605 el librero Juan de Sarriá dispone una carga de ejemplares del Quijote para su colega Miguel Méndez, que tiene tienda en Perú. Los cuarenta Quijotes, convenientemente empaquetados en pequeños fardos, se confían a un arriero que los acomoda en algunos asnos de su recua y los lleva al puerto de Sevilla, donde un comisionado los recibe y los somete al escrutinio de la Inquisición antes de embarcarlos.
Es una suerte que topen con un inquisidor benévolo (o convenientemente sobornado) que hace la vista gorda y olvida que la Real Cédula de 1543 prohíbe enviar a las colonias del Nuevo Mundo«libros de romance de historias vanas o de profanidad, como son de Amadís e otros desta calidad, porque este es mal ejercicio para los indios, e cosa es que no es bien que se ocupen ni lean».
Si los indios deben leer algo que sean libros «sancta y buena doctrina» como vidas de santos, el Kempis y similares. Afortunadamente, España es un país donde el gobierno emite muchas leyes pero olvida aplicarlas, así que, superado este último trámite, los Quijotes acomodados en las entrañas de un galeón se hacen a la mar, primero Guadalquivir abajo y luego, pasada la barra de Sanlúcar, por las abiertas aguas del Atlántico desafiando galernas y piratas. Llegan sin novedad, un mes después, a Portobelo donde la nave rinde viaje después de tocar tierra y descargar algunos bultos en Cartagena de Indias. Casi simultáneamente llegan a México doscientos y pico ejemplares del Quijote a bordo del galeón «Espíritu Santo».
Los Quijotes limeños prosiguen viaje por tierra a lomos de mulos para atravesar el istmo hasta Panamá bajo persistentes lluvias. Los bultos van protegidos por lienzos encerados pero, a pesar de todo, el agua estropea noventa libros entre los que, afortunadamente, sólo se encuentra un ejemplar del Quijote. Los restantes ganan la costa desde la que nuevamente embarcan en naves de cabotaje que los transportan a su destino limeño.
A los Quijotes limeños se les ha adelantado un ejemplar que un amigo envió desde Acapulco al virrey del Perú, don Gaspar de Zúñiga Acevedo y Fonseca. El virrey estaba tan enfermo (moriría a los dos meses) que no pudo leerlo pero lo regaló al dominico Diego de Ojeda, hombre de letras, que lo encontró muy gracioso. Las aventuras del Quijote fueron pronto tan populares en Lima como en España. Lo prueba el hecho de que, en octubre de 1607, figurara un Quijote en la mascarada de las fiestas de la población minera de Pausa.
El Quijote conquistó América y el corazón de los americanos, que ya nunca se desprenderían de él. Incluso después de la independencia de aquellas colonias siguió siendo el símbolo inmortal de la comunidad de almas a uno y otro lado del Atlántico, de los que seguimos hablando, sintiendo y pensando en la lengua de Cervantes.

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