300 años de la Real Academia
El viernes tuve el honor de asistir a la ceremonia de celebración del III centenario de la Real Academia Española, realizada en una emotiva e histórica ceremonia en el Salón de Honor de esa prestigiosa e importante institución, con la presencia del rey Felipe VI, la reina Letizia, el primer ministro Mariano Rajoy, funcionarios de Gobierno, diplomáticos, autoridades universitarias y los académicos, tanto de la RAE como de las 22 academias hispanoamericanas, norteamericana y filipina.
También se hizo la presentación oficial de la vigésima tercera edición del Diccionario de la Lengua Española. Fue una actividad de importancia porque alrededor de 500 millones de personas hablan en español como lengua nativa o aprendida.
LA CEREMONIA fue muy importante por su simbolismo. Por primera vez el nuevo monarca español llegó en su calidad de tal, luego de haberlo hecho varias veces cuando era Príncipe de Asturias. La presencia real, así como la del rey Juan Carlos I a los congresos y otras actividades de la Real Academia Española y de la Asociación de Academias de la Lengua Española, demuestra su importancia vital para la presencia de España en el mundo. Pero también es un símbolo de la necesidad de mantener la unión de los países hispanohablantes a ambos lados del Atlántico, lo cual debe seguir siendo posible a pesar de las variaciones provocadas por modas de expresiones, neotecnologismos —o sea nuevas palabras derivadas de la tecnología—.
LA PRESENTACIÓN DEL Diccionario en su edición número 23 es también particularmente importante. Afianza la política de adopción —por decirlo así— de toda una gama de expresiones y de palabras originadas en el continente americano, no solo en lo referente a la fuente representada por la cada vez más grande admisión de la importancia de las culturas prehispánicas, sino a la manera como los habitantes de las costas, las montañas, las sabanas y llanos del amplio y diverso continente emplean y hacen evolucionar el español, idioma en el cual se manifiesta la calidad de ser vivo del producto del pensamiento y del habla de los hombres y las mujeres unidos en la capacidad de entenderse gracias a una lengua iniciada hace casi mil años.
ESA LENGUA, YA ANTES afianzada por la presencia de la árabe, como antes lo había hecho con el latín y por ello con el griego, con la llegada del español a las costas americanas hace medio milenio se afianzó, mezcló y enriqueció. En ese sentido, el español es una de las lenguas donde más cabida se ha dado a las palabras nuevas, adoptadas sin permiso de nadie por los hablantes, no por los académicos, cuyo papel estuvo en buena parte centrado en recoger esas manifestaciones espontáneas y darles limpieza, fijación y esplendor, como reza el lema de la Real Academia Española, fundada en 1714 por el marqués de Vallona. Estas son solo unas de las razones por las cuales lo ocurrido el viernes, en Madrid, también encaja en los acontecimientos históricos.
LA LENGUA TIENE DIRECTA relación con la importancia de una cultura y con sus posibilidades políticas e históricas. Ya el mismo Antonio de Nebrija, en su primera Gramática, de 1492, señala: “Siempre la lengua fue compañera del imperio”. Y aunque el español no puede pensar en un imperio político, sí puede hacerlo en uno cultural e histórico, y esto es posible en estos tiempos, pese a la opinión pesimista de muchos. Estos temas parecieron renacer en mi pensamiento mientras observaba la pompa y la circunstancia culturales de lo ocurrido en el simbólico templo mayor del español, aunque todas las academias hispanoamericanas lo sean también en sus respectivos países. El idioma común nos une a todos, incluyendo nuestras diferencias.
LA CEREMONIA fue muy importante por su simbolismo. Por primera vez el nuevo monarca español llegó en su calidad de tal, luego de haberlo hecho varias veces cuando era Príncipe de Asturias. La presencia real, así como la del rey Juan Carlos I a los congresos y otras actividades de la Real Academia Española y de la Asociación de Academias de la Lengua Española, demuestra su importancia vital para la presencia de España en el mundo. Pero también es un símbolo de la necesidad de mantener la unión de los países hispanohablantes a ambos lados del Atlántico, lo cual debe seguir siendo posible a pesar de las variaciones provocadas por modas de expresiones, neotecnologismos —o sea nuevas palabras derivadas de la tecnología—.
LA PRESENTACIÓN DEL Diccionario en su edición número 23 es también particularmente importante. Afianza la política de adopción —por decirlo así— de toda una gama de expresiones y de palabras originadas en el continente americano, no solo en lo referente a la fuente representada por la cada vez más grande admisión de la importancia de las culturas prehispánicas, sino a la manera como los habitantes de las costas, las montañas, las sabanas y llanos del amplio y diverso continente emplean y hacen evolucionar el español, idioma en el cual se manifiesta la calidad de ser vivo del producto del pensamiento y del habla de los hombres y las mujeres unidos en la capacidad de entenderse gracias a una lengua iniciada hace casi mil años.
ESA LENGUA, YA ANTES afianzada por la presencia de la árabe, como antes lo había hecho con el latín y por ello con el griego, con la llegada del español a las costas americanas hace medio milenio se afianzó, mezcló y enriqueció. En ese sentido, el español es una de las lenguas donde más cabida se ha dado a las palabras nuevas, adoptadas sin permiso de nadie por los hablantes, no por los académicos, cuyo papel estuvo en buena parte centrado en recoger esas manifestaciones espontáneas y darles limpieza, fijación y esplendor, como reza el lema de la Real Academia Española, fundada en 1714 por el marqués de Vallona. Estas son solo unas de las razones por las cuales lo ocurrido el viernes, en Madrid, también encaja en los acontecimientos históricos.
LA LENGUA TIENE DIRECTA relación con la importancia de una cultura y con sus posibilidades políticas e históricas. Ya el mismo Antonio de Nebrija, en su primera Gramática, de 1492, señala: “Siempre la lengua fue compañera del imperio”. Y aunque el español no puede pensar en un imperio político, sí puede hacerlo en uno cultural e histórico, y esto es posible en estos tiempos, pese a la opinión pesimista de muchos. Estos temas parecieron renacer en mi pensamiento mientras observaba la pompa y la circunstancia culturales de lo ocurrido en el simbólico templo mayor del español, aunque todas las academias hispanoamericanas lo sean también en sus respectivos países. El idioma común nos une a todos, incluyendo nuestras diferencias.