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domingo, 23 de dezembro de 2012

TRADUCCIÓN Y ESCRITURA






por Rafael Ferrer Méndez
Juan Daniel Pérez Vallejo
Profesores de la Facultad del Ciencias Educativas de la Universidad Autónoma del Carmen


La escritura desempeña un papel importante en cualquier traducción. Toda traducción ocurre en un contexto e implica la transposición de un texto fuente a un texto meta.
Por lo tanto, el texto traducido debe cumplir con las mismas formalidades que tendría si fuera un texto originalmente escrito en la lengua meta (Aksoy 2001).
En traducción, el tener un conocimiento profundo del idioma fuente y el de llegada es esencial para decodificar y codificar apropiadamente un mensaje. De hecho, la escritura es tan importante como la comprensión de lectura para hacer una buena traducción. La primera ayuda a expresar al traductor las ideas de la lengua fuente y la segunda a comprender el mensaje plenamente
El escribir no se debe entender como el plasmar una serie de palabras en una hoja, aunque una sola palabra podría ser un enunciado completo. Tampoco se debe considerar como una serie de enunciados o ideas sino como un conjunto organizado de ideas mediante el uso de interjecciones, palabras y enunciados que pertenecen a un sistema de escritura.
Si realizamos un análisis del español y el inglés, la puntuación es el primer aspecto que presenta diferencias específicas, evidentes. Por ejemplo, en español se requiere un signo de interrogación al inicio y al final de la pregunta. En los diálogos, el cambio de personaje se hace utilizando un guión largo (¯) mientras que en inglés se utilizan las comillas sencillas (‘).
Por otra parte, en inglés existe un símbolo que en español nunca se utiliza, es decir, el apóstrofe. Ambos sistemas tienen su propia forma de llamar la atención del lector. En español las palabras extrañas se resaltan con comillas, paréntesis o letra cursiva; en inglés normalmente se utiliza la comilla sencilla (Newmark 1988:171)
Cada lengua organiza las ideas utilizando palabras en enunciados de diferente forma y longitud. Los textos en inglés comúnmente se estructuran mediante enunciados cortos en voz pasiva y con el uso de un sujeto o pronombre obligatorio. Además, se expresa en una estructura rígida. El español, por otra parte, utiliza enunciados más largos con cláusulas explicativas unidas por conectores. Además se utilizan indistintamente la estructura activa o el pasivo reflexivo y se omite por completo el pronombre, excepto cuando se usa para hacer énfasis.
Pero estas diferencias van más allá de las oraciones. En español, los párrafos son más largos que en inglés∗.
Mientras que en inglés los párrafos son más lacónicos, en español son más explicativos. Los párrafos en español generalmente inician con un verbo, un pronombre reflexivo o cualquier otro elemento, pero en inglés casi siempre inician con el sujeto, el objeto, un pronombre personal o un gerundio. En cuanto a estilo, un párrafo en español siempre va justificado mientras que en inglés no es obligatorio.
Sin embargo, no todo es diferente entre ambos idiomas. Hay por lo menos tres elementos comunes: concordancia, coherencia y cohesión. Todo texto debe contener estos tres elementos para que se pueda entender, la falta de alguno de ellos ocasionaría que al lector le parezca extraño; a un traductor le implicaría un enorme desafío traducir el mensaje del texto fuente al texto meta.
En resumen, para traducir adecuadamente es necesario: conocer los sistemas de escritura tanto en inglés como en español, estar familiarizado con los diferentes usos de los signos de puntuación, traducir las ideas en vez de palabras, oraciones o estructuras –apegadas a los elementos del sistema de escritura-, escribir toda la traducción de acuerdo con el sistema de escritura de la lengua meta, y “cada traducción debe parecer como si nunca se hubiera escrito en una lengua extranjera.” (Brockbank 2001)

Referencias
Aksoy, Berrin. (2001). ‘Translation as a rewriting: the concept and its implications
on the emergence of a national literature’. Translation Journal. Vol. 5, No. 3 [En
línea]. Disponible en: http://accurapid.com/journal/16prof.htm [Consultado el 8
de abril de 2005]
Brockbank, Eileen. (2001). ‘The translator is a writer’. Translation Journal. Vol.
5, No. 2 [En línea]. Available at: http://accurapid.com/journal/16prof.htm
[Consultado el 8 de abril de 2005]
Newmark, Peter. (1988) Approaches to translation. Cambridge: University Press

Nota: El artículo en inglés se publicó por vez primera en TranslationDirectory.com.
http://www.translationdirectory.com/article427.htm

¡Menos filósofos, más ingenieros!









Por Andrés Oppenheimer | LA NACION


MIAMI.- Cuando Xi Jinping fue designado nuevo líder de China hace unas semanas, una de las cosas que más me llamaron la atención de su currículo es que es ingeniero. Más exactamente, es un ingeniero que ha reemplazado a otro ingeniero como líder del país más poblado del mundo.
En Occidente, la mayoría de los presidentes son abogados, que en casi todos los casos hablan bonito. El presidente de Estados Unidos es un abogado graduado en Harvard, quien recientemente fue reelegido tras derrotar a Mitt Romney, otro abogado graduado en Harvard. El ex presidente mexicano Felipe Calderón es abogado y acaba de ser reemplazado el 1° de diciembre por Enrique Peña Nieto, otro abogado. En América del Sur, la mayoría de los palacios presidenciales han sido habitados desde hace mucho tiempo por abogados.
En cambio, el nuevo líder chino es un ingeniero químico que fue designado por el Congreso Nacional del Partido Comunista para reemplazar a Hu Jintao, un ingeniero hidráulico, que a su vez reemplazó al presidente Jiang Zemin, un ingeniero eléctrico.
¿Por qué es interesante todo esto? No se trata de que los ingenieros sean mejores gobernantes (no siempre lo son) ni de incurrir en generalizaciones, sino de reflejar el hecho de que la ingeniería es mucho más popular en China y otros países asiáticos que en Occidente. Eso es importante porque estamos viviendo en una economía global basada en el conocimiento, en la que las patentes de nuevas invenciones -producidas en general por ingenieros, científicos y técnicos- generan a las naciones mucho más riqueza que las materias primas.
Durante un reciente viaje a China visité la Universidad Tsinghua de Pekín, una de las más prestigiosas del país, y me enteré de que el 72% de sus estudiantes de licenciaturas, maestrías y doctorados están inscriptos en las escuelas de ingeniería y ciencias duras, mientras que tan sólo el 28% estudia humanidades o ciencias sociales. Según datos de la Fundación Nacional de la Ciencia de Estados Unidos, mientras el 31% de todos los graduados universitarios de China se especializan en ingeniería, la cifra comparativa en Estados Unidos es tan sólo del 5%.
En la mayoría de los países latinoamericanos, la primacía de las humanidades y ciencias sociales sobre la ingeniería y las ciencias duras es aún mayor. Nuestras universidades producen demasiados filósofos y psicólogos, y demasiado pocos ingenieros. La última vez que miré las cifras de la Universidad de Buenos Aires, una de las más grandes de América latina, tenía 29.000 estudiantes de psicología y 8000 estudiantes de ingeniería, lo que equivale a producir tres psicólogos para curar los problemas de cada ingeniero.
"En Occidente, los jóvenes prefieren ir al dentista antes que estudiar ingeniería", bromea David E. Goldberg, profesor emérito de ingeniería de la Universidad de Illinois y fundador de un movimiento para modernizar la enseñanza de ingeniería. "Abogacía, administración de empresas y medicina, casi cualquier cosa antes que ingeniería, parecen ser las carreras preferidas de los jóvenes de hoy."
La receta de Goldberg: hacer el estudio de la ingeniería más divertido y más creativo. "En lugar de empezar la carrera de ingeniería con la parte creativa, estamos empezándola con matemáticas, ciencia y toda la parte abstracta, y eso hace que deserte casi el 50% de los alumnos", me comentó Goldberg.
Mi opinión: cada vez que escribo que deberíamos producir más ingenieros y científicos -y tal vez menos filósofos-, muchos lectores me señalan que en sus países no hay salida laboral para los jóvenes ingenieros. "¿Para qué sacrificarse con un estudio tan difícil y terminar manejando un taxi?", me dicen. Pero en la mayoría de los casos eso no es cierto. Cada vez más empresas se quejan de la escasez de ingenieros bien preparados en sus países.
Y la experiencia de China, India, Taiwán y otros países asiáticos revela que la producción masiva de ingenieros da buenos resultados: muchos de esos países empezaron a producir grandes números de ingenieros sin preocuparse demasiado en si conseguirían empleo, y los empleos aparecieron después.
No creo que debamos ver a Xi ni a la dictadura china como modelos políticos. Pero el hecho de que China esté gobernada por ingenieros y de que los estudiantes chinos se vuelquen masivamente a la ingeniería debería servirnos de recordatorio de la necesidad de producir mas ingenieros y de hacer que la ingeniería sea un estudio más divertido.
© LA NACION.

CATASTROFE









Fuente: Página 12 – Buenos Aires

“No hay nada como dedicarse a escribir. Te levantás y te ponés a escribir en tu cuarto. Trabajar en tu habitación es una maravilla porque no tenés que rendir cuentas a nadie. Escribís y te imaginás que es El Ciudadano y que todo lo que estás haciendo es genial. Pero cuando tenés que llevarlo a la práctica es cuando se impone la realidad. Entonces, las perspectivas que tenías de lograr una obra maestra se reducen a un pensamiento: ‘Me prostituiré todo lo necesario para sobrevivir a esta catástrofe’.”
(Reflexiones del cineasta Woody Allen en la película Woody Allen, el último documental, que se estrena la próxima semana en Europa.)

LA GUERRA DEL AGUA




Guerra por el agua en África
Multinacionales agroalimentarias, fondos de inversión y Gobiernos extranjeros pelean por el control de los acuíferos en el Este del continente
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA VEGA 23 DIC 2012

Hace años que los agricultores africanos aprendieron que es imposible regar sus tierras con lágrimas. Los campos se agostan y quedan yermos. Porque de ser posible, la mayoría, en vez de ser de secano, serían de regadío. No les faltan motivos para el llanto. Multinacionales, fondos de inversión e incluso Gobiernos extranjeros se están quedando con sus aguas a través de la compra o arrendamiento de ingentes extensiones de campos de labor. Hasta ahora se había advertido del riesgo del acaparamiento de tierras, pero estos días le ha llegado el turno al agua dulce. “Esto puede tener implicaciones dramáticas para las personas que dependen de estos recursos”, advierte Paul Brotherton, de la organización no gubernamental holandesa Wetlands International. “Podrían perder su medio de subsistencia y no serían capaces de mantener a sus familias a través de la pesca o la agricultura a pequeña escala”. Y una población desplazada de sus tierras ancestrales y privada de alimentos es una invitación a la violencia. Etiopía y Kenia (delta del Tana) ya han tenido varios brotes. Por tanto, poco extraña que algunos hablen de una “guerra por el agua en África”.
La fragilidad de este elemento es tal que es el único recurso imprescindible para el ser humano que no está protegido por ningún acuerdo internacional. Y ante esta debilidad los mercados han saltado sobre ella. “Lo más valioso no es la tierra”, explica Neil Crowder, director en África de la firma de inversión Chayton Capital, con sede en Reino Unido y que ha estado adquiriendo tierras en Zambia. “El valor real está en el agua”. Así lo denuncia la organización no gubernamental Grain en un reciente trabajo titulado Exprimir África hasta la última gota.
Porque los tiburones de las finanzas hace tiempo que detectaron el potencial de este elemento. Judson Hill, director de la consultora de inversiones estadounidense NGP Global Adaptation Partners, abrió camino cuando en una conferencia en Ginebra sobre el negocio de la agricultura le preguntaron si era posible hacer dinero con el agua. “Baldes, baldes de dinero”, contestó sin inmutarse. Y añadió: “Hay muchas maneras de producir un retorno muy atractivo en este sector si sabes dónde ir”.
La frágil cuenca del Nilo sufre una oleada de proyectos agrícolas
Esto sucedía en 2010. Dos años después ya sabemos a qué lugares fueron. Sobre todo a las estribaciones de los grandes ríos africanos (Níger, Nilo, Limpopo, Omo, Wami, Tana). La cuenca del Nilo, que padece una extrema fragilidad política y social, está recibiendo una oleada de proyectos agrícolas a gran escala dirigidos sobre todo a la agricultura de exportación.
Las operaciones de acaparamiento de tierras y agua son tantas y de tal volumen que merece la pena echar un vistazo al detalle de las mismas en el único portal de mundo que las compila (http://landportal.info/landmatrix/get-the-detail/by-investor/903). Hay 925 recogidas. Y evidencian la voracidad de este nuevo hidrocolonialismo. Los protagonistas “son sobre todo empresas del gran negocio agroindustrial que están usurpando tierras y agua para incrementar su cuenta de resultados”, denuncia Gustavo Duch, coordinador de la publicación Soberanía Alimentaria.
La presión sobre los países es enorme, y tres de los principales territorios de la cuenca del Nilo (Etiopía, Sudán y Sudán del Sur) ya han cedido vastas extensiones de tierra. En Sudán y Sudán del Sur se han entregado 4,9 millones de hectáreas (una superficie superior a la de los Países Bajos) desde 2006 a firmas extranjeras. En Gambela (Etiopía), en la frontera con Sudán del Sur, multinacionales como Karuturi Global (India) o Saudi Star (Arabia Saudí), capitaneadas por los multimillonarios Ramakrisha Karuturi y Sheikh Al-Amoudi, están construyendo canales de riego para extraer agua del Nilo desde Etiopía. “La llegada masiva de estos actores deja situaciones tan difíciles de explicar como que ese país del cuerno de África, un territorio que pasa hambre, sea exportador de alimentos”, apunta Henk Hobbelink, coordinador de la organización no gubernamental Grain.
Y claro, para poner toda esta tierra en producción, debe de ser regada. ¿Hay agua suficiente? Parece que no. Si los 40 millones de hectáreas de tierra —detalla un trabajo del think tank californiano The Okland Institute— que se compraron en África en 2009 se cultivaran, harían falta entre 300 y 500 kilómetros cúbicos de este recurso al año, aproximadamente el doble (184,35 kilómetros cúbicos) de lo que consumió toda la agricultura africana en 2005. De seguir este ritmo de adquisiciones, en 2019 la demanda de agua dulce solo para dar respuesta a esas tierras nuevas superará la oferta existente.
Etiopía, Sudán y Sudán del Sur ya han cedido vastas extensiones de tierra
Incluso al mítico Nilo las cuentas no le salen. Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura), los 10 países que pertenecen a la cuenca de este río tienen, como máximo, agua para regar ocho millones de hectáreas, pero, por sí solos, Etiopía, Egipto, Sudán y Sudán del Sur ya han puesto en marcha, según Grain, infraestructuras de riego para cubrir 5,4 millones, y acaban de entregar 8,6 millones de hectáreas adicionales. “Es mucha más agua de la que existe en la cuenca y supone un suicidio hidrológico”, alerta Henk Hobbelink. Poco parece importarle a las corporaciones extranjeras que operan en la zona, como Pinosso Group (Brasil), Hassad Food (Catar), Foras (Arabia Saudí), Pharos (Emiratos Árabes) o ZTE (China). Es la búsqueda del beneficio económico, pero también una forma para muchos países de asegurarse un granero lejos de casa. Arabia Saudí tiene tierras, pero no agua. Y China tiene una ingente población que alimentar.
El agua parece acorralada e incluso la legislación diríase que está en su contra. ¿Quién tiene los derechos del agua de un río? ¿La gente que vive en sus riberas, los agricultores que dependen de él para regar o aquellos que están aguas arriba o aguas abajo? Esta naturaleza inasible es un hándicap serio. “Los límites entre legalidad e ilegalidad son a menudo borrosos y muchas veces los acaparadores se aprovechan de esta complejidad”, reflexiona Lyla Mehta, profesor en la University of Life Sciences de Noruega.
El poeta uzbeko Muhammed Salikh escribió: “No se puede rellenar el Mar de Aral con lágrimas”. Pero estamos abocados al llanto. “Si el problema de la gestión eficiente de este recurso no se resuelve, algunos países tendrán que importar agua para cultivar, desalinizar, o incluso traer de fuera las cosechas propias”, narra por correo electrónico un representante del fondo Pictet Agriculture. Un mundo que bien semeja el Dune imaginado por Frank Herbert.

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