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sábado, 1 de novembro de 2014

EL IDIOMA LADINO




Resucitar el idioma ladino en Francia
Por Silvia Celi
En España ha surgido un movimiento muy importante para rescatar la memoria y la cultura de los judíos sefarditas, en particular su lengua. Ese movimiento, en menor escala, existe también en Francia. El Instituto Cervantes de París organizó este fin de semana un encuentro con escritores sefarditas y especialistas en este tema.
Entrevistados: Alberto Anaori Salama, miembro de la comunidad sefardí de París, Marie-Christine Bornes-Varol, profesora de judeo-español en el Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales de París, François Azard, coautor del libro bilingüe sefardita-francés Le perroquet Juif et autres contes judéo-espagnols (El papagayo judío y otros cuentos judeo-españoles), y Fernando Carbonell, presidente de la asociación Tarbut Lucena (España).

EL IDIOMA ESPAÑOL

¿Puro o señor?: he ahí el dilema
Marcos Alfonso
Desde los sonidos onomatopéyicos o guturales hasta el más puro español castizo de Don Miguel de Cervantes y Saavedra cuando escribió su antológico Quijote (Castilla, España, siglo IX), el lenguaje ha servido como medio de comunicación entre los seres humanos: sean flemáticos ingleses, genuflexos asiáticos, tenores daneses o… musicales caribeños y africanos.
Según el sitio digital Ecured (enciclopedia digital cubana): “Muchísimos han sido los idiomas utilizados en el mundo y de ellos, numerosos también se dejaron de hablar, y se les denominan lenguas muertas, la más famosa es el latín”.
Entre los idiomas antiguos figura el sánscrito, originario de la India, nación en la cual se habló hasta el siglo III de nuestra era; o la lengua aramea que, según los expertos, fue la parlada por Jesús.
Los idiomas tampoco son estáticos. Mutan y están siempre en perenne transformación. Es el caso del español, hablado por más de 400 millones de seres humanos en el orbe, según Ecured.
Y así ocurre con las jergas, las cuales a diario amplían su léxico y los significados de las palabras y se adaptan a las regiones y costumbres de los individuos quienes, en dependencia de sus mundologías, les tributan nuevas definiciones.
Creativos por antonomasia, los cubanos hemos “aportado” numerosos significados semánticos a múltiples palabras de la lengua española. Ejemplos sobran: Almendrón (auto antiguo en circulación); Curda (borracho, beodo); Rufa (ómnibus, guagua); Jamar (comer, ingerir alimentos); Puro (señor, individuo)… En fin.
Sucede, sin embargo, que en los últimos años tales contribuciones rebasan lo netamente popular y derivan hacia lo chabacano y lo grotesco, con el peligro de su traspolación de una generación a otra.
Tales vocablos están a flor de calle. Oleadas de groseras y soeces palabras brotan de las gargantas de hombres o mujeres en los sitios menos imaginados: desde el hospital, la oficina, el transporte público, los juegos callejeros, y… ¡hasta en las escuelas!
Los medios masivos de comunicación, en particular la TV y la radio, sin que sea su propósito, se ven también agredidos. No me refiero a la obra teatral o telenovela donde se inserta una “mala palabra” con neta intención dramatúrgica según la perspicacia del guionista.
En el universo de la cultura, en sentido general, al entrevistar a creadores o intérpretes de las diversas manifestaciones artísticas han cobrado fuerza los términos súper y nada, las muletillas así mismo es, decir que…, los cuales menudean con su innegable influencia en los públicos. Imaginemos la entrevista:
-¿Y cómo te sientes en el nuevo proyecto que asumes?
-Pues… ¡nada!, todo marcha. Vaya, súper bien…
En cuanto a la nada, según el diccionario de la Lengua Española, significa: Ninguna cosa, ninguna cantidad ni medida; el no ser, concepto filosófico opuesto al ser del que todos los entes participan; cosa mínima o insignificante; en ninguna medida; sin esfuerzo, sin dar importancia a la cosa de que se trata (…). El súper: Que es muy bueno; apócope de supermercado: muy bien, estupendo.
Llama la atención el elevado nivel cultural alcanzado por la ciudadanía. Sin embargo, la falta de educación es harto palpable en las relaciones humanas, algo que no sucedía cuando en Cuba existía más de un millón de analfabetos. Es como si los buenos modales y la cortesía nos hubieran abandonado.
Sostengo que tanto uno como otro sexo, para hacerse valer, o escuchar, o sentir, no tienen por qué recurrir a esos extremos del habla colindantes con lo más chabacano y vulgar de nuestra cubana lengua: las harto conocidas “malas palabras”.
Si Cervantes desandara por la Isla, no tendría necesidad de luchar contra los molinos de viento… le bastaría con engarzar en su adarga esa ensarta de vocablos groseros que navegan en el espacio, y quemarlos en la hoguera.
Lo peligroso del asunto resulta que, de no ponerle coto, a fuerza de tanto mal hábito y chabacanería, y el inexorable paso del tiempo, cuando escuchemos a alguien de cualquier edad decir: ¡buenas tardes!, ¡con permiso!… nos parezca rara avis.
Fuente: Mayabeque

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