Siendo un joven torturado por su pronunciada sensibilidad,
Alejandro Jodorowsky caminaba llorando por la calle cuando se topó con un loco en estado de ebriedad. Le transmitió un augurio indescifrable: “No te preocupes. Una virgen desnuda alumbrará tu camino con una mariposa que arde”. Tardó poco en entender a qué se refería: ese animal en llamas no era otra cosa que el arte. La escena aparece al comienzo de
Poesía sin fin, la nueva película del cineasta chileno, presentada en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, donde fue acogida ayer sábado con una larga ovación.
Algo ha cambiado para Jodorowsky desde que decidió regresar al cine, tras 23 años de ausencia, con La danza de la realidad, el primero de sus filmes autobiográficos —espera completar cinco sobre su existencia—, que fue presentado en este mismo festival en 2013 y donde abordaba sus primeros años de vida. Director de vanguardia en otro tiempo, responsable de un western de culto como El topo, guionista estrella de cómics fantásticos y agitador teatral junto a Fernando Arrabal (con quien fundó el grupo vanguardista Pánico), Jodorowsky terminó siendo visto, a ratos, solo como un charlatán que leía el tarot en distintos cafés parisienses. A juzgar por lo visto en Cannes, ahora se le trata como un genio y un sabio. Lo confirma su cuenta en Twitter, donde cuenta con más de un millón de seguidores. ¿Se ha convertido aquel payaso místico de otro tiempo en algo parecido a un visionario? “Sí, me ha ido bien. Yo también he notado un cambio. Supongo que mis películas estaban adelantadas a su época”, tantea Jodorowsky desde un hotel pegado a la Croisette. “De todas formas, yo soy lo que soy y no los que los otros desean. No me avergüenzo de nada”. Para dar fe de ello, saca un tarot del bolsillo de su camisa, como si estuviera tentado por dejar de lado la entrevista para adivinarnos el destino.
Con una mezcla de realidad dramatizada, surrealismo lírico y esoterismo sin charlatanería, Poesía sin fin describe el encuentro con la poesía del artista adolescente. Pero también sus encuentros con sus contemporáneos —del escritor y crítico Enrique Lihn a la poetisa punk Stella Díaz— y su destierro definitivo en París tras el regreso del derechista Carlos Ibáñez al poder, después de romper con una familia represora, encabezada por un padre tendero, pequeñoburgués, estalinista y autoritario. Su progenitor nunca le apoyó, se opuso a su deseo de convertirse en poeta e intentó evitar que abandonara Chile y el negocio familiar. “Sufrí mucho en esa época, pero esta película me ha curado”, sostiene. “Crecí en un barrio obrero, lleno de asesinos, putas y borrachos. ¿Qué hacía yo en ese lugar? Logré escapar, pero con un gran dolor”. La película le ha permitido procesar esos recuerdos de una manera distinta: “Me he dado cuenta de que, si me convertí en artista, fue porque ese lugar me hirió. Y así he logrado embellecer lo feo. He dado color a mis recuerdos en blanco y negro. Embellecer tu memoria es una gran curación”.
El proceso no ha sido precisamente rápido: ha tardado 87 años en perdonar a su padre. “Eso me reprochan mis hijos. Me dicen que tendré que permitirles tener problemas conmigo durante un tiempo más”, sonríe Jodorowsky. “Perdonar es un proceso muy largo y duro, al que mucha gente nunca se enfrenta porque da mucho miedo. Pero si uno quiere morirse tranquilo tiene que hacerlo. Yo lo que no quiero es desaparecer irrealizado”, añade. “Entendí que mi padre había tenido una vida tremenda, una vida de inmigrante [judío de origen ruso]. ¿Qué esperaba de mí? Aspiraba a que me convirtiera en un héroe, que yo lo realizara a él. Terminé llegando a la comprensión y luego a la compasión. Me dije que yo lograré morir liberado, pero él no, así que seguro que sufrió todavía más. Así se consigue el perdón”. Ahora, por primera vez, cuando toma la pluma y empieza a escribir sus versos, ya no escucha la voz de su padre gritándole: “¡Maricón!”.
Gente enjaulada
Para aumentar la carga psicoanalítica del proyecto, su hijo Adán, conocido como músico con el nombre artístico Adanowsky, interpreta el papel del joven Alejandro en la película. En un momento de Poesía sin fin, el Jodorowsky maduro le susurra al oído: “La vida no tiene sentido. Hay que vivirla. ¡Vive!”. En las películas, las masas están cubiertas de polvo y de máscaras, casi como si ya estuvieran muertas. Cuando mira a su alrededor, ¿detecta a muchos muertos? “Más que muertos, veo a gente enjaulada. Nuestra conciencia tiene límites, prejuicios que aprendemos con la familia, la sociedad y la cultura, que crean una jaula mental. Y los pájaros enjaulados siempre creen que volar es una enfermedad. Pero volar no es una enfermedad. Libérate. Haz lo que tú quieres y no lo que los demás quieren que hagas. Sé tú mismo y no te traiciones. No te vendas y respétate”, dice Jodorowksy, fiel a su irrefrenable tendencia al imperativo amable con vocación de salvavidas.
En Poesía sin fin, también tiene tiempo para atacar a Pablo Neruda, objeto de la biografía dirigida por Pablo Larraín que se acaba de presentar en Cannes, a quien califica de “viscoso poeta nacional”. “Nunca me gustó”, reconoce. “Se sentía el salvador del mundo, pero sin entrar en la realidad humana. Tenía mucho ego. Hacía una campaña política donde el único héroe era él”. Jodorowsky siempre prefirió los antipoemas de Nicanor Parra. “Eliminó todos los adornos. En sus versos no hay nada que sobre. El verdadero poeta no se ama a sí mismo, sino que ama la poesía”.
Hace unos meses, Jodorowsky decidió visitar a Parra, a punto de cumplir 102 años. “Me dijo que la vejez no es una humillación. Me dijo que te desprendes del sexo, del dinero, de la fama y de ti mismo, y te conviertes en una mariposa fulgurante, en un ser de pura luz”. ¿Así es cómo se encuentra hoy? “En eso estoy. A eso estoy llegando”, quiere creer. “La edad es algo bueno. Se te caerá todo, pero te vuelves ágil por dentro. Y se queda lo único esencial, que es el amor a la vida”.