Translate

segunda-feira, 10 de junho de 2013

EDUARDO LALO

El puertorriqueño Eduardo Lalo gana el Rómulo Gallegos de novela
'Simone' relata la vida de una inmigrante china condenada al trabajo semiesclavo en Puerto Rico
EFE Caracas 9 JUN 2013 -

El escritor Eduardo Lalo se convirtió esta semana en el primer puertorriqueño que lograr el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, al ser galardonado por su obra Simone, que relata la vida de una inmigrante china condenada al trabajo semiesclavo en Puerto Rico. En su veredicto, que fue unánime, el jurado de la edición XVIII del premio destacó que Simone presenta "un argumento que intersecta diversas expresiones históricas, sociales, culturales y estéticas de la situación contemporánea".

El premio (dotado con 100.000 dólares), uno de los más prestigiosos en lengua castellana, tiene como propósito es honrar la obra del novelista venezolano Rómulo Gallegos, se entregará en Caracas el 2 de agosto, fecha que coincide con el nacimiento del escritor que da nombre al galardón. El Gobierno venezolano otorga desde 1967 cada dos años este premio con el que se ha reconocido a destacadas figuras de la literatura en español como Gabriel García Márquez (Cien años de soledad), Mario Vargas Llosa (La casa verde), Carlos Fuentes (Terra nostra), Javier Marías (Mañana en la batalla piensa en mí), Roberto Bolaño (Los detectives salvajes), Fernando Vallejo (El desbarrancadero) y Enrique Vila-Matas (El viaje vertical).
El miembro del jurado Juan Duchesne, también puertorriqueño, expresó en la conferencia de prensa en Caracas, donde se dio a conocer el ganador de este año, que Lalo repara en "los seres que son invisibles". Simone está protagonizada por Li Chao, una obrera afectada por la revolución cultural china que emigra a Puerto Rico, donde encuentra en el placer de la lectura un escape a su trabajo semiesclavo en un restaurante chino y entabla una historia de amor.

Duchesne manifestó que "de cierta manera Puerto Rico ha sido a veces como esa obrera invisible y al fin pues, contradiciendo un poco al autor, se hizo visible" con este premio. "Agradezco la valentía del jurado", apuntó el escritor sobre el hecho de que se haya premiado a un escritor de un, dijo, "país invisible".

Lalo ha desarrollado, además, una obra como fotógrafo, ha publicado tres libros de ensayos y realizado mediometrajes que se han proyectado en museos y casas culturales de América Latina, Estados Unidos y Europa.

Nacido en 1960, sucede al argentino Ricardo Piglia, quien obtuvo hace dos años por Blanco nocturno el que es uno de los premios más destacados en literatura española y a cuya final habían llegado en esta edición once obras de escritores de diez países. Piglia, que este año fue uno de los tres integrantes del jurado que decidió el premio, señaló que la obra ganadora "condensa" elementos de las 11 novelas finalistas, al presentar aspectos de autobiografía y de una "historia de amor contada con un contenido al mismo tiempo erótico y social y político".

El autor de novelas como Plata Quemada elogió la calidad de las novelas en competencia y en particular de las finalistas, que, dijo, reúnen una "gama de poéticas y de formas narrativas variadísimas" que van desde el género policial o la ciencia ficción "a los modos más renovadores de las experimentaciones narrativas".

Entre las novelas finalistas destacan Arrecife, del mexicano Juan Villoro; Desde la penumbra de la uruguaya Silvia Lagos y Formas de volver a casa del chileno Alejandro Zambra. En la edición de este año participaron 200 obras de 17 países, de entre los que destacó México, con 36 novelas presentadas, seguido por España, con 29, por Colombia, con 27, y por Argentina, con 23.

Simone ha tenido una circulación limitada en Latinoamérica. Duchesne indicó que fue publicada en Argentina por la editorial Corregidor y se espera que llegue a las librerías de Venezuela a tiempo para la entrega del premio en agosto.

El error de traducción que metió en un lío a Mango

Fuente: ABC.ES/AFP

Ante la polémica suscitada, la marca ha aclarado en Francia que una «esclava» es un tipo de pulsera en España y no una referencia a la esclavitud


MANGO
Collar denominado «estilo esclava»
La firma española de moda Mango se vio envuelta en una polémica en Francia por una traducción errónea del español al francés de la denominación «esclava», utilizada en la descripción de una colección de pulseras y un collar en su página web francesa.
Pulsera estilo esclava
Aunque en español el término «esclava» está aceptado en joyería como un tipo de pulsera, en francés no existe esta acepción del término. Y ello generó un importante revuelo que forzó a Mango a disculparse por el error y el malentendido.
«Lamentamos el error en la traducción. Los servicios responsables ya han sido advertidos y harán la corrección inmediatamente», dijo Mango en su cuenta oficial de Twitter, poco antes de informar en un comunicado que ya había procedido al cambio de la denominación en su web francesa. «Mango no ha querido en ningún caso herir la sensibilidad de nadie y ya ha realizado las modificaciones oportunas en todas sus plataformas», añadió en el comunicado. Eso después de que se hiciera «trendingtopic» en Francia la frase boicot a Mango.
Ahora en la web francesa se puede ver la nueva denominación de este tipo de accesorios: «tressé» o trenzado.
Una petición por internet lanzada por las actrices francesas Aissa Maiga y Sonia Rolland y la columnista Rokkaya Diallo, titulada «La esclavitud no es moda», había recogido el lunes a las 13.30 horas casi 3.000 firmas. «Estas joyas en forma de cadenas hacen de la esclavitud un objeto de fantasía y de moda», clamaban los autores de la petición. «Mango trivializa tragedias... que aún hoy afecta a millones de personas alrededor del mundo», añadió. Las asociaciones francesas SOS Racisme y Cran exigieron también que Mango retire de la venta su colección de joyas llamada en francés «style esclave».

La traducción sin fin


JUSTO NAVARRO – El País - España

No creo que ningún traductor quede absolutamente contento de su traducción. Uno quiere olvidar la traducción terminada, pero se ve condenado a recordarla cuando se le ocurren soluciones que no vio mientras estaba traduciendo. Se traduce lo ya traducido, no sólo porque las traducciones parezcan imperfectas, o envejezcan, y las palabras cambien con el tiempo, como las personas, sino porque las traducciones son parte esencial de la literatura de una lengua, y piden ser renovadas como las tradiciones y los lenguajes literarios.
Claudio Guillén, recordando a Ernst Robert Curtius, hablaba de la excitación ante autores extranjeros recién descubiertos: ese entusiasmo es, en los mejores casos, el motor de la traducción. Nuestros traductores sirven de puentes, en el sentido arquitectónico y en el de cables que establecen conexiones eléctricas o pinchan una línea telefónica, y a veces han sido víctimas de una impaciencia que los llevó a traducir del francés o el inglés obras japonesas, chinas, e incluso árabes. Las traducciones son determinantes en la construcción de una tradición literaria. De los italianos se tradujo aquí en el prerrenacimiento hasta el ritmo de la poesía. La literatura angloamericana del siglo XX afectó a la literatura contemporánea española a través casi siempre de traducciones hispanoamericanas.
Mano a mano con Shakespeare
Cesare Pavese y Madame de Stäel coincidían, casi a siglo y medio de distancia, al reconocer en la traducción un remedio contra los lugares comunes y las frases hechas en las que se acomoda una literatura. La vocación de traducir invita a la traducción sin fin, nunca felices con el estado en que uno encuentra su propia lengua, su propio mundo. Es un trabajo casi clandestino, por la resistencia editorial a poner el nombre del traductor en la cubierta de los libros, como si el traductor, en el fondo, fuera un agente secreto, un anónimo funcionario del espionaje entre naciones.

Justo Navarro es escritor y traductor.

Los pobres traductores buenos


Por GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Alguien ha dicho que traducir es la mejor manera de leer. Pienso también que es la más difícil, la más ingrata y la peor pagada. Tradittore, traditore, dice el tan conocido refrán italiano, dando por supuesto que quien nos traduce nos traiciona. Maurice-Edgar Coindreau, uno de los traductores más inteligentes y serviciales de Francia, hizo en sus memorias habladas algunas revelaciones de cocina que permiten pensar lo contrario. "El traductor es el mono del novelista", dijo, parafraseando a Mauriac, y queriendo decir que el traductor debe hacer los mismos gestos y asumir las mismas posturas del escritor, le gusten o no. Sus traducciones al francés de los novelistas norteamericanos, que eran jóvenes y desconocidos en su tiempo -William Faulkner, John Dos Passos, Ernest Hemingway, John Steinbeck-, no sólo son recreaciones magistrales, sino que introdujeron en Francia a una generación histórica, cuya influencia entre sus contemporáneos europeos -incluidos Sartre y Camus- es más que evidente. De modo que Coindreau no fue un traidor, sino todo lo contrario: un cómplice genial. Como lo han sido los grandes traductores de todos los tiempos, cuyos aportes personales a la obra traducida suelen pasar inadvertidos, mientras se suelen magnificar sus defectos. Cuando se lee a un autor en una lengua que no es la de uno se siente deseo casi natural de traducirlo. Es comprensible, porque uno de los placeres de la lectura -como de la música- es la posibilidad de compartirla con los amigos. Tal vez esto explica que Marcel Proust se murió sin cumplir uno de sus deseos recurrentes, que era traducir del inglés a alguien tan extraño a él mismo como lo era John Ruskin. Dos de los escritores que me hubiera gustado traducir por el solo gozo de hacer lo son André Malraux y Antoine de Saint-Exupery, los cuales, por cierto, no disfrutan de la más alta estimación de sus compatriotas actuales. Pero nunca he ido más allá del deseo. En cambio, desde hace mucho traduzco gota a gota los Cantos de Giaccomo Leopardi, pero lo hago a escondidas y en mis pocas horas sueltas, y con la plena conciencia de que no será ese el camino que nos lleve a la gloria ni a Leopardi ni a mí. Lo hago sólo como uno de esos pasatiempos de baños que los padres jesuitas llamaban placeres solitarios. Pero la sola tentativa me ha bastado para darme cuenta de qué difícil es, y qué abnegado, tratar de disputarles la sopa a los traductores profesionales.
Es poco probable que un escritor quede satisfecho con la traducción de una obra suya. En cada palabra, en cada frase, en cada énfasis de una novela hay casi siempre una segunda intención secreta que, sólo el autor conoce. Por eso es sin duda deseable que el propio escritor participe en la traducción hasta donde le sea posible. Una experiencia notable en ese sentido es la excepcional traducción de Ulysses, de James Joyce, al francés. El primer borrador básico lo hizo completo y solo August Morell, quien trabajó luego hasta la versión final con Valery Larbaud y el propio James Joyce. El resultado es una obra maestra, apenas superada -según testimonios sabios- por la que hizo Antonio Houaiss al portugués de Brasil. La única traducción que existe en castellano, en cambio, es casi inexistente. Pero su historia le sirve de excusa. La hizo para sí mismo, sólo por distraerse, el argentino J. Salas Subirat, que en la vida real era un experto en seguros de vida. El editor Santiago Rueda, de Buenos Aires, la descubrió en mala hora, y la publicó a fines de los años cuarenta. Por cierto, que a Salas Subirat lo conocí pocos años después en Caracas trepado en el escritorio anónimo de una compañía de seguros y pasando una tarde estupenda hablando de novelistas ingleses, que él conocía casi de memoria. La última vez que lo vi parece un sueño: estaba bailando, ya bastante mayor y más solo que nunca, en la rueda loca de los carnavales de Barranquilla. Fue una aparición tan extraña que no me decidí a saludarlo.
Otras traducciones, históricas son las que hicieron al francés Gustav Jean-Aubry y Phillipe Neel de las novelas de Josep Conrad. Este gran escritor de todos los tiempos -que en realidad se llamaba Jozef Teodor Konrad Korzeniowski- había nacido en Polonia, y su padre era precisamente un traductor de escritores ingleses y, entre otros, de Shakespeare. La lengua de base de Conrad era el polaco, pero desde muy niño aprendió el francés y el inglés, y llegó a ser escritor en ambos idiomas. Hoy lo consideramos, con razón o sin ella, como uno de los maestros, de la lengua inglesa. Se cuenta que les hizo la vida invivible a sus traductores franceses tratando de imponerles su propia perfección, pero nunca se decidió a traducirse a sí mismo. Es curioso, pero no se conocen muchos escritores bilingües que lo hagan. El caso más cercano a nosotros es el de Jorge Semprún, que escribe lo mismo en castellano o en francés, pero siempre por separado. Nunca se traduce a sí mismo. Más raro aún es el irlandés Samuel Becket, premio Nobel de Literatura, que escribe dos veces la misma obra, una vez en francés y otra vez en inglés. Es la misma obra en dos idiomas, pero su autor insiste en que la una no es la traducción de la otra, sino que son dos obras distintas en dos idiomas diferentes.
Hace unos años, en el ardiente verano de Pantelaria, tuve una enigmática, experiencia de traductor. El conde Entico Cicogna, que fue mi traductor al italiano hasta su muerte, estaba traduciendo en aquellas vacaciones la novela Paradiso, del cubano José Lezama Lima. Soy un admirador devoto de su poesía, lo fui también de su rara personalidad, aunque tuve pocas ocasiones de verlo, y en aquel tiempo quería conocer mejor su novela hermética. De modo que ayude un poco a Cicogna, más que en la traducción, en la dura empresa de descifrar la prosa. Entonces comprendí que, en efecto, traducir es la manera más profunda de leer. Entre otras cosas, encontramos una frase cuyo sujeto cambiaba de género y de número varias veces en menos de diez líneas, hasta el punto de que al final no era posible saber quién era, ni cuándo era, ni dónde estaba. Conociendo a Lezama Lima, era posible que aquel desorden fuera deliberado, pero sólo él hubiera podido decirlo, y nunca pudimos preguntárselo. La pregunta que se hacía Cicogna era si el traductor tenía que respetar en italiano aquellos disparates de concordancia o si debía verterlos con rigor académico. Mi opinión era que debía conservarlos, de modo que la obra pasara al otro idioma tal como era, no sólo con sus virtudes, sino también con sus defectos. Era un deber de lealtad con el lector en el otro idioma.
Para mí no hay curiosidad más aburrida que la de leer las traducciones de mis libros en los tres idiomas en que me sería posible hacerlo. No me reconozco a mí mismo, sino en castellano. Pero he leído alguno de los libros traducidos al inglés por Gregory Rabassa y debo reconocer que encontré algunos pasajes que me gustaban más que en castellano La impresión que dan las traducciones de Rabassa es que se aprende el libro de memoria en castellano y luego lo vuelve a escribir completo en inglés: su fidelidad es más compleja que la literalidad simple. Nunca hace una explicación en pie de página, que es el recurso menos válido y por desgracia el más socorrido en los malos traductores. En este sentido, el ejemplo más notable es el del traductor brasileño de uno de mis libros, que le hizo a la palabra astromélia una explicación en pie de página: flor imaginaria inventada por García Márquez. Lo peor es que después leí, no sé dónde, que las astromélias no sólo existen, como todo el mundo lo sabe en el Caribe, sino que su nombre es portugués.

Copyright 1982. Gabriel García Márquez. ACI.

Valentín García Yebra, la voz de la traducción en la RAE


El académico era un defensor de los neologismos
LILA PÉREZ GIL

"La traducción ha sido acaso el más importante procedimiento para la propagación de la cultura".
Así comenzaba el 27 de enero de 1985 su discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua (RAE) Valentín García Yebra. Ayer quedó vacío el sillón n de esta institución, que este escritor y traductor de 93 años ocupaba desde entonces con un "gran sentido de la responsabilidad", como destacó ayer el escritor, y también académico, Luis Mateo Díez, citado por la agencia Efe. Como él, García Yebra era leonés, nacido en la localidad bierzana de Lombillo de los Barrios el 28 de abril de 1917.

El académico estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, se licenció en 1944 en Filología Clásica y se doctoró con la tesis Las traducciones latinas de la metafísica de Aristóteles. Ganó por oposición en 1945 la cátedra de Griego del Instituto de Enseñanza Media de Santander, y por entonces comenzó a alternar la labor pedagógica con la traducción de lenguas vivas y clásicas. Siempre defendió la presencia de las lenguas clásicas en la enseñanza.

Entre 1955 y 1966 dirigió el Instituto Politécnico Español de Tánger, donde ocupó la cátedra de Griego, entre 1955 y 1966, y, luego, hasta 1969, fue responsable del Instituto Calderón de la Barca, en el que se encargó de la cátedra de Griego hasta 1974.

Ese último año impulsó el Instituto Universitario de Lenguas Modernas y Traductores, creado por su iniciativa en la Universidad Complutense, donde ejerció varios cargos y enseñó la asignatura de Teoría de la Traducción.

Traducía lenguas antiguas y modernas, como el griego, alemán, francés, italiano y portugués. Escribió, además, diversos estudios teóricos sobre esta materia, entre ellos Teoría y práctica de la traducción y En torno a la traducción.

A propuesta de Dámaso Alonso, Alfonso García Valdecasas y Rafael Lapesa, fue elegido en enero de 1984 miembro de la RAE para ocupar el sillón n, vacante desde la muerte de Jesús Prados Arrarte. Un año después, en el discurso de su toma de posesión, destacó la figura del neologismo: "Una lengua se enriquece sobre todo por los elementos nuevos que, incorporados a su peculiar sustancia, producen su desarrollo".

"Sin los neologismos", añadió, "la lengua se debilitaría hasta su depauperación". Lamentaba la mala acogida que consideraba que tenía en general el neologismo en la lengua castellana: "Es una lástima, porque esta tendencia restrictiva, como toda tendencia anárquica, puede ser empobrecedora. Las lenguas como los pueblos, necesitan renovar su sangre; no pueden practicar una rigurosa endogamia".

García Yebra distinguía sin embargo entre el llamado préstamo de palabras de otras lenguas y el calco. Para él, el préstamo no es un procedimiento de traducción, sino la renuncia a traducir. Un problema con que se encuentra el traductor, no preparado en ocasiones para afrontar la creación de nuevos términos, procedentes de otras lenguas, en la suya propia. "El calco estaría en el terreno opuesto: en la traducción absoluta, la traducción total, que no solo vierte el sentido y la designación de los términos originales, sino también su significado. Una traducción bien ceñida al original viene a ser una especie de calco prolongado", describió entonces.

García Yebra recibió, entre otros, el Premio Nacional de Traducción que le concedió el Ministerio de Educación de Bélgica en 1964, cuando era director del Instituto Español de Tánger, por su versión de la obra de Charles Moeller Literatura de siglo XX y cristianismo. En 1971 recibió el premio Ibáñez Martín, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, por su edición trilingüe de la Metafísica de Aristóteles. La RAE lo distinguió también, en 1982, con el premio Nieto López, por su labor como traductor y su trabajo a favor del idioma.

Traducción: Una forma atenta de leer

Traducir es un proceso sin fin que ilumina una obra y renueva su condición de clásica
“Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, afirmaba Calvino
Siempre se rompen cosas en las mudanzas
JUSTO NAVARRO 17 MAR 2012 - 15:21 CET2

'Martín Lutero traduciendo la Biblia en el castillo de Wartburg en 1521' (1989), de Eugène Siberdt. / FINE ART PHOTOGRAPHIC

Clásicos son esos libros que siempre acaban pidiendo una traducción nueva. Estoy parafraseando a Italo Calvino y su definición de los clásicos, esas obras especiales que nunca acabamos de releer. Se releen por definición y se retraducen por definición, pues traducir también es una forma especialmente atenta de leer. “Un clásico”, decía Calvino, “es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”.

Así que nunca terminamos de traducirlo definitivamente. Y además las traducciones se renuevan por razones históricas y lingüísticas: cambia la relación entre culturas y entre lenguas, cambian los valores, cambia la estimación de los escritores y de las obras, cambia la lengua y la mentalidad, cambia el concepto mismo de traducción, las maneras de traducir, lo que se entiende por una buena traducción, la doble figura de la traición y la fidelidad. Cada época tiene su modo de traducir. Cambian los modos de leer a los clásicos, y la noción de obra literaria.

Las palabras amarillean, envejecen, se vuelven incomprensibles con la edad, y hay palabras que rejuvenecen de improviso y piden que las repitamos con palabras frescas. Obras que fueron consideradas feas se embellecen, y las bellas de otro tiempo resultan a la larga insoportables. Y, en determinado momento, también ayuda a relanzar una obra estimable la circunstancia puramente temporal y mercantil de que con el paso de los años ya no haya que pagar derechos de autor. Pero la explicación esencial de por qué hay que traducir sin fin a los clásicos es porque cada época tiene sus afinidades e incompatibilidades, su lengua y su canon literario. Traducir es celebrar, iluminar una obra literaria, renovar su condición de clásica.

Y hay otra cosa. Cuando traduzco, pienso en aquello que decía Martín Lutero, consciente de la paradoja de que la mejor traducción posible es siempre mejorable: a nadie le está prohibido hacer una traducción mejor que la mía. Lutero escribió su Carta sobre el arte de traducir en 1530, confinado en la Fortaleza de Coburgo, en el momento en que sus teólogos y los católicos de Carlos V negociaban la paz imposible. Recordemos que para atizar la guerra bastaba un insignificante problema de traducción, a propósito del pasaje de una epístola de san Pablo. No hubo paz. Una traducción puede ayudar a desencadenar una guerra de dimensiones continentales, sobre todo si se traduce una obra literaria fundadora de imperios y mitos. Cuanto más clásica es una obra más arriesgado parece traducirla, sobre todo si ya hay una traducción indiscutible, aunque la condición de indiscutible, referida a la traducción, siempre sea provisional, sujeta indefinidamente a la sentencia del tiempo.

Creo que, al dar por concluida una traducción, todo traductor repetiría las palabras de Lutero: a nadie le está prohibido hacer una traducción más perfecta. La traducción es un proceso sin fin. Las obras literarias están fechadas y cerradas (salvo excepciones o falsificaciones, toda posibilidad de cambio acaba con la muerte o desaparición del autor). Las traducciones están fechadas, pero abiertas, pues toda traducción es mejorable. Es como si la traducción no tuviera un autor, sino autores, una comunidad que crece según las distintas etapas o estadios de la lengua, según la época. La infinita renovación de las traducciones es una huella de la aspiración a una verdad definitiva, es decir, inalcanzable. Una ética de la traducción podría derivarse de ese factor de provisionalidad, o de no perdurabilidad de la traducción, tan próxima en eso a los mortales. Toda traducción es insuficiente; su insuficiencia consiste en estar perpetuamente inacabada, siempre más o menos decepcionante, por lo menos en algún punto, exactamente como cualquier ser humano.

El portugués, un idioma en ascenso


Este lunes se celebra el día de la lengua lusa, hablada por 250 millones de personas
FUENTE: EFE domingo, 09 de junio del 2013

Lisboa.- Los más de 250 millones de habitantes de los países de habla portuguesa celebran este lunes el día de la lengua lusa, cuya importancia internacional gana impulso por la pujanza económica y demográfica de Brasil y Angola.

La presidenta de la nación suramericana, Dilma Rousseff, se une a los actos en homenaje a la cultura lusófona, que se celebran en Lisboa en el aniversario de la muerte del padre de las letras lusas, el insigne poeta Luis Vaz de Camoes (1524-1580) cuyo nombre lleva el premio literario más importante del mundo lusófono.

Rousseff y el jefe de Estado de Portugal, Aníbal Cavaco Silva, entregan juntos en Lisboa la 25 edición del galardón, fallado el pasado 27 de mayo en Brasil, al mozambiqueño Mia Couto (António Emílio Leite Couto) .

Portugal, cuna de la lengua lusa, y Brasil, que alberga casi 200 millones de luso-parlantes, van de la mano en muchas iniciativas para proyectar un idioma en franca expansión.

"La lengua portuguesa es hoy una de las más influyentes del mundo, con tendencia al crecimiento de sus hablantes y de quienes la usan como segunda lengua" , afirma el último estudio del Instituto Camoes sobre la difusión del idioma portugués y su afirmación internacional en la cultura y la ciencia.

"Es una lengua hablada en las cuatro esquinas del mundo, porque está viva, tiene una larga historia y es de una familia lingüística de gran relevancia, como la románica" , resalta en declaraciones a Efe Paulo Rebelo Goncalves, de Porto Editora, una de las mayores editoriales lusas, que ve en su idioma "una extraordinaria riqueza a todos los niveles" .

La expansión del portugués como lengua de comunicación internacional se atribuye sobre todo al crecimiento económico, muy acentuado en la última década, de Angola y Brasil, y al mayor reconocimiento de la personalidad del mundo luso-hablante.

Ocho países tienen el portugués como lengua oficial: Portugal, en Europa; Brasil, en América; Timor Oriental, en Asia; y Angola, Cabo Verde, Guinea-Bissau, Mozambique y Santo Tomé y Príncipe, en África.

Todos integran la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP) , organismo con sede en Lisboa que agrupa a la antigua metrópoli y sus siete excolonias.

Guinea Ecuatorial, la antigua colonia española en África, también aspira a formar parte de esa comunidad -además de la francófona a la que ya se adhirió- y ha hecho del portugués, por decreto, su tercera lengua oficial.

El Instituto Camoes, promotor internacional de la lengua portuguesa como el Cervantes en el caso del español, apunta ahora a Asia como fuerza emergente en su expansión, especialmente China, donde se habla portugués en la antigua colonia lusa de Macao.

Pero América Latina, con la estratégica influencia de Brasil, es "un espacio de crecimiento natural, no solo por el factor de reciprocidad que ese espacio implica, sino por la dinámica económica de sus países" , según declaraciones a Efe de portavoces del Camoes.

En el Instituto también destacan lo que el aprendizaje recíproco de las lenguas de los países de América Latina representa "para la comunicación y proximidad entre los pueblos" .

La pujanza del idioma del premio Nobel José Saramago es no solo un tesoro patrimonial sino una fuente de riqueza para Portugal que el Camoes calcula en el 17 % de cuanto produce el país.

No obstante, el idioma luso tiene también grandes desafíos por delante, entre ellos, como resalta Rebelo Goncalves, la lenta aceptación del Acuerdo Ortográfico de la Lengua Portuguesa y su compendio de cambios para unificarla.

Portugal y Brasil decidieron avanzar con la aplicación del Acuerdo, pero Angola y Mozambique, dos de los mayores países de la comunidad, se muestran poco receptivos a hacerlo, señala el editor.

La norma suscitó fuertes críticas en Portugal por sus profundos cambios ortográficos, en los que se impuso sobre todo la variante hablada en Brasil, pero empezó a aplicarse de forma gradual hace tres años y las Administraciones Públicas, los medios de comunicación y parte del sistema de docencia, ya lo han incorporado.

En cambio Brasil, pese a ser el mayor inspirador de los cambios, decidió suspender la puesta en marcha del Acuerdo hasta 2016.

LA MAGIA DE LA TRADUCCIÓN

Francesc Parcerisas y la magia de la traducción
"El traductor siempre debe descubrir un punto de vista nuevo: el de su lengua"
VICENT ALONSO - El País - España.

Leyendo Sin manos. Metáforas y papeles sobre la traducción (Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores, 2013) me he sentido en el corazón mismo de los problemas de un oficio que ocupa un lugar primordial en la cultura humana. Y esto quizás porque Francesc Parcerisas, el autor, no ha confeccionado un tratado académico, sino que ha dejado de lado toda ostentación erudita y nos ha llevado directamente, sin disquisiciones más bien superfluas, en un volumen que, dedicado a sus alumnos, tiene su origen en la experiencia pedagógica acumulada por el autor a lo largo de años de dedicación a la enseñanza. Pero la experiencia de Parcerisas, como es bien sabido, no se limita a las aulas universitarias y este volumen da cuenta de sobra. Ciertamente, el lector se ve más bien invitado a una especie de viaje por los territorios de la lectura desde una perspectiva casi autobiográfica que enlaza los problemas centrales de la traducción con las preocupaciones pedagógicas del autor, pero también con sus ocupaciones como traductor de Tolkien, Russell, Heaney, Pound, Pavese, Rimbaud ..., o como director literario (desde 1986 hasta 1993 fue director literario de la colección Clásicos Modernos de la editorial Edhasa) o con hechos más cotidianos que nos llevan por ejemplo a pasear sin prisas por el mercado de San Antonio en busca de alguna pequeña joya o simplemente por el placer de hojear libros que "algún día hicieron la felicidad de otros lectores".
Las palabras de Carles Riba que abren el volumen contribuyen notoriamente a situar una buena parte de los rasgos que definen el punto de vista de Parcerisas sobre el hecho de la traducción, como una cierta identificación entre el hecho de traducir y el de leer, que Riba , uno de nuestros grandes traductores, formula con claridad en las palabras citadas: "Es en el hombre el misterio, no la obra de arte: ella dura, exigiendo siempre unos ojos nuevos que la contemplen y que vean más que lo actual”. Traducir, así mirado, ¿sería más que leer ensayando una forma a la interpretación personal? Y el que buenamente lee, si lee bien, ¿qué hace sino traducir para él -más provisionalmente todavía? ". No debe olvidarse, sin embargo, que, a pesar de las formas, a pesar de la voluntad de decir sin erudiciones y casi siempre guiándose por la anécdota inteligente o por el símil pedagógicamente valioso (el traductor, no como viajero, sino como contrabandista o espía, de manera que el agente doble es el paradigma perfecto del traductor), "la traducción como isla entre dos continentes, como punto entre dos culturas" que Parcerisas construye a partir del caso singular de la isla de Dejima donde los japoneses dejaban en cuarentena todas las influencias occidentales), este “Sin manos” es una reflexión sagaz sobre el mundo de la traducción que, lejos de detenerse en ideas generales, prefiere mencionar las de paso ( "la traducción es la columna vertebral de la cultura humana: no hay un solo acto de nuestra vida que no esté relacionado, de una manera o de otra, con la traducción") y dirigirse al análisis específico de problemas, como el de la fidelidad al original, que le permite recrearse en la defensa del Josep Carner traductor de Dickens, o el de la autotraducción, que le recuerda el cuadro de Dalí El gran masturbador : "La 'autotraducción podría ser interpretada como el gran escenario de la auto placer, el escenario de la pulsión, de la imaginación, de la mecánica excitatoria y del orgasmo final en una sola acción ". Da gusto pasar las páginas de este libro y encontrarte con los problemas centrales que ya has visto enunciados aquí o allá, pero que ahora se te plantean desde la concreción que permite un libro determinado, un hecho singular de nuestra cultura o de la universal, o alguna de las disyuntivas cruciales con que tropieza el oficio. Seguramente, las opciones de Parcerisas no siempre merecerán la aprobación general. Pienso, por ejemplo, en su defensa sistemática y razonada de las "traducciones de sangre plebeya", por contraposición con "las de sangre azul", elaboradas por traductores anónimos, modestos, que "a menudo son los peones que cortan las escuadras del granito más duro, mientras que algunos de los más reconocidos sólo amasan bajo los focos un barro muy blando. "Y pienso también, a propósito del gran esfuerzo de nuestra cultura para incorporar obras de otras culturas, en su denuncia de los" maestrillos dedicados a hacer la carrera del garrapata "que hurgan" con su panoplia erudita en los detalles y las imperfecciones de algún caso concreto mientras pierden de vista el conjunto y todo lo que el conjunto ha representado y aún representa”. Quizás Parcerisas sí obtendrá la aprobación unánime cuando concluye con un último símil para definir la traducción, el de la magia. Como el mago que nos sorprende con pañuelos de color dentro de la manga o con un cigarrillo encendido que hace salir de la oreja, "el traductor siempre debe descubrir un punto de vista nuevo: el de su lengua". Y lo que es más decisivo: debe hacerlo como el mago, sin descubrir el misterio, haciéndonos creer que lo que leemos, incorporado con sabiduría a nuestra lengua, es la cosa (la historia, la idea, el verso ...) más natural del mundo.

La esquina del idioma


Piedad Villavicencio Bellolio

Desaduanar y desaduanizar

La forma que se emplea con más frecuencia en el Ecuador es «desaduanizar». ¿Pero por qué se usa si no consta en el DRAE?
Para dilucidar este asunto, empecemos por aceptar que no todos los vocablos que manejamos pueden registrarse en un diccionario. Esto resulta imposible.

Los hablantes podemos llenar esos vacíos con el auxilio de los elementos afijos, que con los sustantivos y adjetivos ayudan a formar de manera legítima nuevos vocablos.

Pero este no es el caso de «desaduanizar», pues debemos reconocer que en el DRAE ya consta un verbo que transmite el mismo significado: esta palabra es «desaduanar» (‘retirar efectos y mercancías de una aduana, previo el pago de los derechos arancelarios’).

Bien. Ahora solo nos queda reflexionar en que, para no inflar más nuestro léxico, deberíamos usar solamente el verbo «desaduanar»; pero esto no sería justo para aquel grupo de hablantes que prefiere el empleo de «desaduanizar», infinitivo que al estar muy bien estructurado derriba cualquier razón que intente objetar su difusión.

Alzheimer y alzhéimer
Se reproduce de ‘La esquina del idioma’ del 14 de agosto del 2011:

El alzhéimer es un trastorno neurológico que se caracteriza por la pérdida gradual de la memoria. También se conoce como demencia senil.

La denominación de esta dolencia se derivó del nombre Aloysius Alzheimer (1864-1915), psiquiatra y neurólogo alemán que hizo investigaciones sobre esta enfermedad.

Por respeto a su grafía original, se recomienda que se escriba Alzheimer, con mayúscula inicial y sin tilde, cuando se refiera a la denominación de la enfermedad (nombre propio) como en estos casos: padece de la enfermedad de Alzheimer; tiene el mal de Alzheimer.

Se escribe en minúscula y con tilde cuando es nombre común: Los casos de alzhéimer han aumentado en las últimas décadas.

¿Por qué se usa artículo ante el nombre de una calle, p. ej., «la Quito»?
La presencia u omisión del artículo depende de la región del hablante. Así, en la mención de nombres de calles, en la Sierra del Ecuador suele usarse el artículo seguido del nombre de la vía: la Eugenio Espejo. Pero en la Costa se prefiere la fórmula art. + sust. genérico (calle, vía, av.) + nombre: la av. Quito.



FUENTES: DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA (2001) Y DICCIONARIO PANHISPÁNICO DE DUDAS (2005), DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Y LA ASOCIACIÓN DE ACADEMIAS DE LA LENGUA ESPAÑOLA.

Tangentes de la lengua


No es menor el peso del material reunido en el último libro de Juan Gelman: 287 poemas en prosa que bajo el título general de Hoy ofrendan una densidad lírica que, en esta ocasión, se conjuga con una inquietante mirada sobre la actualidad del panorama mundial. Porque el mismo mundo que contiene caballos y jabalíes, o el de la inquietud por el destino de la poesía, es el mundo del olvido, la nostalgia y el espanto.

Por Daniel Freidemberg

Como el momento o el lugar donde lo vivido viene a amontonarse, igual que en el poema de César Vallejo (“todo lo vivido se empoza,/ como charco de culpa, en la mirada”): eso sería el “hoy”, tal vez, al que alude el título. Algo hay empozado, aunque no quieto, en el mundo que arman los poemas del más reciente libro de Juan Gelman, y aunque no es solamente culpa lo que palpita ahí, la coloración sombría de esa palabra, “culpa”, lo que tiene de inapelable y doloroso, impregna los aires de ese “hoy”: “a esto llegamos”, parece anunciar el título, “así están las cosas”. ¿Cómo? En lo que del “hoy” correspondería al “mundo en que vivimos”, está claro, porque, además de mencionar a Irak, Pakistán, Afganistán o Somalia, de hablar de tortura y balazos, de víctimas y de verdugos, hay un poema, el XXII, que se ocupa del capitalismo, y el CCIII constata que “Capas de la neblina, una a una, protegen el can-can del oro, es moda firmar contratos con la ceguera, la mudez, el tapadón de la nariz, no ver hambre en la calle”. Aunque, en el mismo texto, al final –y de virajes inesperados como ese está hecho el libro entero– irrumpe otra cosa, como advertencia tal vez, o contrapunto, o para indicar que las realidades no tienen un solo costado: “Tangentes de la lengua trabajan para no dormir”.

Ante la índole criminal de la época, efectivamente, trabajan tangentes de la lengua, en contra del sueño que no permite ver. Más que la lengua misma, con lo que tiene de orden y sistema, sus tangentes: es a lo que parece apostar esta escritura, en su intento de abrirse a un hoy al que no accedería de otro modo, ya que los reconocibles aspectos del mundo en que vivimos son sólo algunos de los que la vigilia pone ante los ojos, o ante los sentidos, o ante el pensamiento o la memoria, obligados a hacerse cargo de aquello con lo que ni el lenguaje ni el pensamiento saben bien qué hacer, porque nada en el hoy se rinde así nomás. “Dios”, “el deseo”, “la nada”, “lenguaje”, “ausencia”, “olvido”, “nostalgia”, “espanto”, “amor” y, por supuesto, “poesía”, son menciones frecuentes, y hasta por ahí aparecen términos como deconstrucción, semiótica, hermenéutica, estética y proceso simbólico, pero también caballos, tórtolas o jabalíes que quién sabe si aluden literalmente a caballos, tórtolas o jabalíes, a lo largo de textos que, en tiempo presente y en tercera persona, con un tono de impasibilidad y de descripción objetiva, tienden a simular anotaciones, más aún porque están escritos en prosa.

Sería una suerte de registro de lo que en el hoy irrumpe, implacable, como implacable es la decisión de asumirlo, guste o no, y llevarlo como se pueda a las palabras.

Lo que es, porque es, precisamente, es implacable. No hay sosiego en esta vigilia y en cambio hay preguntas, las más de las veces tácitas. No es sólo que el pasado ya pasó (aunque no deja de retornar como ráfagas de vislumbres, a veces cálidos, a veces terribles, siempre temblorosos), es que nada de lo que era, sometido a la interrogación del presente, sigue siendo lo mismo. No esperen certezas, parece decir el hoy: “El deseo es y para ser, no es. Somos lo que no somos en sábanas oscuras. La llanura de la lengua tiene caballos ciegos, galopan su dimensión cualunque sin otra esperanza que la nada, el único lugar donde la unión es posible”. Se asiste a un mundo en el que cayeron todas las explicaciones (de ahí las ironías hacia la hermenéutica o la semiótica), y tampoco la poesía queda a salvo de ese tembladeral de sentidos. “¿Y?” es el único de los poemas que no está titulado con un número, y es el que cierra el libro: “si la poesía fuera un olvido del perro que te mordió la sangre/ una delicia falsa/ una fuga en mí mayor/ un invento de lo que nunca se podrá decir? ¿Y si fuera la negación de la calle/la bosta de un caballo/ el suicidio de los ojos agudos? ¿Y si fuera lo que es en cualquier parte y nunca avisa? ¿Y si fuera?”.

Volver a plantear qué es o qué puede ser la poesía tiene que ver, seguramente, con el desafío al que responden estos textos. En la línea que en la obra de Gelman inicia Valer la pena (2001), fragmentos secos, ásperos, se suceden, extraños entre sí, aparentemente desconectados muchas veces, como si la cuestión ahora fuera arrancar palabras del sólido muro de lo indecible, cada vez más prepotente en su avance. No es con oraciones, como en Citas y comentarios, que ahora se enfrenta la indecibilidad, sino con frases que parecen rescatadas abruptamente de la nada, como disputándolas a la mudez del mundo. Si, como se sabe, del horror no hay cómo hablar, algo de esa experiencia parece encontrar esta escritura en el hoy, y ahí es que libra su batalla. Vale decir, busca su propia organización, no para transmitir eso que se le presenta, sino para que salga algo de lo que ocurre cuando las palabras se animan a encararlo, y que algo les pase a las palabras.

Situar a Gelman en el escenario de lo que ahora se escribe y se lee, visto desde ese lugar, no sirve de mucho. La costumbre de leer a la luz de la historia de la poesía, de las herencias, las luchas de tendencias y los cuadros de situación, puede contribuir, seguramente, a algunas discusiones, pero no parece que tenga importancia si pensamos en este libro como un reto y lo aceptamos. No suele ocurrir que quienes emprenden tentativas así se anden fijando en qué podría decirse de ellas o cómo las van a clasificar, y al fin y al cabo hasta que se las considere poesía o no es irrelevante: la cuestión es lo que ocurre a partir de que se entra en el juego, y esto, tanto o más que para quienes escriben libros como Hoy, vale para quienes los leen.

Si de lo que se trata, es, en serio, de leer, más vale estar listo para un trabajo, con todo lo que eso implica, y no fácil ni rápido: algo se pone entonces en movimiento en la mente, junto con el placer del encuentro con ciertas palabras y ciertas imágenes, algunos relámpagos de revelación, pero que nadie espere estar seguro de saber bien qué se dice ni de arribar a nada. Nada hay que esperar: hay que hacerse cargo. Hacerse sabio, en cierto modo, estar disponible y dispuesto a que, lo que es, sea.

Ciudades que cambian y neologismos que se imponen


Por Graciela Melgarejo | LA NACION
Twitter: @gramelgar | Mail: lineadirecta@lanacion.com.ar |


Algunos lectores de Línea directa, suscriptores también del servicio de Fundéu ( www.fundeu.es ), opinan -y lo han hecho saber por mail a esta columna- que no siempre las recomendaciones dadas sobre el uso de una palabra valen para todo el universo de hispanohablantes, lo cual puede ser cierto, pero no invalida de ninguna manera la enorme utilidad que tiene este servicio lingüístico, porque una realidad que no conocemos hoy podemos conocerla mañana.

Por ejemplo, la semana pasada Fundéu hizo llegar esta información: " Gentrificación es un neologismo válido en español". Para el que está al tanto de la existencia del tema de los nuevos fenómenos urbanos de reapropiación en ciudades latinoamericanas y europeas la palabra no es desconocida.

Por eso, Fundéu, que comprende que este tecnicismo muy pronto tendrá un alcance más extendido, lo encara así: " Gentrificación es una adaptación adecuada al español del término inglés gentrification , con el que se alude al proceso mediante el cual la población original de un sector o barrio, generalmente céntrico y popular, es progresivamente desplazada por otra de un mayor nivel adquisitivo".

La palabra inglesa gentrification , continúa Fundéu, deriva del sustantivo gentry ('alta burguesía, pequeña aristocracia, familia bien o gente de bien'), y se trata de un término que también se ha adaptado al francés ( gentrification ), al alemán ( Gentrifizierung ) y al portugués ( gentrificaçao ).

Este fenómeno fue debatido semanas atrás, justamente, en el 1er. Seminario Internacional Contested Cities , realizado en Buenos Aires, y fue el doctor Stavros Stavrides, profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Técnica Nacional de Atenas, uno de los que lo usó para explicar el tema de cómo se están modificando las condiciones de la ciudad contemporánea y por qué hay que impedir la gentrificación y las transformaciones urbanas de base especulativa, al mismo tiempo que se busca reconfigurar las características del espacio público.

Sin embargo, Fundéu también aclara cuáles podrían ser las expresiones en español para reemplazar este neologismo: "De las alternativas propuestas hasta ahora, elitización o, más precisamente elitización residencial , es la que más se ajusta al sentido del término original, frente a aburguesamiento, recualificación social o aristocratización , que no recogen los matices de la palabra en inglés".

Si se tiene en cuenta que, según auguran los expertos consultados por las Naciones Unidas, para 2050 más del 75 por ciento de la población del mundo será urbana, palabras como ésta, nacidas en el seno de la sociología o del urbanismo, pronto comenzarán a circular habitualmente, sobre todo porque son los medios de comunicación los que las emplean ahora con mayor asiduidad para referirse a estas nuevas realidades.

Claro que no siempre se puede estar de acuerdo. ¿Por qué Palermo Viejo, una denominación tan bella, cedió su lugar a una especie de "loteo" idiomático: "Palermo Soho", "Palermo Hollywood"? Y lo que ahora llaman "Palermo Queens" es... Villa Crespo.

© LA NACION.

FUNDACIÓN DEL ESPAÑOL URGENTE


venta automática, mejor que vending

Venta automática, en lugar del anglicismo vending, es la denominación en español para referirse a la distribución y venta a través de máquinas de productos como tabaco, bebidas, comida rápida…

Estos aparatos, a los que los medios se refieren en ocasiones como máquinas de vending, pueden denominarse en español máquinas expendedoras o máquinas de venta automática.

Del mismo modo, el sector dedicado a este negocio es el sector de la venta automática o de las máquinas expendedoras.

Sin embargo, es frecuente encontrar frases como «El sector del vending factura 2000 millones de euros» o «Las máquinas de vending se vuelven saludables», en las que habría sido preferible escribir «El sector de la venta automática factura 2000 millones de euros» o «Las máquinas expendedoras se vuelven saludables».

LA RECOMENDACIÓN DIARIA:

  LA RECOMENDACIÓN DIARIA el maratón  y  la maratón ,   formas adecuadas   La palabra  maratón  puede emplearse tanto en masculino  ( el mar...