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sexta-feira, 19 de julho de 2013

PORTUÑOL

Portuñol, la lengua oficial de Francisco en la JMJ

Por Darío Menor en La Razón España.

El Papa Francisco vuelve a sorprender: durante la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que se celebra en la ciudad brasileña de Río de Janeiro del 22 al 29 de julio, no utilizará el papamóvil blindado habitual de estos encuentros multitudinarios, sino que usará el vehículo todoterreno descapotable con el que se desplaza por la plaza de San Pedro, subiendo y bajando a voluntad para abrazar a los peregrinos. Es una decisión que no habrá gustado a los agentes de la Gendarmería Vaticana, responsables de su seguridad, pero que le permite acortar distancias con el millón de católicos que se espera en la JMJ.
La agenda de Francisco en Brasil, donde hablará en portugués y en español –quienes le conocen aseguran que se maneja en el híbrido «portuñol» con facilidad–, es apretadísima. Según explicó ayer el portavoz de la Santa Sede, el jesuita Federico Lombardi, el programa ha sido intensificado por voluntad de Francisco, quien quiso descansar sólo un día tras el vuelo desde Roma (en lugar de dos, como estaba previsto) y dedicar esa jornada a viajar al santuario de Nuestra Señora de Aparecida, patrona de Brasil, un lugar de gran significación para todo el episcopado latinoamericano.

También ha sido decisión del Papa la visita a la favela de Manguinhos, conocida por su violencia, y a un hospital donde se encontrará con jóvenes conflictivos, así como el encuentro con el comité de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (Celam). Lombardi recordó que no fue Francisco sino su antecesor, Benedicto XVI, quien confirmó que «el Papa» iba a estar presente en Río de Janeiro, como había pasado con todas las JMJ precedentes. Tras su elección al solio pontificio, el Papa Bergoglio confirmó su asistencia.

Otra de las novedades del viaje a Brasil tendrá lugar en el vuelo desde Roma. Con los Pontífices precedentes, en el avión siempre había una conferencia de prensa con los periodistas que le acompañaban. Francisco ha descartado esta suerte de entrevista y optará por saludar personalmente a los representantes de los medios que viajarán con él, entre los que se encuentra LA RAZÓN.

Uno de los temas que se espera que trate en la JMJ es la defensa de la vida desde su concepción hasta la muerte natural. Ayer se hizo público el mensaje que el Pontífice envió a los católicos de las Islas Británicas con motivo de la jornada que se celebra sobre este tema. Destacó el Papa Francisco el «valor inestimable de la vida humana» y que también «son obras maestras de la creación de Dios los más débiles y vulnerables, los enfermos, los ancianos, los no nacidos y los pobres». Todos los seres humanos, sin distinción, hemos sido creados a imagen de Dios y estamos destinados a vivir «con la máxima reverencia y respeto», apuntó.

"Toma nota: yo no soy nadie"


por Peter Pál Pelbart:
Folha de São Paulo, 19/07/2013

Slavoj Zizek reconoció en la "Rueda Viva" que es más fácil saber lo que quiere una mujer, jugueteando con la "boutade" freudiana, de que entender el Occupy Wall Street.
No es diferente con nosotros. En lugar de preguntar lo que "ellos", los manifestantes brasileños, quieren, tal vez fuera adecuado preguntar lo que la nueva escena política puede desencadenar. Pues no se trata apenas de un desplazamiento de escenario --del palacio para la calle--, sino de efecto, de contaminación, de potencia colectiva.
La imaginación política se destrabó y produjo un corte en el tiempo político.
La mejor manera de matar un acontecimiento que provocó una inflexión en la sensibilidad colectiva es reinsertarlo en el cálculo de las causas y efectos. Todo será tachado de ingenuidad o espontaneidad, a menos que produzca "resultados concretos".
Como si la vivencia de millones de personas ocupando las calles, afectadas en el cuerpo a cuerpo por otros millones, atravesados todos por la energía multitudinaria, enfrentando embates concretos con la truculencia policial y militar, inventando una nueva coreografía, rechazando los carros con altoparlantes, los líderes, pero al mismo tiempo acosando al Congreso, colocando de rodillas a las prefecturas, confundiendo el libreto de los partidos --como si todo eso no fuese "concreto" y no pudiese incitar procesos inauditos, institucionalizadores!
¿Cómo suponer que tal movimiento no aglutine a la multitud con su capacidad de sondar posibilidades?
Es un fenómeno de videncia colectiva – se observa lo que antes parecía opaco o imposible.
Y la pregunta retorna: ¿finalmente, que es lo que quiere la multitud? ¿Más salud y educación? ¿O eso y algo aún más radical: otro modo de pensar la propia relación entre la libido social y el poder, en una clave de la horizontalidad, en consonancia con la forma misma de las protestas?
El Movimiento Pase Libre, con su pauta restricta, tuvo una sabiduría política inigualable. Supo hasta como evitar las celadas policiales de reporteros que querían indagar la identidad personal de sus miembros "Toma nota: yo no soy nadie", decía una militante, con la malicia de Ulises, mostrando como cierta ausencia de objetivos es condición para la política de hoy. Agamben ya lo decía, los poderes no saben qué hacer frente a "cualquier singularidad").
Pero cuando rompieron el portón de la calle, muchos otros deseos se manifestaron. Hablamos de deseos y no de reivindicaciones, porque estas pueden ser satisfechas. El deseo colectivo implica el inmenso placer de bajar a las calles, sentir el pulso de la multitud, cruzar la diversidad de voces y cuerpos, sexos y tipos y aprender un "común" que tiene que ver con las redes, con las redes sociales, con la inteligencia colectiva.
Tiene que ver con la certeza de que el trasporte debería ser un bien común, así como el verde de la plaza Taksim, así como el agua, la tierra, internet, los códigos, los saberes, la ciudad, y de que toda especie de "enclosure" (cerco) es un atentado a las condiciones de la producción contemporánea, que requiere cada vez más del libre compartir de lo común.
Hacer cada vez más común lo que es común --otrora llamaron eso de comunismo.
Un comunismo del deseo. La expresión suena hoy como un atentado al pudor. Pero es la expropiación de lo común por los mecanismos del poder que ataca y empobrece capilarmente aquello que es la fuente y la materia misma de lo contemporáneo --la vida (en) común.
Tal vez otra subjetividad política y colectiva esté (re) naciendo, aquí y en otros puntos del planeta, para la cual carecemos de categorías. Más insurrecta, de movimiento más que de partido, de flujo más que de disciplina, de impulso más que de finalidades, con un poder de convocatoria singular, sin que eso garantice nada, mucho menos que ella se torne el nuevo sujeto de la historia.
Pero no se debe subestimar la potencia psicopolítica de la multitud, que se da el derecho de no saber de antemano todo lo que quiere, incluso cuando enjambra al país y ocupa los jardines del palacio, pues sospecha que no tenemos fórmulas para saciar nuestro deseo o apaciguar nuestra aflicción.
Como dice Deleuze, hablan siempre del futuro de la revolución, pero ignoran el devenir revolucionario de las personas.

PETER PÁL PELBART, 57, filósofo húngaro, es profesor titular de filosofía en la Pontificia Universidad Católica de São Paulo, traductor de Deleuze y autor de "Vida Capital"

EL PAPA DE LOS POBRES


En Italia, Francisco vende más que Dan Brown
La Encíclica Lumen Fidei recientemente editada por el Vaticano ocupa el primer puesto en el top ten de best sellers

Esta clasificación, que abarca las ventas de la última semana, arroja como resultado que el libro más comprado en los últimos días ha sido la Encíclica redactada mayormente por Josef Ratzinger, el papa emérito Benedicto XVI, y completada y publicada por Francisco. La edición, del Libería Editora Vaticana, tiene 100 páginas y los italianos parecen haberse volcado en masa a adquirirla en las librerías.


En las antípodas, al menos a juzgar por su título, Infierno, de Dan Brown, aparece en el 4º lugar. Y la edición de bolsillo de la más profana Cincuenta sombras de Grey, la novela de erotismo soft de E.L.James, está séptima.
El recuento fue hecho por el servicio de clasificaciones Arianna+, un sitio web para profesionales del sector editorial.
Lumen fidei (La luz de la fe), primera encíclica de la historia escrita por dos Papas, fue presentada el 18 de julio, y es la última de una trilogía publicada por Benedicto XVI durante su pontificado, sobre las tres virtudes teológicas cristianas: la caridad, la esperanza y la fe.
Francisco dijo que él se limitó a agregar “unas cuantas contribuciones propias” para “afinar” el borrador que Benedicto XVI dejó inconcluso cuando decidió renunciar. Las prioridades del Papa argentino se hacen evidentes en el último capítulo, donde se insiste en el papel de la fe como medio para servir al bien común y dar esperanza a aquellos que sufren.
Además, entre otras cosas, el documento defiende “la familia fundada en el matrimonio, entendido como unión estable de un hombre y una mujer”.
Otra vez tapa de Time
Por segunda vez desde su nombramiento, el Papa está en la tapa de la edición internacional de la revista Time, que saldrá a la venta el lunes. Su imagen, junto al texto “El papa de los pobres”, conforman la portada, que anticipa la visita de Francisco a Brasil.
El artículo es un perfil que detalla el vínculo del Pontífice con los más humildes: desde la elección del nombre Francisco hasta la importancia que les da a la economía y a la lucha contra la pobreza.
La nota enfatiza las expectativas de reformas que despierta el papa venido del Sur, pero advierte que no serán cambios doctrinarios, sino de estilo, y describe los numerosos gestos de austeridad de Francisco que sorprendieron al mundo desde su asunción.

El fútbol no es sólo un deporte: se busca asesor cultural...


"Todo el mundo me dice que tengo que hacer ejercicio. Que es bueno para mi salud. Pero nunca he escuchado a nadie que le diga a un deportista: tienes que leer": José Saramago.
Por: Luis Carlos Muñoz Sarmiento * - Colombia
Así como hay terapeutas en las orquestas de música llamada clásica, se propone aquí nombrar un asesor cultural para las selecciones nacionales de fútbol, incluyendo la de mayores, con el fin de que al filo del tiempo haya personas integrales, más que deportistas. Con la certeza de que un grupo mejor preparado en lo mental, puede rendir de manera óptima en lo físico y con la mira puesta en la clasificación al Mundial de Brasil 2014. Como se puede notar por las tres recientes ausencias del combinado nacional en la máxima cita orbital, ha sido ese un aspecto no considerado por los dirigentes deportivos: urge hacerlo. A diferencia de las reinas, a los futbolistas nunca les preguntan qué han leído, cuáles filmes han visto, qué (buena) música escuchan… Alguien ha propuesto ya, por ejemplo, que si se escuchara menos vallenato o reggaetón y se consumiera menos aguardiente, habría por derivación menos violencia…

De antemano, se trata de una crítica constructiva pues se puede decir que el fútbol no es sólo un deporte, sino que involucra de forma decisiva al cerebro, así se juegue en lo fundamental con los pies, sin importar que otros lo hagan “con las patas”. Como si tácitamente se recordara a los griegos, antes de que los juegos olímpicos entraran en una órbita distinta, por injerencia del dinero: Mens sana in corpore sano o Mente sana en cuerpo sano. A esto le hizo mucho daño, durante siglos, por un lado, el disociar la actividad deportiva de la mental y, por otro, la profesionalización del deporte, algo que debió seguir siendo siempre una cuestión de aficionados, de amateurs, o sea, amadores, en fin, seres sin pruritos materiales, dedicados por amor a un juego y no por interés a un oficio. El escritor existencialista francés Albert Camus, en su época arquero de la Universidad de Argel, decía que “todo lo que sé de moral se lo debo al fútbol”. La sola frase ya habla de la incidencia del pensamiento sobre el cuerpo.
Aunque, a la vez, habla de la imperiosa necesidad de mentalizar al deportista a fin de poder obtener los logros deseados. No basta un talento con algo de cabeza: una cabeza superior permite plasmar mejor el talento. ¿Alguien imagina qué sería de Messi si, además de su intrínseca capacidad futbolística, tuviera un rico potencial cultural? ¿Cuál el destino de Maradona si en vez de dedicarse a la cocaína, en sus horas de ocio, hubiera escuchado buena música, visto buen cine, leído buena literatura? Tal vez nunca habría disparado contra los periodistas que lo acosaban en su villa. Si el “Bolillo” Gómez leyera tal vez aquella mujer hubiera recibido besos en vez de una paliza. ¿Adónde habrían llegado Henry La Mosca Caicedo, Jairo Arboleda, y hoy Wílder Medina (aun con su posterior, a la escritura de este artículo, etapa goleadora en Santafé), si en vez de la marihuana, hubieran preferido la cultura? Cabrían otras mil preguntas sobre otros mil futbolistas y la respuesta podría ser siempre la misma: serían sujetos distintos. Mejores atletas, mejores futbolistas y, sobre todo, mejores personas. Asprilla, por ejemplo. O el senador Merlano (consumidor de alcohol, patrocinador del deporte). O Pambelé.
Y si se habla de boxeo, podría decirse que hacerlo de fútbol no implica sólo referirse a él pues es un campo plural e interdisciplinario: involucra danza, natación, atletismo, voleibol, baloncesto, ciclismo, deportes que requieren del complemento cultural. Del proceso alternativo entre los músculos y las neuronas. De una más rica transmisión sináptica, depende un más hábil y ágil despliegue corporal. Es decir, de la más fecunda transmisión entre neuronas, a la vez lo más imprevisible, es posible obtener mejores figuras en el deporte, sea cual sea: eso sólo se logra, en el caso de la selección, con el acompañamiento permanente de un asesor cultural. A través del cual sus miembros van a adquirir una mayor capacidad de expresión oral y escrita, una mayor comprensión mental y una mejor disposición corporal. Y proyectarán, siempre, una mejor imagen.
En conclusión, el fútbol no es sólo un deporte: es también actividad mental. Para una mejor disposición del practicante, hay que incentivar su asistencia a cine, a escuchar conferencias sobre literatura, otros deportes, asistir a conciertos, en fin, armonizar la actividad tanto del cuerpo como de la mente. Sólo así habrá deportistas más completos, con una mejor mentalización para competir y luego ganar, como habrán obtenido un mayor respeto de directivos, entrenadores, manejadores y, claro, garantizado una óptima calidad de vida para ellos y para su familia. Cuando los directivos del fútbol piensen en tener dentro de su nómina a un asesor cultural, la selección tendrá a su vez hombres íntegros, mejores personas, jugadores con mejor actitud, mayor comunicación y visión de campo, mejores movimientos y una ética y unas fortalezas superiores a sus debilidades: dispuestos al afecto y al juego limpio, ya no a los golpes…
Entonces, cuando les pregunten qué libros han leído, podrán decir que ellos ya los leyeron, que no son ningún Peña Nieto; que la cultura no debe ser ajena al deporte, sino su más preciado complemento; que con un asesor cultural se ha ganado no sólo en fortaleza interna sino en favorabilidad externa. Así, el fútbol será más que un deporte: de una simple mercancía habrá pasado a convertirse en una praxis humanística en la que lo primordial es la persona, luego el deportista. Ahora éste valdrá no por lo que aparenta, ni por lo que significa para sus managers, sino por lo que es él mismo: con una mente abierta, su cuerpo estará más sano. Ojalá, no sólo en el Mundial de Brasil 2014.

* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo y, por encima de todo, lector. Realizador y locutor de Una mirada al jazz y La Fábrica de Sueños: Radiodifusora Nacional, Javeriana Estéreo y U. N. Radio (1990-2004). Fundador y director del Cine Club Andrés Caicedo (1984). Colaborador de El Magazín de El Espectador. Hoy, Director del Cine-Club & Tertulias Culturales de la U. Los Libertadores. E-mail: lucasmusar@yahoo.com
Por: Luis Carlos Muñoz Sarmiento *

¿Qué es un libro?

Por: EDUARDO ESCOBAR en El Tiempo - Colombia.

Prólogo a su libro 'Cuando nada concuerda...'





¿Qué es un libro? Qué clase de cosa es un libro más allá de una cadena de fonemas, morfemas, y oraciones más o menos bien hilvanadas, más allá del manojo de hojas pegadas con cola como mi maltratada edición de la obra capital de Schopenhauer?

Es un lugar común afirmar que los libros son una prolongación de la memoria. Pero hay más que eso en los libros: también hay unas esencias que nunca se nos revelan por completo y que provocan conmociones diferentes y hasta contradictorias en cada lectura. Jules Renard el gran ironista francés dijo que un pensamiento escrito está muerto, que la escritura convierte los pensamientos en inmutables. Otra humorada de Renard, un especialista en agudezas: así como nunca nos bañamos dos veces en el mismo río, un libro jamás se nos ofrece de la misma manera. Porque los libros están vivos y cambian en cada encuentro como algunos amigos inagotables, o como esos paisajes acuáticos que jamás acabamos de entender porque siempre están cambiando de forma, fluyendo entre resplandores inestables. Cada libro necesita el color de una hora, el clima de una edad, la hondura de un momento, un estado de ánimo, la suma de unas experiencias, un tiempo propicio. Cada uno sostiene el alma de otro del mismo modo como se apoyan en los estantes de las bibliotecas. Cada uno es un fragmento del libro total que los hombres tejen, destejen y rehacen desde el descubrimiento de la escritura, la puerta a un enredo de caminos de vueltas infinitas que se separan para volver a tropezar y que se reúnen para apartarse otra vez. El de Thomas Mann, Los Buddenbrook, me lanzó en brazos de Schopenhauer. Este me llevó a Nietzsche. Nietzsche a Spinoza. Spinoza volvió inevitable a Descartes. Descartes a Pascal. Etc.
Un libro para el lector responsable, porque hay una responsabilidad del lector para aquellos que construyeron con libros un espacio alterno de vivir y los convirtieron en una tarea más ardua y seria que entretenida, conduce sin remedio a otro concomitante que lo refuta o corrobora. Así como escribir es en más de un sentido reescribir, corregir, reelaborar, desarmar y rearticular, según reconocen los pacientes de la misteriosa compulsión, leer no es tan solo pasear los ojos perezosos por el hormigueo de unos signos. Leer es releer, asociar, disociar, resistirse a unas argumentaciones o completarlas, y en fin, reconocerse en el rumor de los pensamientos de un prójimo ausente que nos exalta y estimula, o nos decepciona, despoja, avergüenza y entristece. Según una aseveración famosa de Jean Paul Sartre en los libros establecemos una comunidad con los muertos. Estos siguen actuando en nosotros a través de las palabras que se dijeron. Y entre todos soñamos un poderoso sueño colectivo que llamamos la literatura.
Cuando nada concuerda, repite la experiencia del Senador Buddenbrook en el libro de Thomas Mann. Es el retorno a unos autores que alentaron las búsquedas y los propósitos de una generación concebida en medio del frenesí de la segunda guerra mundial, y que empezó a expresarse (y a escribir y a leer que era lo único que de veras queríamos) al cierre de los años cincuenta, de una generación mal aperada con la carga espesa de la náusea existencialista versión Sartre, con la noción del absurdo según la idea del absurdo del judío Franz Kafka, y con los escrúpulos derivados de la intrincada reflexión sobre la existencia de un desolador teólogo danés llamado Sören Kierkegaard. Una generación para la cual la conciencia de la perdidumbre fue el único honor, para la cual había una sola manera de mantener la dignidad en el reconocimiento del extravío, para la cual la palabra podrido fue la más querida de todas, y que atrabiliaria, sacrílega, procaz, desafiante y poética, y cómica también, mientras la humanidad se destrozaba, laboraba y compraba, se empeñó en permanecer al margen de las actividades económicas, prácticas y mecánicas de sus contemporáneos, decidida a vivir la vida si era imposible comprenderla, en una pequeña ciudad suramericana situada a medio camino entre el infierno y el limbo, aromada de orquídeas, sembrada de fábricas nuevas, dominada por el anhelo de la prosperidad y guiada de la mano del diablo a un futuro pernicioso que nosotros augurábamos. Los curas alertaban a los feligreses contra la pequeña horda de dandis demacrados, mientras los nadaístas ambulábamos por sus calles con las axilas llenas de libros, las cabelleras sobre los hombros y el aire de desazón inocultable de quienes decidieron emplearse en lo que llamábamos el ocio creador, confiados en los milagros del verbo para no desfallecer.
Nos sentimos dueños de una clave, cargados con un destino prometedor de grandes cosas, aunque pareciera imposible en el miserable abandono que traslucíamos. Aunque fuera una pretensión inhumana en la pequeña ciudad andina y anodina que no alcanzaba al millón de habitantes, y en un grupo de muchachos de las clases medias medias, hijos de familias recién arribadas de las aldeas de la periferia en busca de protección contra violencias seculares recrudecidas o atraídas por los hechizos de la luz eléctrica y los espejismos del incipiente desarrollo industrial. Un exestudiante de derecho que después de asomarse a la política había salido asqueado y magullado y a quien agobia la idea del suicidio; un par de exseminaristas que gozaban repasando las memorias aún frescas de las aulas benditas, los incensarios, las procesiones, las liturgias, el oficio de tinieblas, el dies irae; un panadero de veinte años que ahorraba para comprar un caballo; el director de la revista de circulación interna de una textilera donde registraba los onomásticos y los matrimonios de los trabajadores y los bautizos de sus vástagos; un exsoldado que había aprendido a fumar marihuana en el ejército y gastaba corbatas de seda, y un visitador médico, el novio de una florista hipocondríaca de cara blanca y voz blanca que parecía presagiar un desmayo cuando hablaba abriendo los ojos de un violeta pálido. Su novio la llamaba con afecto, La Lora. Y ya debe estar tan muerta y desplumada como su Romeo.
La inquietud atrajo pronto una corte de personajes disímiles al círculo, acosados por la misma soledad, e idénticos desconciertos y esperanzas. Un agrónomo que fumaba cigarrillos Camel como si se fueran a acabar y que dedicaba odas a Marta Traba y adoraba una novela, El hombrecito de los gansos, de Jacob Wassermann; un arquitecto y su mujer en cuya casa nos reuníamos a descifrar los poemas de León de Greiff (tango vos pandero mío, tango vos si pienso en al) y a escuchar las obras juveniles de Mozart y las canciones de Juliette Greco la baladista de los bares de los existencialistas de París; y Chalupín, el payaso nacional entonces, un hombre estentóreo de vientre arzobispal cuya nariz recordaba las remolachas. Y luego la insólita capilla contaminó el país entero, comenzando por Cali, Manizales y Pereira, y provocó levantamientos fraternales a lo largo y ancho de Latinoamérica desde Méjico hasta la Patagonia, en Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Guatemala.
Las librerías no abundaban en Medellín. Y las pocas que abrían eran a lo sumo unos establecimientos modestos atendidos por idealistas chiflados, cojos de cobartines rojos con pepas blancas y jorobados imperceptibles y tímidos de solemnidad como Amílcar Osorio. Pero estaban bien surtidas por las florecientes industrias editoriales de Méjico y Argentina. Sur, Losada, Sudamericana y el Fondo de Cultura Económica empezaban a publicar la gran literatura europea y norteamericana y los textos teóricos que marcaron el siglo. El dinero no nos sobraba, pero nosotros nos las arreglábamos para hacernos a los libros que queríamos o que necesitábamos, sustrayéndolos a veces bajo los faldones de las camisas o robándolos de los estantes de la recién fundada Biblioteca Pública Piloto que los inquisidores de la curia arquidiocesana expurgaban periódicamente de todos modos. Y enervados con los torrentes de café negro que consumíamos en aquellas tabernas municipales que ya no existen y que jamás han de volver, los discutíamos y recreábamos con la ilusión de encontrar un sentido en las negruras de apariencia insalvable y en las áureas expectativas que nos habían tocado por herencia aunque no las habíamos pedido. Nuestros padres gozaron al fabricarnos, protestamos con incierto rencor. Inventamos juegos contra el tedio aldeano. Cómo se llamaban los perros de Jean, la señora de John, en Lolita de Nabokov. Cavall y Melampo. Cómo se llamaban las islas que menciona Lawrence Durrell en Limones Amargos. Pantocratóras y Paleocastrista. Qué significado tiene el autodidacta en La náusea de Sartre. Oscar Wilde dijo que la muerte de Lucien Rubempré, el personaje de Balzac, había sido el gran drama de su vida. Nosotros nos enamoramos como perdidos de Justine unos, y otros de Melisa, heroínas del Cuarteto de Alejandría de Durrell, y recitábamos de memoria trechos de los cuentos de Franz Kafka que mereció el honor de una cita en el primer manifiesto que publicamos, (no desesperes ni siquiera por el hecho de que no desesperas: cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas: eso significa que vives), junto a unos pájaros de Mallarmé, pájaros ebrios de existencia entre la espuma y el infinito. Eclécticos, abiertos a todas las influencias, hambrientos de belleza, de rumbos y de significado. Hartos de todo y decepcionados de todo, y llenos de una difusa esperanza también, imprescindible en el comienzo del camino de la vida.
Los demás hacían niños, violaban niños, coronaban reinas, asistían a conciertos, se reunían en congresos, pactaban combates de boxeo, disparaban cohetes, hablaban de sombreros, comparaban sus automóviles. Nosotros leíamos. Desde la felicidad a veces, y a veces desde lo que llamamos trágicamente la conciencia desdichada. Apartados y altivos, y orgullosos del privilegio de percibir las emanaciones que difundía el cadáver de Dios sobre un planeta que comenzaba a marchitarse, al penoso presentimiento de la catástrofe inminente de la Historia que anunciábamos le encimamos sin cinismo la opaca superioridad de experimentar el divino abandono, que expresábamos en prosas radiantes y en versos voluntariosamente sórdidos y a veces inextricables que aún no fueron bien valorados. Nosotros dos éramos el más oscuro yacimiento de palabras, agua podrida de cualquier florero, cóncava placenta de los vicios. Escribió Alberto Escobar en un poema, Los sinónimos de la angustia, aparecido en la primera antología del movimiento. Gonzalo Arango probó una nueva manera del elogio amoroso: eres el horno donde amaso mis panes de mala calidad. Amílcar Osorio clamó escandalizando las convenciones: Adolescentes, golpead vuestros puños en mi pecho. Y escribía epigramas de entonaciones griegas como: un joven solo vale un talento: el de su amante, que preocupaban a su homofóbico padre, un dentista empírico de cincuenta años y grandes manos peludas como garras.
Los textos carecían de eso que llaman color local. Desconfiados del nacionalismo literario, de la literatura al uso sobre campesinos problemáticos y alcaldes conservadores y pendencieros, los obispos de nuestros relatos no eran alegóricos de una opresión. Eran a lo sumo elementos plásticos del paisaje con sus devocionarios de pastas negras y cantos dorados como los de los cuentos de Amílcar Osorio. Nuestros materiales no tenían origen en lo que Gabriel García Márquez llamó más tarde la cultura popular, sino en las desazones propias de la vida urbana y obedecían más a la lógica de los síntomas de una enfermedad del espíritu a punto de universalizarse que a las preceptivas del regionalismo refinado que vino a reemplazar la vieja literatura costumbrista. Nosotros, así lo dijimos, escribíamos para los hijos de los astronautas. Los problemas que nos planteábamos presentaban una cara más extraña y perentoria. Preguntábamos por el significado de la existencia en una Tierra que, perdida el alma que le había servido de soporte, cabeceaba entre estrellas caóticas. Y por qué había cosas y no más bien nada. Y por qué nos enamoramos de una persona con exclusión de todas las demás. Y por qué andan juntos la soledad y el amor. Y el poder y el fracaso. Poco nos importaban los asuntos del terruño, ni la literatura de nuestros compatriotas, y por una desconfianza incurable la emprendimos contra los escritores consagrados entonces como Eduardo Carranza y como Eduardo Caballero Calderón y Manuel Mejía Vallejo, el novelista más vistoso de la parroquia aquellos días aciagos y felices.
Por EDUARDO ESCOBAR

LEOPOLDO ALAS, "CLARÍN" (1852-1901)











El hombre que prefirió escribir cuentos
Asombra escuchar a menudo que el género "cuento" no es codiciado por los grandes sellos editores españoles. El marketing español exige para su público "novelas". Los miles de euros de los premios apuntan básicamente a esta modalidad literaria.


Andrea Blanqué en El País - Uruguay

Quizás los propios escritores latinoamericanos hayan sentido de algún modo esta presión, aunque el lugar común es que la tradición cuentística en América Latina, especialmente en el Río de la Plata, no necesita de novelas.

Y en esto también apunta cierta rivalidad, como si la costumbre de producir y leer cuentos fuera más anglosajona (Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Katherine Mansfield) que ibérica, y que este hábito, por suerte, en los de este lado, parece haber sido mucho más asimilado.

Prejuicios.
Sin embargo, mientras Quiroga abrevaba en el naturalismo para hacer sus magistrales relatos, también los escritores españoles, tan cerca de París, de Inglaterra y de las nuevas tendencias artísticas europeas a fines del siglo XIX, leían con avidez a Zola, Maupassant y se conocían al dedillo Flaubert y Balzac.

La sensación de que el siglo XIX literario español es un amasijo romántico que no puede competir con sus pares europeos parece surgir del hecho de que, en verdad, el Neoclasicismo y Romanticismo español fueron el material que los nóveles escritores leyeron cuando comenzaron a gestarse nuestros países. Pero la independencia latinoamericana y, sobre todo, el Modernismo, hicieron girar el rostro hacia otras geografías.

Qué lástima, pues justamente son las tres últimas décadas del siglo XIX aquéllas en que la narrativa española aparece gigantesca y espléndida: el prolífico Pérez Galdós con su retahíla de memorables novelas, la gallega Emilia Pardo Bazán, no sólo con su famosa Los pazos de Ulloa, sino con sus numerosos y tremendos relatos breves que la convierten en una cuentista de primera línea. Sellando este trío aparece Leopoldo Alas, a quien todo el mundo conocía como "Clarín" por sus abundantes y temidos artículos críticos, pero en donde la novela, la nouvelle y el cuento encuentran el tono justo y ese especial estado de alma en donde se avizora el siglo XX.

Sepultureros.
Bien es verdad que los propios españoles han colaborado a enterrar a este trío mágico. Emilia, aunque condesa y católica, sentía una gran fraternidad con Zola, con Galdós (de quien fue durante años amante) y defendió, desde las tribunas de papel, la necesidad de un cambio rotundo en la narrativa, para que ésta mostrara el mundo y se dejara de retórica castellana. A través de "La cuestión palpitante" introdujo el debate teórico, y en él incluyó la cuestión de los derechos de la mujer como desde hacía siglos no se hacía en España, desde la autora barroca María de Zayas.

Galdós y Clarín fueron republicanos, liberales, progresistas y profundamente anticlericales. Apoyaron a la "Gloriosa", la revolución de 1868, que por primera vez trajo democracia a España. Luego vendrían el exilio de los Borbones y la efímera Primera República Española -aunque se reprimió con menos terror y menos sangre que la última-. Un pronunciamiento militar y luego otra vez un Borbón en ese trono tan discutido: nada menos que el nieto del tristemente célebre Fernando VII.

Cuando ellos escribieron, fueron extremadamente críticos con esa sociedad española reaccionaria y devota que una y otra vez resurgía luego de los pronunciamientos militares. "La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía" -como decía Machado-, la España negra semejante a las capas de los curas flotando por las callejuelas de piedra de las ciudades castellanas o asturianas, fue motivo de ácida sátira en la literatura de fines del siglo XIX.

Por supuesto que supieron de censura -Clarín tuvo que publicar La Regenta en Barcelona porque en su propia ciudad, Oviedo, su novela no era bienvenida-. Y fueron bastante olvidados en el transcurrir del franquista siglo XX, desacreditados y, en el caso de Clarín, se le dio protagonismo a sus artículos críticos, como si su impresionante obra narrativa no contase.

El amor recobrado.
Luego de la muerte de Franco, la España progresista se enamoró de La Regenta, publicada en 1885. Muchos la consideran una obra maestra, aunque en vida de Clarín le espetaron que era una mera "traducción" de Madame Bovary. El rescate fue masivo: cursos enteros en las universidades analizando esta novela enorme, de treinta morosos capítulos donde se narra con extrema meticulosidad la desgracia de una mujer joven casada con un viejo chocho, que debe sufrir la maledicencia de una ciudad provinciana y en permanente letargo, Vetusta, seudónimo de la real Oviedo.

La Regenta además surge con fuerza en un contexto de novelas abocadas a presentar el adulterio como problema central del ser humano. Así como surge una Emma Bovary en Francia, sus compañeras aparecen en distintos puntos de Europa. Ana Karenina se lleva quizás el Gran Premio, pero muy cerca de La Regenta también está la adúltera inolvidable de El primo Basilio, del portugués Eça de Queirós. Estas heroínas hermanas mueren trágicamente; no así la Ana Ozores de La Regenta, que queda aplastada con toda su vida encima en el suelo de la Catedral, adonde ha ido a pedir consuelo al diabólico y sensual personaje más neurótico de la literatura española, el Magistral Fermín.

Fermo, como lo llama la madre, es un cura joven y ambicioso que, perdidamente enamorado de la señora más hermosa y malcasada de la ciudad, la acosa y vigila como un carcelero durante toda la novela, para abandonarla, lleno de odio e ira, en la última escena. Cuando esa mujer que tanto amó no es más que una perdida -pues toda la ciudad sabe de su aventura con Álvaro, el don Juan que mató en duelo al lelo marido- es el momento justo de rechazarla.

Los españoles adoran La Regenta entre otras cosas porque muchos tienen atravesado el anticlericalismo en la garganta, hueso que lleva siglos allí, sin moverse, más o menos como el latente republicanismo, que no acepta a la monarquía por más revistas Caras que le vendan.

Fermín, el magistral, es aun para un laico uruguayo del siglo XXI el personaje más fascinante de la novela. Repugna a veces, con la manipulación que hace de él su castradora madre, y también con la manipulación que él mismo logra en esa mujer profundamente bella y frustrada que es Ana Ozores, a quien su viejo marido ni siquiera le pudo conceder la semilla de un hijo. Es también un hombre sensual bajo la sotana, por cierto inquietante, cuando se divisan sus amoríos con las criadas que trabajan como esclavas en la casa del cura.

Teresina y luego Petra son chicas de cabeza gacha para todo servicio, con el beneplácito de la madre terrible, siempre vestida de negro, que no condena que su clérigo hijo tenga una amancebada, como ya es una tradición en la literatura española desde el decisivo Lazarillo de Tormes -quien termina con grandes cuernos casado con la criada-amante del último de sus muchos amos, un arcipreste-.

Pero lo que fascina tanto a los españoles es el alma de Ana Ozores, la protagonista, con su mezcla santateresiana de delirio místico y sueños eróticos. Ana cae en brazos de un mediocre y veterano donjuán, después de haber sido el único ser sensible de una ciudad de piedra. Una perspectiva moderna hace que tal vez este personaje femenino resulte algo inverosímil en su candidez y en su profunda ignorancia acerca de la maldad del mundo.

La apoteosis de La Regenta llegó con su adaptación en serie de tres capítulos de Radio Televisión Española (1995), una superproducción que costó tres millones de euros, cuidada hasta el más mínimo detalle. Protagonizada por Aitana Sánchez-Gijón, en el papel del corderito acosado por los lobos, y Carmelo Gómez, en el viril y a la vez autocastrado cura que termina a punto de ahorcarse con sus propias manos (más un Héctor Alterio espléndido en el papel de esposo engañado), es señal de los tiempos del gasto ilimitado de una España que ya no es tal, pero también de la reivindicación de sus clásicos decimonónicos, que tal vez el resto del mundo lee poco.

Conflictivo.
Leopoldo Alas fue famosísimo en su época como periodista, más que como creador. A pesar de que se ganaba la vida como catedrático enseñando Derecho, desde Oviedo enviaba a Madrid sus artículos que eran esperados temblando por todos los escritores que publicaban una nueva obra. Era un crítico no sólo severo, sino que su inmensa cultura y su estilo preciso lo hacían casi irrebatible.

Se dice que Clarín vivió durante mucho tiempo probando pistolas: en sus días era frecuente la práctica del duelo y mucha gente lo quería verdaderamente matar. Vivió en el momento más espléndido del periodismo: se publicaban periódicos por doquier, se leía con avidez aquello que opinaban los columnistas, y las polémicas llegaban a un tono de violencia que se ha perdido en el mundo contemporáneo. Fue la gran era del lector burgués, un burgués naciente en la España rezagada en la industrialización de Europa y su alfabetización, pero una tierra intelectual muy fértil donde los escritores vivían de su pluma y publicaban decenas de cuentos.

La Regenta lo lanzó a la palestra como escritor. Fue un éxito. Pero curiosamente no intentó repetir la hazaña. Luego sólo escribió una novela propiamente dicha, en 1890, titulada Su único hijo, totalmente distinta en su estilo y su temática, muy divertida y hasta perversa, con una galería de personajes sorprendentes que a cada capítulo traen un hecho insólito. Bien lejos está la precisa, corta y amena Su único hijo del dramón moroso y oscuro de La Regenta.

A pesar de la fama, la biografía de Leopoldo Alas no produce la impresión de un hombre contento con su destino. Su mal humor era famoso: escribía muy apartado del mundo en Oviedo (Asturias), en la casa de campo familiar, pero echaba a los niños de la familia a que se fueran a jugar lejos. No soportaba el menor ruido cuando estaba escribiendo: de hecho, sólo el sonido de las hojas secas pisadas o arrastradas por el viento lo sacaban de sus casillas. Escribía de un tirón, pensaba las historias previamente, y luego se lanzaba como un poseso a producirlas intentando no desconcentrarse.

En su último período de creación literaria, la década de 1890, abocado totalmente a la escritura de cuentos, realizó un prólogo a sus Cuentos morales(1896) donde sostenía: "los que más tienen que hacer en el mundo todavía, los jóvenes, no saben lo que deben hacer; y a los viejos, los que ya saben algo de la vida... lo que más les importa es saber morirse. Yo no soy viejo todavía; pero, como si lo fuera, porque ya no soy joven".

En 1901 se lo llevó la tuberculosis, a los 49 años, pero él ya presentía en esa última década que había cosas bien cerradas para él: el arte de hacer novelas y la necesidad de cambiar el mundo que tal vez lo había urgido a escribir La Regenta. En el prólogo citado sostiene "Yo soy, y espero ser mientras viva, partidario del arte por el arte, en el sentido de mantener como dogma seguro el de su sustantividad independiente. No hay moda literaria ni reacción que valgan para sacarme de esta idea. Sigo opinando que los libros no pueden ser morales ni inmorales."

Ni moral ni inmoral.
En su época lo acosaron profusamente de inmoral, porque además de su negro anticlericalismo -a la manera de Eça de Queirós en El crimen del Padre Amaro -fustigaba la inercia de las clases altas de provincia, las despreciaba por todos los costados e incluso en Su único hijo señala casi risueño una galería de vicios que pondrían verdes a los mojigatos católicos y monárquicos. Por ejemplo, de la terrateniente Emma Valcárcel -nótese el apellido elegido-, casada con el bonachón Bonifacio Reyes (un pobre escribiente de oficina, culto y romántico, pero que prefiere sacarse las botas para ponerse en pantuflas), se dice que Clarín ha creado el personaje más depravado de la literatura española. Emma es la heredera de una copiosa fortuna familiar y se encapricha en casarse con el amor de su adolescencia, "Bonis". Cuando mueren todos menos ella, lo hace buscar por todo el mundo para casarse con él. El matrimonio resulta extrañísimo, la mujer pronto se asquea de su marido, sumida en una hipocondría perpetua, y lo usa de enfermero hasta para las tareas corporales más pudendas. Lo maltrata, le grita, lo insulta, duda de su virilidad, pero cuando se entera de que él se ha hecho amante de una cantante de ópera que ha parado en el pueblo, la libido desbanca todas sus necesidades corporales que sentía: imaginarias, enfermizas y placenteras. Pronto pasa de usar a su marido Bonifacio, de masajista y doncella de tocador, a objeto sexual, con el cual toma la iniciativa de prácticas exóticas y extremas que le hacen descubrir tardíamente las delicias del sexo.

Pero como en la novela del siglo XIX, el adulterio está en el horizonte y todos se engañan mutuamente, sin descontar por supuesto el administrador de la finca, que roba a ojos vistas. Bonifacio, arrastrado por las "inmoralidades" que no había buscado, se enfrenta a la maternidad inesperada de su mujer, quien odia por supuesto ser madre. Como un coro griego, el resto de los personajes se burla más que nunca de Bonifacio, porque todos creen que su mujer se ha acostado con el tenor de la compañía. Bonis porfía que el bebé es de él, que el niño es su único hijo. Nadie lo toma en serio. Pero el narrador y el lector comparten un secreto: las largas noches que Emma imponía en la oscuridad a su marido, orgías de a dos, y que por cierto, a Bonifacio no le desagradaban.

Al fin, los cuentos.
Aunque la bondad de Bonis se rescata de la ciénaga colectiva, Su único hijo no es moral ni inmoral, tal como afirma Clarín en su prólogo. Entonces, el título Cuentos morales para la colección de relatos suena a una de las ironías típicas del autor que se eligió para sí mismo el seudónimo de "Clarín". Más adelante lo explica: "los llamo así porque en ellos predomina la atención del autor a los fenómenos de la conducta libre.(...) No es principal, en la mayor parte de estas invenciones mías, la descripción del mundo exterior ni la narración interesante de virtudes históricas, sociales, sino el hombre interior, su pensamiento, su sentir, su voluntad".

Es el Clarín que ya, probablemente, rumia la tuberculosis. Como a Chéjov, y a tantos, la enfermedad de los artistas parece haberle cambiado el registro de la voz. Entre las toses, quizás, surgió ese cuentista de la ternura, que si bien se alterna con el sarcasmo y la sonrisa ante seres verdaderamente patéticos, aporta a las anécdotas (siempre humanas, siempre creíbles, siempre protagonizadas por seres solos y olvidados) un deseo de algo imposible, el presentimiento de un mundo elevado y balsámico.

La sucesión de libros de cuentos en los últimos años de vida de Clarín muestra cómo el autor sentía que la vida era breve y, sobre todo, no tenía retórica posible. Aunque seguía siendo temido como crítico, va quedando poco de aquel al que retrataban las caricaturas con una pluma que perforaba como dardo a los pequeños escritores. Es un hombre que sufre, los médicos le dicen que no trabaje, que no se canse, en una palabra: que no escriba.

Entonces no hace más que trabajar en preciosos cuentos, que compone en series, en colecciones. Ya había publicado Pipá en 1886, pero en la década del 90 salen el conjunto de nouvelles Doña Berta, Cuervo, Superchería(1892), El señor y lo demás son cuentos(1893), Cuentos morales(1896), Doctor Sutilis(1896) y El gallo de Sócrates(1901).

Y aunque muy íntimos, son cuentos que muestran a los personajes en un entorno jamás idealizado ni degradado por cuenta del autor. El cuento "Adiós, cordera" es uno de los más populares en España, estudiado una y otra vez en escuelas y liceos. Es un ejemplo de sensibilidad sin sentimentalismo barato. La tal cordera del cuento no es un ovino sino una vaca vieja y, quienes la cuidan, en lugar de ir a la escuela, son dos niños asturianos del campo más verde que existe sobre la tierra. El destino de la vaca depende de las rentas no pagas de la familia trabajadora y miserable, y la Cordera termina vendida en un mercado, para que en Madrid los curas coman "chuletas". El cuento tiene un segundo final y es el del mellizo varón que, con el servicio militar, debe acudir a una de las guerras fraticidas que azotaron España en el siglo XIX , y que culminaron en el XX en la gran hecatombe de la Guerra Civil Española. Carne de cañón, la vaca y el chico.

La belleza y dulzura del cuento no ponen tonto al autor: claramente se muestra antibelicista, claramente le duele la corrupción de su país, donde los hijos de los "caciques" pagan para que sus hijos mimados no vayan a las guerras que ellos mismos provocan, y hacen que vayan los pobres chicos que nunca salieron de la aldea. (Hay otro cuento conmovedor con este tema, "El sustituto").

Pero el relato que más estremece de toda la obra de Clarín es "El dúo de la tos", en donde un hombre y una mujer tuberculosos, que jamás se ven pero se escuchan, aguardan la muerte en medio de las toses nocturnas, en un hotel que los alberga transitoriamente -como todo- con una habitación vacía entre ambos, frente al mar.

Sin embargo, el relato que más le gustaba al propio Clarín era la nouvelle "Doña Berta", difícilmente clasificable. Trata una vez más de una familia represora que aplasta a la hermana que debe permanecer pura en un lugar donde los hombres brillan por su ausencia, dado que a esa tierra tan perdida "no llegaron ni los moros ni los romanos". Y también Clarín inserta el lugar común romántico del militar herido (del bando contrario) que viene a pedir auxilio. La chica aristócrata lo cuida, lo cura, se enamora, y bajo un laurel pasa algo que no entiende pero que la hace intensamente feliz. El capitán debe ir a la guerra nuevamente, para no convertirse en desertor, donde, indudablemente, muere, y la chica da a luz un bebé a quienes los hermanos, según la costumbre, secuestran y dan en adopción, informándole a la recién parida que el bastardo ha muerto.

Pero luego de todos estos lugares comunes, que se narran con una sencillez extrema y una sonrisa en los labios, Clarín da un vuelco. Pasa de largo por la vida de Berta hasta llegar a la vejez: heredera de todo y con el hijo perdido. Un pintor reconoce en un retrato de ella, de juventud, un parecido asombroso con un militar muerto que él también ha retratado.

La búsqueda del cuadro es simplemente increíble. Lo que hace la vieja para ver el rostro de su hijo (ya muerto) y pintado en la batalla antes de morir, es demencial y a la vez muy planificado. Doña Berta se desprende de todo y se va a Madrid, golpea todas las oficinas para que le dejen ver el patriótico cuadro, se enfrenta a una ciudad gigantesca, cuando ha vivido toda la vida como los pájaros en un prado.

Pero logra ver el cuadro, al que mira intensamente, al que la vida le da la oportunidad de mirar. Todo el cuento, lleno de misterio, sin certezas, es tan sugestivo y ambiguo que apenas puede reconocerse a aquel autor de La Regenta, que con tinta negra retrataba un clérigo vil y a la vez víctima de toda la parafernalia de la Iglesia, de sí mismo, de España.

ARTE DIGITAL

Inauguran en Argentina el primer museo de arte digital en español
Efe. Buenos Aires.en La Razón - España

El primer museo de arte digital en español Espacio Byte, aterriza hoy desde Buenos Aires en el ciberespacio, donde podrá ser visitado las 24 horas los 365 días del año.

"Se trata de un museo en línea dedicado a nuevas prácticas artísticas que usan las tecnologías como lenguaje expresivo para proponer nuevas narrativas y nuevos formatos", declaró hoy a Efe en la capital argentina el director de Espacio Byte, Enrique Salmoiraghi.

Según Salmoiraghi, se trata del "primer museo de este tipo en habla hispana", tras experiencias pioneras en inglés, como el Digital Art Museum.

Espacio Byte contará con una fuerte presencia de artistas argentinos, latinoamericanos y españoles, pero también del resto del mundo, como refleja la muestra de imágenes creadas por ordenador "Universo fractal", del croata Drazen Jerkovic.

La idea del proyecto nació de las numerosas visitas de Salmoiraghi a exposiciones de arte electrónico, en las que obras creadas con bytes eran muchas veces "adaptadas para su exhibición física: se pasaban a vídeo o se imprimían para proyectarse dentro de la exhibición".

"¿Para qué tener que cambiar de formato una obra que fue creada desde un proceso digital, con un lenguaje propio, si también existen medios digitales que manejan un mismo lenguaje para su exhibición y difusión?", se preguntó el fundador y director de Espacio Byte, en el que se ha evitado intencionalmente "la simulación de un espacio físico".

El museo da prioridad a aquellas exhibiciones que reflejan "corrientes estéticas características del arte digital", que serían imposibles sin el uso de computadoras, añadió Salmoiraghi y puso como ejemplo "Chiptunes", música digital producida por artistas argentinos.

Fotografías manipuladas, una exposición colectiva de arte web, un trabajo de animación digital y un videojuego que reflexiona sobre la ecología completan la primera lista de exposiciones, que podrán verse en www.espaciobyte.org durante los próximos dos meses.

DÉJESE DE HISTORIAS





ATILA. Por donde pasaba su caballo no crecía la hierba
ALFONSO BASALLO

Se le atribuye esa frase al caudillo huno, pero parece que no era tan cruel. Socorrió a viudas, mitigó los saqueos de las ciudades conquistadas y prefirió los pactos a la guerra. Y se dejó convencer por el Papa León I y no invadió Roma.

Mató a su hermano para acumular todo el poder de los hunos y guerreó de forma implacable, pero es más humano de lo que ha hecho creer el tópico. Atila no era peor, ni más sanguinario que otros caudillos venidos del Este en los estertores del Imperio romano.
Los hechos demuestran que no era solo un guerrero implacable sino también un negociador, que podía tener rasgos de clemencia y piedad, y que incluso era más refinado de lo que se cree.
Los hunos procedían de las estepas del centro de Asia y se habían desplazado a lo que podíamos llamar el patio trasero del Imperio romano (al Este de Europa) como consecuencia del doble big bang: demográfico y geoestratégico. Parte de su éxito militar se debía a su densidad numérica. Y viajaron al Este presionando a las tribus germánicas contra los límites del Imperio, porque ellos a su vez no habían podido quebrar la línea defensiva de China.
Intervino en favor de una viuda que tenía 10 hijos y la colmó de regalos.
Nacido el 404 en la llanura húngara (Panonia), Atila demostró ingenio para imponerse a los demás jefes de los clanes. Atila engrandeció el legado que le había pasado su tío, el rey Rugila. Su vasto territorio abarcaba desde las llanuras centroeuropeas hasta los Urales.
Su destino era expandirse. Exigió tributos a Constantinopla, atacó las Galias y a finalmente Italia. Los romanos se aliaron a los visigodos, e hicieron frente a los hunos en la batalla de los Campos Cataláunicos, (451). El Imperio se salvó por los pelos.
Pero un año después, Atila saqueó Milán y después se dirigió hacia la propia Roma. Era una multitud de jinetes pequeños, de tez amarilla y ojos rasgados, ataviados con pieles, con el rostro desfigurado por las cicatrices. Valentiniano daba prácticamente por perdida la Urbe: llegó a la conclusión de que no valía la pena luchar. Así que se puso de acuerdo con el papa León I, llamado el Grande, para mandar una embajada de senadores a Atila.
La entrevista se celebró a orillas del río Po. No se conocen los detalles de aquel encuentro trascendental y surrealista (un venerable Papa ante un caudillo que había hecho temblar a medio mundo). Pero lo cierto es que, al terminar, Atila dio media vuelta y Roma se salvó. Lo cual demuestra el temple de León el Grande, pero también que el rey de los hunos era capaz de dialogar.
El escritor Calímaco afirma que en las conquistas de las ciudades italianas prohibió a sus hombres que se excedieran e hizo lo posible por evitar que se ensañaran con los prisioneros. Este autor refiere, además, que una vez tomada la población, establecía un rudimentario sistema de orden y trataba de hacer justicia. En un caso, siempre según Calímaco, fue aún más lejos e intervino a favor de una viuda de Troyes (Galia) que tenía 10 hijos y la colmó de regalos.
Pedro Voltes recuerda que tuvo una insólita reacción de clemencia cuando el emperador Teodosio II envió contra Atila «a unos asesinos para que se infiltraran en su campamento y lo mataran» El caudillo huno los descubrió pero no ordenó ejecutarlos, sino que exigió al emperador un rescate por ellos. Atila no perdía ocasión de obtener el máximo beneficio económico, lo cual denota un carácter mucho más negociador que guerrero. Parecidas impresiones tienen otros autores contemporáneos de Atila como Cándido o Juan de Antioquía.
Otro de los tópicos que los hechos desmienten es que el caudillo de las estepas fuera rudo y salvaje. Nunca alcanzó el nivel de refinamiento de Roma, pero en su rudimentaria corte de Budapest tenía varios palacios con termas.
Todo ellos pone de relieve que Atila tenía dos caras y que estuvo interesado en que corriera como la pólvora la más negativa de las dos. La moderna historiografía ha demostrado que le complacía el apelativo de «Azote de Dios» por su efecto propagandístico. El temor fue su arma favorita. Cada vez que ejecutaba fríamente a un par de prisioneros sabía que se producía un efecto de bola de nieve: los dos se multiplicaban y se convertían en doscientos.

CELTIBERIA

CULTURAL

La inspiración celta de Bécquer


  • Fundacion Duques de Soria(instituciones)
  • Literatura(acontecimientos)


El profesor Martín Almagro defiende que algunas de las leyendas que salieron de la pluma del escritor bebieron de la ideología ancestral deaquellos que habitaron Celtiberia

La inspiración celta de Bécquer
El profesor de la Universidad Complutense de Madrid Martín Almagro relacionó ayer las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquercon elementos inspirados en el imaginario tradicional que procede y que refleja la mentalidad y la ideología ancestral de los celtas que habitaron la Celtiberia.
«Algunas leyendas y tradiciones, como las que recoge Bécquer, son restos de la literatura celta», ha subrayado hoy a Efe, antes de abrir en la Fundación Duques de Soria de ciencia y cultura hispánica un ciclo de conferencias sobre «celtas y celtíberos», con una conferencia titulada «Soria y la literatura celta».
Almagro ha analizado en su conferencia, desde una perspectiva celta, algunas de estas leyendas becquerianas y pasajes del poema del Mío Cid así como elementos de cerámicas celtibéricas del Museo Numantino que suponen «una narración gráfica» de la literatura que tenían los celtas en las tierras sorianas.
En su opinión, el análisis de estos elementos de origen celta permite comprender que su presencia en la mentalidad y en el folclore popular, de donde han pasado a la literatura castellana, es bastante mayor de lo que cabría espera de su práctico desconocimiento.
En el caso de las leyendas becquerianas, el conferenciante ha señalado que el Monte de las ánimas, uno de los títulos de las leyendas becquerianas, suponía en la cultura celta el lugar por donde las almas subían y bajaban de los infiernos el día de Sammain, la fiesta de los difuntos (1 de noviembre).
«Son tradiciones que han quedado en tierras que han sido profundamente celtas como las de Soria», ha subrayado.
Almagro ha asegurado que no hay testimonios escritos que hayan dejado los celtas, porque probablemente éstos no escribían sino que transmitían oralmente su forma de ver el mundo, «lleno de seres fantásticos y animados», como ninfas y tritones de las aguas, hadas, sílfides, seres sobrenaturales del aire, de los bosques y de las peñas.
El profesor universitario ha asegurado que están empezando a estudiar esta relación y ha subrayado que dentro de unos años se podrá decir «que la literatura castellana empezó mil años antes en la literatura celta»

HELENA RUBINSTEIN

La piel que habito

 Por Juan Forn

La menuda (1,40 m) Chaja Rubinstein llegó a Australia porque tenía siete hermanas mayores, y cuando le llegó la edad de casarse el padre no tenía qué ofrecer de dote: sólo un hombre pidió su mano, “si era gratis”. Chaja prefirió que la mandaran a Australia con los tíos, que era como decir el fin del mundo, en el barrio Kazymierz de Cracovia, en el 1900. Pero en Australia dejaban a las mujeres trabajar, y la menuda Chaja, con su piel de porcelana, consiguió enseguida trabajo como camarera. Cuando las mujeres le preguntaban cómo tenía esa piel, Chaja contestaba que se la debía a una crema, que se hacía según receta milenaria en su tierra, en los montes Cárpatos. Las mujeres le preguntaron si tenía de esa crema para vender. Chaja dijo que sí, porque en Australia había muchas ovejas, es decir mucha grasa animal, y ése era el componente principal de su crema: lanolina (para disimular el olor a cuero, le ponía esencias de violetas, que según diría famosamente costaba más el kilo que un kilo de perlas o de diamantes). Chaja se rebautizó Helena y en poco tiempo tuvo negocio propio en la mejor calle de Melbourne: el primero de los salones de maquillaje Helena Rubinstein que habría en el mundo. “No hay mujeres feas; sólo perezosas. Renunciar a la belleza es una imperdonable falta de voluntad”, dijo HR y durante años lo demostró poniendo la cara en las publicidades de su marca: pareció de cuarenta hasta entrados los setenta.
La menuda Helena hizo tanta plata en Australia que se tomó el barco a Londres y puso negocio allá, y le fue tan bien que repitió en París y una vez más coronó. Según las malas lenguas, además de maquillaje, en las maisons HR se vendían pequeños vibradores que eran la delicia de algunas clientas, como la novelista Colette. Proust invitó a cenar una vez a Madame; quería saber cómo era paso a paso el rito con que una mujer se maquillaba frente al espejo. Marie Laurencin, Duffy, Dalí y Picasso pintaron su retrato, y Coco Chanel le pasó un dato que Madame desatendió: contratar de inmediato a un químico que vendía en exclusiva a los mejores peluqueros de París una tintura para pelo que era la única que no decoloraba ni viraba al violeta. “Ese hombre es el futuro”, dijo Chanel. “Para mí es el pasado”, contestó Madame, porque sólo le gustaba vender lo que inventaba ella; ni siquiera se interesó por conocer a ese químico llamado Schueller, que se convertiría en su némesis. Déjenme decir un par de cosas sobre él: cuando vino la moda del corte carré, como el pelo corto no agarraba bien la tintura, Schueller inventó el proceso inverso, “los claritos”, y comenzó la fabricación en serie de sus dos productos, la tintura L’Oréal para morochas y el L’Oréal Blanc para rubias. Sumó un tercer producto para construir su imperio: a Schueller le gustaba navegar y había inventado una crema protectora para el sol que bautizó Ambré Solaire. Qué más. Ah, sí: Schueller amparaba un partido de ultraderecha en París, tenía serias ambiciones políticas.
Madame frecuentaba laboratorios y herboristerías, se informaba sobre glándulas de mono y pistilos de nenúfar y nada le gustaba más que posar entre pipetas, con delantal blanco de científico, pero en Europa no podía hacerlo a sus anchas. Estados Unidos, en cambio, estaba hecho a medida para su personalidad. Allá tuvo la idea de abrir minisalones en las tiendas más grandes de cada ciudad, con las famosas Rubinstein Ladies que maquillaban ahí mismo. Llegó a haber Rubinstein Ladies en ciudades que aún no tenían concesionaria Ford (si no tenían sinagoga, en cambio, si no había judíos en una ciudad, se la cedía a su imitadora goy Elizabeth Arden). Cuando la empresa fue tan grande que la obligaron a cotizar en Bolsa, esperó que viniera el crac del ’29 y compró todas las acciones que no estaban en sus manos, y mientras tanto se fue en un crucero a Sudamérica, supuestamente de placer, en el que abrió filiales de HR de Panamá a Buenos Aires (en cada una puso a cargo a una de sus hermanas, que fue sacando de Cracovia cuando la cosa se puso espesa).
Al estallar la guerra, pidió una entrevista con Roosevelt y le contó que en los bombardeos de Londres había visto sacar a una mujer en camilla a quien le propusieron un sedante, pero la dama pidió “lo único que me hace sentir bien”: su pintalabios. Poco después se convirtió en proveedora del ejército. Cuando las tropas yanquis desembarcaron en Africa, llevaban un kit con crema protectora solar, maquillaje de camuflaje y demaquillante, cortesía de HR. “Los hombres podrían ser más atractivos si me hicieran más caso”, declaró en esa época. Ya estaba instalada en su tríplex en Park Avenue, donde ostentaba su famosa colección de arte (“veo que tiene un cuadro menor de cada pintor importante”, le dijo un crítico; Madame contestó: “Quizá no tenga calidad, pero tengo cantidad. Y no me ha ido mal apostando a la cantidad”). Para entonces, ya rozaba los ochenta, había pasado por varios matrimonios sin suerte y le gustaba dejarse coquetear por hombres jóvenes, entre ellos uno llamado Jacques Corrèze, que era un lugarteniente de Schueller.
L’Oréal había mutado a imperio en esos años: abrió filiales en la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, el Portugal de Salazar, la España de Franco. A L’Oréal España mandaban después de la guerra a sus gerentes sospechados de colaboracionistas. Corrèze se había especializado durante la ocupación alemana en París en la apropiación de inmuebles que pertenecían a judíos. Enviado a Madrid para evadir la cárcel, en 1953 recibió orden de dirigirse a Nueva York, a conquistar América. Fue de Corrèze la idea de comprar Helena Rubinstein. Agarró cansada a Madame, logró convencerla de que vendiera la filial israelí y, luego de su muerte, siguió comprando la empresa de a pedazos, a precio de oro, hasta que L’Oréal se apropió por completo de HR. Es un takeover que se estudia en las escuelas de negocios: nunca lograron el rinde que obtenía Madame y, además, la operación llamó tanto la atención de la prensa que terminó saliendo a la luz el escandaloso pasado antisemita de L’Oréal.
Poco antes de la muerte de Madame, unos ladrones se colaron en su tríplex simulando ser enviados de una florería. Madame estaba en la cama cuando entraron. Al costado de su cama tenía un alhajero del tamaño de una cómoda. Cada cajón tenía una letra (A para amatistas, D para diamantes, E para esmeraldas, R para rubíes). Cuando vio a los ladrones escondió la llave del alhajero entre sus pechos y tendió a los visitantes su billetera, donde sólo había ochenta dólares. Ellos la ataron con sus sábanas de seda y huyeron con el exiguo botín. Madame gritó hasta que la oyeron dos pisos más abajo. En cuanto la desataron, hizo poner en la heladera los ramos de rosas que habían traído los ladrones, para que lucieran frescas en la conferencia de prensa que dio cinco horas después. “Hoy hice un buen negocio”, dijo a los periodistas. “Me robaron ochenta dólares y me dejaron doscientos en rosas.” Las cinco horas entre su liberación y la conferencia de prensa las usó para maquillarse. Fue su última aparición en público.

FUNDACIÓN DEL ESPAÑOL URGENTE


Recomendación urgente del díabonificacionesayudas fiscales, mejor que tax lease


Bonificaciones ayudas fiscales pueden ser alternativas en español al anglicismo tax lease, empleado especialmente en el sector naval en relación con el arrendamiento financiero de buques.
Con motivo de la decisión por parte de la Comisión Europea de obligar a las agrupaciones de interés económico a devolver las bonificaciones fiscales acumuladas entre los años 2007 y 2011, los medios de comunicación están empleando la expresión tax lease: «El régimen de ayudas de ‘tax lease’ que funciona en la actualidad sí que cumple la normativa», «Urkullu pide aprovechar el ‘tax lease’ vigente para salvar los astilleros» o «Bruselas exige a España la devolución de las ayudas del ‘tax lease’ a los astilleros entre el 2007 y el 2011».
Este tipo de ayuda, que se articula mediante una compleja estructura financiera en la que intervienen armadores, astilleros, entidades con servicios de arrendamiento financiero y agrupaciones de interés económico, permite a los inversores obtener notables deducciones de sus impuestos.
Como alternativa a la expresión tax lease, en los ejemplos anteriores podría haberse optado por escribir bonificaciones ayudas fiscales: «El régimen de ayudas fiscales que funciona en la actualidad sí que cumple la normativa», «Urkullu pide aprovechar el sistema de bonificaciones fiscales vigente para salvar los astilleros» y «Bruselas exige a España la devolución de las ayudas fiscales a los astilleros entre el 2007 y el 2011».

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