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quinta-feira, 20 de setembro de 2012


"Los locos y los niños suelen decir la verdad; por eso a los locos los encierran y a los niños los educan".

LAS PALABRAS




Las palabras no son inocentes
por el escritor Ignacio Martínez

(Palabras que destruyen o construyen el mundo)

Las palabras no son inocentes. Pueden ser constructoras de nuevos mundos o destructoras del mundo que hoy tenemos.

La humanidad asiste en estos tiempos a una etapa de su vida en que, por un lado, hay una enorme oferta de modos de comunicación (Internet, teléfonos celulares, televisión por cable, etc.), al tiempo que se producen mayores lejanías, separaciones, incomunicaciones e incomprensiones.

Mario Benedetti nos alerta sobre la comunicación en uno de sus poemas breves, Mass Media, y nos dice:

“De los medios de comunicación
en este mundo tan codificado
con Internet y otras navegaciones
yo sigo prefiriendo
el viejo beso artesanal
que desde siempre comunica tanto”

Las personas, especialmente los jóvenes, están sometidos a un empobrecimiento de sus lenguajes, impidiéndoles una comunicación en profundidad, cayendo frecuentemente en la superficialidad y en no poder comunicar una idea, una creencia, un sentimiento.

El lenguaje es un espejo del pensamiento. Hablamos, leemos y escribimos según el orden establecido en nuestro pensamiento. Existe una relación directamente proporcional entre orden y claridad de pensamiento por un lado, y las manifestaciones a través del lenguaje. Si no comprendemos un texto, si escribimos mal la construcción de las frases, si nos expresamos pobremente, es porque nuestro pensamiento es pobre, desordenado, poco claro.

Hoy, a través de los grandes medios de comunicación, hay una tendencia importante a la simplificación, a la pobreza del lenguaje, buscando que nos convirtamos principalmente en consumidores o en meros receptores de una información que siempre damos como válida.

Mi amigo Eduardo Galeano acostumbra a decir que si no estás en la televisión no existes, y creo que tiene razón. Esa es la idea que domina entre las multitudinarias poblaciones consumidores de horas y horas de una televisión al servicio del consumo y del sometimiento. Esa televisión nunca está al servicio de la libertad y del crecimiento espiritual e intelectual, salvo excepciones. El mundo sólo existe si pasa por la televisión; esa es la idea que quiere prevalecer en nuestra visión del mundo.

Por otro lado también estamos asistiendo a una tergiversación del significado de las palabras o la sustitución de unas por otras para expresar una misma situación que finalmente las justifique, las acepte y las apoye.

A las invasiones de países, a las agresiones armadas, a la ocupación de territorios se les llama “guerras preventivas” para justificarlas. El gran gendarme del mundo nos previene de la guerra haciendo la guerra. Así aparecen las guerras “buenas” y las guerras “malas”; los muertos que lloramos y los muertos necesarios.

A los países pobres, atrasados, enfermos, todavía se les llama “países en vías de desarrollo”, un desarrollo que no llega nunca, mientras la riqueza está concentrada cada vez en menos manos y hay más gente con hambre en el mundo. Más allá de todas las palabras, lo cierto es que en los últimos años hay 400 millones más de personas en condición de pobreza en el mundo, sumando 1700 millones en este momento, es decir, la tercera parte de la humanidad.

Basta ver la situación de muchos países africanos y asiáticos para entender las miserias del mundo. Basta ver las diferencias sociales en nuestra América para entender las injusticias del mundo.

Esas palabras, las que ya no se dicen porque no se comprenden (justicia, derechos humanos, liberación), las que nos condenan a ser meros consumidores durante el tiempo que nos toque vivir en esta vida (compre ya, la felicidad es poseer el último aparato) y las que cambian su significado para ponerle un velo a la realidad (desarrollo, competitividad, futuro), son las palabras que destruyen el mundo.

Se llama “globalización” a la dominación. Se llama Premio Nobel de la Paz al primer belicista del planeta. Decimos “cuidemos el medio ambiente” como si el ambiente no fuéramos nosotros mismos. Nos pasamos hablando del “futuro” que no llega nunca, un futuro cuyo único cometido es hacernos olvidar nuestro presente o aguantarlo aún en el peor calvario, con tal de llegar a ese futuro que nunca vendrá.

Toda la preocupación es estudiar, preparase, obtener títulos para “llegar a ser”, perdiendo de vista que ya somos desde el momento mismo de la concepción y del nacimiento, con todos los derechos de ser un ser humano como la condición esencial.

“Unidos contra el hambre”. Con este lema se conmemora el Día Mundial de la Alimentación el próximo 16 de octubre. ¿Por qué tal alarma? Según los organismos internacionales, el año pasado (2009) se sumaron más de 105 millones de seres humanos a la parte de la Humanidad que padece hambre. Se calcula que 1020 millones de personas están mal nutridas por falta de alimentos y se enferman y fallecen por no tener qué comer o por falta de agua potable. Lo que no entendemos es cómo puede suceder esto cuando el Día Mundial de la Alimentación fue proclamado en 1979 ¡hace más de 30 años! por las Naciones Unidas y la FAO y desde entonces la cantidad de personas que padecen hambre no ha dejado de aumentar. Esas palabras que prometen y no cumplen también son palabras que destruyen el mundo. Yo soy un escritor comprometido. Mis palabras tampoco son inocentes.

¿Qué podemos hacer?
Paulo Freire nos dejó profundas enseñanzas que quiero retomar hoy en este Seminario. “No hay palabra verdadera – dijo – que no sea unión inquebrantable entre acción y reflexión.” También agregó: “Decir la palabra verdadera es transformar al mundo.” Y en relación a la Alfabetización, esa hermosa tarea liberadora, dijo: “Alfabetizarse no es aprender a repetir palabras, sino a decir su palabra”

Nosotros, personas que estamos relacionadas con las palabras, lo primero que tenemos que hacer es liberarlas de toda censura, dejarlas volar para que lleguen a todas las personas y nos ayudemos a profundizar nuestros lazos de comunicación en una extensa red tejida con palabras, con nuestras palabras.

Dominar las palabras es vivir la libertad. La peor dominación es la enajenación. La globalización hoy tiene ideas hegemónicas que buscan prevalecer sobre toda la humanidad. La forma de dominación más profunda del poder es cuando el dominado se quiere parecerse al dominante y adopta todas las visiones de este, enterrando las propias.

Un pueblo sin memoria está condenado a desaparecer como tal, convirtiéndose en parte de una masa uniforme al servicio de los que lo dominan. Un pueblo sin identidad está condenado a adoptar la identidad de otro que por lo general es la identidad dominante.

En mi país, cuentan, hay un hombre que suele cabalgar montado al revés. La gente le pregunta: ¿Por qué monta su caballo así? Y él responde que lo hace porque el caballo puede ir adonde quiera, pero él no debe perder nunca de vista de dónde viene.

El poder capitalista voraz que domina el mundo hoy, concentrador de riquezas e incapaz de resolver los grandes problemas de la humanidad que en realidad no le interesa resolver, hoy tiene como meta hacer del planeta un gran centro comercial, con cada región como una góndola. He ahí otro grupo de palabras que también destruyen: guerra, consumo, droga, sometimiento, estupidez, marketing, frivolidad, homogeneidad, pensamiento único, haz la tuya, no es tu problema, no te metas, corporativismo, individualismo, juegos de la suerte.

Se mezclan los significados de las palabras y se confunde ser con tener; valor con precio; hablar con decir; mirar con ver; oír con escuchar; conocimiento con educación. De esa manera sabemos de gente que tiene mucho y es muy poco; que cuesta mucho y no vale nada; que habla pero no dice; que mira pero no ve; que oye pero no escucha; que transmite conocimientos pero no educa.

Se sustituye la solidaridad con la filantropía misericordiosa, el arte con la vulgaridad, el valor de una obra por la cantidad en ventas, la creación artística como valor de consumo.

Los principales enemigos de este sistema perverso son las palabras que construyen, las que liberan la mente y hacen propuestas nuevas que conduzca a un mundo nuevo que nos pertenezca a todos. Palabras como soberanía productiva, soberanía alimentaria, preponderancia de las identidades autóctonas, la libertad de construir políticas sustentables, democráticas y equitativas que estamos intentando desde la llanura, hace tantos años, nos hacen volar, nos liberan y nos construyen el espíritu. Palabras como alfabetización, educación en valores, educación para la paz, formación por el arte, son palabras de que nos liberan y nos vuelven protagonistas de nuestras propias vidas.

Las palabras que construyen son las que se alzan desde el mundo de la cultura para darnos cada vez mayor libertad. Federico García Lorca dijo una vez, refiriéndose al teatro que:

“un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar y adormecer a una nación entera.”

Nosotros, los trabajadores de cultura, tenemos que entender este marco para construir nuestras propias políticas culturales que antes que nada nos permitan construir un territorio de libertad para hacer lo que democráticamente decidamos y nos dé alas, no pezuñas.

Se vuelve imprescindible la difusión de las ideas. Con un concierto, con un film, con una obra de teatro o una exposición de artes plásticas o un espectáculo de danza o un torneo deportivo o una novela o una poesía, nuestros pueblos pueden hacer una contribución a la conformación de grandes ateneos de reflexión. Debemos hacer frente a la penetración ideológica que día a día se produce a través de los grandes medios de comunicación y a través de las reglas de juego a que están sometidas nuestras vidas cotidianas: trabajar y trabajar para consumir y consumir hasta consumirnos, volviendo como única aspiración el propósito deslumbrante de comprarnos el mejor plasma para ver el peor programa, como la panacea de todas nuestras aspiraciones.

A la segregación, la marginación, la tergiversación informativa y la culturización de la frivolidad, la estupidez y el inmediatismo consumista, (todas palabras que destruyen el mundo), debemos oponerle la integración, la búsqueda de la verdad, la revitalización de nuestras identidades, nuestra sensibilidad, nuestra inteligencia y nuestro anhelo de la construcción del un ser humano íntegro, nuevo, crítico y autocrítico, analítico y reflexivo, solidario y cooperativo, sensible y creativo. (Todas palabras que construyen el mundo nuevo posible)

Para eso debemos levantar bien alto nuestros idiomas, todos nuestros idiomas. La literatura en todas sus formas nos puede auxiliar. El poeta Blas de Otero nos dice:

“Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.”

Esas palabras que son las que construyen, las de nuestras identidades, por más diversas que ellas sean. Brasil es un ejemplo. El idioma oficial en Brasil es el portugués y es hablado por toda la población. Las minorías indígenas también hablan sus idiomas de origen. Debido a las oleadas de inmigrantes a partir de la segunda mitad del siglo XIX, existen pequeñas comunidades de parlantes de otros idiomas: alemán (1.500.000), italiano (500.000), japonés (400.000) y coreano (100.000). A su vez, en estas comunidades también existen diferentes formas de dialectos que dan una riqueza de vocablos, modismos y expresiones de inmenso valor cultural, de pertenencia y de identidad.

El castellano es el idioma oficial de todo el resto de América Latina, haciendo la salvedad del francés en algunas regiones. Pero es imprescindible reconocer y reconocernos también en esos otros idiomas europeos y asiáticos que se hablan en diferentes territorios a partir de las inmigraciones que ha venido a nuestro continente. Como dijimos, el alemán, el italiano, el chino, el coreano, son algunos de ellos. Sin embargo, debo decirlo, son idiomas de la dominación. Se vuelve imprescindible reconocernos en las lenguas autóctonas como Aimara, con 2 millones y medio de hablantes, el Guaraní, de 7 a 12 millones de hablantes o lenguas de las islas del mar Caribe como el Garífuna, el Akawaio y el Pemón, todos lenguajes con influencias o directamente derivados de lenguas africanas. Debemos reconocernos en lenguas Maya, con 6 millones de hablantes o Mapuche con 5 mil hablantes o Náhuatl con 1 millón 700 mil hablantes o el Quechua, la lengua nativa con mayor número de hablantes, entre 9 y 14 millones. A esto habrá que agregarle otras lenguas autóctonas más locales, pero no por eso menos importantes. Todas ellas son parte de nuestra diversidad de identidades que conforman nuestra identidad multicolor. Esa debe ser nuestra capacidad: encontrar y encontrarnos a través de las palabras en todas sus formas y sonoridades, a través de la historia que cuentan, a través de los sueños que describen, a través de la sabiduría que traen en sus significados, a través de las vidas que tienen y que nosotros tenemos que encontrar.

Como dice Vinicius de Moraes “A vida é a arte do encontro”.

El encuentro, como este Seminario, se debe dar entre el espíritu, el pensamiento y las palabras de cada persona.

Eduardo Galeano nos cuenta: “En lengua guaraní, ñe'~e significa palabra y también significa alma. Creen los indios guaraníes que quienes mienten la palabra o la dilapidan, son traidores del alma”

Nosotros no debemos ser traidores de nuestras propias almas. Nosotros debemos hacer frente a los que mienten la palabra o la dilapidan. Lo debemos hacer con nuestras palabras, nuestros cantos, nuestras poesías, nuestra literatura en su más amplia concepción. Dijo Cervantes: “Más vale una palabra a tiempo que cien a destiempo”. Hoy es tiempo de nuestras palabras, las palabras que proponen, que construyen, que deleitan, que se alzan, que resisten, que ayudan, que encuentran.

Enseñemos a leer. Leamos buena literatura entre nuestros niños. Busquemos tiempo y espacio para crear. Ofrezcamos a nuestros niños y a nuestros jóvenes tiempos y espacios para que ellos creen. La Tierra, la Humanidad tienen en sus vientres un mundo nuevo que tenemos que ayudar a que nazca pronto. Permítanme terminar esta ponencia con un poema de Miguel Hernández, ese gran poeta español que se negó a sucumbir, que ahora, el 30 de octubre, cumplirá 100 años y que todos los que amamos las palabras acudiremos, de una u otra manera, a ese hermoso cumpleaños.

Permítanme también que yo dedique este poema de Miguel al mundo nuevo que está por nacer del vientre más hermoso que es el de la esperanza.

“Menos tu vientre
todo es confuso.
Menos tu vientre
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.
Menos tu vientre
todo es oculto,
menos tu vientre
todo inseguro,
todo es postrero
polvo sin mundo.
Menos tu vientre
todo es oscuro,
menos tu vientre
claro y profundo.”

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