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segunda-feira, 25 de novembro de 2013

FUNDACIÓN DEL ESPAÑOL URGENTE




Siats meekerorum y Tyrannosaurus rex, en cursiva

Recomendación urgente del día
Los nombres científicos con que se designan las distintas especies y subespecies de animales se escriben con mayúscula únicamente en el primer componente y en cursiva, por lo que lo apropiado es escribir Siats meekerorum y Tyrannosaurus rex.

En los medios de comunicación pueden encontrarse frases como «Esta especie carnívora, bautizada como Siats Meekerorum, es una de las tres más grandes descubiertas hasta la fecha» o «Siats Meekerorum, hallan al rival del Tyrannosaurus Rex».

De acuerdo con la Ortografía, en los nombres latinos empleados en la nomeclantura científica para designar las distintas especies y subespecies de animales y plantas, «se escribe con mayúscula inicial el primer componente (designativo del género), mientras que el segundo (específico de la especie) o el tercero (específico de la subespecie) se escriben con minúscula».

Esta misma obra indica que tales nombres científicos «se escriben en cursiva, no así el artículo precedente».

Así pues, en los ejemplos anteriores lo apropiado habría sido escribir «Esta especie carnívora, bautizada como Siats meekerorum, es una de las tres más grandes descubiertas hasta la fecha» y «Siats meekerorum, hallan al rival del Tyrannosaurus rex».

LIDERESA

la líder y la lideresa, femeninos adecuados

El sustantivo líder es común en cuanto al género (el líder y la líder), aunque también se admite lideresa como forma femenina, tal como indica el Diccionario panhispánico de dudas.

En los medios de comunicación es posible encontrar frases como «La nueva poderosa lideresa socialista andaluza no quiso quedarse atrás», «La lideresa de la comuna limeña acudió a votar» o «El vicepresidente recibe en la Casa Blanca a la líder de las Damas de Blanco».

Aunque, de acuerdo con la Academia, el sustantivo líder es común en cuanto al género por su terminación (el líder, la líder), también está muy extendida la variante lideresa, en especial en América, pero con presencia creciente también en España.

Los ejemplos anteriores, por tanto, se consideran todos adecuadamente escritos.

FUNDACIÓN DEL ESPAÑOL URGENTE



incumplir algo, mejor que incumplir con algo

Recomendación urgente del día
Incumplir algo, mejor que incumplir con algo, es el modo recomendado de indicar que aquello a lo que uno se había comprometido no ha llegado a hacerse realidad.

En los medios de comunicación, sin embargo, es habitual encontrar frases como «Las acciones de sus compañías se hundieron este año al incumplir con sus objetivos» o «Mas está convencido de que el obstáculo para salir de la crisis es el Gobierno de Rajoy, que mantiene bloqueados los fondos autonómicos para políticas activas de empleo e incumple con sus compromisos».

Aunque el Diccionario panhispánico de dudas sí recoge el uso de cumplir seguido de la preposición con, no sucede igual con incumplir, verbo que aparece en todos los diccionarios de referencia principales únicamente como transitivo, esto es, sin régimen preposicional.

Así pues, en los ejemplos anteriores habría sido preferible escribir «Las acciones de sus compañías se hundieron este año al incumplir sus objetivos» y«Mas está convencido de que el obstáculo para salir de la crisis es el Gobierno de Rajoy, que mantiene bloqueados los fondos autonómicos para políticas activas de empleo e incumple sus compromisos».

Sí se considera adecuado, sin embargo, introducir con la preposición con la persona o la parte perjudicada por el incumplimiento, como sucede en «El gobernador incumple con sus socios», frase correcta, donde lo incumplido no son los socios en sí, sino que, más bien, lo que se está dando a entender es que el gobernador incumple alguno de los compromisos alcanzados con sus socios.

LA PUNTA DE LA LENGUA








La palabra “inmigrante” se hereda
Llamamos extranjero a un alemán o a un canadiense, pero inmigrante a un rumano o un marroquí
ÁLEX GRIJELMO en El País - España

Cristiano Ronaldo no recibe el apelativo de “inmigrante”, sino el de “extranjero”, pese a que técnicamente cumple los requisitos del inmigrante. Lo mismo sucede con el brasileño Mazinho, instalado en España tras su paso por el Celta. A su compatriota Diego Costa incluso le ha propuesto el seleccionador de fútbol, Vicente del Bosque, que se vista de rojo. No adjudicamos tampoco la palabra “inmigrante” a los altos ejecutivos alemanes, franceses o italianos de BMW o de Crédit Lyonnais o de Telecinco que dirigen esas empresas en España.

“Inmigrante” se define en el Diccionario de la Real Academia así: “Que inmigra”.

Y en “inmigrar” (del latín immigrare) leemos: “Dicho del natural de un país: llegar a otro para establecerse en él, especialmente con idea de tomar nuevas colonias o domiciliarse en las ya formadas”.

Dejando al margen que la definición tal vez necesite un retoque, entendemos que serían inmigrantes un alemán o un canadiense que se integraran en sus respectivas colonias establecidas en España (el Diccionario no dice si han de ser grandes o pequeñas); lo mismo que un ecuatoriano o un rumano que vienen a buscarse la vida de obra en obra. Pero la aplicación de la palabra, a los unos sí y no a los otros, refleja la distinta mirada con que los observamos.

No solo eso. Los extranjeros como los referidos futbolistas y directivos pueden quedarse a vivir con sus hijos o tenerlos ya en España. Acaso los apellidos nos darán la pista de que sus familias vinieron de lejos, pero pronto tomaremos a esas criaturas por compatriotas, sin ningún problema, sobre todo si les oímos hablar con naturalidad en una lengua española. Así sucede con uno de los hijos de Mazinho: Thiago Alcántara, nacido en Italia, que se siente español y ya ha jugado en La Roja.

Sin embargo, los hijos de los inmigrantes marroquíes o colombianos de empleos más menestrales tienen reservado otro nombre en las estadísticas y en nuestro imaginario: son “inmigrantes de segunda generación”. Es decir, se les traspasa la condición de inmigrante aunque se hayan criado en España y estén formados en lo que ahora llamamos “nuestro sistema educativo” (antes “nuestros colegios”).

Por el contrario, no existen “extranjeros de segunda generación”, ni los niños que llegan con sus padres a Benidorm reciben el nombre de “turistas de segunda generación”. La palabra “inmigrante”, en cambio, sí la hemos hecho hereditaria.

Anoté este titular el 13 de mayo: “El 50% de los inmigrantes de segunda generación se sienten españoles”. La expresión se repetía en decenas de diarios, con datos procedentes de la Investigación Longitudinal sobre la Segunda Generación en España (Instituto Ortega y Gasset - Universidad de Princeton), según la cual el sentimiento español aumenta en quienes llegaron de niños. El texto de una de esas noticias contaba también que el porcentaje de quienes se sienten españoles “es todavía mayor entre los que han nacido en el país (80%) frente a los que han llegado a edades tempranas”.

Resulta difícil entender que se llame con frecuencia “inmigrantes de segunda generación” a quienes ya son españoles y en muchos casos además nacieron en España. Si se pretende analizar una situación sociológica y definir un grupo por el origen de sus padres, pueden denominarse “españoles hijos de emigrantes” o, quizá mejor, “españoles hijos de extranjeros”; pero en todo caso “españoles”, pues esa nacionalidad tienen o merecen.

Les hemos dado a cientos de miles de quienes llegaron desde muy lejos el carné de identidad para que lo lleven en el bolsillo, tienen acceso a la Seguridad Social y al trabajo, y sus hijos pueden educarse en las universidades españolas. Todo eso va por la vía legal. Pero a menudo les negamos lo más definitivo, lo que va por la vía emocional: las palabras. La palabra español, la palabra igual, la palabra votante, la palabra ciudadano, la palabra vecino, la palabra contribuyente. El término “inmigrante”, hereditario además, las aniquila todas, ocupa sus espacios y, a veces, también arrincona los derechos que se vinculan a ellas.

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