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segunda-feira, 6 de agosto de 2018

La velada influencia del inglés


 Amando de Miguel - Libertad Digital
Ya dijo el maestro Antonio de Nebrija en 1492 que "la lengua fue siempre compañera del imperio". El catedrático de Salamanca se refería al latín, pero el apotegma se iba a cumplir en seguida para el castellano o español. Luego sucedió algo parecido con el francés (que fue más bien un imperio cultural) y definitivamente con el inglés.
No se trata de que en español usemos muchas palabras inglesas, por lo general adaptadas a nuestra fonética o a nuestra escritura. El principal canal de influencia es el caudal de películas y programas de televisión que nos inunda de modo continuo. Ahí entra la dificultad y grandeza de la tarea de los que doblan esos productos audiovisuales.
Una característica primordial de la lengua inglesa es su gran capacidad de síntesis, casi como en el latín. Por eso se impone con facilidad a todo el mundo. Al doblar las películas y otros productos similares hay que tener en cuenta que el español requiere más palabras que el inglés para transmitir las mismas ideas. Pero también se produce el efecto contrario, que no suele tenerse en cuenta.
Nótese que en la cultura angloparlante se impone un cierto rasgo de timidezo de cortedad en el hablar. Se pueden recordar numerosos ejemplos. En las conversaciones en inglés se suele anteponer el "déjeme que le diga" al enunciado que va a continuación. Antes de decir algo queda bien la cautela de "le diré una cosa". Es corriente repetir la muletilla de "¿de qué estamos hablando?", perfectamente inútil; es un relleno más. Como lo es la conjugación del verbo to mean (= querer decir). Da la impresión de que los interlocutores no se entienden bien porque de modo continuo se ven obligados a asegurar lo que "quieren decir". Para tranquilizar al interlocutor se repite mucho lo de "entendido". Ni siquiera se emite con tranquilidad un "sí" o un "no". En su lugar, la timidez exige el circunloquio cauteloso de "me temo que sí" o "que no". Un angloparlante educado debe dar la imagen de que no está seguro de lo que afirma. Por eso introduce ciertas cláusulas cautelosas como "me da la impresión" (it seems to me), o "de hecho" o "como una cuestión de hecho".
Lo más difícil de traducir del inglés (sobre todo del británico) al castellano es el ligero tartamudeo o vacilación en el habla que expresan ciertas personas cultas. Sin llegar a tal cosa, basta con emitir ciertos sonidos dubitativos para pasar por una persona cultivada.
Quedamos que el inglés (como el latín) necesita menos palabras que el español para significar lo mismo. Pero los ejemplos dichos nos llevan a concluir el efecto contrario de alargar artificialmente el discurso. Hay distintas fórmulas en la misma dirección. Por ejemplo, en español pedimos u ofrecemos "un café". Pero en inglés hay que precisar que se trata de "una taza de café".
Como puede verse, son muchos los obstáculos que se presentan en la tarea del doblaje de las películas y similares. Lo malo no es eso, sino que, de tanto oír las muletillas del inglés con el propósito de alargar la frase, se nos queda ese mismo hábito premioso al conversar en español. Dado que en nuestra lengua somos ya altisonantes y ceremoniosos, la importación cultural del inglés a través de las películas nos obliga a ulteriores circunloquios. Tengo visto, además, que estos vicios del lenguaje coloquial los acusan de modo particular los españoles que no saben inglés.

FUNDACIÓN DEL ESPAÑOL URGENTE

Agencia EFEFundéu - BBVA
FUNDACIÓN DEL ESPAÑOL URGENTE

cabecera introducción,

alternativas a opening

Recomendación urgente del día
Las voces cabecera o introducción (y su acortamiento intro) son alternativas válidas al anglicismo opening cuando se refiere a la porción de metraje usada en películas, series o programas de televisión para presentar su título, el reparto principal y los miembros de producción usando recursos visuales y auditivos.
En los medios de comunicación se pueden ver frases como «Ana Guerra está grabando el opening de la serie Fugitiva en el estudio de TVE», «Toho Animation lanzó un adelanto donde se puede escuchar parte del opening que tendrá la serie» o «El nuevo opening lleva por título Rocket Beat y estará interpretado por Yasuno Kiyono».
En este ámbito de las series de televisión y de las películas, pueden utilizarse palabras como cabeceraintroducción intro para hacer referencia a esta canción o vídeo previo a la pieza audiovisual en sí. No obstante, otros términos como créditos iniciales,secuencia de apertura o careta (este último más habitual en la radio) también serían alternativas adecuadas.
Así, en los casos anteriores lo adecuado habría sido escribir «Ana Guerra está grabando la cabecera de la serie Fugitiva en el estudio de TVE», «Toho Animation lanzó un adelanto donde se puede escuchar parte de la intro que tendrá la serie» y «La nueva secuencia de apertura lleva por título Rocket Beat y estará interpretado por Yasuno Kiyono».
Además, esta voz inglesa puede referirse también al acto previo a un espectáculo. En este caso, los términos válidos en español serían apertura e inauguración.
No obstante, si desea utilizarse la forma extranjera opening, lo adecuado es escribirla en cursiva o, si no se dispone de este tipo de letra, entre comillas.
Ver también cine: claves de redacción y extranjerismos.

CURIOSIDADES DEL IDIOMA ESPAÑOL

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Del curioso parentesco etimológico entre silla y poder, al que no es ajeno la Iglesia

 



            Existe una intrínseca y casi invisible relación entre la silla y el poder, sí, sí, “la silla” y “el poder”, que el lenguaje, de modo críptico y discreto, ha sabido perpetuar sin que los parlantes de hoy sean casi nunca capaces ni de percibir. Una relación que, probablemente, hunda sus raíces en tiempos remotos y menos prósperos que los presentes, también de mayores carencias, en los que una buena silla era un producto escaso sólo al alcance de los más poderosos.
            Tal vez por ello se llame al que manda “presidente”, que no significa otra cosa que aquél que está sentado, o si lo prefieren Vds., aquél que está sentado delante, de “pre”, delante, y “sidente”, el que está sentado.
             La palabra da “presidente” en español, exactamente igual que en italiano y portugués. Y, aunque pronunciada de manera diferente, da idéntico deletreo en francés y en inglés, “president”, cuyo parentesco con el hispano-luso-italiano “presidente” es incamuflable. En inglés todavía encontramos otra divertida derivada de la idea, pues como muchos de Vds. saben sin duda, se llama “chairman”, “el hombre de la silla”, al presidente de las cámaras legislativas, como si el resto de los legisladores no se sentaran. Volviendo al español, la expresión “perder la silla” significa, -no por casualidad, como estamos viendo-, perder una posición desde la que se ejercía mucho o por lo menos algún poder.
             El alemán es, a los efectos que aquí nos ocupan, una lengua muy interesante, pues si por un lado también nos encontramos en él una palabra como “Präsident” de raíz latina inconfundible y con idéntico significado al que tiene en español, italiano, portugués, francés o inglés, se utiliza incluso más en el idioma teutón otra palabra no poco interesante, “Vorsitzender”, ésta sí de raíz germánica, donde curiosamente, los morfemas, no por germánicos, abdican de la idea que venimos sosteniendo. Y es que  “vor” no es sino el equivalente germánico del latino “pre”, y “sitzender” el de “sedente” (“sitzen” significa en alemán sentarse), dando una vez más una interesante sinonimia entre la persona que está sentada y la que manda.
             ¿Es esto todo por lo que a nuestro tema se refiere? Ni muchísimo menos, porque la relación entre sillas y poder vuelve a aparecer en una familia etimológica completamente diferente, que es la relacionada con la palabra “cátedra”. Y es que cátedra, “cathedra” en latín, no significa en origen otra cosa que eso, “asiento”, como bien indica el Diccionario de la Real Academia de la Lengua cuando explica la historia etimológica de la palabra.
             “Del lat. cathedra, y este del gr. καθέδρα, asiento”.
             Donde como vemos, el fonema latino “cathedra” no es sino la adaptación al latín de un término griego anterior, pronunciado de manera muy similar.
             Curiosamente, en una lengua no latina como el inglés dicha correspondencia entre la cathedra latina y la silla aparece con gran claridad, dando “chair”, de indiscutible parentesco, para designar lo que en español llamamos “silla”. En francés también se observa la relación con claridad, pues silla se dice “chaise”, y más que en ninguna otra lengua, se ve la relación con claridad en el portugués, donde da “cadeira”, y hasta en catalán, donde da “cadira”. Pero no en otras lenguas que se pueden considerar entre las más latinas, donde la raíz se busca, como bien indica también el Diccionario de la Real Academia, en la latina “sella”: nos referimos al español, donde decimos “silla”, o al italiano, donde dicen “sedia”.
             Pues bien, aunque como vemos en español esta raíz greco-latina “cathedra” no dé nombre al simpático mueble de madera que con tanta eficacia nos alivia las posaderas, sí va a dar origen, en cambio, a dos grandes familias semánticas relacionadas con el poder, una en el ámbito de la universidad, otra en el ámbito de la Iglesia.
             En cuanto a la primera, la que la relaciona con el mundo de la Universidad, a ella pertenecen las siguientes acepciones del término recogidas en el magno texto de la Real Academia:
             f. Asiento elevado, desde donde el maestro da lección a los discípulos.
             f. Especie de púlpito con asiento, donde los catedráticos y maestros leen y explican las ciencias a sus discípulos.
             Acepciones que aunque hagan la número 3 y la 5 según las clasifica el Diccionario, son las que mejor se ajustan al significado original del término que les da razón de ser. Pero que no son las únicas, pues a partir de él se generan, según el diccionario, otras tres. En primer lugar, la que mejor se corresponde con el uso actual:
             f. Empleo y ejercicio del catedrático.
             Pero también estas dos:
             f. Facultad o materia particular que enseña un catedrático.
             f. aula (‖ en los centros docentes).
             En cuanto a la segunda familia semántica, la que la relaciona con la Iglesia, éstas son las acepciones que recoge el Diccionario:
             f. Dignidad pontificia o episcopal.
             f. Capital o matriz donde reside el prelado.
             f. Lugar que ocupa el obispo en su catedral, desde el que preside las celebraciones litúrgicas.
             Una vez más, la silla y el poder, -en este caso, el que ejerce el obispo, que en algunos tiempos de la historia fue muy superior al que le vemos ejercer hoy-, íntimamente relacionados.
             Por cierto, que de la última acepción que recoge el Diccionario, “capital o matriz donde reside el prelado”, procede con toda claridad otra palabra bien conocida, “catedral”, que aunque hoy veamos convertida en la “capital o matriz donde reside el prelado” según la define el Diccionario, no es en origen otra cosa que el lugar en el que se halla la cátedra, es decir, la silla. Vamos, que con toda propiedad podríamos estar llamando un “sillal” a lo que hoy llamamos, en cambio, una catedral.
             Un tirón de orejas para la Real Academia, que entre tantas acepciones, bien podría haber reservado un huequecito para la que todos conocemos como la “cátedra de Pedro”, que no es la que el primero de los apóstoles tendría en ninguna universidad, aunque se tratara de la de la Sapienza en Roma, sino la silla, la simple silla, desde la que, fiel al mandato recibido del mismísimo Jesucristo que con tanto acierto narra Mateo en su capítulo 5, gobierna esa iglesia construida desde la piedra en que Jesús había convertido a su discípulo, Simón, hijo de Juan.
             Y bien amigos, sin más por hoy, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Pasen Vds. un feliz verano. Y no se asusten porque haga calor, es lo que toca, ¿no?

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