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quinta-feira, 16 de agosto de 2012

CHISPITAS DEL LENGUAJE


Chispitas del Lenguaje
Por Enrique Soriano Valencia | Agosto 16, 2012




Lenguas nativas



La realidad lingüística de México aún es amplia… pero tiene el riesgo de perderse. De acuerdo a la Unesco, hay 3 mil lenguas en el mundo en peligro de desaparecer, porque los grupos étnicos van extinguiéndose (a causa de la migración o mezcla con otros grupos), porque sus hablantes primarios las van abandonando y porque no existe una verdadera vocación político administrativa para hacerlas coexistentes con el idioma oficial. México no es ajeno a esa desgracia.

En México existen poco más de sesenta y cinco lenguas. Veinticinco de ellas corren el riesgo de quedar extintas en los próximos cincuenta años. La sociedad mestiza les presta poca atención o definitivamente las menosprecia. Aunque la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas en su artículo 4 les da el mismo rango que el español, como producto histórico de nuestra nación, las prácticas social y político-administrativa son totalmente desiguales.

Cuando una lengua desaparece, también se aniquila una visión de la realidad que enriquecía a la humanidad

Para muestras, es suficiente con el mismo título de la Ley. Si el español tuviere el mismo rango, no habría distinción en que es una ley para las lenguas indígenas, sería una ley para las lenguas nacionales. Acorde a como se enuncia el nombre de esa ley, y de acuerdo al artículo cuatro, el español estaría considerada una lengua indígena y ello es totalmente falso. Es una lengua nativa (pues ha arraigado en el país), pero de ninguna forma es de los pueblos indígenas; sí del pueblo mexicano.

Por otra parte, ninguna ley en los estados admite iniciar trámites jurídicos en ese tipo de lenguas. ¿Por qué sucede así si tienen el mismo rango del español?, según la ley citada. Muchas de las normas, tanto federales como locales, expresamente mencionan que se deberá escribir en español (y para desgracia, ni siquiera las reglas de este idioma respetan). Entonces, ¿en dónde está verdaderamente la vocación de igualar las lenguas nativas con el español?, ¿de qué les sirve aprender a escribir su lengua? Si tienen el mismo rango, lo menos que puede suceder es que un indígena inicie cualquier proceso administrativo o judicial en su lengua materna. La autoridad, entonces estaría obligada a recurrir a los traductores y a involucrarse más en comprender usos y costumbres. Así, podría armonizarse mejor las leyes mestizas y la realidad nacional, multiétnica.

Los legisladores también debían estar obligados a conocer, al menos, las lenguas de su localidad. Y con ello, valorar su visión y tradiciones. Leyes locales de defensa, fomento y protección de lenguas nativas son inexistentes en las entidades federativas (incluyo a la Ciudad de México). Parecen conformarse con la inconsistencia de las leyes federales.

Cuando una lengua desaparece, también se aniquila una visión de la realidad que enriquecía a la humanidad; realidad que tomaba cuerpo en tradiciones, música, vestimenta, festividades y artesanía. Cuando una lengua deja de hablarse, sus descendientes solo pueden mirar en libros y museos lo que fue su pasado; ya están impedidos para vivenciar aquel existir. Cuando un habla se extingue, una parte de nosotros se va con ellas; aunque nunca nos demos cuenta.

Aún somos muy ricos en México en este sentido. De nosotros mismos depende que esa parte permanezca… si somos lo suficientemente hábiles para fortalecernos en ello.



sorianovalencia@hotmail.com

EL TRADUCTOR TÉCNICO Y LA TERMINOLOGÍA.





La venta de un producto y, sobre todo, la de sus versiones posteriores depende en gran medida de su grado de reconocimiento. Junto a las marcas inalterables de los productos, las marcas registradas, los símbolos de colores y los elementos distintivos creativos, el reconocimiento lingüístico con un lenguaje característico y una alta calidad de texto poseen una gran importancia.

Además, en el caso de los manuales técnicos, como instrucciones de montaje o funcionamiento, la claridad verbal sobre el funcionamiento de algo, las explicaciones sobre las características técnicas, la comprensión de las especificaciones técnicas, la identificación de los riesgos de seguridad y la ilustración de la ergonomía son muy importantes.
Por esta razón, los redactores técnicos se esfuerzan durante la descripción técnica del producto en el idioma de origen en utilizar un lenguaje »controlado« (terminología, formulación y reglas de formulación fijas y consistentes) y en cambiar y ampliar las versiones posteriores según los elementos constituyentes del texto, de manera que la esencia del lenguaje utilizado permanezca consistente.
Es sabido que mantener la estandarización de términos en una traducción, principalmente en la técnica, es esencial y le otorga calidad al texto. Pero la estandarización en si es apenas una pequeña parte del producto final, ya que un texto no se limita tan solo a convenciones terminológicas u ortográficas. Como oportunamente afirmó Olavo de Carvalho (1) en su obra El Arte de Escribir; “la estandarización puede ser un mal inevitable. Pero, ¿para que exagerar viendo en ella un bien absoluto, el auténtico modelo de la buena escritura?”
Como bien señala Ulrike Oster (2) en su obra EL TRADUCTOR TÉCNICO Y LOS TÉRMINOS. UNA VIEJA RELACIÓN VISTA DESDE NUEVAS PERSPECTIVAS; “Al hablar de traducción técnica —o de traducción especializada en general— se suele conceder un papel importante a la cuestión terminológica, hasta el punto de que en muchos casos se obtiene la impresión de que los problemas léxicos de la traducción técnica están resueltos en cuanto el traductor ha localizado los términos equivalentes en la lengua meta. Esta visión es fruto de una concepción del término marcada por los postulados de la teoría general de la terminología (TGT), según los cuales cada término debería remitir de forma unívoca (es decir sin que se presenten fenómenos de polisemia ni de sinonimia) a un concepto localizado en un sistema conceptual. Este sistema es independiente de las lenguas individuales, de modo que una denominación equivalente en otra lengua hará referencia al mismo concepto. En las condiciones ideales de univocidad que se persiguen en la TGT y que se pueden dar en contextos normalizados internacionalmente, esta visión significa, en palabras de Weissenhofer (1992), que el traductor realizará un recorrido que va, primero, de la denominación en lengua de partida al concepto y, de éste, a la denominación en lengua meta. En consecuencia, muchos trabajos que tratan el papel de la terminología en la traducción especializada centran su atención en primer lugar en la cuestión de la búsqueda terminológica (por ejemplo Wright & Wright, 1997). Si el concepto buscado no existe en la lengua meta o si todavía no se ha acuñado una denominación, el traductor tendrá que asumirla función de terminológo y crear un neologismo adecuado (Arntz, 1993: 15-16).
En cambio, es precisamente en la práctica de la traducción donde se pone de manifiesto que esta visión restrictiva de la naturaleza del término no es suficiente para resolver todos los problemas terminológicos del traductor técnico, lo cual queda reflejado también en la bibliografía específica sobre el tema. Bédard (1986: 8-22), por ejemplo, ya advierte de que algunas de las características comúnmente atribuidas al vocabulario técnico (que es riguroso e inequívoco, perfectamente establecido y completo y que se emplea de manera uniforme) no son más que mitos. Sin restar importancia a la terminología para la traducción técnica, este autor aboga por una actitud crítica por parte del traductor que le permita a éste intervenir de forma constructiva para adaptar la terminología a la situación y que evite que caiga en una traducción mecánica (Bédard, 1986: 22). De esta forma, el traductor técnico se podrá servir de la terminología sin caer en la servidumbre. (Bédard, 1986: 21)
Siendo de su interés, se puede leer el artículo completo en:
OSTER, Ulrike (2005) «traductor El Técnico y los términos. Una vieja relación vista desde nuevas Perspectivas », en Romana García, María Luisa [ed.]II AIETI. Actas del II Congreso Internacional de la Asociación Ibérica de Estudios de Traducción e Interpretación. Madrid, 9-11 de febrero de 2005. Madrid: AIETI, pp 795-807. ISBN84-8468-151-3. Versão Eletrônica disponível na tela da AIETI:.

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Recomendación del día


instar a que, no instar que ni instar para que

Instar, con el significado de ‘pedir con insistencia o urgencia a alguien que haga algo’, se construye seguido de la preposición a, tal y como se indica en el Diccionario panhispánico de dudas.

En los medios de comunicación pueden encontrarse frases como «Advirtieron al Gobierno de que su política constituye una "receta inadecuada" y lo instaron que alargara el plazo para reducir el déficit» o «Según el colectivo, se les instó para que elaborasen un documento “con las obras y actuaciones prioritarias”».

Lo apropiado en estos ejemplos hubiera sido: «Advirtieron al Gobierno de que su política constituye una "receta inadecuada" y lo instaron a que alargara el plazo para reducir el déficit» y «Según el colectivo, se los instó a que elaborasen un documento “con las obras y actuaciones prioritarias”».

Conviene no confundir este uso de instar con el propio del ámbito jurídico, en el sentido de ‘promover o hacer que dé comienzo un expediente o procedimiento’: «El Grupo Municipal Popular llevó al Pleno del Ayuntamiento una iniciativa para que se instara la apertura de un expediente sancionador».

EL ORIGEN DE LAS PALABRAS












EL ORIGEN DE LAS PALABRAS
María Carvajal

El idioma español goza de una riqueza léxica sorprendente aunque la mayoría de los hispanohablantes no la aprovechamos. Tendemos a utilizar los mismos términos, casi siempre los más simples, en lugar de incorporar aquellos que vamos adquiriendo y que, seguramente, harían nuestro discurso más interesante y valioso.
Sin embargo, las palabras más comunes y cotidianas, aquellas que todos utilizamos, a veces esconden historias curiosas en lo que a su origen se refiere. Así pues, vamos a desvelar algunas de ellas.
La palabra “siesta” proviene de la división canónica del día. Los romanos, bajo la Regla de San Benito, tenían la norma de guardar silencio y reposo en la sexta hora, la franja más calurosa de la jornada, que coincidía con la mitad del día. En España hemos adoptado esta costumbre de descansar en la sobremesa, principalmente, en verano.
Antes del cristianismo llamaban “necrópolis” al lugar donde se enterraba a los muertos. La palabra “cementerio” viene del griego (κοιμητηριον “koimetérion”) y significa “dormitorio”. Posteriormente fue introducida por los cristianos, que creían en la resurrección. Por eso, cuando alguien muere decimos “que descanse en paz”, esperando su resurrección.
La palabra “salario” también procede de la antigua Grecia, donde existía el intercambio de sal por esclavos. Así surgió la expresión “no vale su sal”. Actualmente, intercambiamos nuestro trabajo por un salario que, afortunadamente, no se trata de un puñado de sal.
“Echahumos” sería una traducción al castellano de la palabra gallega “botafumeiro”. Se dice que los peregrinos llegaban sucios y malolientes a la Catedral de Santiago. Por eso, se hacía necesario purificar el ambiente producido por el hacinamiento de quienes habían caminado durante meses.
La palabra “vacuna” es de origen latino (vacca: “vaca”). Parece ser que el médico británico Edward Jenner hizo estudios en zonas rurales y descubrió que las mujeres que estaban en contacto con las vacas desarrollaban un tipo de viruela propia de este animal (viruela vacuna) que es más leve que la viruela humana. Una vez que la persona está infectada, desarrolla la inmunidad ante la enfermedad, que no vuelve a manifestarse en su organismo. El doctor Jenner creó la primera vacuna partiendo, precisamente, de la viruela vacuna, y de ahí el origen de esta palabra.
Por otro lado, la palabra “negocio” viene del latín (nec otium) que significa “sin ocio”. Si bien se entendía por “ocio” hacer algo en el tiempo libre sin recompensa económica, “negocio” era, pues, hacerlo a cambio de dinero.
En la antigüedad se creía que el carácter de las personas se medía por las secreciones que predominaban en su organismo. Así, aquellos que segregaban la bilis negra, denominada por los griegos melán kholé, eran más propensos a la depresión, estado de ánimo al que se llamó “melancolía”.
Como veis, queridos lectores, estas son solo algunas palabras que, aunque comunes, tienen un origen de lo más curioso.

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