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sábado, 25 de maio de 2013

“La cultura no está en crisis; es crisis”


La Universidad de Burgos lo ha investido doctor ‘honoris causa’
En esta entrevista expone su visión de Europa, EE UU, la cultura y la (las) crisis

MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO Burgos 23 MAY 2013 - 22:07 CET110

Umberto Eco (Alessandria, 1932) ha llegado a Burgos como el peregrino que remata su andadura en Santiago: con la sensación de haber cumplido una promesa. “Cuando tenía 20 años y preparaba mi tesis sobre estética medieval, veía que el modelo de los portales románicos que estudiaba eran las escenas del Apocalipsis de [las iglesias de] Castilla y León. Uno de los más bellos Apocalipsis se encontraba en Burgos, aunque ya no existe. Además, al escribir El nombre de la rosa tenía en mente la idea de un bibliotecario ciego también de Burgos, de Silos; es decir, todas mis fantasías han pasado por aquí”, cuenta satisfecho. El semiólogo recibió ayer en la Universidad de Burgos un doctorado honoris causa —“el 39º”, recuerda— en Historia Medieval.

El escritor, autor de ensayos sobre cómics y de novelas exitosas como la citada, de 1980, o El péndulo de Foucault (1989) —ejemplos de lo que los críticos han dado en llamar, no sin reparos por la contradicción, best sellers cultos—, aparenta veinte años menos y apenas si utiliza un bastón para apoyarse; de hecho, arrastra más las erres que las piernas. La víspera ha estado trepando por las escaleras de un archivo burgalés “donde se encuentran ejemplares con más de mil años de antigüedad, y sin embargo nadie es capaz de decirnos cuánto nos va a durar un USB…” La conversación va de la ceca a la meca y vuelve a las andadas, del libro al ciberespacio; a juzgar por las continuas referencias informáticas, podría deducirse que si tuviera que reeditar su clásico Apocalípticos e integrados (1964), el célebre ensayo sobre la comunicación de masas, podría renombrarlo Apocalípticos y enRedados. De la Galaxia Gutenberg a la Galaxia Internet, el semiólogo italiano teje una sutil tela de araña plagada de referencias librescas y detalles tecnológicos y de actualidad a los que solo pone un coto: ni una palabra sobre política italiana o la crisis europea.

En Europa han muerto 40 millones de personas. Pero la comodidad de atravesar las fronteras sin papeles ha hecho olvidar todo eso”.
Cosa extraña esta última, porque su discurso está empapado de un entusiasta fervor europeísta, aunque no deja de reconocer la crisis de ideas (o la lucha de tópicos) actual. “Sí, Europa está dividida en dos estratos: uno superior con una profunda identidad europea; usted lo sabe todo sobre el Fausto de Goethe, nosotros todo sobre Don Quijote, tenemos una cultura común. He encontrado hace poco una página bellísima de Proust, en el último volumen de En busca del tiempo perdido, cuando cuenta desde París la guerra contra los alemanes y cómo bombardeaban estos la ciudad, y sin embargo los personajes, que sabían que podían morir bajo las bombas, escribían artículos sobre Schiller. La clase intelectual (francesa), al margen de la guerra, continuaba sintiéndose europea. Esto no sucede con personas de otro medio intelectual, que no han comprendido todavía que tienen la suerte, por primera vez en cincuenta años, de no estar matándose entre ellos. En Europa han muerto 40 millones de personas. Pero la comodidad de atravesar las fronteras sin papeles ha hecho olvidar todo eso”.

Para forjar más Europa, Eco reivindica fórmulas de intercambio como el Erasmus. “Ha sido una gran idea, no solo porque ha permitido conocerse, e incluso casarse, a europeos de distintos países, y permitirá crear en las próximas décadas una clase dirigente al menos bilingüe… Pero fuera de ese nivel es muy difícil. En un congreso de alcaldes europeos en Florencia, propuse para los trabajadores [municipales] un intercambio parecido al Erasmus, y salió un alcalde de Gales, y dijo: “Me la sopla que uno de los míos vaya a Ámsterdam; en todo caso a Londres… (risas)”.

Entre los oscurantismos de nuestra época, el medievalista destaca el racismo, aunque, como en todo, también en eso haya clases. “Es fundamental que la gente se encuentre entre sí en situaciones no conflictivas, el racismo se produce no cuando un español va a Turquía, sino cuando un turco viene a trabajar a España. El verdadero racismo es siempre el racismo del pobre contra el pobre, los ricos no son racistas porque no les afecta. Los pogromos fueron así, contra judíos, pero también contra los rusos más pobres. El problema es hoy el racismo debido a la inmigración, que no tiene nada que ver con la posibilidad de una educación europea. Si desaparece este sentido de la unidad europea estamos perdidos. Antes Europa podía contar con la ayuda de EEUU, hoy a Estados Unidos Europa se la sopla, ahora tiene sus problemas con China, con India… Europa tiene que arreglárselas sola”.

Hablando de Europa, resulta imposible sustraerse a la palabra crisis, aunque orille adrede lo político. ¿La crisis le sienta mal a la cultura, la perturba mucho o, al contrario, la espolea? “La cultura es una crisis continua. La cultura no está en crisis, es una crisis continua. La crisis es condición necesaria para su desarrollo”. ¿Y la mercantilización del producto cultural, o el riesgo de privatización del patrimonio? Es un fenómeno que en realidad tiene muchos siglos de antigüedad, recuerda Eco, en referencia al patrocinio privado de actividades culturales (la restauración del Coliseo romano por una firma de zapatos, o los palacios venecianos propiedad de grandes fortunas que exhiben su poderío y su logo): “Eso siempre ha existido. Virgilio era pagado por Augusto; Ariosto cobraba de un duque. De alguna manera, si yo hubiese vivido en el siglo XVII habría debido estado al servicio de un señor; hoy no, mi trabajo literario o docente me permite vivir. En este sentido, la cultura es hoy más libre. Todos los textos en el ochocientos se inician con una loa al señor, al rey, es como si hoy tuviese que encabezar todos mis libros con un elogio de Berlusconi (risas)… Es justo que una empresa colabore con fondos para restaurar el Coliseo de Roma…”

En sus múltiples escritos Eco ha dejado dicho que la verdadera felicidad es la inquietud por saber, por conocer. “Es lo que Aristóteles llamaba maravillarse, sorprenderse… La filosofía siempre comienza con un gran ohhh!” ¿Y el conocimiento es acaso como el viaje a Ítaca de Kavafis, un recorrido que no debe terminar jamás? “Sí, pero además el placer de conocer no tiene nada de aristocrático, es un campesino que descubre un nuevo modo de hacer un injerto; evidentemente, hay campesinos a los que esos pequeños descubrimientos procuran placer y a otros no. Son dos especies distintas, pero naturalmente depende del ambiente; a mí me inoculó el gusto por los libros de pequeño… Y por eso al cabo de los años soy feliz, y a veces infeliz, pero vivo activamente mientras que muchos viven como vegetales”.

Un bibliómano como Eco ha integrado la presencia de Internet en su vida diaria como en su día hiciera con el automóvil o el telefonino (que no suena ni una vez durante el encuentro): como un hecho consumado ni manifiestamente bueno ni todo lo contrario. “Internet es como la vida, donde te encuentras personas inteligentísimas y cretinas. En Internet está todo el saber, pero también todo su contrario, y esta es la tragedia. Y además si fuese todo el saber, ya sería un exceso de información… Si yo comienzo a estudiar en la escuela necesito un libro así [hace un apócope con las manos], no uno enorme, que no entenderé, a nadie se le ocurre darle la [Enciclopedia] Británica a un niño…”

Internet es una cosa y su contraria. Podría remediar la soledad de muchos, pero resulta que la ha multiplicado"
Como investigador, Eco utiliza Internet como lo que considera que debe ser, una herramienta, y no un fin en sí mismo. Por tanto, no augura conflictos de intereses -ni de espacios- entre lo virtual y la realidad tangible del papel, bien sea prensa o un volumen de mil páginas. “Se puede leer Guerra y paz en ebook, obviamente, pero si lo has leído hace diez años, y lo retomas, el libro objeto te mostrará los signos del tiempo y de la lectura previa… Releerlo en un ebook es como leerlo por primera vez. Es una relación afectiva, como ver de nuevo la foto de la abuela (risas)… El libro como objeto continuará existiendo, de la misma manera que la bicicleta sigue existiendo pese a la invención del automóvil; es más, hoy hay más bicicletas que hace unos años. Lo mismo podemos decir del fin de la radio por culpa de la televisión…”.

“Internet es una cosa y su contraria. Podría remediar la soledad de muchos, pero resulta que la ha multiplicado; Internet ha permitido a muchos trabajar desde casa, y eso ha aumentado su aislamiento. Y genera sus propios remedios para eliminar ese aislamiento, Twitter, Facebook, que acaban incrementándola porque relaciona con figuras muchas veces fantasmagóricas, porque uno cree estar en contacto con una bellísima muchacha que en realidad resulta ser un mariscal de la Guardia Civil… (risas)”.

El doctor honoris causa se despide recomendando una lectura de prensa casi con lápiz y papel. “Los periódicos han perdido muchísimas funciones. Por la mañana lo hojeo rápidamente porque las noticias principales ya me las ha contado la televisión, pero continúa siendo importante por los editoriales, por los análisis, y es fundamental no leer uno, sino al menos dos cada día. Se debería enseñar a leer periódicos a la gente, dos o tres, para ver la diferencia entre las opiniones, no para conocer las noticias, eso ya nos lo dice la tele”.

La televisión, esa tele vulgarizada hasta el extremo por obra y gracia de ese Berlusconi de quien sigue resistiéndose a hablar más que de pasada, pero que vino a ser, en versión embrionaria, la gran revolución sociocultural que Internet fue después. “La televisión en Italia ha hecho mucho bien a los pobres, les ha enseñado un nivel estándar de idioma, y mal a los ricos, que se quedaban en casa en vez de ir a un concierto. Y no hablamos de ricos o pobres en función del dinero que tengan, sino de ideas, de ganas. La televisión en Italia ha enseñado a hablar a masas de campesinos, obreros, en la Italia unificada. Internet es lo contrario: a los ricos que lo saben usar, les va bien; los pobres, que no lo saben usar, no tienen capacidad para distinguir”.

Cervantes, Argel y la 'lingua franca'


La jerga de las redes sociales, híbrida y efímera, adapta el idioma al destinatario
JUAN GOYTISOLO - El País, España.

El cautiverio de Cervantes es un tema recurrente en la historiografía de la época y en razón de los enigmas que encierra, seduce y seguirá seduciendo a los investigadores tanto en España como fuera de ella. Herido en Lepanto durante la batalla naval que enfrentó el creciente poder otomano a la Santa Liga formada por España, Venecia y el Papado romano, no abandonó por ello los servicios a don Juan de Austria, a quien siguió en sus expediciones a Túnez y La Goleta. En su viaje de regreso a la Península nuestro primer escritor y su hermano Rodrigo fueron capturados por los corsarios turco-berberiscos y conducidos a Argel.

La historia de sus cuatro tentativas frustradas de evasión, de sus relaciones abruptas con el codicioso y cruel bey Hasán Veneciano y de las arduas negociaciones de rescate por los monjes trinitarios se hallan bien documentadas gracias a su amistad con Antonio de Sosa, cautivo como él y autor de la imprescindible Topografía e historia general de Argel. La estancia forzada durante cinco años del autor del Quijote en la orilla africana y su aportación a su rica y variada creación literaria han originado, como dijimos, una abundante bibliografía y cervantistas profesionales y universitarios se han esforzado en exponer desde muy distintos enfoques las diversas facetas de su experiencia argelina. A la lucidez y conocimiento profundo en la materia de Francisco Márquez Villanueva, en la estela fecunda de Américo Castro, se han agregado en las últimas décadas obras de obligada referencia como la de Emilio Sola y José F. de la Peña (Cervantes y la Berbería) y de María Antonia Garcés (Cervantes en Argel). La enumeración sería larga y la detengo aquí.

Criado en un mundo en el que se imponía como un dogma la “limpieza de sangre” y en el que la Inquisición velaba por la pureza de la fe católica y reducía a cenizas a disidentes y herejes, el contacto con la sociedad de Berbería —la convivencia con la diversidad étnica y religiosa de turcos, moros, cristianos, judíos, conversos y renegados— le procuró una experiencia y una visión del ser humano en las antípodas de las que le inculcaron en el espacio social, político y religioso de la España de su tiempo. El mestizaje cultural y lingüístico de Argel, el tránsito de una fe a otra, ya fuera por convicción, ya por razones pragmáticas, configuraron su labor de escritor y aportaron su sello a lo que él mismo llamaba su “rara” invención. El mundo bullicioso y abigarrado en el que vivió a veces en semilibertad y a veces en las temibles mazmorras, era para él una alternativa que nunca desapareció de su horizonte vital y literario cuando regresó a España y no recibió la recompensa condigna a su valentía en las armas y a su genio en la escritura.

Cervantes no dice gran cosa acerca del idioma en el que se comunicaban gentes de tan distintas naciones y origen social (la palabra nación no tenía entonces el significado de ahora). En Los baños de Argel pone en la boca de un morillo: “¡Rapaz cristiano / non rescatar, non fugir; / don Juan no venir, / acá morir / perro, acá morir!”, y al hablar de la esclavizada Leonisa y de su dueña Halima en El amante liberal menciona su uso de la lengua cristiana, pero sin especificar su contenido. Habrá que esperar el “Relato del cautivo” intercalado en la Primera Parte del Quijote —los tres capítulos en los que suspende el hilo argumental de la novela y concede la palabra al narrador de “aquel discurso verdadero” en la venta de Maritornes— para que, a través de él, Cervantes nos lo aclare.

“Me dijo en lengua que en toda la Berbería y aun en Constantinopla, se habla entre cautivos y moros, que ni es morisca, ni castellana, ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas, en la cual todos nos entendíamos”.

La referencia cervantina a esa “lengua franca” gráficamente descrita por Antonio de Sosa en su Topografía como “jerigonza” que al igual de los tuits de hoy servía de esperanto pragmático para todos los miembros de aquel vasto crisol de identidades mutantes, aparece igualmente en las relaciones de viaje de otros cautivos y de comerciantes y aventureros que navegaban de norte a sur y de poniente a levante del Mediterráneo.

El mestizaje cultural y lingüístico aportó su sello a nuestro primer escritor
La importancia del tema exigía un registro minucioso de dicha jerga y hay que agradecer a la historiadora francesa Jacqueline Dakhlia que haya acometido dicha tarea con exhaustiva erudición y rigor. En su lingua franca. Histoire d’une langue métisse en Mediterranée, cuyo análisis se extiende de la toma de Constantinopla por los otomanos al siglo XIX, la autora describe con numerosos ejemplos un argot compuesto principalmente por vocablos italianos y españoles, con aportaciones menores judeoportuguesas, francesas, provenzales, árabes, bereberes y turcas, jerga cambiante y de sintaxis rudimentaria, con los modos y tiempos verbales reducidos al infinitivo. Las fuentes citadas lo pintan como un italiano esquemático o de “negro bozal”: un habla carente de lógica interna en la que primaba la adaptación rápida al oído ajeno.

Tal galimatías se prestaba fácilmente a la parodia literaria, como hizo Juan del Encina en el divertido villancico en el que evoca la peregrinación a Tierra Santa con los mendigos autóctonos pidiendo limosna —“y Ala ti da bon matin”, (que Dios te dé un buen día)— y en fecha mucho más tardía, como el mismísimo Molière, citado por Jacqueline Dakhlia, en El burgués gentilhombre, con su parodia de la embajada otomana despachada por el sultán a la corte de Luis XIV: “Si ti sabir / ti respondir; / si non sabir, / tazir, tazir” (si sabes, responde; si no sabes, calla, calla).

La deformación del idioma de origen derivaba hacia una discontinuidad balbuceante, no sujeta a regla alguna y ceñida a la mera expresión individual del sujeto parlante. La lista de ejemplos de la autora es elocuente y sabrosa, como muestra el glosario que acompaña la obra, inspirado en gran parte en el laboreo previo de Alan Corré y Guido Cifoletti. Contrariamente al lenguaje literario, la lengua franca (la jerga esperántica, la de las redes sociales) es híbrida, a menudo monosilábica y, en todo caso, efímera: cambia de una persona a otra, pero tiene la virtud de revelar las vicisitudes de la adaptación léxica y a veces sintáctica del propio idioma al del auditor o destinatario. Como la mayoría de los cristianos que corrieron su suerte, Cervantes no intentó adentrarse en las complejidades de la lengua de la Berbería y permaneció en la tierra de nadie en la que se imponía el uso de aquel habla fluida y mestiza.

Juan Goytisolo es escritor.

ELSA BORNEMANN


LITERATURA › A LOS 61 AÑOS, MURIO AYER LA ESCRITORA ELSA BORNEMANN
Una maga de la literatura infantil
Querida y celebrada por sus lectores argentinos y latinoamericanos, respetada y admirada por sus colegas, Bornemann publicó más de treinta libros, entre ellos Un elefante ocupa mucho espacio, prohibido por la última dictadura.


Por Silvina Friera

La muñeca de porcelana, de pelo muy rubio y flequillo de eterna niña, la hija de Blancanieves –travesuras del destino que su madre se llamara como uno de los personajes de los hermanos Grimm– es lo primero que viene a la mente cuando llega esa noticia que parece un hachazo. Que en un primer instante paraliza y luego despliega la imagen de un rostro entrañablemente angelical: Elsa Bornemann murió ayer, a los 61 años. Justo una semana después del genocida Jorge Rafael Videla, el mismo que prohibió Un elefante ocupa mucho espacio, “mediante un ultra injurioso decreto que me exponía a lo peor desde su vandálica dictadura militar”, subrayaba la escritora en una columna que escribió para este diario en 2004. “Se trata de cuentos destinados al público infantil con una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria para la tarea de captación ideológica del accionar subversivo, e indícase que Ediciones Librerías Fausto comparte dichos agravios y es contumaz en esa difusión”, se planteaba en ese decreto. Calificarlo de siniestro es quedarse corto.

“Elsy” –como la llamaban sus amigos– asumía sin ningún complejo que andaba por la vida llevando una parte importante de su infancia. Jamás como una mochila pesada, sino como un tesoro valiosísimo. Si algo bueno le sucedía, se alegraba como una criatura. Reconocía con orgullo indeclinable que tenía un comportamiento infantil. Y sonreía, a toda honra, con ese modo tan suyo de desdramatizar una confesión que para otro podría resultar inconveniente. Acaso un gesto de debilidad. Después del cimbronazo de su muerte, irrumpen rimas almacenadas en la memoria de un puñado de generaciones en esa especie de cofre encantador que es El libro de los chicos enamorados: “Si fuera un gato/ cascabelero/ te maullaría/ cuánto te quiero”. La literatura infantil de estos tiempos está más liberada de una compleja madeja de rancios prejuicios. Bornemann hizo camino al andar, empezó a publicar poemas para chicos en los albores de la década del ’70. Y tropezó con la saña socarrona de quienes ni siquiera consideraban al género en el plano de la existencia. “Cuando yo decía que quería escribir para los chicos, en la Facultad de Filosofía y Letras, mis compañeros se burlaban –recordaba–. Nadie se dedicaba a eso, entonces. No los voy a nombrar, pero después a algunos los encontré en editoriales dirigiendo colecciones infantiles o para adolescentes.” Las vueltas de la vida y el trabajo del tiempo pronto lograron que la burlada fuera una autora masiva, querida y celebrada por sus lectores argentinos y latinoamericanos. Y luego también respetada y admirada por sus colegas. Ocupó mucho espacio en la literatura infantil, afortunadamente, un espacio ganado página tras página, en Disparatorio, El niño envuelto, El espejo distraído, Los Grendelines, Cuadernos del delfín, No somos irrompibles, La edad del pavo, No hagan olas, Socorro Diez, Corazonadas, Amorcitos sub-14 y El último mago, por mencionar apenas algunos títulos de los más de treinta libros que ha publicado, muchos traducidos a varios idiomas y algunos al sistema Braille para ciegos.

A los ocho años se plantó frente a su padre –el relojero alemán Wilhelm Karl Henri Bornemann, que llegó al país para “sembrar” el reloj y las campanas que hoy se ven en la Legislatura porteña y se enamoró de la Blancanieves argentina– y le dijo que quería ser escritora. “El me dijo que le parecía bien, pero que me iba a casar e iba a ser ‘Elsa Bornemann de’ y que así iba a firmar mis libros. Yo le dije que no, y cada vez que me publicaban un libro se lo llevaba y él pasaba el dedo por arriba del nombre y se ponía contento, porque como tenía tres hijas mujeres decía que a través de mí el apellido iba a perdurar. No sé si se ponía más contento porque hubiera sido escritora o por la firma”, reveló en un encuentro con escuelas primarias en la Feria del Libro de 2004.

La vicedirectora de la escuela secundaria a la que asistió Bornemann –que nació en el barrio de Parque Patricios en 1952– fue una especie de hada madrina: la ayudó a publicar su primera obra, Tinke-Tinke. Tenía 16 años y la invitaron al programa radial de Blackie. Nunca dejaría de escribir cuentos, canciones, novelas, obras de teatro para chicos y jóvenes. A pesar del duro golpe que le produjo la prohibición de Un elefante ocupa mucho espacio –que ganó el prestigioso Premio Internacional Hans Christian Andersen por considerarlo “un ejemplo de Literatura con importancia internacional”–, se quedó en el país. “Hasta que se produjo el retorno a la democracia, recibí absoluta solidaridad de las editoriales, que siguieron publicando mis libros, de instituciones que continuaron premiándome aquí y en el exterior y de las autoridades de la Feria, quienes tampoco me erradicaron –enumeraba la escritora–. Fue una experiencia de vida que merece infinita gratitud por mi parte. En las sucesivas ferias montadas a pesar del Proceso, mi asistencia a múltiples actos y firma de mis libros persistió, como si ese terrorismo de Estado no me hubiera colocado ‘en la picota’. Si no fuera por ello, nunca hubiese sentido la ‘almática’ emoción que me sacude cuando colas de concurrentes aguardan mi atención frente al stand en el que me encuentre, a fin de que dedique sus ejemplares. No sólo se trata de niños y jóvenes que desean conocerme, sino incluso de ex lectorcitos ‘míos’, actualmente de 35 pirulos, 40 o algo más, quienes se presentan a verme con sus hijos, manifestando una constante adhesión a mi obra a través del tiempo.”

Cualquiera que haya sido un niño en la década del ’70 seguramente escuchó o leyó un cuento de “Elsy”. Sus libros son centrales a la hora de pensar la literatura infantil en el país y en el resto de Latinoamérica. Larga es la lista de premios que ha recibido: la Faja de Honor de la SADE, el Konex de Platino, y entre los últimos está el Pregonero de Honor 2006, otorgado por la Feria del Libro Infantil y Juvenil. El grupo 5 Encantando convirtió alguno de sus poemas en un disco que lleva el nombre ¿Dale que somos amigos? “Me produce una enorme culpa no poder contestar todo. Los chicos me confiesan muchas cosas, como si me conocieran, quizá porque encuentran verosimilitud en los cuentos –explicaba Bornemann–. No necesariamente mis cuentos terminan bien. La literatura infantil es muchas veces vista como literatura de segunda. A mí el interlocutor adulto no me interesa tanto como los chicos. Me gusta ser de los primeros escalones. Que les pase a los chicos como me pasó a mí con muchos autores, que gracias a ellos seguí leyendo.” No le temía a la vejez. “Pienso que no voy a llegar a vieja. Me fallaron los griegos, que decían que al que los dioses aman muere joven, entonces yo creía que me iba a morir muy jovencita. Va pasando el tiempo, y digo: Entonces, los dioses no me aman.” Fanática de Peter Pan, es la última maga de la literatura infantil argentina, una de las más amadas por esos dioses chiquitos que nunca la olvidarán. Que Elsa Bornemann ocupa mucho espacio lo sabemos todos.

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