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segunda-feira, 25 de abril de 2011

TRADUCCIÓN


La importancia de una buena traducción
Omar Arriaga Garcés
Domingo 24 de Abril de 2011

El licenciado Pero Pérez, cura que empieza la quema de libros de caballerías por cuya lectura el señor Quijana pierde la cabeza, queriendo salir al mundo a enderezar tuertos y desfacer agravios, dice en el capítulo VI de Don Quijote de la Mancha, a propósito de una traducción del Orlando furioso, de Ariosto, vertida del italiano, que quien quiera volver en otra lengua un libro de versos le quitará mucho de su natural valor sin llegar nunca al punto de su primer nacimiento, esto es, a la perfección del texto en su propia lengua.

Quizá sea cierto, y no sólo con libros de versos. Eduardo Langagne, escritor harto célebre por sus traducciones al español de la obra de grandes poetas, cuenta que los italianos han acuñado una expresión idiomática valedera para tales ocasiones: traduttore, traditore! (traductor, ¡traidor!), pues se considera que el trabajo de aquellos que trasladan un texto a la lengua materna siempre terminarán traicionando el sentido del original.

La prueba más fehaciente que de ello puede ofrecerse en nuestro propio contexto, un contexto que abarca siglos de humana historia, es que ahí donde el Antiguo Testamento consignaba en hebreo que la “muchacha” concebiría y pariría un niño que sería hijo de Dios (Isaías 7, 14), quienes tradujeron tal pasaje al latín escribieron no que la muchacha iba a dar a luz al Mesías, pues es natural que las muchachas den a luz, sino que la “virgen” concebiría al hijo de Dios.

El equívoco es evidente: los griegos tradujeron muchacha por virgen, ya que en la lengua griega como en la hebraica ambos términos tienen un sentido similar al de mujer joven; sentido que, no obstante, no corresponde al del milagro filológico logrado por los latinos en su versión de la Biblia, la Vulgata, ya que “virgen” no era sólo “muchacha” para ellos cuanto “doncella intocada”, “pura”, “que no ha conocido hombre”.

Esto, sin hablar de la pérdida del ritmo o de los requiebros del lenguaje que en un idioma existen pero en otro no, por lo que además tendría que reconstruirse en base a los materiales verbales de la otra lengua. Cada lengua, se ha dicho, es una forma de ver y organizar el mundo.

Empero, comentaba Langagne, a la sazón presentando un libro de versos de Pessoa que acababa de traducir, que resultaría imposible aprender todas las lenguas del mundo, por lo que más que una traición, el trabajo del trasladador de textos debería considerarse una tarea altruista, esencial para introducirnos en otros mundos y comprender las sutilezas de espíritu de otros pueblos. Al fin y al cabo, errores los comete cualquiera en cualquier ámbito de la vida.

En esta línea, la educación y su brazo poderoso, los libros, son fundamentales para sacar del atraso a cualquier pueblo, toda vez que indagando en las tradiciones más importantes de muchos otros, es posible encontrar salidas a callejones aparentemente cerrados al entendimiento.

Es lo que uno imagina en cuanto se evoca la arriesgadísima y titánica empresa de edición y alfabetización de José Vasconcelos, sin precedente en ninguna otra parte del mundo en época alguna, llevando miles de traducciones de la Ilíada, la Odisea y los clásicos de la literatura universal a gran parte de México.

Una acción que a algunos pudo parecer obvia, ante otros apareció como ridícula, y más en un país en el que los habitantes morían de hambre y la lectura de textos eruditos de otros tiempos y regiones se veía como un lujo inservible…

Pero es el siglo XXI y, paradójicamente, creemos que las cosas han evolucionado. Bastaría leer la vida del Buda histórico, Siddhartha Gautama, para darnos cuenta de cuánto lo han hecho.


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