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quarta-feira, 8 de maio de 2013

FUNDACIÓN DEL ESPAÑOL URGENTE


sir se escribe en minúscula

El tratamiento sir se escribe en minúscula.

Sin embargo, con motivo del anuncio de la retirada de Alex Ferguson, en los medios de comunicación se encuentran noticias como «Según los medios británicos, Sir Alex Ferguson se retira por motivos de salud» o «El técnico escocés Sir Alex Ferguson se retira».

Este tratamiento, como todos los demás, ya precedan al nombre propio o se utilicen independientemente, se escribe con minúscula inicial, como indica la Ortografía académica. La confusión quizá provenga de un calco de la norma inglesa que sí exige la mayúscula en este tipo de palabras.

Aunque existe una cierta tradición de escribir en redonda los tratamientos que no están en español, se recuerda que sir es un anglicismo no adaptado, se pronuncia /ser/, no /sir/, por lo que, conforme a la Ortografía, necesitaría un resalte tipográfico: cursiva o comillas si no se dispone de este tipo de letra.

Así, en los ejemplos anteriores habría sido preferible escribir «Según los medios británicos, sir Alex Ferguson se retira por motivos de salud» o «El técnico escocés sir Alex Ferguson se retira».

EL IDIOMA ESPAÑOL


ENVIADO POR ALEJANDRO HEREDIA

Los 1001 años de la lengua española/ Antonio Alatorre. —3ª ed. —México: FCE, 2002. 416 p.; 23x15cm — (Colec. Lengua y Estudios Literarios). ISBN 978-968-16-6678-1

Las maravillas del lenguaje se vienen desgranando cuando se revelan las características genéticas –digámoslo así- de su estructura y fondo. En el libro de Antonio Alatorre Los 1001 años de la lengua española (FCE, Quinta reimpresión, 2011) se hace toda una excursión hacia los orígenes, mutaciones, abstracciones y episodios, de la historia de nuestro idioma.

Desde las afluencias del idioma con el árabe, vascuence, latín vulgar; hasta sus impresiones con el francés, el portugués y el inglés. Una epopeya que dura más de mil años, donde las transformaciones de las palabras han calado hondo en las costumbres, conquistas, guerras intestinas y amistades perennes.

Como bien relata en el prólogo el maestro Antonio Alatorre, originalmente el texto conformó una edición costeada por Bancomer en 1979, quien la distribuyó entre sus clientes más adinerados. Años después, en 1989, apareció la primera edición de Los 1001 años, de tal forma ha tenido una mayor difusión y ha formado a estudiantes universitarios al cabo del tiempo.

Imbrincada la historia del idioma con la político-social de España y, después con las simbiosis entre la cultura cristiano-española y las aborígenes en América, África y Asia; el texto recorre los cambios en el vocabulario, la pronunciación y formas gramaticales, que de tal manera han venido a producir lo que actualmente es patrimonio común de los hispanohablantes.

Alatorre advierte que el hablar y escribir incorrectamente es un indicador oportuno de las transformaciones por venir de la lengua. De tal manera, cuando una persona dice haiga en lugar de haya, no es un hecho reprobable, sino un indicio de las inercias existenciales del idioma.

De tal forma hace 400 años se fueron derivando las palabras que hoy conocemos, fazer-hacer, falar-hablar, fermoso-hermoso, eso nada más en lo tocante a las relaciones del español con el portugués. Muchas más se presentaron con las diversos nutrientes recibidos.

Como bien apunta Alatorre, el español es una obra poderosa, que no resiste en la actualidad epicentros jurisdiccionales de lo que se dice con corrección y lo que es deleznable; cada pueblo, localidad, ciudad o nación de los que mascullan de alguna forma el español han venido contextualizándolo a sus características culturales, geográficas y cosmológicas.

Alatorre, señala lo arriba apuntado, la lengua cambia día a día, se nutre de las cosas que comemos, soñamos, sufrimos o nos proporcionan felicidad; las nuevas tecnologías han acuñado palabras, y de tal forma generan un comportamiento. Por eso, aunque suene un poco austero, cuidado con las palabras que hacemos.

IDENTIDAD DIGITAL


La identidad digital es tan importante como la real
Pueden crear contenidos que afectan nuestra reputación, nuestro pasado o el más prominente presente
Por Fernando Tomeo | Para LA NACION

La identidad caracteriza a una persona. En el universo de carne y hueso nos definimos en base a hechos, a nuestros atributos personales, nuestro carácter, nuestra forma de ser, lo que los demás perciben de nosotros, lo que damos a entender, lo que fluye. Las palabras, se las lleva el viento.

Pero las tecnologías de la información han generado un nuevo concepto de identidad: la digital. El perfil de la "persona virtual" se define en la red y se nutre de los contenidos que la misma proporciona respecto de un determinado individuo o compañía: la web otorga contenido, identifica e individualiza a la persona de una u otra manera.

Y no se trata de una moda pasajera. La identidad digital es tan importante como la real: una complementa otra. Juega un papel esencial al momento de elegir un candidato para una corporación, la "cita del sábado a la noche" o el perfil del cliente que vamos a enfrentar en la reunión del lunes.

Esos contenidos que definen nuestra identidad digital están dados por nuestras propias acciones como también pueden tener causa en el accionar intencionado de otros
Y el buscador de Internet participa del partido. Google define identidad, es el medio o el vehículo para la definición. No solo busca, sino más bien nutre de resultados, de contenidos que conforman la identidad digital de cualquier mortal: "Si no pasás la prueba del previo googleo no existís", refieren las consultoras de recursos humanos.

Esos contenidos que definen nuestra identidad digital están dados por nuestras propias acciones como también pueden tener causa en el accionar intencionado de otros. El de aquellos que mediante plataformas digitales, como Blogguer o Wordpress, pueden crear contenidos que afectan nuestra reputación, nuestro pasado o el más prominente presente.

Si se quiere afectar la reputación de alguien alcanza con crear medios digitales con contenido que lo desacrediten, palabras que se esparcen como reguero de pólvora vía Twitter o perfiles falsos de Facebook que ilustran supuestos contenidos difamatorios. El anonimato de Internet favorece estas acciones que dotan de falso contenido a la identidad digital de la víctima. Estos hechos afectan a personas y compañías y requieren de un freno judicial, de una adecuada reparación por el daño causado y de la eliminación inmediata de los contenidos ilegales.

Si es tan fácil difamar mediante la creación de contenidos virtuales ilegales o falsos, debe ser muy costoso reparar el daño causado
El derecho personalísimo a la identidad personal como así también el derecho a la autodeterminación de los datos personales (esto es la facultad de decidir qué datos relativos a nuestra propia existencia pueden ser divulgados por terceros) se encuentran amparados por derecho interno y por tratados de rango constitucional, y deben ser respetados a rajatablas. Caso contrario deberá responderse por los daños causados. Máxime cuando el daño se multiplica por el efecto viral de la web.

Si es tan fácil difamar mediante la creación de contenidos virtuales ilegales o falsos, debe ser muy costoso reparar el daño causado. La medida de la reparación estará dada por la extensión del daño provocado a la identidad. Así lo establecen nuestras normas del Código Civil que consagran un "derecho de daños", que encuentra su fundamento en el principio del art. 19 de la Constitución Nacional de "no dañar a otros" (alterum non laedere) vinculado directamente a la idea de reparación por violación a derechos personalísimos (que le corresponden a la persona por el solo hecho de serlo).

Estos principios se vinculan directamente a la nueva identidad digital y requieren de un mayor rigor en su aplicación ante una realidad virtual descontrolada donde reina "el todo vale" a la espera de alguna regulación legal supranacional lógica y equilibrada que pueda contener semejante descontrol de información que navega segundo a segundo por Internet..

FUNDACIÓN DEL ESPAÑOL URGENTE


externalización, palabra adecuada en español

Externalización es un término adecuado para describir el hecho de que una empresa confía parte de su actividad o su producción a otras empresas externas.

En las noticias se usan con cierta frecuencia esta palabra y el correspondiente verbo externalizar, como muestran los siguientes ejemplos: «Los sindicatos denuncian ante Trabajo la externalización de servicios hoteleros» y «El grupo ha externalizado la impresión de los diarios».

El Diccionario de la Academia todavía no incluye esta palabra, pero sí la recoge, entre otros diccionarios, el Pequeño Larousse ilustrado con el sentido indicado y su uso puede considerarse apropiado.

Un caso especial de externalización es la subcontratación, es decir, la externalización de la actividad propia, de modo que los servicios que alguien contrata a una empresa son ejecutados total o parcialmente por otra empresa contratada por la anterior; en algunas zonas de América se llama tercerización, vocablo también válido que alude a la intervención de un tercero para la prestación de servicio.

No debe confundirse con la deslocalización (en inglés outsourcing), que es el traslado de plantas de producción a un país menos industrializado, donde los costes salariales son más bajos.

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