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terça-feira, 19 de julho de 2011

LULA



“Ustedes saben que mis amigos de la prensa siguen hablando muy bien de mí. Primero dijeron que la presidenta Dilma Rousseff era muy diferente de mí, después que era la misma cosa, después que era débil, después que era fuerte... pero la verdad es que Rousseff es parte de un proyecto del que participan millones y millones de brasileños y del cual yo también formo parte.”

(Del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, en el video presentación de su nueva página de Internet.)

CIBER - LENGUA EN AUGE






Ciber lengua en auge
Errores y efectos
18 de Julio de 2011
FUENTE: SÍNTESIS - MÉXICO

La nueva red social de Google, Google+, incorpora el botón “+1” para que los usuarios puedan señalar cuando un contenido, comentario, etc., les parece interesante.
Pero, ¿cuál sería el verbo correcto para describir esa acción? ¿“Masunear”? ¿“Plusuanear” (por el inglés “plus one”, sumar uno)?
“En español lo más normal sería ‘sumarse’, ‘yo me sumo a tu propuesta’, ‘yo me sumo a tu iniciativa’”, le dice a la cadena británica BBC, con absoluta serenidad, Darío Villanueva, secretario de la Real Academia Española.
En el actual mundo de la web, las redes sociales, los teléfonos inteligentes y los dispositivos electrónicos de todo tipo y color, la aparición constante de nuevos aparatos, artilugios y procesos obliga a mantener actualizado el idioma con una alta frecuencia.
“¿Me lo forwardeas?”
Para los usuarios representa un desafío constante -sobre todo a la hora de elaborar textos formales.
Y no es una situación exenta de conflictos.
“Una que odio es: ‘¿me lo forwardeas?’, cuando es tan fácil decir ‘¿me lo reenvías?’”, se queja una empleada de BBC en referencia al reenvío (no queremos ofender) de mensajes de correo electrónico.
Pero a veces el uso del inglés es inevitable, viene con la dinámica propia de la incorporación de un nuevo elemento que necesita ser nombrado.
“Que se adopte el inglés es un proceso normal y siempre ha sucedido”, explica Villanueva.
“Cada vez que se produce una nueva incorporación tecnológica, el nuevo artilugio, instrumento, práctica, viene acompañado por la palabra que lo denomina en el idioma en que fue inventado”.
El catedrático recuerda que lo mismo ha sucedido en el pasado con el ferrocarril (tren, raíl y vagón son todos anglicismos) y con los deportes (fútbol, penalti, tenis).
“Son palabras que en el español no se sienten como extrañas”, dice.

Anglicismos crudos
Se trata de un proceso.
Tomemos el caso, por ejemplo, de las tablets, esos dispositivos móviles que se han popularizado recientemente con la llegada del iPad de Apple y sus competidores.
En una primera instancia se adopta el término en inglés, algo que la Real Academia admite y llama “anglicismos crudos” (se escriben con cursiva: tablet, wi-fi, hacker).
“Luego, cuando estos anglicismos crudos se adaptan a la fonética y la prosodia de la lengua española se incorporan al acervo del español y se vuelven anglicismos (a secas)”, explica Villanueva.
Es lo que sucedió con tren, fútbol y vagón, y lo que en forma inminente sucederá con tablet.
Es que en sesión de pleno del 30 de junio, la Real Academia acordó que el término en español será “tableta”, opción que superó a “tablilla”, la otra gran candidata, tras varias sesiones de discusión.
“Estuvimos viendo la frecuencia en el uso y nos inclinamos por tableta, y si además la gente ya dice tablet es más fácil pasar a tableta que a tablilla”, cuenta Villanueva.
“No incluimos nada que no esté avalado por el uso”.

“Tweets”, no pero no vale todo.
Por ejemplo, hay que evitar el plural para el anglicismo crudo tweet (tweets), porque como explica el académico, “en el español no puedes unir dos consonantes para articular el plural”.
Y tampoco es una buena opción la descripción, como “unos mensajes de la red social Twitter”, porque -dice Villanueva- “va en contra de uno de los principios básicos de todo idioma, que es la economía; la perífrasis está en contra de la economía lingüística”.
Como solución ofrece la propuesta por la Fundación del Español Urgente, de la que la Real Academia es miembro: la castellanización en “tuiteo” (sustantivo), “tuiteos” (plural) y “tuitear” (verbo), aunque se sigue admitiendo en singular como anglicismo crudo.

¿Quién se acuerda de “módem”?
Entonces, ya se sabe. A partir de ahora “tableta”. Pero no lo busquen en el diccionario todavía. Primero tienen que dar su asentimiento las 21 academias de la lengua española y deberá pasar el período de cuarentena de rigor (de algo más de dos años para términos tecnológicos y de cinco para palabras generales).
Es que, dice Villanueva, “a veces hay palabras que empiezan con mucha fuerza y con el tiempo se desinflan, pierden eficacia”, y cita el ejemplo de la palabra “módem”, que ha caído en desuso porque la tecnología a la que da nombre cayó en desuso.
Si todo sale bien, “tableta “ aparecerá hacia 2014 en la 23° edición del diccionario impreso de la Real Academia, y en la siguiente actualización de la versión en línea, que se lleva a cabo cada 3 años (aunque Villanueva preferiría que las actualizaciones en línea fueran inmediatas).
Igual -que quede entre nosotros-, el secretario de la Real Academia dijo que ya se puede empezar a usar.

OBRIGADO BRASIL...


Una obra brillante

La Embajada de Brasil en la avenida Alvear acaba de ser restaurada con precisión y decisiones acertadas, recuperando el brillo del Palacio Pereda, una de las mejores piezas del patrimonio argentino.


Por Sergio Kiernan FUENTE: LA NACIÓN


Esta ciudad tan peculiar tiene sus fiebres, que vienen y pasan, y una de las más recordables fue la de los palacios. Roca mandaba cuando se alzó el primero, de la familia Miró y en la ahora inexplicable ubicación de Tribunales. Alvear era presidente cuando se levantaron los últimos, ya un reflejo tardío en medio de la moda del departamento. Estas grandes mansiones fueron como un hermoso paréntesis, una exageración en eso de acumular belleza e importar patrimonio que pronto cayó ante la piqueta. Hoy quedan exactamente dos en manos particulares, una en la avenida Alvear y otra en Basavilbaso, mientras que el Estado preservó alguna que otra como edificio público.

Con lo que los porteños les debemos a las embajadas de varios países que todavía tengamos parte de este patrimonio que no supimos conservar. Y últimamente le debemos una muy especial a la de Brasil, que acaba de completar un año de restauración muy exacta, rigurosa y pensada del hotel particular de la familia Pereda, en la primera cuadra de Alvear. El edificio es un tesoro que contiene tesoros y que ahora rebrilla con nueva luz.

La historia del palacio Pereda refleja buena parte del proceso de acumulación de belleza protagonizado por dos generaciones de argentinos. El pater familiae, Don Celedonio, nació en 1860, en la Argentina Vieja donde, como escribió Roca, nadie se había dado cuenta de qué pobres que eran. Todavía muchacho y estudiando Medicina, Celedonio vio la explosión argentina, que en veinte años le dio a este fin del mundo el octavo PBI per cápita –y no absoluto, como se mitifica hoy– del planeta. Como se sabe, este enriquecimiento tuvo su lado de proyecto a futuro: había que acumular patrimonio cultural, aumentar el índice de belleza y valor. Con lo que estos argentinos se dedicaron a comprar e importar objetos de arte y talento. Parte de la fórmula fue medio siglo de arquitectura de primerísimo nivel.

Para cuando Celedonio y su mujer María Girado decidieron construir el palacio en la primera cuadra de la avenida Alvear, en 1920, ya eran grandes y cabezas de una familia abundante. Los Pereda sabían elegir arquitectos –Alejandro Bustillo les construyó el notable casco de Villa María– y fueron directamente a esa otra notable importación, el francés Luis Martin. Autor de varias mansiones y departamento impecables, y del muy notable Jockey Club de Tucumán, Martin hizo parte de los diseños, pero terminó excusándose del proyecto: no quería terminar peleado con los Pereda, pero no estaba del todo de acuerdo con sus ideas.

Con lo que aparece en escena el ya jubilado Julio Dormal, un belga que le debía su carrera y ascenso social a la Argentina de un modo muy peculiar. Dormal había llegado a la Argentina como ingeniero y terminó amigo del presidente Sarmiento, que le dio trabajo –buena parte de la realización material del Parque Tres de Febrero es suya– y un consejo filial: que estudie Arquitectura. Dormal le hizo caso, volvió a Europa, consiguió su segundo título y se volvió a estos pagos. Se lo recuerda por haber terminado el Teatro Colón como tercer arquitecto y como diseñador del Salón Dorado, además del afrancesamiento general del edificio. Y se lo recuerda por una larga cadena de edificios particulares y públicos, y por ser un entusiasta temprano de la estructura metálica, que por algo era ingeniero.

Para cuando Pereda lo llama, en 1920, Dormal se dedicaba a una agradable vida social de amigo del quién es quién porteño. No se niega al pedido del amigo y así arranca la obra. Pereda tenía más que en claro qué casa quería y el trabajo comenzó hasta con la foto de un edificio que ambos, cliente y arquitecto, conocían bien: el Hotel André en el boulevard Haussmann de París. André y sobre todo su mujer madame Jacquémart eran formidables coleccionistas de arte y mobiliario histórico, con lo que su residencia puede visitarse hoy como museo.

Quien lo haga sufrirá un déjà vu fortísimo, porque el parecido exterior de los edificios es total. Ambos tienen el mismo basamento con entradas en los extremos, ambos se retiran para dejar una promenade privada a la altura del primer piso, ambos articulan sus frentes con pilastras monumentales, ambos se restringen con paños laterales que se proyectan, ambos ganan movimiento con su volumen central curvado y ambos rematan sus mansardas con ángulos bajos y una cúpula achatada. De hecho, las adaptaciones son al terreno, con una escala algo menor que forzó un cierto estrechamiento, pero el concepto es idéntico.

Por supuesto, hay una gran diferencia material entre un palacio francés del Segundo Imperio y una residencia argentina estrenada en 1924. El original es de piedra, el porteño exhibe ese material sólo en el basamento, con el resto en nuestro típico cemento símil piedra. Y donde los interiores parisinos abundan en mármoles, los porteños son un homenaje tridimensional al dominio del estuco. La fachada posterior es también diferente, con una escalinata mucho más importante que la parisina y un diseño distinto.

La reciente restauración llevada a cabo por los brasileños se concentró en el corazón de la residencia, el acceso y los maravillosos salones del primer piso. Entrar al palacio significa encontrarse en un vestíbulo que atraviesa el edificio hasta el jardín, completamente realizado en un símil piedra muy cálido, con muchos ornamentos, un cañón aplanado de bóveda y unas columnas de cuerpo verde y fuste metalizado que evitan la monocromía. De allí se accede al hall de acceso, de un color tabaco claro y completamente realizado en estucados magistrales, con pavimento de buena piedra clara. Luego se sube por una escalinata alojada en un tubo amplio, luminoso, elegante, completamente recubierto de estuco, con una baranda francesa de primera agua.

Esta procesión ascendente lleva a una suerte de cielo, que es el gran hall del palacio, un ámbito realmente notable y seguramente único en esta ciudad. El trabajo de decoración de interiores de la casa Jansen –fundada en París en 1880 y con sucursal argentina desde 1905– es un impecable caso de dieciochismo adaptado. Aquí los estucos van del crema pálido al verde con fuertes venas marrones, en una perfectísima imitación del mármol. Abundan los oros discretos y hasta hay máscaras, ese motivo ornamental tan raro en los interiores argentinos. Pero la joya se encuentra al levantar la vista.

Arriba espera el vértigo de Los equilibristas, la notable tela de ese gran artista catalán que fue José María Sert. Pereda seguramente vio el ambiente que el catalán ornamentó para Matías Errázuriz –su peculiar regalo de 18 años, que se conserva recientemente restaurado en el Museo Nacional de Arte Decorativo– y se sabe que vio la exposición de Sert en el Jeu de Paume en 1926. Fue entonces que entendió quién podía completar realmente su idea de palacio. Es que el André-Jacquémart tiene cielorrasos de gloria, pintados hasta por Tiépolo, y a su versión porteña no podía faltarle lo mismo. Pereda le encargó a Sert cinco telas para instalar, a la manera de un maruflage, en los salones del primer piso.

Es imposible pensar en describir estas piezas, pero las palabras pueden arrimarse a la sensación que crean en su instalación en el contexto. Los equilibristas tiene una perspectiva tan peculiar que el gran hall parece de una altura eterna, con 78 figuras en violento escorzo volando por el aire o mirando el show. La Diana Cazadora hace que el salón dorado sea único, un artefacto cultural sin precio. El aseo de Don Quijote transforma el comedor, con su severa boiserie, en un aire libre esdrújulo, mientras que la sala de música y el segundo comedor, más pequeño, tienen una Telaraña y un Agujero celeste bastante lisérgicos. Las telas forman un conjunto único y ponen a Buenos Aires en el mapa Sert de esta tierra, que tiene paradas como sus frescos para el Rockefeller Center de Nueva York. Es notable encontrar arte de semejante potencia visual y conceptual en un contexto arquitectónico.

Las pinturas siguen coronando salones hoy impecables. La restauración fue guiada por un criterio realmente maduro, de limpieza, consolidación y cuidado que no lleven “a nuevo”. Quien mire de cerca los estucados verá las microfisuras, pero sabrá que el material está firme y listo para muchos años más. Las muchas maderas de los salones siguen la misma idea de limpieza y arreglo, sin pretender que están de estreno. Este criterio llevó a varios ajustes del tono de los muchos oros presentes, hasta lograr un elogiable efecto de luz y color que parece completamente natural.

Entre brasileños, el Pereda es una de las embajadas favoritas, junto a la de Roma, por su garbo y elegancia. La historia de cómo la adquirieron es también llamativo: en 1935, el presidente Getúlio Vargas fue invitado de los Pereda durante una visita oficial y quedó encantado con el edificio. Diez años después murió Don Celedonio y sus herederos ofrecieron la casa a Brasil, que tenía una embajada olvidable en la avenida Callao. El trato se cerró enseguida, por canje –la embajada vieja y varias toneladas de hierro en barras, material inhallable por la guerra– y con inventario completo, lo que explica que la embajada conserve tanto mobiliario y arte europeos comprado por los Pereda.

En fin, una obra sabia que valoriza una pieza de lo mejor del patrimonio argentino. Obrigado Brasil!

EL ELOGIO






Nostalgia del elogio
Ivonne Bordelois
Para LA NACION
Martes 19 de julio de 2011




La catarata de improperios que se desata diariamente sobre nuestra ciudadanía gracias a la amable colaboración de todos los medios despierta por un lado una sensación de inefable aplastamiento y por otro una mirada de añoranza hacia lo que quisiéramos ser. Entre mis utopías individuales se encuentra la ilusión de desayunar algún día con páginas y pantallas que reflejen el pundonor de Jaime, el carisma de Shocklender, la originalidad de Susana Giménez, la gracia de Tinelli, los aciertos proféticos de Elisa Carrió, la sobriedad de nuestra Presidenta.
Cuán hermoso sería pensar que hemos dejado atrás para siempre los tiempos en que un ser paradójicamente denominado "sereno" atravesaba nuestras calles pidiendo la muerte de los salvajes inmundos asquerosos unitarios. La sobreabundancia del insulto desata complementariamente la añoranza por la alabanza, que es una necesidad humana indeclinable. Un insulto aislado y acertado puede actuar como un dardo eficaz en un panorama de agresividad colectiva inusitada, pero el insulto permanente desborda la atmósfera de la ciudad, la entorpece, la empantana y la vuelve una ciénaga irrespirable.
En estos días ha circulado por millares un video en el que un aficionado interpreta a su manera las vicisitudes de un partido de fútbol, por cierto execrable, a riesgo de hacer estallar su atribulado corazón. Se trata de una prolongada serie de insultos de aquellos a los que estamos ampliamente acostumbrados, sólo que proferidos con tan insólita frecuencia e intensidad, que acaban por producir una risa donde se mezcla el rechazo, la incredulidad y la compasión.

O quizá, visto más detenidamente, este espectador refleje simbólicamente el estado de nuestra sociedad mediática, y el ver al desnudo los mecanismos de agresión que se desgastan y autoanulan por uso y abuso frenético, hasta volverse ridículamente impotentes, constituya una fuente de hilaridad y amarga lucidez que resulta en cierto modo irresistible para quienes presencian este lamentable espectáculo. Una metáfora escondida que precisamente por lo inconsciente resulta más alarmante y eficaz.
Debo decir, sin embargo, que dentro de este turbio e incontenible torrente de imprecaciones habituales, me sorprendió una variante que no había llegado a mis oídos hasta ahora: el acongojado televidente prorrumpía con frecuencia en una paradójica exclamación, poco apta para ensalzar las virtudes de sus propios y tiernos vínculos familiares: "la p? que me p?". Al principio imaginé una falla acústica de mi parte o bien una imperfección técnica de mi equipo, pero las sucesivas reiteraciones de la misma expresión me convencieron de lo contrario.
Y he pensado después en lo significativo de este discurso. Porque quien insulta a otros no puede dejar de insultarse a sí mismo. Insultar significa saltar hacia abajo: para insultar, necesitamos precipitarnos desde lo alto, es decir, descender y degradarnos a nosotros mismos. Nadie desfonda el lenguaje sin desfondarse a sí mismo, porque somos seres de lenguaje, y las palabras no se pueden desgarrar gratuitamente sin que nos desgarremos nosotros mismos en esa provincia interior donde se alberga la conciencia de nuestra lengua como la posibilidad de representar lo más alto de nuestra identidad.
Cuando se piensa en ese trono dignísimo que alguna vez evocamos en nuestro Himno, no nos puede sino abrumar este humillante descenso, al parecer imparable, de nuestro lenguaje. Ojalá lleguen tiempos en que la alabanza colectiva, sin hipocresías ni ironías, fundadas en la realidad y la sinceridad, se vuelva nuevamente posible, y seamos destinatarios dignos de aquellas otras palabras imborrables: "Al gran pueblo argentino salud".
© La Nacion

EUFEMISMOS


Eufemismos
EMILIO GONZÁLEZ LÓPEZ - Getafe, Madrid - 19/07/2011



Se puede definir el eufemismo como "el modo de expresar con suavidad o disimulo ideas o palabras inoportunas o demasiado francas".


Sin embargo, hay eufemismos que afectan de forma más engañosa a la gente y que se repiten todos los días, como por ejemplo:

Guerra humanitaria, por guerra económica o geoestratégica; daños colaterales, por muerte de civiles o destrucción de propiedades; zona de exclusión aérea, por bombardeo del enemigo para que los aliados avancen; tribunales penales internacionales, por juicios a dirigentes de pequeños países, generalmente, africanos; mercados, por capitalismo financiero especulativo; globalización, por libre trasiego mundial del capital financiero; rescate de países en apuros, por rescate de sus bancos nacionales y de los bancos acreedores; agencias de calificación de riesgos, por pirómanos económicos.

Si llamáramos a las cosas por sus nombres, quizá nos enteraríamos mejor de lo que pasa a nuestro alrededor.

FUNDÉU RECOMIENDA...


Recomendación del día


emplazar y aplazar no deben confundirse

El verbo emplazar significa ‘dar a alguien un tiempo determinado para la ejecución de algo’ y también ‘citar a una persona en un tiempo y lugar determinados’, mientras que aplazar es ‘retrasar o dejar para más tarde la realización de algo’.

Así, si se hace referencia a un acto, solo se puede emplear el verbo aplazar; por tanto, lo correcto es decir «El presidente aplazó su respuesta para dentro de un mes» y no «El presidente emplazó su respuesta para dentro de un mes».

Sin embargo, si se alude a una persona, se usa emplazar: «El profesor emplazó a los alumnos para que terminaran el trabajo la próxima semana» o «El abogado emplazó a su defendido para que le pusiera al corriente de los hechos lo antes posible».

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