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sexta-feira, 2 de janeiro de 2009

TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA TRADUCCIÓN


En el prólogo a mi edición trilingüe de la Metafísica de Aristóteles, cuya primera edición apareció en 1970, compendié las normas de la traducción en estas palabras: «La regla de oro para toda traducción es, en principio, decir todo lo que dice el original, no decir nada que el original no diga, y decirlo todo con la corrección y naturalidad que permita la lengua hacia la que se traduce».
Para facilitar la memorización de esta norma, la reduje más tarde a estos dos endecasílabos:
No omitir, no añadir, no adulterar;
Decirlo todo lo mejor posible.
Traductores españoles de Bruselas o de Luxemburgo antepusieron estos dos versos como lema a un folleto traductológico.
En la introducción de mi libro Teoría y práctica de la traducción (pág. 16, n° 9, de la 3ª edición) puede leerse que
la teoría y la práctica son inseparables en la enseñanza de esta disciplina. La teoría sola es estéril, y la práctica sin teoría, rutinaria y ciega. El estudio de la traducción es una rama de la lingüística aplicada, y se puede adoptar en él la postura propugnada por B. Pottier para la lingüística en general: «Nous refusons la théorie sans exemples et les exemples sans théorie».
Rehusamos la teoría sin la práctica porque, como dijo Aristóteles: «Aquello para cuya ejecución se necesita aprendizaje lo aprendemos haciéndolo; así, los constructores de casas se forman construyendo casas, y los citaristas, tocando la cítara». Rehusamos la práctica sin teoría porque, como explica también el Estagirita: «Las mismas causas producen y destruyen toda excelencia, y de igual modo el arte; pues tocando la cítara se forman los buenos citaristas y también los malos. Y de modo semejante los constructores de casas, y todos los demás, pues construyéndolas bien se harán buenos constructores, y malos construyéndolas mal. Y, si no fuera así, para nada se necesitaría el maestro, pues todos resultarían buenos o malos».
En «todos los demás» podemos incluir a los que aspiran a ejercer el arte de la traducción: traduciendo bien llegarán a ser buenos traductores, y traduciendo mal resultarán malos. Pero ¿cómo se aprende a traducir bien? El modo más fácil y seguro es dejarse guiar por buenos maestros. Y un buen maestro es el que no solo hace, sino que sabe el camino, conoce el método para hacer bien lo que hace. Este saber, este conocimiento del camino, de la norma que rige el arte de traducir, es justamente la theoría, palabra griega que significa «visión» o «contemplación».
Pero insisto en que la teoría debe ir siempre unida a la práctica; debe concretarse siempre en ejemplos. Y los ejemplos deben razonarse; es decir, deben explicarse a la luz de la teoría.
Son muchos los conocimientos que se requieren para ser buen traductor. Ante todo es necesario conocer a fondo las dos lenguas implicadas en la traducción. No basta el conocimiento relativamente superficial que permite conversar en ambas con fluidez. Por lo demás, el bilingüismo oral no es indispensable para el traductor. Yo he traducido del griego clásico la Metafísica y la Poética de Aristóteles, y del latín, la Guerra de las Galias de Julio César, el tratado Sobre la amistad y el discurso Pro Marcello, de Cicerón, y, en verso, la Medea de nuestro Séneca; pero sería incapaz de sostener una conversación fluida en cualquiera de las dos lenguas clásicas.
Aunque no sea la situación ideal, se puede traducir bien obras escritas en una lengua sin entender las manifestaciones orales de sus hablantes y sin poder expresarse con fluidez en ella. Pero no se puede traducir sus textos escritos sin comprenderlos.
Esta comprensión, imprescindible, tampoco es suficiente. Es necesario también, y sobre todo, un buen conocimiento de la lengua hacia la que se traduce, hasta el punto de poder reconstruir en ella el contenido del texto original con la menor pérdida posible.
No podría ser buen traductor ninguno de los autores de los textos siguientes, cuyo comentario va entre paréntesis:
1. «La Andalucía del tiempo de Lorca tenía mayor virginidad». (La virginidad no puede ser mayor ni menor. No admite grados).

2. «[...] seguía atrayendo a sus pacientes, que iban a que les inyectase extracto de testículos de cabra, o se los trasplantase». (Esto lo escribió un científico de gran renombre. Pero las cabras no tienen testículos, atributo exclusivo de los chivos).

3. «Debe recordarse que los pájaros insectívoros están prohibidos por la ley [...] Y se castiga con multa de hasta 10.000 pesetas a los que vendan pájaros fritos, cojan sus nidos, huevos o crías». (Texto de un periodista no tan prestigioso. Pero ni los pájaros insectívoros están prohibidos por la ley, ni, después de fritos, hacen nidos, ni ponen huevos, ni tienen crías).

4. «[...] ha diezmado en un cincuenta por ciento la población de cangrejos autóctonos». (Diezmar en un cincuenta por ciento sería un abuso notable).

5. «Bretón asegura que lo vio rodeado de dos polis». (¿Cómo se arreglarían dos para rodear a uno?).

6. «"Tirar la toalla" es una palabra que no entra en mi diccionario». (Lo dijo un político importante. Pero «tirar la toalla» no es una palabra. Son tres).

7. «El aborto se ha convertido en el método tradicional de anticoncepción». (El aborto no es un método de anti-, sino de ex- o des-concepción. No impide la concepción, sino el nacimiento de lo concebido).

8. «Varios manuscritos, entre ellos doce incunables, fueron robados en la Universidad de La Plata». (Los «incunables» no pueden ser manuscritos).

9. «En círculos académicos se baraja el nombre del ex presidente del Congreso para desempeñar tal cometido». (¿Cómo se puede barajar un nombre solo?).

10. «Intercambiar insultos está al alcance de cualquiera». (Quizá esté al alcance de cualquiera dirigir insultos a otro; pero intercambiarlos, no; pues no riñen dos, si uno no quiere).
A los traductores no les están permitidas esas pequeñas, pero frecuentes, erosiones a la gramática, al uso establecido, a la norma vigente, en las que, según Ortega, consiste el escribir bien. Para ser buen traductor es necesario usar las palabras con el significado que tienen, en la forma que les corresponde, con el género, número y concordancia establecidos por la norma, y sin incurrir en contrasentidos.
El traductor está obligado a cuidar y enriquecer su lengua, que no es una simple herramienta que cada uno puede manejar a su antojo. La lengua es un instrumento precioso y delicado, que se deteriora con el mal uso. Y el deterioro causado a la lengua perjudica a sus demás usuarios.

Valentín García Yebra
de la Real Academia Española

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