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domingo, 10 de janeiro de 2010

ImportaRSE - Florianópólis


La ilusión tecnológica
10.01.10 - 02:59 -
JUAN AGUIRRE

Tenemos la sensación de que en unos pocos años se ha producido un gigantesco progreso, un gran salto adelante no maoísta sino capitalista. Y nos solazamos en la presunción de que el futuro nos deparará hallazgos científico-técnicos que harán nuestra vida más cómoda, más longeva y hasta encontrarán remedio a los graves desafíos que ante sí tiene la humanidad.
Pensamos así arrastrados por la enorme potencia de ilusión que la civilización moderna pone al servicio del poder: una vez extintas las ilusiones ideológicas del siglo XX, se ha impuesto la ilusión tecnológica que es menos teórica y más tangible que aquella. Y que mueve más dinero. «Los humanos no vivimos de otra cosa que de religión o de ilusiones» decía Leopardi, quien nunca imaginó que ambas cosas pudieran confluir en una sola, la nueva 'red-ligión' que nos cohesiona socialmente desde un individualismo narcisista y no responsable.
Si analizamos con atención el camino recorrido advertiremos que, bajo un manto de prosperidad material, el progreso técnico ha venido acompañado de una inexorable involución de valores. Las libertades han retrocedido sacrificadas en aras a la seguridad mientras el miedo, factor determinante de control social, lo empapa todo: miedo a la violencia, a las enfermedades, a la pérdida de nuestro bienestar, al cambio climático...
Dentro del caballo de Troya de la revolución tecnológica, la lógica financiera se ha impuesto creando un orden nuevo en el que prima la ley del más fuerte, o sea del que más dinero tiene; y a rebufo de esa ambición las clases medias no hemos pensado sino en trabajar más para ganar más, y con tanto cálculo egoísta hemos encallecido nuestra sensibilidad hacia el provecho colectivo. En fin, la brecha entre ricos y pobres nunca fue tan abismal como en este mundo globalmente insostenible.
Tal es el panorama al final del primer decenio del 2000, que nos deja la casa llena de gadgets y la cabeza de preocupaciones. Sin embargo, la quiebra entre lo esencial y lo accesorio es ya de tal calibre que podríamos hallarnos al comienzo de una nueva era donde el progreso estará al servicio del desarrollo genuino de las personas antes que en la alienante producción de cacharrería.
De no ser así, es de temer que nuestra época hipertecnologizada entre en la historia bajo el mismo epitafio que figura en la tumba de una dama boba inglesa: «Aquí yace. Pasó al fin de la ilusión a la realidad».

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