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sexta-feira, 29 de abril de 2011

GOBERNANZA


GOBERNANZA, GOBERNABILIDAD, GOBERNACIÓN Y GOBIERNO



Ejemplo de lo que implica que una lengua extranjera venga a meter las narices en la española.




Estábamos demasiado tranquilos y felices en el territorio de la lengua española usando gobernación, gobierno e incluso gobernabilidad para designar la «acción y efecto de gobernar o gobernarse» como para que alguna lengua extranjera no sufriese la tentación de venir a meter las narices. Lo ha hecho el inglés, nuestro imperialista enemigo lingüístico actual, vendiéndonos como nueva la palabra «governance» que aquí han traducido políticos o economistas por «gobernanza», presunto nuevo juguete que ya no se les cae de la lengua, como niños con zapato nuevo. «La gobernanza hoy», «Hacia una revolución de la gobernanza», «Gobernanza y gestión pública», «La gobernanza de internet» o «¿Por qué ahora el interés por la gobernanza?» son títulos de libros que pueblan los escaparates, todos con esa presunta novedad de gobernanza que ya el Diccionario de la Real Academia anterior al actual (es decir, el de 1992) consideraba anticuada o antigua. Para aclarar el lío, hablemos de nuestra lengua en términos lingüísticos, sólo lingüísticos.

La Real Academia considera ahora mismo gobernanza, gobierno, gobernación y gobernabilidad términos sinónimos, pues los cuatro designan la «acción y efecto de gobernar»: basta consultar el Diccionario para comprobarlo. Todas ellas son palabras usadas por escritores en nuestro idioma: «No hay participación global sana que no parta de gobernanza local sana» (Carlos Fuentes); Miguel Primo de Rivera es un militar, y esto ya trae consigo otra idea del orden y de la gobernanza» (Álvaro Pombo); «El viejo torreón que los condes de Luna construyeran hace ya cinco siglos para la defensa y el gobierno de las tierras del Curueño» (Julio Llamazares); «Don Luis contrarrestó los infundios asegurando la asistencia al sarao del conde de Floridablanca, si se lo permitían sus deberes de gobernación» (Eduardo Alonso); «Encubría su desidia delegando en plebeyos como los Panizo los recibos de la casa y la gobernación de negocios» (Manuel Longares); «FELIPE.-Tú tienes unas ideas muy raras sobre la gobernabilidad de una nación» (Manuel Martínez Mediero); «Se dilucidaban intereses más altos, que ponían en peligro la gobernabilidad de Umbría» (Miguel Sánchez-Ostiz). Por lo tanto, siempre según la RAE, a la acción de gobernar un pueblo (o una nave o una economía o una casa) puedo llamarla gobernanza, gobierno, gobernación o gobernabilidad, como me venga en gana.

Sin embargo, vamos a buscarle un poco las cosquillas al asunto. Aunque la palabra gobernabilidad es sinónima de las anteriores, como queda dicho, los hablantes no olvidamos que el sufijo -bilidad indica sobre todo una cualidad, o sea, cada uno de los caracteres que distinguen a las cosas. La gobernabilidad es, en consecuencia, la cualidad que posee lo que puede ser gobernado. Así, entenderíamos perfectamente el matiz que implica el siguiente enunciado: «La gobernación (gobernanza o gobierno) de un pueblo habrá de considerar primero la gobernabilidad del mismo», es decir, la cualidad de «gobernable» que tenga dicho pueblo. Por el contrario, nos resultaría chocante y hasta inexplicable si lo leemos trastocado: «La gobernabilidad de un pueblo habrá de considerar primero la gobernación (gobernanza o gobierno) del mismo». Quiere decirse que el uso real de la lengua se inclina por gobernanza, gobierno y gobernación como sinónimos para el hecho de actuar y gobernabilidad para una sutil matización cualitativa aunque, repito, el Diccionario de la RAE permite el uso indistinto de cualquiera de las cuatro voces.

¿Me he olvidado de sacarle punta a gobernanza? Hay otra acepción para esa palabra, además de la dicha, donde parece estar la madre del cordero. Leo en el Diccionario que también se llama gobernanza al «arte o manera de gobernar que se propone como objetivo el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado de la economía». No estaría de más que la RAE revisase definición tan perogrullesca, porque a ver quién es el partido político guapo que defiende ante unas elecciones un «arte o manera de gobernar» que pretenda un atraso económico, social e institucional, que aspire a ser provisional y que desequilibre de modo enfermizo al Estado frente a la sociedad civil y al mercado. Aunque todo sería intentarlo, vistos los tiempos? Volviendo a la seriedad, creo que ése es el sentido (la acepción) en que se usa hoy gobernanza con tanta insistencia, sin que ello anule, en recto castellano, su valor como sinónimo de sus compañeras. Pero, no me canso de repetirlo, a través del inglés por, claro está, la propagación de ciertas tendencias económicas yanquis que imponen un nuevo término (governance) para que la vieja explotación suene a nueva redención. Algunos espontáneos de ese papanatismo idiomático, metidos a lexicógrafos, ahogada su lengua materna en sus cursillos de inglés, prefieren definir «gobernanza» nada menos que como «proceso de toma de decisiones y el proceso por el que las decisiones son implementadas, o no», enunciado que en su conjunto no pertenece a la lengua española y, además, suena a diablos. Otros hablan de que la gobernanza es «un nuevo modo de gobernación», pero eso tampoco es lingüística: es, ya digo, política o economía.

Publicado 29/04/2011
Francisco García Pérez
www.lne.es
Viernes, 29 de abril del 2011

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