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quinta-feira, 25 de outubro de 2012
El cuchillo del idioma
El lenguaje se encuentra en la raíz más profunda de la naturaleza humana, no en vano son códigos que se han venido construyendo en el cerebro a lo largo de los 2 últimos millones de años de proceso evolutivo. El cerebro tiene, al nacimiento, los circuitos "duros", genéticamente programados, capaces de grabar en ellos cualquier idioma. Y es la lengua de los padres la que reconstruye, transforma y modela esos circuitos en un proceso lento a través de la física y la química, la anatomía y la fisiología. Tan lento es que la primera palabra no aparece antes del año y medio y con un año más aparecen ya palabras sueltas y solo después, hacia los tres años, aparecen las frases. Todo esto lo sabe casi todo el mundo. Pero lo que no sabe todo el mundo es que no es lo mismo grabar en esos años tempranos un idioma que otro. En esos años tempranos se captan y aprenden matices sensoriales y emocionales que son transferidos con las palabras de un determinado idioma como no lo serán nunca por ningún otro que se aprenda después. Y es este idioma temprano el que queda mas profundamente anclado en el cerebro y con el que el niño definitivamente, dibujara el mundo y sus gentes. Ningún otro idioma será plenamente equivalente. Y es con ese instrumento que el niño nombra sin esfuerzo el mundo y "lo diferencia" de otros mundos, lo que incluye "matices" de las cosas, sucesos y personas. Con el idioma más genuino, aquel que se escucha tras el nacimiento, se expresa la intimidad de una manera diferenciada y única. Por eso un idioma "unifica" emocionalmente a las gentes pero también y al tiempo las desune, las separa. Es un bisturí, un cuchillo, que corta emocionalmente y aun cognitivamente lo que es "ajeno y diferente".
La sintonía emocional sutil que proporcionan las palabras de un determinado idioma jamás puede ser traducida fidedignamente a otro. Que se lo digan a los poetas y escritores. Y ni aun siendo auténticamente bilingüe, en donde desde el nacimiento se haya oído hablar en el seno familiar dos lenguas distintas, sigue existiendo una con un color emocional más profundo y sutil, quizá el idioma de la madre. Idioma este último que viene reforzado por el entorno familiar, el de la calle y el de todos los días. Color emocional posiblemente no detectable ni por el individuo, ni por tests psicológicos sofisticados, ni tan siquiera tal vez por las técnicas de imagen cerebral hoy disponibles, pero existir, existe. Hoy, con la neurolingüística, comenzamos a conocer las profundidades abisales en las que el lenguaje está anclado en el cerebro y su tremendo significado no solo para la solidaridad y la agresión entre los seres humanos sino para lo que resulta todavía más sorprendente, para la propia concepción del mundo y con ello compartirlo plenamente.
El final de estas reflexiones es que empezamos a darnos cuenta que las lenguas pueden ser instrumentos de "identidad" separadora, que lo son, de unos grupos frente a otros. Y que de hecho se utilizan como arma de agresión "diferenciadora". Solo hay que mirar los telediarios un poco todos los días para ser consciente de cuanto acabo de decir. Esto antaño tenía un valor de supervivencia enorme al crear una fuerza de grupo pequeña y cohesionada frente a "los otros grupos lejanos". Hoy, por el contrario, ese mismo proceso, si ejecutado dentro de un grupo grande y centenariamente cohesionado y de lengua común y también centenaria se convierte en un instrumento que debilita y desintegra. La "inmersión absoluta" de los niños recién nacidos en un idioma minoritario en el seno de un sociedad más grande que ya habla otro idioma más universal y diferente tiene claramente un propósito diferenciador. Supuestamente esa diferencia persigue una mayor supervivencia del grupo a través de ventajas como vivir mejor y más seguro que los demás, lo que termina creando un sentimiento de "ser mejor" que los demás porque es claro que nadie marca diferencias para mostrar que es peor, más humilde y por tanto más necesitado.
Ante todo esto se me ocurre que debiera haber más voces levantadas entre lingüistas, pensadores, escritores, poetas y científicos que expliquen a esos políticos, muchos solo obedeciendo a una emoción hoy casi vacía, que están enarbolando una bandera errónea, aquella de la "inmersión completa" en una lengua minoritaria, sin conocer qué consecuencias reales tiene para la gente. Quizá piensen que ello es un "bien" para su comunidad frente a la de los demás. O quizá piensen que esa "emoción profunda" de tanto calado personal, casi religioso, de la lengua diferenciadora, representa hoy una ventaja frente a un mundo hostil. Y no es así. Y todo esto que señalo no va a favor de que se deje morir ninguna lengua en el mundo puesto que al final las lenguas, todas, tienen su hermosura y todas, siempre, son una fuente creadora y de riqueza humana. A muchas gentes les parecerán estas reflexiones de gabinete intelectual. Les puedo asegurar que no lo son.
Francisco Mora
Catedrático de Fisiología Humana, Universidad Complutense de Madrid y catedrático adscrito de Fisiología Molecular y Biofísica, Universidad de Iowa
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