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sexta-feira, 9 de novembro de 2012







Consuelo Berges: "Un traductor debe ser, ante todo, un buen escritor"
JUANA SALABERT 13 JUN 1980

«La pasión de traducir». Con esas palabras resumía Consuelo Berges 37 largos y espléndidos años cuyo «curriculum» está ahí: simplemente en ese Flaubert, en ese Proust, en ese Montaigne, pero sobre todo en ese Stendhal, que de la mano de la gran traductora entran, con todos sus matices, con todo su vigor, en el terreno de nuestra lingüística. Consuelo Berges pertenece a ese ramo de traductores-profundizadores de un autor determinado. En otras palabras, se enclava en lo que definiríamos como la especialización, la conexión de un alma a otra cuyo hilo conductor es la obra y cuyo instrumento es el lenguaje. Otro tanto se puede decir de Francisco Torres Oliver, secretario general hasta el presente año de la APTI, especialista en literatura fantástica y de terror, concretamente en Lovecraft y su círculo. Consuelo Berges es una mujer menuda, de ojos inquietos y sensitivos. Una mujer de ochenta años con una increíble fuerza juvenil que despierta rápidamente con el sonido de un solo nombre: Stendhal, el gran novelista del siglo XIX. « Sí, es cierto, me enardezco cuando hablo de él, igual que cuando le traduzco o le prologo. Porque Stendhal es siempre nuevo, tiene la bibliografía más extensa del mundo. Todos los años se celebra un congreso internacional sobre él. Sabes, los stendhalistas somos unos estupendos chalados. En el caso de España, soy la mejor y la peor stendhalista, claro está que porque soy la única... ¿Que por qué esta pasión mía por Stendhal? Bueno, impulsivamente te diré que le adoro, es mi gran amor, siempre fresco, siempre por descubrir... Para mí, traducir es siempre un reto maravilloso, una lucha con la palabra, y este reto cobra tintes de exaltación cuando traduzco a Stendhal».
Consuelo niega cualquier esquematización sobre la traducción, en concreto la famosa teoría de Ortega: llevar al lector al lenguaje del autor. «Eso es una chambonada. Como dice Octavio Paz, lo literal nunca es bueno. Un traductor debe ante todo ser un buen escritor, aunque en algunos casos concretos no haya dado buenos frutos (Valle-Inclán, Enrique de Mesa). Una buena traducción no debe de ser nunca una transposición, es ya de por sí un género literario, porque si el autor pone el alma y el hueso, el traductor pone la piel. No obstante, aunque no creo en las teorías, sí hay una regla que me parece fundamental: emplear los diccionarios como auxiliares, nunca como dictadores, porque el matiz de una palabra te lo da el contexto. Por eso creo que una aguda sensibilidad semántica es absolutamente necesaria».
Consuelo define el francés como un idioma peligroso porque, en virtud de su aparente facilidad, se puede caer en lo literal, sin tener en cuenta que su sintaxis es muy diferente a la española. «¡El lenguaje es una dificultad de primer orden», explica, «yo creo que Stendhal es tan dificil de traducir como Proust. Con el último hay que rizar el rizo. Pero la dificultad del primero radica precisamente en su sencillez, esa sencillez que él definía como un barniz transparente. Mira, Stendhal fue duramente criticado en su época por Balzac, Merimée y tantos otros, yo diría incomprendido por esta característica suya que él manifestaba con su: «Antes de escribir, me leo el Código Civil...» Es el antiénfasis por excelencia, porque su énfasis está en su contenido, en esos personajes reñidos con las formas sociales que coartan la libertad de sus pasiones». Consuelo sigue hablando, hablando apasionadamente de sus traducciones, rememorando con cariño muchas de ellas, hablando sin cesar de su alma gemela, Stendhal... Aún hoy sigue revisando sus viejas traducciones: «porque la traducción es literatura. Siempre hay algo que crear y algo que enmendar».
F. Torres Oliver "versus" Lovecraft
Para Francisco Torres Oliver, Lovecraft y su círculo constituyen, quizá su gran obsesión, aunque se confiesa no encerrado en ellos. Se define como un hombre feliz en su profesión: «Especialmente cuando se trata de una obra con la que conectas. Este verano disfrutaré muchísimo traduciendo en Roma, a lo largo de un par de meses, La isla del tesoro, de Stevenson. La traduje directamente de una edición de 1889 que encontré en una librería de Salisbury».
Generalmente trabaja con una previa lectura del libro y de otros que puedan aportarle material de interés. En el caso concreto de Lovecraft y su círculo, autores de los que él es un verdadero erudito, afirma: «Tengo una gran simpatía, por Lovecraft, tanto por su vida como por su obra. Le considero un fenómeno curioso que hoy día goza de gran popularidad entre la juventud. En su obra subsisten muchos elementos propios de lord Dunsany y de Poe. Quizá el principal problema a la hora de traducirlo estriba en su estilo premioso, que él definía como de atmósfera. Utiliza acumulaciones de adjetivos adjudicándoselos a cosas que en sí no despiertan terror: roca abominable, árbol impío... Por otra parte, su terminología, las denominaciones de sus dioses, son altamente complicadas. Pero, en fin, yo te diría que traduciendo a Lovecraft me parece recorrer los pasillos de mi casa».
Pero si hay que agradecerle a Torres Oliver su aportación decisiva a la difusión del género fantástico y de terror en nuestro país -en el año 78 quedó finalista del Fray Luis de León con la novela gótica Melmoth el errabundo-, como él mismo afirma, su labor no se detiene ahí. Recientemente acaba de publicar en Alianza la traducción de El amante de lady Chatterley, de D. H. Lawrence. Francisco Torres Oliver lleva traduciendo desde el 67, siendo ésta para él una actividad que «nunca se detiene y siempre es diferente, de ahí la fascinación que ejerce sobre mí».

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