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quinta-feira, 1 de novembro de 2012

METÁFRASIS



Literatura Clásica y traducciones modernas.
Por Lucas Matías Scavino
UBA. UBACyT (FFyL)/Universidad de Morón - lucasscavino@gmail.com





Introducción

Una pregunta básica guía nuestro trabajo: ¿qué ocurre con la masificación y la llegada de la Literatura Antigua a más sectores de nuestra sociedad? Entenderemos aquí por Literatura todo el corpus conocido de textos, ya sean artísticos o no, producidos, en este caso particular, en el seno de la Antigüedad Greco-romana, sin distinguir géneros o modalidades de escritura. Presentemos, entonces, el problema con sus dos caras. Todos estamos de acuerdo en admitir que la traducción es el modo primario de difundir textos y de acercar espacios culturales. Sin embargo, hay más publicaciones y estudios sobre la lengua y la cultura grecorromanas que traducciones y ediciones de textos antiguos, lo cual hace que, en el mejor de los casos, circule un puñado de versiones de los clásicos con un lenguaje anticuado, forzado, demasiado alejado del original, o demasiado alejado de nuestra lengua. ¿Por qué no se traduce? ¿Por qué las prácticas de traducción muchas veces se reducen a ejercicios escolares fragmentados que no salen de los claustros? Tal vez el prurito del respeto excesivo del “original”, la excusa de la intraducibilidad y el culto de la metáfrasis tengan algo que ver en eso. Ahora bien, masificar el conocimiento de los textos antiguos sin traducirlos no solo es una contradicción en términos, sino una empresa frustrada: el acceso a las lenguas está, si no restringido, al menos limitado. Pretender que la proliferación de estudios, papers
y comentarios por sí misma servirá para impulsar el mayor conocimiento de la Antigüedad es una falacia: en todo caso, son cada vez más los expertos que conocen más. Paralelamente, el fenómeno de masificación de la cultura antigua se da por canales artísticos que resultan ser más potentes y fructíferos en el alcance y la llegada: filmes, reescrituras, relecturas, manipulaciones. Sin embargo, no persiguen el objetivo de dar a conocer las culturas antiguas, o, al menos, de hacerlo de manera fiel. Se los acusa de
malas lecturas, de malas interpretaciones, pero son eficaces. ¿Dónde quedan la fidelidad, el respeto por el original, el culto a la metáfrasis? ¿Cómo difundir la cultura antigua sin traducir, con la excusa de respetar su espíritu y su letra? ¿Qué valor tiene acceder a ella a través de manipulaciones y usos artísticos? El objetivo de esta presentación es reflexionar sobre el papel de la traducción en nuestros espacios académicos, y de ver cómo otras formas de masificación de la cultura antigua –ciertas tendencias artísticas tales como la reescritura, la transcodificación y la relectura– están adquiriendo gran alcance y legitimidad, al tiempo que se están interpretando como nuevas formas de traducción.§.

Obsesiones: culpemos a Hollywood.
Se comenta que la tarea más seria y grave que emprendió Hölderlin fue la de traducir a Esquilo. Palabra por palabra, nexo por nexo, incluso intentó respetar y reproducir los homoiteleuta y los juegos fónicos. Intento fallido: la equivalencia formal no solo es imposible, sino que, de lograrse, muchas veces resulta forzada. Panmaquio le reprocha a San Jerónimo traducir una epístola del Papa Epifanio de acuerdo con el sentido, y no palabra por palabra. El acusado se defiende: Porque yo, no solo confieso, sino que proclamo con libertad de palabra que en la traducción de los griegos – excepto en el caso de las Sagradas Escrituras, donde el orden de las palabras es un misterio – no expreso palabra a partir de palabra, sino sentido a partir de sentido.
Ya sea ad sénsum o ad lítteram, ya sea paráfrasis o metáfrasis, toda traducción es una práctica productora de sentido. De los tres tipos de traducción de los que Roman Jakobson (1985:69) hablara hace cincuenta años –interlingüística, intralingüística, intersemiótica –, el que siempre se ha canonizado y servido de modelo es el primero, el que implica el cambio de una lengua a otra.
Traducción propiamente dicha, glosa (o comentario) y transcodificación son, entre muchos otros, los nombres que Ego enim non solum fateor, sed libera voce profiteor, me in interpretatione Graecorum, absqueScripturis sanctis, ubi et verborum ordo mysterium est, non verbum e verbo, sed sensum exprimere desensu. (LVII Ad Pammachium de óptimo genere interpretandi) habitualmente surgen en los debates contemporáneos sobre la Teoría de la Traducción.
Ahora bien, cabría preguntarse por qué, a pesar de que existen otros tipos de traducciones, las tendencias académicas y escolares que se pueden encontrar en muchos de nuestros Estudios Clásicos han estratificado y jerarquizado uno, en desmedro de los otros. Y, aceptado esto último, podemos preguntarnos, también, por qué hay cierta tendencia paradójica a sobredimensionar la literalidad o la exactitud, a forzar la sintaxis, a llevar al límite de lo aceptable la semántica y a desatender, en consecuencia, el objetivo de la traducción; objetivo que consiste, básicamente, en hacer inteligible una obra verbal y masificar su contenido. Llenar las traducciones de exquisiteces tales como “por un lado….por el otro”, “no solo… sino también”, “pues”, “en efecto”, “de hecho”, o traducir las estructuras verbales con rodeos adverbiales fijos tal vez sean actividades gramaticales fructíferas en una clase, pero se tornan indigestas en una traducción literaria o científica. En resumen: los expertos desacreditan otro tipo de traducción que no sea la interlingüística, pero no se ejercitan lo suficiente en ella, o cuando lo hacen, suelen mostrar un notable temor y apego al original; temor que los acerca a la égida de una lengua “perfecta”, inimitable, pero que los aleja de su lengua materna con expresiones forzadas y violentas. En el mejor de los casos, los expertos y estudiosos renuncian a la traducción en defensa de una lengua inefable, de matices sin par, poseedora una semántica esquiva, dueña de una forma y materialidad inalcanzables. Detrás de todo esto se encuentra el ideal de la metáfrasis, de la traducción literal que respeta palabra por palabra, y de ser posible, sonido por sonido. Este prejuicio sigue visitando nuestros espacios académicos, y en muchos casos se queda a vivir en ellos. Una vieja obsesión de Aristarco que pervive en nuestros claustros. Una vocación que no se aleja de las prácticas del ficticio Pierre Menard. Por desgracia, esto no es un hecho menor. Sabemos que los espacios académicos son matrices de legitimación de prácticas que establecen parámetros de aceptación o de rechazo. Sabemos, también, que muchas de esas prácticas trascienden los espacios áulicos y las cátedras. Si comparamos el volumen de literatura científica y de estudios críticos con el de las fuentes y textos traducidos, encontraremos que gran parte de los reproches hacia los Estudios Clásicos tienen su razón de ser. Se traduce menos de lo necesario: se escribe sobre autores no traducidos, ignotos; se citan fragmentos enteros en la lengua original, sin traducir; se apela al mito del marco común
denunciado por Karl Popper, a la excusa de la experticia y de la especificidad de los estudios, pero, en realidad, lo que se hace es cerrar el horizonte de destinatarios y restringir la masificación de la cultura clásica. Se exige que el destinatario sea un lector experto, profesional. Por eso es que, al menos en el ámbito de la escritura artística, como bien dice André Lefévère (1997: 17) “el lector no profesional lee cada vez menos literatura escrita por los propios escritores y cada vez más reescrita por sus reescritores. Siempre ha sido así, pero nunca ha resultado tan obvio como en la actualidad.”
Es muy frecuente que el estudioso (filólogo- traductor, comentarista, filósofo), cuando da a conocer una nueva traducción, apele a los tópicos de la falsa modestia y de la falta de originalidad. “Una nueva traducción merece algunas palabras”, suele decir para justificarse. El presupuesto de base parece ser que no hay nada nuevo que decir. Nihil novum sub solem. En muchos casos no deja de ser verdad, pero en otros, una nueva mirada, un mínimo cambio terminológico, una nueva disposición del material aportan una bocanada de aire fresco a los lectores y muchas veces corta con la cadena de reproducción de errores que afectan la correcta intelección de las obras. ¿Nada nuevo bajo el sol? Pensar de esta manera es partir del prejuicio de que las lenguas son bloques monolíticos y fosilizados inmunes al paso del tiempo. Se necesitan nuevas traducciones porque la lengua evoluciona. No bastan dos, tres o diez versiones de un texto: cada época se encarga de mostrar que la lengua de la traducción necesita nutrirse de los usos y de las nuevas formas. Traducir, en definitiva, no es otra cosa más que renovar. Quizás tenía razón
Wilamowitz-Moellendorf (1925: 8) cuando dijo: Se trata aquí de despreciar la letra y seguir el espíritu; no se trata de traducir palabras ni oraciones, sino de recibir y comunicar ideas y sentimientos. El vestido debe ser nuevo; su contenido, el mismo. Toda traducción correcta es 'travestí', o, rigurosamente hablando, el alma permanece, pero cambia el cuerpo. La traducción verdadera es 'metempsicosis'.
Es gilt auch hier, den Buchstaben verachten und dem Geiste folgen, nicht Wörter noch Sätze übersetzen,sondern Gedanken und Gefühle aufnehmen und wiedergeben.Das Kleid muß neu werden, sein Inhalt bleiben. Jede rechte Übersetzung ist Travestie. Noch schärfer gesprochen, es bleibt die Seele, aber siewechselt den Leib: die wahre Übersetzung ist Metempsychose
Mientras seguimos discutiendo si se debe traducir la palabra en Heráclito, o
en Aristóteles o dejarlas en su lengua original, mientras hablamos y teorizamos sobre autores que no cuentan ni con ediciones ni con traducciones a nuestra lengua, otras formas de reescritura y de relectura artísticas se abren paso de una manera más fructífera y van captando mayor cantidad de adeptos. Formas que muchos confunden con traducciones. Mientras la traducción científica parece encerrarse en sí misma o apelar a las incansables notas a pie de página, la reescritura artística se abre a nuevos horizontes y muestra una notable productividad. Tal vez se pierda gran parte del estrato luminoso, prístino e inmarcesible de nuestros “originales”; tal vez Hollywood muestre una imagen deformada de los espartanos, de los gladiadores, o de Cristo. Tal vez las reelaboraciones literarias de la modernidad no respeten el halo del texto antiguo. Tal vez sean, en efecto, malas lecturas, tergiversaciones, malas interpretaciones. Por un lado, se sigue problematizando cómo traducir la fórmula aristotélica; inagotables son las disputas respecto de los infinitivos en el fragmento B3 del Poema de Parménides en la edición de Diels y Kranz. Sin embargo, por otro lado, nadie discute ni toma en seria consideración seguir llamando República a los conocidos libros platónicos. Es por tradición, y debe ser respetada. Ni que decir de la confusa e inoperante transliteración de la palabra que se utiliza para dar nombre a la teoría platónica. El respeto máximo se transforma en la repetición de la letra, aunque ésta encierre otro espíritu. En fin: se siguen discutiendo minucias técnicas hasta el hartazgo y se dejan de lado cuestiones medulares. Cuando se traduce, se traducen fragmentos, oraciones, no obras completas. Esto también es, a no engañarse, un modo de manipulación. Entonces: ¿cómo respetar los sentidos? ¿Cómo hacer presente el pasado sin copiarlo ni repetirlo? Hasta tanto no se tome conciencia de que la traducción y masificación de las fuentes no es una tarea endogámica sino democrática y esencial, otros se encargarán de mostrar imágenes no siempre ajustadas de una Antigüedad que pide a gritos ser conocida. Cuando en un sistema (sea éste cultural, lingüístico o biológico) los encargados de una función o tarea dejan de realizarla, otros ocupan su lugar.
La culpa no es de Hollywood.
§. El jardín de los senderos que se juntan. Eco (2008:292 y sgs). se niega rotundamente a homologar interpretación y traducción. En este trabajo adherimos a su tesis sin coincidir con la totalidad de sus argumentos.
Nos quejamos de la falta de conocimiento de la Antigüedad, de sus textos, del desinterés por las Lenguas Clásicas, de tratarlas como si estuvieran muertas. No obstante, cabría preguntarse si se puede revertir una situación apelando siempre a los mismos recursos. La obsesión por el origen, por la mística tiniebla que envuelve a los clásicos, por la metáfrasis y la estética de la repetición no es patrimonio exclusivo de la Filología alemana del siglo XIX. Así como el Renacimiento supuso la práctica de la imitación de los antiguos como modo de producción literaria (hecho que reorganizó el universo greco-latino en función de nuevos dispositivos textuales, ideológicos y artísticos en general), las prácticas de imitación y transformación modernas reescriben y reinscriben textos antiguos en nuevos espectros sociales y simbólicos. Ante esto, las posibilidades de nuestro jardín cultural son diversas: un camino consiste en reavivar la tiniebla y el aura del texto antiguo, imponer su idioma, sus cadencias, su sintaxis; otro, en sustituir lo antiguo por relecturas modernas. No falta quien elige un camino intermedio, transaccional, ecléctico. Dejaremos la elección a los lectores y oyentes, no sin antes recordar que las posiciones extremas terminan produciendo un mismo efecto: el desconocimiento del sistema cultural que se intenta recuperar en la traducción, la lectura, el análisis o el comentario. Con esto no estamos propiciando dejar de lado la enseñanza de las Lenguas Clásicas ni pausar la producción académica de investigación de la Antigüedad. Tampoco sustituir la lectura de la Odisea homérica por la de la
Odisea de Alessandro Baricco. No se trata de eso, sino de enmarcar las posiciones, los objetivos planteados y los logros obtenidos. Veamos la primera de las posiciones extremas, recordando, al mismo tiempo, las palabras de Zygmunt Bauman (2002:86):“no hay acto de traducción que deje intactas las partes implicadas”. Si respetar un original se reduce a copiarlo, analizarlo gramaticalmente y traducirlo según esquemas prefijados, lo que se hace es anular el potencial semiótico que todo texto por naturaleza posee y, paralelamente, reducir su presencia actual a una permanencia anquilosada. Su lengua termina convirtiéndose en una serie de formas extrañas, se enajena, se agota en forma gradual, se muere. Como bien dice Antoine Meillet, “una lengua muere cuando el hablante tiene el sentimiento de haberla cambiado por otra” (Terracini, 1951: 15). Si la traducción sirve para el entendimiento de unos pocos, circula en forma fragmentada, con jergas y tecnicismos, y no supera su carácter de ejercicio gramatical, no cumple función cultural. No traducir, respetar la lengua original, o traducir fragmentos y partes suelen ser las decisiones más comunes. Decisiones carentes de cortesía, si la idea es democratizar el conocimiento. La conservación intacta de la lengua lleva a su muerte, o, en el mejor de los casos a un producto taxidérmico. Pasemos ahora a la segunda posición. Si masificar implica adulterar los sistemas culturales de la Antigüedad y sustituir su naturaleza por medio de recursos más modernos o de adaptaciones manipuladas, también se provoca la muerte de esa lengua; una lengua sin la cual no se puede reconstruir la cultura de la que forma parte. En este caso, la transformación de esa lengua en otra que no intenta decir lo mismo, o casi lo mismo, provoca similares efectos. Traducir es respetar las lenguas y mostrar la extrañeza de un sistema cultural, pero sin extrañar la lengua de partida o la de llegada. Extrañar una lengua es negarle su valor comunicativo e impedir la comprensión. La puerta de acceso privilegiada para el conocimiento de una cultura es el código lingüístico (Lotman, 1988: 14 y sgs.); cerrarla con los candados del vocabulario o de la sintaxis afectada es minar las bases del diálogo intercultural. La cuestión, así planteada, parece llevarnos a un dilema. Masificar sin traducir – sólo mediante comentarios –, traduciendo para unos pocos, o masificar adulterando. El hecho de que muchas de las comedias de Aristófanes no causen las risas que el género supone no se debe tanto a la alteridad o lejanía de las costumbres y códigos evocados o a la imposibilidad de volcar el texto en versos, sino a la opacidad de una traducción melindrosa, decorosa, correctora que manipula los significados y crea nuevos efectos de sentido. El hecho de que algún director de Hollywood hable de cónsules en la antigua Esparta es otra cara de la misma moneda. Ya sea por exceso o por defecto, ambos senderos confluyen en el extrañamiento de la lengua y el desconocimiento de las formaciones culturales en cuestión. La única diferencia parece estar en el poder que cada uno tiene para masificar la cultura antigua y en el conocimiento que de ella se tiene.
§. Relecturas y reescrituras.
Hoy en día, varias corrientes teóricas de losTranslation Studies homologan interpretar ,
reescribir y releer a traducir. Tal vez sea una lectura apurada del primer capítulo de Steiner “Entender es traducir” de su obra Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción. Veamos, entonces, qué hay de cierto en el hecho de que estas prácticas hiperestéticas de transtextualidad sean traducciones. Toda traducción es una nueva lectura, una nueva interpretación. Pero decir, a la inversa que toda interpretación es una traducción merece algunas observaciones. En primer lugar, en el acto de traducir se produce una sustitución: un signo o cadena de signos reemplaza a otro signo o cadena respetando su significado (tanto primario como contextual). En segundo lugar, la traducción persigue el fin de hacer inteligible un sistema de contenidos culturales en otro sistema cultural. No toda reescritura o relectura es una traducción. Traducir es reescribir y releer, pero no a la inversa. En este sentido, ni un comentario ni una reescritura serían traducciones propiamente dichas. Jean Anouilh, André Gide, Oscar Wilde, James Joyce, Jorge Luis Borges, Pier Paolo Pasolini … la lista de re-escritores de obras antiguas es innumerable. La reescritura no solo es una relectura, sino una toma de posición frente al estatuto intocable de lo canónico, un embate contra la metáfrasis. No se trata tanto de la angustia de las influencias descripta por Harold Bloom (1991)sino de una práctica de verdadera simpatía transcultural, que no necesariamente implica concordancia ideológica, equivalencia de puntos de vista o respeto de isotopías estilísticas. Medeas modernas, Minotauros patéticos, Narcisos irónicos, extraños Odiseos, reelaboraciones de géneros y textos clásicos (La muerte en Venecia, de Thomas Mann, Homo Faber, de Max Frisch), los ecos en la literatura y el arte posterior dan cuenta de la productividad de los personajes, acciones, tópicos y argumentos antiguos. ¿Por qué no son traducciones? Porque, como dice Umberto Eco (2008:57), si bien la traducción se relaciona con mundos posibles, siempre intenta, ante todo, decir casi lo mismo que el original. Es posible un Edipo en el siglo XX; es posible una Antígona sometida al imperialismo europeo o habitante de las pampas; es posible una manifestación menádica en la platea de un teatro contemporáneo; pero no dicen lo mismo ni casi lo mismo que los originales de los cuales dependen, ni hay identidad sustancial. Llamarlos traducciones responde más a una metáfora que a una realidad teórica. Es el sentido débil del término traducción. Considerar, como hemos hecho en otro trabajo, que “las relaciones transtextuales, sin perder su especificidad hiperestética, constituyen un subconjunto dentro de los mecanismos de traducción” (Buzón, Scavino, 2008) es una idea que se apega demasiado a los vértigos de la analogía, como diría Jacques Bouveresse, y que, por lo tanto, debe ser revisada. Tildar de malas lecturas a estas producciones artísticas es un reproche que los acusados convierten en teoría. Sabemos que las misreading practices forman parte de las nuevas (y no tan nuevas) poéticas y modalidades de lectura. En todo caso, lo nuevo es la autoconciencia que se tiene de ellas. Sorprendentemente, la práctica de la mala lectura
no es exclusiva del ámbito artístico, sino que se afinca, también, en los espacios académicos: hablar de pecado en Grecia Arcaica o Clásica, de mundo de las Ideas
en Platón, de nominalismo en Aristóteles o seguir diciendo que los primeros pensadores de Jonia formaron escuela son clichés teóricos que merecen ser explicitados y denunciados. Situación grave, máxime cuando no hay conciencia del error. Muchas veces, estas interpretaciones vician las traducciones y producen una cadena de malentendidos casi infinita. A pesar de eso, todavía están en circulación. Es así como la mala lectura no solo parece ser una actividad artística, como pretenden algunos teóricos de la Literatura, sino un modo de producir textos académicos con cierto respaldo institucional. Sin embargo, en el ámbito de las interpretaciones y reescrituras estéticas, no podemos hablar de errores de la misma manera. No podemos aplicar criterios veritativo-funcionales a la esquiva lógica de la producción artística. ¿Qué tipo de errores cometieron Borges y Cortázar cuando reescribieron el mito del Minotauro? Una cosa es la relectura que no busca fines estéticos (comentario científico, glosa, aclaración, estudio), y otra muy diferente la relectura entendida como manipulación, transmutación (Eco, 2008: 422 y sgs.) o uso (Idem: 442 y sgs). que sí los busca, es decir, que promueve una poética generadora de ficciones. Así y todo, estas manipulaciones o “traducciones” en sentido figurado captan la atención de miles de lectores y de espectadores. Masifican representaciones sobre la Antigüedad que no se adecuan a su espíritu, plagadas de anacronismos, de groseros errores de vestuario, de falentes reconstrucciones del mundo evocado. Erizan los cabellos de los expertos. Estos se ven en la obligación de producir literatura correctora, discursos sanadores y acciones restauradoras tras la publicación de obras literarias o estrenos cinematográficos que muestran imágenes tamizadas por una lógica del uso, no del respeto a la verdad histórica o al espíritu de los textos. Sin embargo, no podemos quitarles el mérito de la masificación y el dudoso acercamiento, pero acercamiento al fin, del pasado greco-romano al público no experto. Es posible que el terreno ganado por las prácticas de reescritura y transmutación, por esta industria cultural que sea propia de los textos antiguos lo haga por mérito propio. Sin embargo, el aislamiento metodológico, la ortodoxia estancada y las concepciones elitistas que todavía siguen en muchos de los Estudios de la Antigüedad sugieren que el fenómeno no es casual. Estas nuevas prácticas están convirtiéndose en un modo privilegiado, abierto y, en algunos casos, corrosivo de acceso a la Antigüedad. Nada más alejado de la metáfrasis. Cabría preguntarse, por último, si este fenómeno se debe al avance del arte y los medios sobre una materia que no siempre conoce, o, más bien, al retroceso de formas expertas de trabajar que se encierran en sí mismas y que forman un círculo; un círculo que contiene, dentro de sí, el germen de su propia parálisis.

BIBLIOGRAFÍA:

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Las publicaciones más importantes pueden consultarse en Translation Studies Bibliographyhttp://www.benjamins.com/online/tsb/ y European Society for Translation Studieshttp://www.est-translationstudies.org/

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