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domingo, 25 de novembro de 2012

OBRAS DE CONSULTA







Consulta, consulta, que algo siempre aprenderás
Por Graciela Melgarejo | LA NACION
Twitter: @gramelgar | Mail: lineadirecta@lanacion.com.ar |

Contra lo que algunos quieran creer, las obras de consulta pueden deparar también lecturas agradables además de útiles. Jorge Luis Borges recordaba con especial felicidad las horas de la infancia dedicadas a la lectura minuciosa del Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano de Literatura, Ciencias, Artes , etc., editado e impreso en los Estados Unidos por Montaner y Simón y W. M. Jackson, Inc. Editores.
Una tarea titánica habrá sido para el pequeño Borges leer los artículos, no solo por lo extensos sino por estar escritos en un cuerpo de letra diminuto. Pero el discurso, aun hoy, conserva su magia. Hace muchos años y probablemente para una nota sobre accesorios de moda, quien esto escribe consultó en ese diccionario la entrada marabú , en la edición de 1939. La obra -veintitrés tomos y dos más con las novedades de "Estos últimos años"- lleva una indicación importante: "Edición Profusamente Ilustrada" (se conservan aquí las mayúsculas del original), comprobable desde la primera página del tomo de la A.
La definición de marabú , entonces, abarca dos largas columnas de texto, más la correspondiente ilustración en blanco y negro (que no hace mucho favor al marabú, pero permite observar su característico y prominente buche). Hay pasajes absolutamente deliciosos; por ejemplo, éste: "En los ríos [los animales] se entregan a la pesca con suma habilidad. Cuenta Brehm que un día vio en las orillas del Nilo Blanco unos cuantos marabús puestos en fila que, replegándose en círculo, acosaban a los peces, que pescaban con gran destreza; uno de ellos cogió un pez de gran tamaño y se lo tragó vivo en un momento, pudiendo verse cómo el animal se revolvía en el buche". El relato termina así: "Las plumas de debajo de las alas son muy apreciadas", y, aunque esta información era la buscada, hasta cierto punto resultó bastante escasa, comparada con las riquísimas descripciones que la precedían sobre el marabú en cuestión y su vida en comunidad.
Más acá en el tiempo y en la búsqueda, los aportes de la nueva edición de la Ortografía de la RAE también tienen su atractivo. En la parte dedicada a "Los signos de interrogación y exclamación" (páginas 387-393), además de explicar su uso correcto ("Su función es delimitar en la escritura las oraciones interrogativas y exclamativas directas, respectivamente"), hay información adicional sobre, por ejemplo, la historia: "... La práctica de escribir el signo de apertura de interrogación y exclamación, rasgo exclusivo de la lengua española, no empieza a recomendarse en la ortografía académica hasta 1754, aunque su generalización en los textos impresos será más tardía".
Como en el caso de las tildes en las mayúsculas, de uso obligatorio (aunque resistido), estos signos ortográficos dobles no pueden omitirse porque sí: "Es incorrecto suprimir los signos de apertura (¿ ¡) por imitación de otras lenguas en las que únicamente se coloca el signo de cierre: *Qué hora es? ; *Qué alegría verte! Tampoco deben omitirse estos signos cuando preceden a una letra capitular". Esta última recomendación debería ser tenida en cuenta por muchos diseñadores gráficos que tienden a suprimirlos porque "no lucen bien" en la página.
© LA NACION.

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